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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

Indiscreción (29 page)

Quería hacer algo especial, incluso se planteó lucirse, pero ahora ya no está tan segura de que vaya a ser capaz. El horno es muy pequeño, los cubiertos poco adecuados. No tiene fuentes para hornear ni mucho espacio en la encimera. Todos los platos diferentes. Por un momento incluso sopesa pedir comida, pero desecha la idea. Coge la lista de la compra y va llenando el carro tímidamente. Creo que hizo pollo, pero tampoco es que importe mucho. Podría haber sido cualquier cosa. Pondré pollo porque resulta más fácil. Un pollo grande, chalotas, zanahorias
baby
orgánicas, mantequilla francesa, patatas nuevas, dos quesos distintos, judías verdes, fruta. Quiere que sea todo un festín para Harry. Es la primera vez que cocina para él. Una más de una serie de primeras veces. De camino a casa entra en una licorería para comprar vino. Le dice al dependiente lo que va a cocinar y él le recomienda un Médoc.

Sigue lloviendo. Cuesta llevar las bolsas y sujetar el paraguas. Un cuarto de hora más tarde está en casa, saca la compra, se pone un delantal que no ha usado casi nunca. Mira el reloj: faltan dos horas.

Harry llega poco después de las ocho. Con un ramo de flores.

—Hola —saluda animadamente, la besa en la puerta. Tiene la cara mojada y su barba de un día es rasposa—. Te he traído esto. —Se quita el abrigo empapado y lo cuelga de la puerta del armario.

Claire sonríe y coge las flores.

—Gracias. Las pondré en agua. —Tiene un jarrón antiguo, le echa agua, mete las flores dentro y lo pone en la mesa—. Son preciosas —asegura.

—También he traído esto —añade él al tiempo que saca una botella de whisky de una bolsa de plástico—. Pensé que no estaría de más.

—¿Te preparo uno? —pregunta ella, cogiendo la botella.

—Muy buena idea —contesta él, risueño—. Esperaba que lo sugirieras. ¿Tú quieres?

—Intenta impedírmelo.

Saca dos vasos y pone unos hielos.

—Lo siento —se disculpa, ofreciéndole un vaso—. La cena no estará hasta dentro de un rato.

—¿Te ayudo con algo?

—No, gracias. Sólo hay que esperar a que termine de hacerse.

—Seguro que está delicioso. Me muero de hambre. Chinchín.

—Chinchín.

Claire bebe un sorbo, mirándolo por encima del vaso, notando el sabor dulzón, a turba, del whisky en la parte posterior de la garganta, saboreando el momento. Están cruzando otra frontera. Puede que algún día ya no parezca nada del otro mundo. Tan sencillo como compartir un periódico.

Harry se sienta en la silla más próxima a la pequeña cocina para verla. A Claire le alegra que se sienta cómodo allí. Conoce los libros de los estantes y las fotografías de familiares sin necesidad de mirarlos. No hay mucho más. Él llena la estancia.

—¿Cómo ha ido el día? —pregunta Claire. Lo que en realidad quiere decir es: ¿cómo llevas el libro?

—Bien.

—¿Aún se te hace cuesta arriba?

Él se revuelve en la silla, incómodo.

—Preferiría no hablar del tema, si no te importa. Estoy intentando resolver un par de cosas.

Claire esperaba que confiase más en ella. En ocasiones casi le ha dado la impresión de que iba a hacerlo.

—Lo siento —se disculpa Harry—. Es que no me apetece hablar de eso ahora mismo. Trae mala suerte.

—Lo entiendo.

—¿Y tu día? ¿Qué tal?

—Bien. Salí un poco antes para ir a comprar. Hace mucho que no cocino en condiciones. Y no me importa confesarte que estoy de los nervios.

—Oler, huele bien.

Ella abre el horno y rocía el pollo con la salsa.

—¿Sí? Madre mía, eso espero.

Harry mira la mesita, que por lo general está llena de libros y correo, y el ordenador de Claire. Ahora sólo hay una vela y dos copas. Un mantel antiguo de su madre. Servilletas de papel. Cuchillos y tenedores. La botella de vino sin abrir. Sus flores.

—La mesa está muy bonita.

—Gracias. Quería hacerte algo especial.

Ahora Harry está detrás de ella, rozándole el cuello con la nariz, oliéndole el pelo. Ella cierra los ojos. Aún la electriza que la toque.

—Me haces muchas cosas especiales —afirma él.

Ella suelta una risita y se aparta.

—Para. No me distraigas. Esta cocina es demasiado pequeña. Vete ahí como un niño bueno y termínate la copa. El horno me está dando guerra, y tengo que terminar las judías. Mierda…

—¿Qué pasa?

—No sé si funciona el termómetro. Ya lleva una hora y media, pero no sé si el pollo está o no.

—Prueba con un muslo: si se desprende con facilidad es que está.

—Se desprende.

—Bien, pues sácalo. Se seguirá haciendo. Basta con taparlo con papel de aluminio.

—Madre mía, las patatas no están aún.

—¿Cuánto les falta?

—No lo sé. Por lo menos otros quince minutos.

—En ese caso, ¿te importa si abro el vino? ¿Para que se oxigene?

—¿Cómo? Vaya, lo siento. Iba a hacerlo yo antes.

—No pasa nada, ya lo hago yo. Y, mientras, prepararé unas copas.

Quince minutos después están sentados a la mesa. Harry ha trinchado el pollo.

—Está buenísimo —alaba.

—No es verdad. Eres muy amable, pero el pollo está demasiado hecho y las patatas medio crudas.

—Para nada —niega él mientras mastica el pollo seco—. Está todo perfecto.

—Gracias por mentir tan bien. Siento que no esté mejor.

—Y el vino es excelente.

Claire sonríe.

—Venga, ya basta. —Deja el cuchillo en el plato—. ¿Cómo está Johnny?

—Bien. La otra noche lo pasamos genial: fuimos a patinar a Central Park.

Claire se da cuenta de que tampoco quiere hablar de eso. Imposible unirse a ellos. Quizá algún día, pero no ahora. Es demasiado pronto, le ha dicho él.

Esa noche especial es otra de las disculpas de Claire. Harry se puso hecho una furia cuando ella le contó que había ido a ver a Maddy.

—¡Te dije que no lo hicieras! —le chilló antes de salir como una exhalación, dando un portazo.

Pero ella salió corriendo tras él en la fría noche, en mangas de camisa, y le dio alcance en la calle.

—Lo siento —se disculpó entre lágrimas—. Lo hice porque te quiero.

—No tenías derecho.

—El amor me da el derecho.

—Maldita sea, es más complicado que eso. Está Johnny…

—Lo sé. Pero ya es demasiado tarde. Está hecho.

Él se podía imaginar lo que había pasado, y se alteró. Dio media vuelta para marcharse.

—No, no te vayas —pidió ella, agarrándolo, impidiendo que se moviera—. Lo siento. Todo saldrá bien, te lo prometo. Vamos a casa. Por favor.

Harry fue tras ella. Claire era consciente de su victoria, pero también sabía que debía ir con cuidado. Se había arriesgado, casi demasiado. Tenía que recuperar parte de su confianza, parte de su orgullo. Aquello no tenía que ver únicamente con ellos dos. Tenía que ver con su familia. Ahora ella lo entendía mejor. De saberlo, ¿habría actuado ella de otra manera? No, no lo creo.

En las semanas que siguieron, durmieron juntos todos los días salvo las dos noches a la semana que Harry tenía a Johnny. Durante todo ese tiempo no habló con Maddy una sola vez. Cuando llamaba a casa, Gloria lo cogía y tomaba nota de sus mensajes, que nunca recibían respuesta. Cuando se hizo patente que Maddy no quería hablar con él, Harry paró de dejar mensajes.

Después de cenar él y Claire están listos para irse a la cama, ya han fregado los platos, a mano. Ahora Harry tiene un cepillo de dientes en el baño.

—Estoy cansado —comenta él.

—¿Cómo de cansado?

—No demasiado. Sólo cansado, ya sabes.

—No tenemos por qué hacer nada.

Lo dice por decir. Bajo la sábana está desnuda. Lo quiere dentro de ella, y quiere la paz que la invade después.

—No, si quiero.

—Bien —contesta ella, y recorre su cuerpo con sus manos, le sopla en el oído, excitándolo, como sabía que haría.

—¿Lo ves? Ya te dije que no estaba demasiado cansado —dice Harry.

Sin embargo, cuando terminan él se tumba de lado, de espaldas a ella. Claire está acostumbrada a dormirse en su pecho. Estira el brazo, le apoya la mano en la espalda con suavidad. Él se despierta, pero no se mueve.

Claire se levanta y sale del dormitorio sin hacer ruido, buscando a oscuras, a tientas, el albornoz. En el salón se sienta en silencio a mirar por la ventana con la luz apagada. Oye el sonido de la respiración de Harry en la otra habitación. Así es como empieza todo, piensa. Una noche no harán el amor. Pondrán una excusa. Uno de ellos estará demasiado cansado o demasiado bebido. Y así terminará todo… o evolucionará. Ya se cepillan los dientes a la vez antes de irse a la cama. Pronto estarán sentados en restaurantes mirando la carta sin tener nada que decirse. ¿Es eso lo que quería? Las cosas ya son muy distintas de como eran al principio. Entonces todo era nuevo y emocionante. Estaban la casa, la gente, Maddy, yo y, por supuesto, Harry.

Es difícil no dejarse atrapar por la belleza de la vida vista desde un jardín estival en los Hamptons. Después vinieron más emociones: las primeras semanas de su aventura, la sensación de irrealidad, los descubrimientos mutuos. Los viajes, el misterio, los hoteles, los restaurantes. El peligro. Ella nunca se había sentido más viva. Luego, la otra noche, él repitió una anécdota que ella ya le había oído contar. Era divertida, y Claire se rió con ganas la primera vez que se la contó. Oírla por segunda vez la fastidió: ¿es que no se acordaba de que ya se la había contado?

¿Se estaba quedando sin anécdotas? ¿Había llegado ya a ese punto de su existencia en que eso era todo lo que le quedaba? No cabía duda de que sólo era cuestión de tiempo que se la contara por tercera o cuarta vez. Claire se hallaba en esa etapa de la vida en que aún estaba forjando sus propias historias. ¿Era eso lo que hacía Maddy? ¿Lo que hacen todas las esposas? ¿Sentarse a escuchar las mismas historias una y otra vez? ¿Era eso el matrimonio? Recordó cómo se sentía aquellas tardes interminables en casa de sus abuelos. La sensación de que eso era todo, el viejo reloj haciendo tictac en el pasillo, lo opresivo de la repetición.

Claire suspira y se levanta y se estira. Por la calle pasa una pareja joven. Imposible saber hasta qué punto se conocen. Van cogidos de la mano. Podrían acabar de conocerse o podrían llevar años juntos. En la esquina se vuelven y se besan. Claire los envidia.

2

Han pasado varias semanas desde aquella noche con Maddy. Me desperté temprano, en su habitación, y cogí mis cosas sin hacer ruido. Ella dormía profundamente, roncando un poco. La dejé allí, en la oscuridad, escabulléndome como si fuera un ladrón, esperando no despertar a Johnny mientras me vestía en el pasillo.

Ninguno de los dos llamó al otro ese día ni el siguiente. Yo no llamé porque no sabía qué decir. Tampoco sabía qué le estaría pasando a Maddy por la cabeza. Estaba muy borracha. Más de lo que yo la había visto nunca. ¿Se acordaría de lo que había pasado? Yo sí, y el recuerdo me incomodaba. Fue doloroso, no un dolor físico, sino emocional. Sin embargo era ella la que estaba sufriendo de veras. Sabía que no pensaba en mí, si es que pensaba en alguien. Yo no era más que un instrumento, un corazón que latía y una sangre que fluía acelerada. Maddy no dijo esta boca es mía en todo el tiempo. Yo, dicho sea de paso, tampoco.

Cuando terminamos, ella se limitó a taparse y se quedó dormida. Yo no sabía si irme o quedarme, de manera que permanecí allí en vela, sin atreverme a moverme, mirando al techo, oyéndola roncar, reflexionando sobre ese giro inesperado de los acontecimientos, desnudo, aturdido y avergonzado, hasta que no pude soportarlo más y me fui.

Unos días después llamé y dejé un mensaje. Intenté sonar lo más inofensivo posible. ¿Cómo estaba? ¿Y Johnny? ¿Y si cenábamos el fin de semana? Estaba convencido de que Maddy me había estado escuchando mientras le dejaba el mensaje, despreciándome. No me devolvió la llamada.

Probé de nuevo unas noches más tarde. Esta vez lo cogió.

—Ah, hola —saludó—. Lo siento, ahora no puedo hablar. Ya llego tarde.

—¿Te llamo mañana?

—Perfecto.

Colgó casi antes de que yo pudiera contestar.

Me sorprendió oír que llegaba tarde a algo. Maddy no salía mucho, y cuando salía era con Harry o conmigo. ¿Adónde iría? ¿A quién vería? Conocía su vida casi tanto como la mía desde hacía casi cuarenta años. Ahora me sentía desconectado. O no. Puede que le estuviera dando demasiadas vueltas a todo. No lo sabría hasta que no hablara con ella.

Sin embargo, cuando la llamé al día siguiente no lo cogió. Ni al otro. Al final me cansé de dejarle mensajes. Iba de casa al despacho y del despacho a casa, intentaba distraerme en el trabajo, pero mis ojos siempre acababan clavados en la fotografía de Maddy y yo que tengo en mi mesa. Era de hacía años, creo que la sacó Harry. Estábamos en la playa. Por aquel entonces yo tenía más pelo y menos cintura. Ella seguía igual. A veces algunos clientes, charlando, me preguntan si es mi mujer. Sé que resultaría raro tener la foto de la mujer de otro en la mesa, así que suelo mentir y decir que es mi hermana. Al fin y al cabo casi es verdad, aunque a menudo me siento tentado de mentir y decir que sí, que es mi mujer.

Las semanas que siguieron fueron de las más solitarias de mi vida. Daba la impresión de que mi amiga del alma me había abandonado. Yo había llevado una vida sumamente reducida, las estrellas fijas de mi cosmos personal siempre habían girado en torno a Maddy. Mientras ella estuviera ahí, al otro lado de la mesa o del teléfono, ¿qué más necesitaba yo? No obstante ahora era plenamente consciente del vacío. Me sentía como un pianista que hubiera perdido una mano.

Una noche estaba en el club, tras concluir mi irregular rutina de ejercicios y darme una sauna, a punto de disfrutar de un merecidísimo martini, cuando otro socio se acercó a mi mesa.

—Hombre, Walt —me dijo—. ¿Te importa si me siento?

—En absoluto —repuse.

Me caía bien Dewey. Iba unos cursos por debajo en el colegio, pero nos conocíamos de los mismos círculos, tanto en la ciudad como en Long Island. A diferencia de la mayoría de los socios, que acudían al club para alejarse de sus mujeres, yo acudía en busca de compañía. Él era afable, y solíamos coincidir en que todo iba a peor, desde la calidad de los nuevos socios de los distintos clubes a los que pertenecíamos ambos hasta la ineptitud generalizada de los representantes elegidos en Albany y Washington.

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