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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

Indiscreción (27 page)

¿Qué iba a hacer Harry? ¿Cómo saldría de ésta? ¿Quería salir siquiera? Más adelante pensé que estaba atrapado entre dos mujeres: una a la que había engañado y que ahora lo despreciaba, pero a la que, creía yo, aún amaba. La otra era su amante. Las dos bellas y las dos importantes para él. ¿Libraría una batalla posiblemente perdida para recuperar a su esposa o aceptaría que la vida cambia y abrazaría a la otra? Los riesgos eran muchos. Si elegía a Maddy, podía perderlas a las dos. Si escogía a Claire, perdería para siempre a Maddy. ¿Sería feliz así? Yo sé cuál habría sido mi elección.

8

Harry deambula por las calles. Se para en los escaparates, se toma un café, de vez en cuando una copa, curiosea en librerías. Es un hombre a la deriva. Por primera vez en su vida no sabe adónde ir. Va sin rumbo, vacío. Yo reconstruí todos estos hechos más tarde.

Pasa por delante del edificio donde vive Claire. No es la primera vez. Durante el día. Sabe que ella no está. Es imposible que salga en ese momento. Está en el trabajo. Por eso se encuentra él allí. Repite palabras mentalmente. Lo que le dirá. Los distintos argumentos: Lo siento. No puedo seguir con esto. Tenías razón. Vámonos de aquí. A algún lugar de México donde nadie nos pueda encontrar. A Panamá. Tengo que quedarme con mi hijo. Quiero a mi mujer. Te quiero. No sé qué hacer. No he estado tan confundido en toda mi vida. Perdonadme. Una de las dos. Las dos.

Ha ido allí a diario, le tranquiliza saber que nadie lo ha visto. La única persona que lo reconoce es el hombre del delicatessen. Ojos de azteca, un diente de oro. Dos sobrecitos de azúcar, sin leche. Luego da una vuelta a la manzana, y una más, siempre mirando a su ventana. Recordando lo que pasó en esa habitación, en esa cama. Atesorándolo en su cabeza. Preguntándose adónde ha ido a parar su vida. Todavía hace frío. Los árboles están desnudos, los edificios son grises. Montones de nieve endurecida, negruzca, se aferran a la acera con obstinación. Cada día hace esa peregrinación. Ahora no tiene a nadie. Nadie lo quiere. No tiene a nadie que lo una a ella. Te necesito. Necesito a alguien. Pero no a cualquiera. No es así como piensa. Necesita cariño, amor, aprobación, perdón.

Una de las veces que se encuentra allí cree verla y le entra el pánico, no sabe qué hacer o decir. Pero no es ella. Sabe que si quiere verla, no tiene más que ir antes. Pero ésa no es la razón de que se encuentre allí. En cierto modo le basta con ver el edificio. Es como un juego de azar: destapo una carta, pero ¿cuáles son las probabilidades? Está siendo un cobarde. Empiezo a odiarlo.

Cuando por fin la llama, lo hace de repente.

—Hola, soy yo.

Claire está en el trabajo.

—¿Harry?

—Sí.

—Gracias a Dios. Estaba muy preocupada. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo estás? ¿Dónde estás?

Él estaba preparado para recibir un ataque de ira. El hecho de que no sea así lo sorprende, le infunde valor.

—Estoy bien —afirma—. En Nueva York. ¿Y tú?

—¿Puedo verte?

—Me gustaría.

—¿Esta noche?

—Esta noche no puedo. Salgo con Johnny.

—¿Mañana?

—Mañana.

—Ven a mi casa a las ocho.

La noche siguiente vuelve a esa calle tan familiar. Ese día no ha ido. Son las ocho y pocos minutos. Esta vez, en lugar de pasar por la acera de enfrente, sube el pequeño tramo de escaleras y llama al portero automático. Se oye un zumbido al momento y él empuja la puerta. Sube la escalera que tan bien conoce.

Claire espera en la puerta. ¿Cómo la saluda? ¿Bromea? ¿Le da un beso educado? ¿La abraza? Momentos como ése son cruciales, lo dicen todo. Si fuera yo, optaría por el beso educado. Pero no es el caso. Nunca lo será.

Es un momento de confusión. Ninguno de los dos sabe lo que piensa el otro. Se hallan en la puerta, ni dentro ni fuera. Recuerdos del cuerpo de ella. Aliento compartido. Las manos de él. Una atracción intensa, innegable.

Harry la abraza, sin decir nada. Recuerda su olor, el tacto de su pelo. Los latidos de su corazón. Claire lo abraza con fuerza, sumergiéndose en él. Imposible saber si es una bienvenida o un adiós.

La boca de Claire encuentra la suya. Sus labios se unen. De nuevo él no se puede resistir.

—Dios mío, cuánto te he echado de menos —asegura ella.

—Y yo a ti.

La ropa desaparece, los propósitos se van al traste. Es demasiado para él. Sucumbe. Tampoco ella estaba segura de cómo reaccionaría. Ha estado enfadada con él, dolida por su ausencia. Sintiéndose una idiota; peor, una puta. De todo esto yo me entero mucho después, cuando ella me lo cuenta.

Después están en la cama. Harry habla. Le cuenta lo que ha sido de su vida, de todas nuestras vidas. La ira de Maddy, su huida de Roma, la decisión que ha tomado.

—¿Qué vas a hacer? —pregunta Claire.

—No lo sé. No estoy seguro de que Maddy quiera que haga algo. No creo que quiera que luche por ella. Creo que me quiere fuera de su vida.

—¿Y tú? ¿Quieres salir de su vida?

—No. Hay demasiadas cosas. Demasiados años. Johnny. Ella nunca saldrá de mi vida. Sería imposible.

—¿Todavía la quieres?

—Claro. Nunca he dejado, ni dejaré, de quererla.

Claire cierra los ojos.

—Y a mí, ¿me quieres?

—Sí. Os quiero a las dos. ¿Está mal?

—Por lo visto Maddy cree que sí.

—¿Y tú?

—Nunca te he pedido que me quisieras sólo a mí. Nunca he querido competir con Maddy. Te quería tanto que quería que tú me quisieras también, aunque fuese un poco.

Harry la atrae hacia sí con delicadeza y la besa en la frente.

—Te quiero más que eso —afirma.

Por la mañana él se despierta primero. Es sábado. Cae algo de nieve, los copos se derriten al entrar en contacto con el suelo. Claire duerme desnuda a su lado, roncando con suavidad, las manos bajo la cabeza. No quiere despertarla, así que se queda tumbado. Más tarde saldrán a desayunar. Lo normal sería que se levantara y fuese a la cocina, preparara café y después se fuera a trabajar al despacho, pero ya nada es normal. En pocas semanas todo se ha trastocado. Ya no tiene el despacho de Roma, ni el de Nueva York. Su antigua vida es un sueño. Él, un exiliado. En el piso que ha alquilado, un quinto, descansa su ordenador portátil, que casi no ha tocado, en la mesita de la cocina. Dentro hay una novela a la que a veces se muestra reacio a volver. Han cambiado demasiadas cosas, demasiadas de sus circunstancias.

¿Le sorprende verse allí? La mujer que tiene al lado no es su esposa, no es la madre de su hijo. Y así y todo… Y así y todo hay algo en ella tan importante que está dispuesto a tirarlo todo por la borda. ¿Es ella? ¿O es algo que quiere ver en ella? Sí, es guapa, pero tanto como Maddy. Sí, es lista, pero Maddy es sabia. ¿Será igual de generosa? ¿De amable? ¿De indómita? Sé que es más joven, está menos acostumbrada a la familiaridad que nace de dos décadas de matrimonio. Ella no ha oído todas sus bromas, no conoce todos sus estados de ánimo ni sus anécdotas. Para ella él es un país aún por descubrir, donde hasta los quehaceres y rituales más rutinarios parecen emocionantes.

Y ¿por qué lo ha escogido ella? Puede que sea joven, pero no es una niña. Es ambiciosa, eso está claro. Hay muchos otros hombres que habrían ocupado con gusto el lugar de Harry en su cama. Una parte importante tuvo que ver con la oportunidad. ¿A cuántos escritores galardonados conoce? Para ella ése era el primer círculo, la mesa principal. No le bastaba con estar con un hombre rico. Eso se lo enseñó Clive. No, probó esa mercancía y se dio cuenta de que era deficiente. No quería ser un mero apéndice. Tenía sus propios sueños.

Entonces conoció a Harry. Todavía atractivo. Alegre. Con éxito, respetado. ¿Cómo no iba a enamorarse de él? Era todo lo que ella quería. Se armaría un pequeño escándalo si dejaba a su mujer por ella, pero en los círculos literarios esas cosas eran habituales, y las antipatías no tardarían en apagarse. Estar con él daría un brillo nuevo a su carrera: las cenas, las puertas abiertas. Tal vez incluso escribiera ella una novela. Serían felices juntos, ella lo veía. Hasta empezó a preguntarse qué dirían de ella algún día en la biografía de Harry. ¿Qué opinaría la Historia de ella? Destrozahogares, compañera, querida, salvadora o quizá sólo una nota a pie de página antes de que él la dejara por otra mujer.

Pero eso aún es sólo una fantasía. Necesita que él suelte amarras. Ésa no era su intención en un principio, pero ahora parece la única salida. Sólo así podrán ser felices tanto Harry como ella.

En uno de los asientos de la cafetería del barrio, Claire pregunta:

—¿Sabe algo Maddy de mí?

—No. No ha preguntado, y yo no le he dicho nada.

—¿Se lo dirías?

—¿Quieres que lo haga?

Ella se para a pensar un instante. ¿Sería así su vida? ¿Sentada frente a él cada mañana, viéndolo beberse el café, comerse los huevos? Se pone tabasco, ella lo recuerda.

—No lo sé —responde—. No quiero que mientas si te pregunta.

—No, ya ha habido bastantes mentiras.

—Deja que sea yo quien se lo diga.

Harry la mira fijamente.

—No lo dirás en serio.

—Pues sí. No quiero que te odie más de lo que ya te odia. Yo también me merezco parte de ese odio.

—No, tengo que decírselo yo.

—Escúchame, tiene sentido. Puede que incluso mejore las cosas. Si voy a verla y soy sincera con ella, quizá le siente mal, pero sabrá apreciar la verdad.

Harry le coge las manos.

—Gracias, pero no. Jamás te pediría que hicieras eso. Ni siquiera quiero que lo hagas. Sería una cobardía. Es mi responsabilidad. Cuando llegue el momento, se lo diré, pero no antes. Entiéndelo, por favor.

Claire asiente.

—Lo entiendo.

Una semana después Claire llama a la puerta de Maddy. Llueve a cántaros. La clase de lluvia que hace que el paraguas no sirva de nada. Sabe que Harry se enfadará cuando se entere, pero es demasiado tarde. No volvió a sacar el tema durante el fin de semana. Permaneció a la espera para ver qué haría él. Si lo haría. Cuando tuvo claro que no, decidió que tenía que intervenir.

Está nerviosa. Vacila al acercarse. Por un instante está a punto de dar media vuelta y salir corriendo. Habría sido fácil inventar una excusa. Me ha surgido algo en el trabajo. Otra vez será, ¿te parece?

La puerta se abre.

—Claire —dice Maddy, al tiempo que le da un beso en la mejilla—. Pasa. Pobrecita, estás empapada.

Claire entra.

—Anda, dame eso —dice Maddy. Ayuda a Claire a quitarse el abrigo y lo cuelga en el perchero—. No me puedo creer que haya pasado tanto tiempo. Estás guapísima. Me encanta ese corte de pelo.

Claire se ruboriza y sonríe.

—Gracias. No me acordaba de que no lo habías visto.

—Me hizo mucha ilusión que llamaras.

—Gracias por dejarme venir.

—Vamos, no seas tonta. Es justo lo que necesitaba. Me alegro mucho de verte. —Maddy se mete en la cocina—. ¿Quieres un café? ¿O prefieres té?

—Un té estaría bien.

—Sólo será un momento. Ponte cómoda.

Claire permanece de pie.

—Me encanta tu casa.

—Gracias. Es una pena que haga tan mal tiempo. Cuando hace bueno, se está de maravilla en el jardín.

—¿Qué tal Johnny?

—Muy bien. Parece contento de haber vuelto a Nueva York. Tiene su cuarto, a sus amigos. Ya sabes cómo son los niños. Listo. —Maddy sale con una bandejita de plata en la que ha dispuesto una tetera de porcelana, dos tazas a juego, una jarrita para la leche y un azucarero. Maddy tiene un montón de porcelana preciosa que heredó de su abuela. ¿Sacó la de Spode? Creo que sí—. Espero que el Lapsang te guste. Parece indicado para una tarde así.

Sirve el té, y su aroma ahumado inunda la habitación. Claire agradece la distracción. La mano le tiembla cuando coge la delicada taza. Están en el salón. Fuera, la lluvia repiquetea sobre el cristal, tamborilea sobre las piedras. A Claire la impresiona nuevamente la belleza de Maddy, su porte. Su dignidad. Hace que se sienta insignificante. Doblemente, ahora.

—Bueno, y tú, Claire, ¿qué me cuentas? —pregunta Maddy—. ¿Cómo estás?

—Muy bien. En el trabajo bien, me han ascendido. Más dinero. Me permitió irme a vivir sola en un piso.

—Es verdad, Walter me comentó algo. Dijo que se tomó una copa contigo en otoño.

—Quedamos en volver a vernos en primavera, pero surgió algo. ¿Qué tal está?

—Como siempre, el pobre. ¿Y el amor? ¿Alguna novedad en ese frente?

—Ha sido complicado.

—Eso me lo creo. Pero ¿acaso no lo es siempre? —Maddy se echa a reír—. Dicho sea de paso, no sé si ya lo sabrás, pero Harry y yo nos hemos separado.

Claire asiente.

—Sí, lo sé. Y no sabes cómo lo siento.

—Gracias. No ha sido fácil.

Claire respira hondo.

—Maddy, hay algo que quiero contarte. Por eso he venido a verte.

—¿De qué se trata?

—No sé cómo decirlo, así que lo voy a soltar sin más.

Maddy frunce el ceño.

—Que vas a soltar, ¿qué?

—Dios mío, lo siento tanto. Tanto… —Claire suspira.

A Maddy se le eriza el vello de la nuca. Sabe lo que va a decir Claire casi antes de que lo diga, y cierra los ojos. No quiere oírlo. Es demasiado.

—Maddy, Maddy. Soy yo —continúa Claire—. Soy yo la que lo ha estropeado todo. Soy yo la que está con Harry. Lo siento mucho.

Oír las palabras es peor incluso que imaginarlas. Maddy palidece, se le tensa la mandíbula. Se queda sentada sin mover un músculo, en silencio, anonadada. Claire se echa hacia adelante, temerosa, nerviosa. Empequeñeciendo.

—¿Qué has dicho? —pregunta Maddy al cabo.

—Soy yo —contesta ella, apenas se la oye.

—El vestido de París, ¿te lo compró a ti?

Claire asiente y se sorbe la nariz.

—Sí.

—¿Y todos esos viajes?

—Sí.

Maddy coge aire, la vista clavada en un punto de la pared. ¿Cómo reaccionar a algo así? El descaro de la traición, su enormidad. Atenta contra todas las leyes de la naturaleza. Es la clase de confesión que lleva a la ira. No, peor, al asesinato. Una mancha que lo impregna todo. Sin embargo, Maddy no abofetea a Claire. No grita, no levanta la voz. Es una mujer que sabe aguantar una paliza, que sabe cómo no darle al que inflige los golpes esa satisfacción, por fuertes que sean los correazos. Con voz comedida, pregunta:

—¿Lo quieres?

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