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Authors: Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil (21 page)

Colocó su mano sobre la frente y él sintió que su mano era joven y pequeña y húmeda. Puso la mano en la frente y él intentó frotársela con su piel para demostrarle cuánto apreciaba la forma en que había procedido. Era como descansar después de un largo trabajo. Casi como dormir era encantador y maravilloso tener esa mano sobre la frente.

Luego empezó a pensar en las posibilidades de esta nueva enfermera. Por algún motivo la anterior se había marchado. La anterior nunca había comprendido cuál era su intención nunca había comprendido que con el resto de sus fuerzas intentaba hablarle. No prestaba la menor atención a sus señales salvo para tratar de silenciarlas. Pero se había marchado y en su lugar tenía una enfermera nueva una joven enfermera audaz y dulce. Nadie podría saber cuánto tiempo la tendría. Podía marcharse de la habitación y no volver más. Pero por el momento la tenía y sabía que de alguna forma ella había percibido lo que él sentía porque de lo contrarío no le hubiese puesto tan rápidamente la mano en la frente. Si él pudiera cabecear con mucha fuerza clara y firmemente quizá ella entendería aquello que nadie había considerado importante tener en cuenta. Podría entender que él hablaba. La vieja enfermera podría volver y entonces él no volvería oír los pasos de la nueva. Si se marchaba con ella se desvanecería su última oportunidad. Seguiría el resto de su vida cabeceando cabeceando cabeceando y nadie comprendería que estaba intentado producir un milagro. La nueva enfermera era su tregua su pequeñísima oportunidad en todas las horas y semanas y años de su vida.

Endureció los músculos de su cuello y se preparó una vez más para empezar a golpear la cabeza contra la almohada. Pero sucedió otra cosa extraña que le detuvo. Ella le abrió la camisa de modo que su torso quedó al descubierto. Movía la punta de su dedo contra la piel del pecho. Por un momento él se sintió intrigado incapaz, de comprender qué intentaba hacer. Después concentrando todo su pensamiento en la piel de su pecho comenzó a comprender que su dedo no se desplazaba al azar. Hacía un dibujo sobre su piel. El mismo dibujo una y otra vez. Sabía que había algún propósito en esa repetición y se puso tenso y alerta para descubrirlo. Como un perro ansioso que se esfuerza por ser bueno y comprender las órdenes de su amo se quedó rígido y concentrado en el dibujo que trazaba la enfermera.

Lo primero que advirtió en el dibujo era que no tenía curvas. Sólo líneas rectas y ángulos. Empezaba con una línea recta ascendiente y después bajaba en un ángulo y volvía a subir en otro ángulo y bajaba en línea recta y se detenía. Repitió el dibujo una y otra vez ora lenta ora rápidamente y otra vez lentamente. A veces hacía una pausa al terminar el dibujo y por la extraña comprensión que habla surgido entre ellos supo que sus pausas eran signos de interrogación. Que ella le miraba y le preguntaba si comprendía y esperaba su respuesta.

Cada vez que hacía una pausa él meneaba la cabeza y luego ella repetía el dibujo una vez más y de pronto en medio de esa paciente repetición la barrera que les separaba se rompió súbitamente. Con un impulso instantáneo de aprehensión entendió el movimiento de su mano. Estaba trazando la letra M sobre la piel de su pecho. El asintió rápidamente para comunicarle que entendía y ella le palmeó la frente alentadoramente como diciéndole qué notable qué bien cómo se esfuerza y cuán rápidamente aprende. Luego empezó a dibujar otras letras.

Las otras resultaron más fáciles porque él entendía cuál era su propósito. Tensaba la piel del pecho para poder percibir con mayo nitidez la impresión del dedo. El captaba tan velozmente que algunas de las letras sólo tenía que trazarlas una vez. Ella trazó la letra E y él asintió y la letra R y volvió a asentir con la cabeza y nuevamente la R y después la letra Y y asintió y entonces hubo una larga pausa. El resto de las letras se agolparon en su mente como un torrente. La C y la H y la R y la I y la S y la T y la M y la A y la S y todo eso decía
merry Christmas.

Feliz Navidad feliz Navidad feliz Navidad.

Ahora comprendía. La vieja enfermera se había marchado a pasar las Navidades lejos de él y esta nueva enfermera esta joven hermosa encantadora comprensiva enfermera le deseaba feliz Navidad. Cabeceó frenéticamente y ese movimiento significaba feliz Navidad para usted feliz Navidad oh feliz Navidad.

Con una especie de histérica felicidad pensó cuatro años tal vez cinco no sé cuántos años pero he estado solo todo ese tiempo. Todo mi trabajo está perdido mi forma de registrar el tiempo olvidada pero no importa porque ya no estoy solo. Los años y años y años que había pasado solo y ahora por primera vez alguien llegaba a él le hablaba le decía feliz Navidad. Era como una enceguecedora luz blanca en medio de la oscuridad. Como un gigantesco magnifico sonido en medio del silencio. Como una gran carcajada en medio de la muerte. Era Navidad y alguien se había abierto paso hasta él y le deseaba feliz Navidad.

Oyó el sonido de las campanillas en los trineos y el crepitar de la nieve y vio velas en las ventanas brillando cálidas y amarillas sobre la nieve y había guirnaldas de acebo con bayas rojas anidando en ellas como carbones encendidos y en lo alto había un cielo claro con nítidas estrellitas azules y blancas y un sentimiento de paz y alegría y alivio por que era Navidad. Le habían hecho volver al mundo.

Feliz Navidad feliz Navidad feliz Navidad.

En toda la casa vísperas de Navidad todas las criaturas en silencio ni siquiera el bullicio de un ratón. Los calcetines penden con cautela junto al hogar esperando la pronta llegada de San Nicolás…

Todas las vísperas de Navidad desde que él recordaba su madre leía un poema. Aun cuando ya era demasiado grande como para creer en Santa Claus cuando ya era un hombre de dieciséis o diecisiete años su madre seguía leyendo el poema. Al principio cuando estaban todos juntos era maravilloso escucharla. Se reunían en la sala de la casa en Shale City las vísperas de Navidad antes de dormir para escuchar a su madre recitar el poema. Su padre trabajaba hasta muy tarde en la tienda atendiendo los últimos pedidos navideños pero a las diez de la noche el almacén cerraba y su padre volvía a casa. Afuera nevaba y hacía frío pero la sala estaba siempre tibia y de la base de la panzuda estufa de carbón se desprendía un cálido resplandor polvoriento y anaranjado.

Elizabeth era muy pequeña y dormía en su cama pero Catherine estaba allí y su padre y su madre y él. Catherine llevaba camisón y sus ropas se apilaban junto a la estufa para que estuvieran tibias para la mañana siguiente cuando se vistiera. No tenían hogar de modo que usaban una silla a modo de repisa. Sobre la silla colgaban sus calcetines el de su padre el de su madre el de Catherine el suyo y el minúsculo escarpín de Elizabeth. Su padre se reclinaba en el sillón Morris y Catherine se recostaba contra sus piernas. Su madre ocupaba el otro sillón con el libro abierto. No era fácil imaginar por qué su madre leía el poema dado que todos lo conocían de memoria. Pero quizá era una costumbre. El se acurrucaba en el suelo con las manos alrededor de las piernas y contemplaba la puerta de la estufa donde las llamas saltaban detrás de las ventanas de mica.

La luna en el seno de la nieve reciente daba un esplendor meridiano a los terrenales entes cuando ante mis ojos errantes no eran más que un menudo trineo y ocho minúsculos renos…

Ninguno de ellos olvidó jamás el poema. Podían recitarlo íntegro en cualquier momento del año porque era el poema de Navidad. Al oírlo parecía que un delicioso aire de misterio se filtrara en la sala. Cada miembro de la familia tenía un pequeño escondite para los regalos en algún sitio de la casa donde los otros no los pudieran ver. Era muy deshonesto andar espiando el día antes de Navidad de modo que nadie lo hacía pero no había nada de malo en especular acerca de dónde podían estar.

El rostro de su madre mientras leía parecía asumir un cálido resplandor de felicidad. Estaba allí en su casa rodeada por su familia y todos estaban vivos y era Navidad y ella leía el poema que había leído siempre. Era tan cálido tan seguro tan reconfortante estar en casa en Navidad en una bonita sala con una buena estufa sentir de algún modo que aquí había un oasis en el desierto un sitio seguro para siempre un sitio único nunca dañado nunca invadido. Y ahora… qué haría su madre esta noche… su padre muerto y él lejano y nuevamente era víspera de Navidad. Se preguntó si en algún lugar del mundo su madre estaría leyendo el poema en este momento. Casi podía oír su voz temblar excitada cuando se acercaba a su culminación.

Ahora enérgico ahora danzarín ahora altivo y sereno —en cometa en Cupido con apremio tempestuoso— de lo alto del soportal a lo alto de la pared ahora salpica salpica lo salpica todo…

Los ojos pardos de Catherine miraban fijamente desde su refugio junto a los pies de su padre miraban sobriamente aunque centelleaban con pequeños fulgores de emoción. Los ojos de su padre se velaban como si se hubiesen replegado un poco e imaginaran la escena desde su adultez. Había vivacidad en el rostro de su madre y su voz era triunfante cuando llegaba la parte en que Santa Claus se deslizaba por la chimenea y sacudía la cabeza y se ponía a trabajar con su pequeña barriga trémula de risa. Y después la parte en que se llevaba un dedo al costado de la nariz hacía un movimiento con la cabeza y la chimenea subía. Después el tejado desde donde se podía escuchar a los renos que raspaban con sus patitas ansiosos por levantar vuelo hacia la próxima casa.

Saltó en su trineo a su equipo un silbido dio y lejos todos volaron cual semillas de amargón. Pero le oí exclamar antes de partir Feliz Navidad a todos y a todos buenas noches…

Mientras la voz de su madre se apagaba todos se quedaban un momento en silencio. Nadie decía una palabra porque todavía faltaba algo. Su madre hacía a un lado el libro de poemas y buscaba otro libro. Tenía una marca en la biblia y allí la abría y volvía a leer. Leía la historia del pequeño cristo del niño Jesús y de cómo había nacido en un pesebre y cómo la estrella brillaba sobre Belén y cómo los reyes magos llegaron hasta él y todos los ángeles del cielo esa noche se acercaron a la tierra para cantar a la paz y al niño Jesús y a la buena voluntad entre los hombres.

Podía escuchar su voz leyendo suave y reverentemente. Las palabras brotaban como una música de sus labios. Era extraño que él nunca hubiese leído la historia bíblica de la Navidad. Sólo la había escuchado cuando la leía su madre. No podía recordar las palabras pero aún podía rememorar las imágenes que acudían a su mente mientras su madre leía. Conocía la historia de memoria.

Todo el mundo iba a Belén porque era la época de pagar impuestos y tenían que presentarse ante la corte y registrarse y pagar. La afluencia había sido constante durante todo el día y ahora de noche el pueblo estaba lleno de gente. Entre los que venían había un hombre de nombre José carpintero en el pueblo de Nazareth.

José había tenido que terminar con diversos quehaceres domésticos antes de marcharse y María su mujer estaba encinta y no pudo ayudarle así que llegaron tarde. Cuando alcanzaron los alrededores de Belén ya había oscurecido. José conducía el burro por las riendas y la pobre muchacha María de ojos remotos cabalgaba deseando llegar pronto porque ya sentía los dolores y sabía que no faltaba mucho tiempo. Era su primer hijo y ella no sabía qué hacer cuando se acercara el momento.

Apenas llegaron al pueblo José empezó a recorrer los hospedajes baratos. No era muy hábil para ganar dinero y apenas tenían lo suficiente para pagar sus impuestos y una noche de albergue. Iban de hostal en hostal mientras María se asustaba cada vez más a medida que se intensificaban sus dolores pero todos los hostales estaban llenos porque hasta en aquel entonces había mucha gente pobre y todos habían alquilado antes que José los alojamientos baratos. Por último contaron su dinero y José resolvió intentar en un hotel. Podían obtener una habitación interior y quizá él podría realizar algún trabajito en la casa por la mañana si el dinero no alcanzaba.

Pero el hotel también estaba repleto.

Entonces José habló muy seriamente con el gerente del hotel. Vea le dijo vengo desde muy lejos y tengo a mi mujer conmigo que va a tener un niño. Mírela ahí sobre el burro. Es muy joven y está asustada. Para empezar no tendría que haber venido pero no podía dejarla sola y no pude arreglarlo para que alguien se quedase con ella por la noche porque están todos aquí pagando sus impuestos. Tengo que encontrar un sitio para que ella duerma. Eso es todo.

El gerente del hotel se asomó a la oscuridad y vio el rostro blanco e inquieto de María. Es bonita pensó y también está asustada como dice su marido. Pero qué embrollo si llega a tener ese niño la gente sin medios no debería tener hijos pero ¿qué le vamos a hacer? Está bien le dijo a José. Creo que puedo encontrar un sitio para usted. ¿Ve ese pasaje allí? Sígalo todo recto y llegará al granero. En el fondo hay un pesebre. Haré que uno de los muchachos ponga un poco de heno y le resultará cómodo. No tengo inconveniente en decirle que espero que no tenga el niño aquí esta noche porque si grita inquietará a mis huéspedes toda gente de categoría incluso tres senadores romanos. Pero vaya usted.

José agradeció y fue a buscar a María. ¡Ah! casi me olvidaba gritó el hotelero no encienda fuego porque mi seguro lo prohíbe y no quiero que me lo cancelen. José gritó que no se preocupara que sería muy cuidadoso y el hotelero volvió al calor del fuego y se quedó un rato pensando es una vergüenza que a la gente se le ocurra parir en cualquier parte hace frío esta noche confío en que ella no haga un escándalo.

En el pesebre José encendió una linterna y preparó un bonito lecho de heno y María se tendió allí y tuvo su pequeño. Era un niño. Le envolvieron en una manta que habían traído especialmente y María que era una joven sana y fuerte abrazaba a su pequeño con fuerza. Sabía que sería un varón le dijo a José. ¿Qué nombre le pondremos? preguntó José. Creo que desearía llamarle Jesús dijo ella. Miró fugazmente al pequeño y luego a José. Sus ojos ya no reflejaban miedo en sus labios había una sonrisa.

Pero José que les contemplaba a ambos no sonreía. María lo advirtió y dijo ¿qué te ocurre José? no pareces feliz es un hermoso niño mira esas manos regordetas ¿por qué no sonríes? Y José respondió una luz rodea la cabeza de nuestro pequeño. Un resplandor suave como la luz de la luna. María asintió como si no le causara la menor sorpresa y dijo pienso que debe haber una luz como ésa alrededor de la cabeza de todos los recién nacidos porque acaban de venir del cielo. Y José dijo con voz desfalleciente como si de pronto hubiera perdido algo también tú tienes una luz alrededor de la cabeza.

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