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Authors: Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil (16 page)

Pero era demasiado esperar. En primer lugar una explosión capaz de volarle los brazos y las piernas con seguridad también debía haber arrojado al infierno cualquier identificación. Probablemente cuando sólo tienes espalda estómago y media cabeza te pareces tanto a un francés como a un alemán o a un norteamericano. La única forma en que podrían haber establecido a qué país pertenecía era por el lugar donde le encontraron. Y él tenía la certidumbre de que le habían encontrado entre ingleses. Su regimiento estaba apostado precisamente junto a un regimiento de limeños
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y cuando salieron de la trinchera los norteamericanos y los limeños iban juntos. Recordó con nitidez que los norteamericanos se desplazaron hacia la izquierda entre los ingleses porque frente a la posición norteamericana había una pequeña loma. Los alemanes que estaban allí habían sido exterminados dos días antes de modo que no tenía sentido que los norteamericanos perdiesen el resuello para subir. Todos se desplazaron hacia la izquierda al saltar la trinchera de modo que se mezclaron con los ingleses. Recordó haber mirado en derredor antes de zambullirse en el refugio e identificar sólo a dos norteamericanos. Todos los demás eran ingleses. Fue sólo un instante un pensamiento fugaz antes de la oscuridad.

De forma que con seguridad se encontraba en algún hospital inglés donde la gente le tenía por ingles y por lo tanto el informe que enviaron a su casa se limitaba a señalar que había desaparecido en acción. Tal vez fuese una ventaja alimentarse a través de un tubo si pensabas en ese fétido café inglés. Carne asada y pudín y bollería insulsa y mal café. Mejor entonces. Lo único era que ya no era más un norteamericano. Era un inglés. Era un limeño. Probablemente un ciudadano inglés. La sola idea le provocó un sentimiento de soledad. Nunca había tenido una aversión particular sobre los Estados Unidos. Nunca había sido muy patriota. Se trataba de algo que se aceptaba sin pensar. Pero ahora le parecía que si realmente estaba en un hospital inglés había perdido algo que nunca podría recuperar. Por primera vez en su vida pensó que sería más agradable o más consolador estar en manos de su propia gente.

Estos ingleses eran unos tíos extraños. Eran más extranjeros que los franceses. Uno se podía entender con un francés pero con un limeño con la nariz permanentemente fruncida era imposible. Cuando te pasabas dos meses junto a ellos empezabas a entender hasta qué punto eran extranjeros. Hacían algunas cosas curiosas. Un pequeño escocés que integraba el regimiento limeño al enterarse de que los alemanes del otro lado de la Tierra de Nadie eran bávaros arrojó su fusil y abandonó la guerra. El pequeño escocés aseguró que los bávaros respondían a las órdenes del príncipe heredero Rupert y que el príncipe heredero era el último Estuardo heredero del trono de Inglaterra y el legítimo rey y que él sería un cabrón si luchaba contra su rey porque así se lo ordenaba un pretendiente al trono de Hanover.

Por una cosa así cualquier ejército te coge y te fusila. Pero los ingleses eran pintorescos. Ese canijo provocó un gran embrollo. Dos o tres oficiales discutieron con él muy amablemente en lugar de fusilarle y como no lograron convencerle con sus argumentos apelaron al coronel. Entonces apareció el coronel y mantuvo una larga conversación con el escocés y todo el mundo estaba muy intrigado y el escocés cada vez se empecinaba más y le desafiaba a fusilarlo aduciendo que el tribunal militar revelaría la verdad o sea que todo era un fraude y que el Rey Jorge tendría que renunciar y ¿qué pensaría Lloyd George al respecto? El coronel se fue y el escocés se quedó sentado en el fondo de la trinchera y en seguida llegó una orden del cuartel general que había decidido trasladarle a retaguardia por seis semanas o hasta que se fueran los bávaros para que no se viera en la obligación de disparar contra las tropas que comandaba su rey. Así de peculiares eran los ingleses y así fue como los norteamericanos y los limeños supieron que enfrentaban a los bávaros. También estaba el caso de Lázaro. Apareció una mañana gris. En ese momento no pasaba nada. De pronto en medio de la niebla surgió aquel alemán alto y corpulento que avanzaba hacia las líneas británicas. Más tarde muchos se preguntaron qué diablos hacía allí solo. Probablemente formaba parte de alguna patrulla y se había perdido o quería desertar o quizás estuviese un poco loco y andaba entre las alambradas de púas y los cráteres de los obuses nada más que por joder. Parecía vagar sin rumbo de un lado a otro y cabeceando. Cuando tropezaba con una alambrada intentaba avanzar a tientas a lo largo de la misma. Por fin se montó con torpeza como un borracho y siguió avanzando y bamboleándose en dirección a los ingleses.

Era una mañana bastante aburrida y los limeños tenían frío y se sentían incómodos y molestos por la guerra de modo que alguno de ellos le disparó un tiro. El pobre tío se quedó clavado como un poste atisbando la niebla como sorprendido de que alguien quisiera matarle. Entonces todo el regimiento inglés comenzó a tirar. Mientras su cuerpo se iba combando su rostro reflejaba una expresión entre dolorida e intrigada. Le dejaron allí con un brazo sobre la alambrada como ni fuese un centinela señalando el camino.

Pasaron varios días sin que nadie le prestase atención hasta que tanto los norteamericanos como los ingleses empezaron a advertir que cuando soplaba el viento el alemán despedía un olor bastante hediondo Pero sólo ocurría cuando el viento soplaba de ese lado así que nadie se preocupó mucho hasta que un día el coronel que había enviado al escocés a retaguardia vino para la inspección. El coronel era un tío extraordinario para las formalidades. El cabo Timlon que provenía de Manchester juraba que el coronel era capaz de fusilar a nueve hombres para preservar la moral del décimo. Como quiera que sea el coronel se desplazaba con el bigote encerado y la nariz grande y huesuda erguida en el viento cuando de pronto husmeó al alemán.

Es un olor muy fuerte le dijo al cabo Tímlon. Es un bávaro señor dijo el cabo Timlon siempre huelen mal. El coronel tosió y se sonó la nariz y aseguró muy negativo para la moral de los hombres muy negativo. Esta noche escoja un pelotón y entiérrele cabo. El cabo Timlon comenzó a explicarle que allí hasta por la noche la situación era muy insegura pero el coronel le interrumpió. No olvide cabo dijo guardando el pañuelo en el bolsillo no olvide rezar una plegaria. El cabo Timlon dijo sí señor y luego miró fijamente a sus hombres para ver quién estaba riendo y de ese modo poder elegir a los que iban a acompañarle al entierro.

Así que esa noche el cabo formó un pelotón compuesto por ocho hombres. Cavaron una fosa metieron al bávaro dentro de un empellón y el cabo pronunció una oración como le había dicho el coronel. Luego llenaron la fosa y regresaron. Al día siguiente el aire estaba bastante limpio pero al otro día los alemanes se pusieron un poco nerviosos y empezaron a tirar cañonazos alrededor del regimiento inglés. Ninguno de los limeños resultó herido pero uno de los obuses más grandes cayó sobre el bávaro. Dio un salto en el aire como en cámara lenta y aterrizó en la misma alambrada apuntando con el dedo hacia el regimiento ingles. Como un señuelo. Fue cuando el cabo Timlon empezó a llamarle Lázaro.

Las cosas estuvieron bastante agitadas ese día y toda la noche. Cada vez que los ingleses tenían media hora libre disparaban sobre Lázaro como de paso esperando derribarlo de la alambrada porque sabían que cuanto más cerca del suelo estuviese menos olería y en realidad aquel bávaro empezaba a apestar. Pero siguió colgado del alambre y a la mañana siguiente volvió el coronel. Lo primero que hizo fue husmear el aire. Sintió el penetrante aroma de Lázaro, Se volvió hacia el cabo Timlon y dijo cabo Timlon cuando yo era un subalterno una orden era una orden y no una sugerencia interesante. Sí señor dijo el cabo Timlon. Esta noche escoja un pelotón de entierro completo dijo el coronel y entierre el cadáver a seis pies de profundidad. Y para que en el futuro no tome usted las órdenes con tanta ligereza leerá todo el servicio fúnebre de la Iglesia de Inglaterra sobre el cadáver de nuestro enemigo caído. Pero señor dijo el cabo Timlon las cosas como usted puede ver han estado muy pesadas por aquí y…

Esa noche el cabo Timlon formó un pelotón de entierro completo. También llevaron una mortaja para envolver a Lázaro. No fue una tarea muy agradable porque a esa altura Lázaro drenaba pero le envolvieron en la sábana y le enterraron a seis pies de profundidad y todos permanecieron alrededor de la tumba mientras el cabo Timlon leía el servicio fúnebre quizá saltándose algunas preposiciones pero logrando transmitir la idea general de forma bastante adecuada.

En mitad del servicio desde el otro lado se levantaron un par de bengalas y en el momento en que el cabo arrojaba el tercer puñado de tierra sobre el rostro de Lázaro alguien apuntó y le metió una bala que le atravesó el culo. El cabo Timlon aulló dios se apiade de tu alma amén esos cabrones me han metido una bala en el culo eso han hecho buscad refugio soldados. Y todos se arrastraron apresuradamente en dirección a las líneas.

El cabo Timlon obtuvo ocho semanas de licencia hospitalaria lo cual fue una suerte para él ya que tres semanas más tarde casi todo el regimiento inglés fue exterminado. Dos días después de que balearan al cabo Timlon Lázaro detuvo otro obús y volvió a la alambrada con la sábana flameando al viento y partes de su cuerpo goteando sobre el terreno. Uno de los ingleses dijo que era previsible porque los bávaros nunca se conservaban muy bien después de la primera semana. El regimiento íntegro abrió fuego sobre el pobre Lázaro y logró desalojarlo de la alambrada. Todavía era posible olerlo pero ya no se le veía así que todos trataron de olvidarle. Y lo hubiesen logrado si no hubiese sido por el nuevo subalterno.

Era casi un niño de sólo dieciocho años con pelo rubio y ondulado ojos azules que parecía un bebé de seis pies ansioso de ganar la guerra por sí solo. Era primo del capitán o algo por el estilo y los oficiales le mimaban puntualmente. Llegó al frente dos días después de que bajaran a Lázaro de la alambrada. Los ingleses estaban tan encariñados con él que trataban de mantenerle a cubierto. De algún modo el muchacho sintió que no le tomaban en serio y que los soldados pensarían que era un cobarde. Rogaba constantemente que le permitieran integrar la patrulla nocturna y como no lo logró una noche se escapó por las suyas. A eso de las tres de la madrugada le echaron de menos. Cuando le encontraron amanecía. Se había extraviado más allá de las primeras líneas de alambradas. Lo encontraron tendido de bruces sobre un charco de vómito. Al tropezar con la alambrada se había caído y había metido su brazo derecho hasta el hombro en el cadáver de Lázaro.

La patrulla que le encontró le llevó al refugio de los oficiales. Balbuceaba lloraba y olía espantosamente. Esa misma noche el capitán le envió de regreso. Dijo que se trataba de un castigo por ensuciar el refugio de los oficiales; y cuando alguien le preguntaba qué había pasado con el muchacho se ponía muy serio. Entonces llegó el cabo Timlon con sus nalgas restauradas y alguien le contó la historia. El cabo preguntó pues bien ¿y cómo anda ahora? Un canijo llamado Johnson que solía informar a todo el regimiento acerca de este tipo de cuestiones dijo: demonios está loco de remate todavía no le han quitado el chaleco de fuerza. ¿Cuándo va a mejorar? preguntó el cabo Timlon. Los médicos dicen que no va a mejorar nunca dijo Johnson. Quedó muy jodido.

Pobre joven rubio inglés que tanto ansiaba ganar la guerra y que se volvió loco de remate antes de entrar en acción. Pobre pequeño limeño gritando y llorando y delirando para siempre tras los barrotes de la ventana de un hospital. Era algo curioso. El joven limeño tenía piernas y brazos y podía hablar y ver y oír. Pero no lo sabía de modo que no le proporcionaba placer alguno. Para él eso no significaba nada. Y en otro hospital inglés había un tío que no estaba loco pero que deseaba estarlo. El y el joven inglés deberían intercambiar sus mentes. Entonces ambos serían felices.

En alguna parte llorando y sollozando en la oscuridad —ahora era de noche casi la noche de año nuevo— estaba el joven inglés. Y aquí él que también lloraba y sollozaba en la oscuridad. En vísperas de año nuevo. Pobre joven inglés no llores es año nuevo piensa solamente en este año nuevo que se inaugura para los dos. Dondequiera que estés limeño —tal vez en este mismo hospital— dondequiera que estés tenemos muchas cosas en común somos hermanos joven limeño feliz Año Nuevo. Feliz feliz Año Nuevo…

13

Nada especial ocurrió durante el segundo año de su tiempo en el mundo a excepción de una noche en que una enfermera nocturna tropezó y se desplomó en el piso haciendo vibrar levemente el colchón metálico de su cama. En el curso del tercer año fue trasladado a una nueva habitación. En la nueva habitación el sol calentaba los pies de la cama y por la hora de su baño dedujo que su cabeza apuntaba hacia el este y su otro extremo hacia el oeste. Su nueva cama tenía un colchón más blando y sus resortes eran menos rígidos. Conservaban por más tiempo las vibraciones y eso le ayudó mucho. Tardó meses en localizar la puerta y la cómoda pero fueron meses llenos de cálculos y excitación culminados con éxito. Fueron los meses más breves que podía recordar en toda su vida. De allí que el tercer año se deslizara con la velocidad de un sueño.

El cuarto año comenzó muy lentamente. Empleó mucho tiempo tratando de rememorar los libros de la biblia por orden pero los únicos que pudo recordar con seguridad fueron Mateo Marcos Lucas Juan y Samuel Primero y Segundo y Reyes Primero y Segundo. Intentó poner en palabras la historia de David y Goliat y Nabucodonosor y Sadrack Meshack y Abednego. Recordaba que alrededor de las diez de la noche su padre solía bostezar ruidosamente extendiendo los brazos y poniéndose de pie diciendo Shadrack Meshack a la cama nos vamos. Pero no podía recordar con precisión la historia de los personajes así que no le servían demasiado para llenar el tiempo. Y eso era un inconveniente porque cuando no podía llenar el tiempo se entregaba a la preocupación. Comenzaba a preguntarse ¿no habré cometido un error al calcular los días las semanas los meses? A continuación pensaba que al menor descuido podría saltarse un año íntegro. Entonces se ponía frenético. Retrocedía cada vez más en el tiempo para comprobar que no se había equivocado. Retrocedía tanto que terminaba más confundido que antes. Antes de dormirse intentaba fijar sólidamente en su memoria el día el mes y el año para no olvidarlos mientras soñaba y cada vez que se despertaba su primera sensación era de terror ante la posibilidad de no poder recordar con exactitud los números que tenía en la cabeza cuando se quedó dormido.

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