Read La décima revelación Online

Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

La décima revelación (8 page)

Entonces, por el rabillo del ojo, vi que algo pequeño y blanco se movía frente a mi cara. En el mismo instante vino a mí el conocimiento excepcional de que esas enormes rocas de alguna manera iban a eludirme. Las oí estrellarse a ambos lados. Con lentitud abrí los ojos y espié entre el polvo en tanto me quitaba la suciedad y los pedazos de roca de la cara. Las rocas yacían a mi lado. ¿Cómo había pasado semejante cosa? ¿Qué era esa forma blanca?

Por un momento miré el paisaje circundante y entonces, detrás de una de las rocas, vi un leve movimiento.

Muy despacio, un cachorro de gato montés se acercó y me miró fijo. Sabía que era lo bastante grande como para tener que escapar, pero se demoraba y no dejaba de mirarme.

El ruido cada vez más fuerte de un vehículo que se acercaba hizo que al final el gato montés saliera corriendo y se internara en el monte. Me incorporé y corrí varios pasos más hasta que tropecé torpemente con otra roca. Una onda de dolor punzante atravesó toda mi pierna cuando mi pie izquierdo cedió. Caí al suelo y me arrastré los últimos dos metros hasta los árboles. Rodé hasta ubicarme detrás de un roble inmenso cuando el vehículo se acercó al río, bajó la velocidad unos minutos y luego volvió a acelerar hacia el sudeste.

Mientras el corazón me latía a toda máquina, me senté y me quité la bota para inspeccionar mi tobillo. Ya empezaba a hincharse. ¿Por qué esto? Al recostarme para estirar la pierna, vi que a unos nueve metros había una mujer que me miraba. Cuando empezó a acercarse, me quedé paralizado.

—¿Se encuentra bien? —preguntó, con voz preocupada pero cautelosa. Era una mujer alta y negra, de unos cuarenta años quizá, vestida con ropa de algodón suelta y zapatillas de tenis. Sobre las sienes le caían hebras de pelo oscuro desprendidas de su cola de caballo que se agitaban con el viento. En la mano tenía una pequeña mochila verde.

—Estaba sentada ahí y lo vi caer —dijo—. Es su día de suerte; soy médica. ¿Quiere que lo examine un poco?

—Se lo agradecería —dije, un poco mareado, sin llegar a creer en la coincidencia.

Se arrodilló a mi lado y me movió el pie con suavidad, vigilando al mismo tiempo la zona que rodeaba la ensenada.

—¿Está solo por aquí?

Le mencioné brevemente que estaba buscando a Charlene, pero no dije nada más. Me dijo que no había visto a nadie que respondiera a esa descripción. Se presentó como Maya Ponder y cuanto más me hablaba más me convencía de que era absolutamente digna de confianza. Le dije mi nombre y dónde vivía. Cuando terminé, me dijo:

—Yo soy de Asheville, aunque tengo un centro de salud, con un socio, a unos kilómetros al sur de aquí. Es nuevo. También somos dueños de veinte hectáreas del valle que lindan justo aquí con el Bosque Nacional—. Señaló la zona donde nos hallábamos sentados. —Y otras veinte hectáreas subiendo por el cerro hacia el sur.

Abrí el cierre del bolsillo de mi mochila y extraje mi cantimplora.

—¿Quiere un poco de agua? —pregunté.

—No, gracias, tengo. —Revisó su propia mochila, sacó una cantimplora y la abrió. Pero en lugar de beber empapó una toallita y envolvió mi pie, cosa que me hizo retorcer de dolor.

Se volvió, me miró a los ojos y dijo:

—Obviamente, se torció el tobillo.

—¿Cuán grave es? —pregunté. Vaciló.

—¿Usted qué cree?

—No lo sé. Déjeme probar si puedo caminar. Traté de ponerme de pie, pero ella me detuvo.

—Espere un momento —dijo—. Antes de tratar de caminar, analice su actitud. ¿Qué grado de gravedad considera que tiene su herida?

—¿A qué se refiere?

—Me refiero a que, muchas veces, su tiempo de recuperación va a depender de lo que usted piense, no de lo que piense yo.

Me miré el tobillo.

—Creo que podría estar muy mal. Si es así, tengo que volver al pueblo de alguna forma.

—¿Y entonces?

—No sé. Si no puedo caminar, voy a tratar de encontrar a alguien que busque a Charlene.

—¿Se le ocurre por qué este accidente se produjo ahora?

—En realidad, no. ¿Por qué es importante?

—Porque, nuevamente, muchas veces su actitud respecto de por qué se produjo un accidente o una enfermedad afecta su recuperación.

La miré con atención, con absoluta conciencia de mi resistencia. Una parte de mí sentía que no tenía tiempo para discutir eso en aquel momento. Parecía algo muy comprometido para la situación. Si bien el sonido inarticulado había cesado, debía suponer que el experimento continuaba. Todo parecía muy peligroso y era casi de noche… y Charlene podía hallarse en serios apuros a pesar de todo.

Asimismo, tenía conciencia de un profundo sentimiento de culpa hacia Maya. ¿Por qué habría de sentirme culpable? Traté de librarme de esa emoción.

—¿Qué clase de médica es usted? —pregunté, y bebí un poco de agua.

Me sonrió y por primera vez vi aumentar su energía. Ella también había decidido confiar en mí.

—Le hablaré de la medicina que practico —dijo—. La medicina está cambiando, y rápido. Ya no creemos que el cuerpo es una máquina con piezas que a la larga se gastan y deben repararse o reemplazarse. Empezamos a comprender que la salud del cuerpo es determinada en gran medida por nuestros procesos mentales: lo que pensamos de la vida y en especial de nosotros mismos, tanto en el nivel consciente como en el inconsciente.

»Esto representa un vuelco fundamental. Con el viejo método, el médico era el experto y el sanador, y el paciente, el receptor pasivo que esperaba que el médico tuviera todas las respuestas. Pero ahora sabemos que la actitud interior del paciente es crucial. Un factor clave es el miedo y el estrés y la forma en que los manejamos. A veces el miedo es consciente, pero en muchos casos lo reprimimos totalmente.

»Es la actitud fanfarrona y machista: negar el problema, ahuyentarlo, conjurar actitudes heroicas. Adoptar una perspectiva positiva es muy importante para mantenerse sano, pero para que esta actitud resulte efectiva, debemos comprometemos con ella de manera plenamente consciente, utilizando el amor, no el machismo. Yo creo que nuestros miedos no expresados crean bloqueos u obstáculos en el flujo de energía del cuerpo, y son estos bloqueos los que a la larga derivan en problemas. Los miedos se manifiestan en grados cada vez más altos hasta que los abordamos. Los problemas físicos constituyen el último paso. En principio, estos bloqueos deberían tratarse con prontitud, de una manera preventiva, antes de que se desarrolle la enfermedad.

—¿Entonces usted considera que la enfermedad, en definitiva, puede prevenirse o curarse?

—Sí, estoy segura de que nos toca una mayor o menor duración de la vida; tal vez eso dependa del Creador, pero no tenemos por qué estar enfermos, y no tenemos por qué ser víctimas de tantos accidentes.

—¿De modo que para usted esto se aplica tanto a un accidente, como mi torcedura, como a las enfermedades? Sonrió.

—Sí, en muchos casos.

Me sentía confundido.

—Mire, en este momento realmente no tengo tiempo. Estoy muy preocupado por mi amiga. ¡Debo hacer algo!

—Lo sé, pero tengo el pálpito de que esta conversación no va a llevar mucho tiempo. Si usted sale corriendo y no tiene en cuenta lo que le diga, es posible que se le pierda el significado de algo que es obviamente una coincidencia. —Me miró para ver si había captado su referencia al Manuscrito.

—¿Usted sabe lo de las Revelaciones? —pregunté. Asintió con la cabeza.

—¿Qué me sugiere que haga, exactamente?

—Bueno, la técnica con la cual tuve mucho éxito es la siguiente: primero, tratamos de recordar la naturaleza de sus pensamientos exactamente antes del problema de salud, en su caso, el esguince. ¿En qué estaba pensando? ¿Qué miedo le revela este problema?

Medité un momento y dije:

—Tenía miedo, me sentía ambivalente. La situación en este valle parecía mucho más siniestra de lo que pensaba. No me sentía capaz de manejarla. Por otro lado, sabía que Charlene podía necesitar ayuda. Estaba confundido y dividido en cuanto a lo que debía hacer.

—¿Entonces se torció el tobillo? Me incliné hacia ella.

—¿Está diciéndome que me saboteé a mí mismo para no tener que actuar? ¿No es demasiado simple?

—Es algo que le toca decidir a usted, no a mí. Pero a menudo es simple. Además, lo más importante es no perder tiempo defendiendo o probando. Simplemente juegue con eso. Trate de recordar todo respecto del origen del problema de salud. Explore por sí mismo.

—¿Cómo?

—Debe serenar su mente y recibir la información.

—¿En forma intuitiva?

—En forma intuitiva, rezando o de la manera en que usted conciba ese proceso.

Volví a resistirme, por no estar seguro de poder relajarme y despejar mi mente. Al final cerré los ojos y por un instante mis pensamientos cesaron, pero luego se presentó una sucesión de recuerdos de Will y de los hechos del día. Los dejé pasar y volví a despejar mi mente. Enseguida vi una escena en la que yo tenía diez años y salía renqueando de una cancha de fútbol americano, consciente de que estaba fingiendo la lesión. «¡Eso es!», pensé. Yo solía fingir torceduras para evitar actuar bajo presión. ¡Era algo que tenía totalmente olvidado! Me di cuenta de que más tarde empecé a lastimarme de verdad el tobillo con mucha frecuencia en todo tipo de situaciones. Al recorrer mi memoria, me vino otro recuerdo a la mente, una escena turbia en la que me hallaba en otro tiempo, presumido, confiado, impulsivo, y posteriormente, mientras trabajaba en una habitación oscura con luz de vela, la puerta se desmoronaba y me arrastraban hacia afuera presa del terror.

Abrí los ojos y miré a Maya.

—Es posible que tenga algo.

Le relaté el contenido de mi recuerdo de la infancia, pero la otra visión me resultaba demasiado vaga para describirla, de modo que no se la mencioné.

Luego Maya me preguntó:

—¿Qué piensa?

—No sé; la torcedura me pareció fruto del azar. Me cuesta imaginar que el accidente derivó de esta necesidad de evitar la situación. Además, he estado en situaciones peores que ésta muchas veces y no me torcí el tobillo. ¿Por qué pasó ahora?

Permaneció pensativa.

—¿Quién sabe? Tal vez ahora sea el momento de comprender el hábito. Los accidentes, las enfermedades, la sanación, son todas cosas mucho más misteriosas de lo que imaginábamos. Creo que tenemos una capacidad no descubierta de influir sobre lo que nos ocurra en el futuro, incluso el hecho de estar sanos… aunque, nuevamente, el poder debe quedar en manos del paciente individual.

»Hubo un motivo por el cual no le di una opinión en cuanto a la gravedad de su lesión. En la profesión hemos aprendido que las opiniones médicas deben emitirse con mucho cuidado. A lo largo de los años la gente desarrolló una especie de adoración por los médicos, y cuando un médico dice algo, los pacientes tienden a tomarse muy a pecho esas opiniones. Los médicos de campo de hace cien años lo sabían y utilizaban este capital para pintar un cuadro excesivamente optimista de cualquier situación relacionada con la salud. Si el médico decía que el paciente iba a mejorar, con frecuencia el paciente interiorizaba la idea en su mente y desafiaba todas las adversidades para recuperarse. Sin embargo, en años posteriores las consideraciones éticas impidieron estas distorsiones y la profesión médica considera que el paciente tiene derecho a una evaluación científica fría de su situación.

»Por desgracia, al darla, en muchos casos el paciente moría ahí mismo frente a los ojos del médico, simplemente porque se le decía que su estado era terminal. Ahora sabemos que debemos ser muy cuidadosos con estas evaluaciones, debido al poder de nuestras mentes. Queremos orientar ese poder con una dirección positiva. El cuerpo es capaz de una regeneración milagrosa. Las partes del cuerpo que en el pasado se consideraban formas sólidas son en realidad sistemas de energía que pueden transformarse de la noche a la mañana. ¿Ha leído las últimas investigaciones sobre la oración? El simple hecho de que esté probándose en forma científica que esta clase de visualización espiritual funciona destruye nuestro viejo modelo físico de sanación. Tenemos que elaborar un modelo nuevo.

Hizo una pausa, para volcar más agua en la toalla que envolvía mi tobillo, y continuó:

—Creo que la primera etapa del proceso consiste en identificar el miedo con el cual parece conectarse el problema médico; esto abre el bloqueo de la energía del cuerpo a la sanación consciente. El siguiente paso consiste en absorber toda la energía posible y enfocarla en la localización exacta del bloqueo.

Estaba a punto de preguntarle cómo se hacía, pero ella me detuvo.

—Vamos, aumente su nivel de energía todo lo que pueda.

Acepté que me guiara y empecé a observar la belleza que me rodeaba y a concentrarme en una conexión espiritual interior que iba evocando una sensación de amor cada vez más grande. Poco a poco los colores se volvieron más vívidos y en mi conciencia todo adquirió mayor presencia. Me daba cuenta de que ella elevaba su energía al mismo tiempo.

Cuando sentí que mi vibración había aumentado todo lo posible, la miré.

Me devolvió la sonrisa.

—Muy bien, ahora puede concentrarse en la energía del bloqueo.

—¿Cómo hago? —pregunté.

—Use el dolor. Por eso está ahí, para ayudarlo a concentrarse.

—¿Cómo? ¿La idea no es librarme del dolor?

—Por desgracia, eso es lo que siempre pensamos, pero el dolor en realidad no es más que una baliza.

—¿Una baliza?

—Sí —aseguró y presionó varios lugares de mi pie—. ¿Cuánto le duele ahora?

—Es un dolor palpitante, pero no demasiado fuerte. Desenvolvió la toalla.

—Concentre su atención en el dolor y trate de sentirlo al máximo. Determine su ubicación exacta.

—Sé dónde es. En el tobillo.

—Sí, pero el tobillo es una zona amplia. ¿Dónde exactamente?

Estudié la palpitación. Tenía razón. Había generalizado el dolor en todo el tobillo. Pero con la pierna estirada y los dedos del pie apuntando hacia arriba, el dolor se centraba en la porción izquierda superior de la articulación.

—Muy bien —dije—. Ya está.

—Ahora centre toda su atención en esa zona específica. Ubíquese allí con todo su ser.

—Durante unos minutos, no dije nada. Con una concentración total, sentí a fondo ese lugar de mi tobillo.

Noté que todas las demás percepciones de mi cuerpo —la respiración, la localización de mis manos y brazos, el sudor pegajoso detrás del cuello— se desvanecían en un segundo plano.

Other books

About Last Night by Ruthie Knox
The Wolfen by Strieber, Whitley
Scene of the Climb by Kate Dyer-Seeley
A Mother's Trial by Wright, Nancy
FATHER IN TRAINING by Susan Mallery
Dance of Time by Viola Grace
The Patchwork House by Richard Salter
Inseparable by Scully, Chris
Summoning Sebastian by Katriena Knights