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Authors: James Redfield

Tags: #Autoayuda, Aventuras, Filosofía

La décima revelación (5 page)

—Entonces, ¿«queremos» que ocurra?

—No. Recuerda mi experiencia en la Otra Vida. Allí puedes hacer que pase cualquier cosa sólo deseándola, pero esa creación no es plenificadora. Lo mismo pasa con esta dimensión, aunque todo se mueve a un ritmo más lento. Podemos querer y crear casi todo lo que deseamos, pero la verdadera plenitud aparece sólo cuando nos armonizamos por primera vez con nuestra dirección interior y nuestra guía divina y vemos la intuición. Recién entonces usamos nuestra voluntad para avanzar hacia los logros que recibimos. En este sentido, nos convertimos en cocreadores con el principio divino. Ya ves de qué manera este conocimiento inicia la Décima Revelación. Estamos aprendiendo a usar nuestra visualización de la misma forma en que se usa en la Otra Vida, y al hacerlo nos alineamos con la otra dimensión, y eso contribuye a acortar la distancia entre el Cielo y la Tierra.

Asentí, comprendiendo totalmente. Después de respirar hondo varias veces, Wil ejerció una mayor presión sobre mi espalda y me instó a recrear los detalles de la cara de Charlene. Durante un momento no pasó nada, y de pronto sentí una ráfaga de energía que me sacudía hacia adelante e imprimía en mí una aceleración desenfrenada.

Avanzaba a velocidades fantásticas por una especie de túnel multicolor. Por entero consciente, me preguntaba por qué no tenía miedo, pues lo que en realidad experimentaba era una sensación de reconocimiento, dicha y paz, como si hubiera estado allí antes. Cuando el movimiento paró, me vi envuelto en una luz cálida y blanca. Busqué a Wil y me di cuenta de que se hallaba de pie a mi izquierda, algo más atrás.

—Ya está —dijo, sonriente. Sus labios no se habían movido pero podía oír su voz con toda claridad. Vi entonces la apariencia de su cuerpo. Parecía exactamente el mismo, sólo que una luz lo iluminaba por completo desde adentro.

Estiré el brazo para tocar su mano y noté que mi cuerpo lucía igual. Cuando lo toqué, lo que sentí fue un campo, alejado varios centímetros del brazo que veía. Empujé pero me di cuenta de que no podía penetrar en esa energía; lo único que lograba era alejar su cuerpo de mí.

Wil estaba cerca, lleno de regocijo. De hecho, su expresión era tan divertida que yo también me reí.

—¿Sorprendente, no? —preguntó.

—Esta vibración es más elevada que la de las Ruinas Celestinas —respondí—. ¿Sabes dónde estamos?

Wil guardó silencio y miró en derredor. Daba la impresión de que nos encontrábamos en un medio espacial y teníamos algún sentido de arriba y abajo, pero estábamos suspendidos inmóviles en el aire y no había horizontes. La luz blanca era una pista constante en todas las direcciones.

Por fin, Wil dijo:

—Éste es un punto de observación; estuve aquí brevemente. Cuando imaginé tu cara, había otras almas.

—¿Qué hacían?

—Observaban a las personas que habían venido después de la muerte.

—¿Cómo? ¿Quieres decir que aquí vienen las personas justo después de morir?

—Sí.

—¿Por qué estamos acá? ¿Le pasó algo a Charlene? Se volvió directamente hacia mí.

—No, no creo. Recuerda qué me pasó cuando empecé a proyectar tu imagen. Pasé por muchos lugares antes de que al final nos encontráramos en las cascadas. Es probable que debamos ver algo antes de poder encontrar a Charlene. Esperemos y veamos qué ocurre con estas almas. —Hizo un gesto en dirección a nuestra izquierda, donde varias entidades de tipo humano se materializaban directamente frente a nosotros, a una distancia de unos nueve metros.

Mi primera reacción fue desconfiar.

—Wil, ¿cómo sabemos que sus intenciones son amistosas? ¿Y si quieren poseemos o algo por el estilo? Me miró con expresión seria.

—¿Cómo sabes si en la Tierra alguien trata de controlarte?

—Lo captaría. Podría decir que la persona se muestra manipuladora.

—¿Qué más?

—Supongo que me quitarían energía. Sentiría una disminución de mi sentido de la sabiduría, de mi orientación.

—Exacto. No seguirían las Revelaciones. Todos estos principios funcionan de la misma forma en ambas dimensiones.

Hasta tanto las entidades no se formaron del todo, yo seguí desconfiando. Pero por fin, sentí que de sus cuerpos emanaba una energía afectiva y solidaria que parecía contenida en una luz blancuzca y ámbar que danzaba y se agitaba enfocándose y desenfocándose. Las caras tenían características humanas pero no podían mirarse en forma directa. Yo ni siquiera podía saber cuántas almas había. En un momento me pareció que había tres o cuatro delante de nosotros; luego parpadeé y había seis, después tres otra vez, todas apareciendo y desapareciendo. En general tenían el aspecto de una nube ámbar vacilante y animada sobre el fondo blanco.

Después de varios minutos, una nueva forma empezó a materializarse junto a las otras, sólo que esta figura estaba más nítidamente en foco y aparecía en un cuerpo luminoso semejante a Wil y a mí. Vimos que era un hombre de mediana edad; miraba desesperado alrededor, luego vio el grupo de almas y empezó a relajarse.

Para mi gran sorpresa, cuando lo enfoqué de cerca capté lo que sentía y pensaba. Miré a Wil, que me confirmó con un movimiento de cabeza que él también sentía la reacción de esa persona.

Volví a enfocarla y observé que, pese a cierto desapego y cierto sentido de amor y solidaridad, se hallaba en estado de shock por haber descubierto que había muerto. Apenas unos minutos antes, había estado corriendo como lo hacía de costumbre, y mientras trataba de subir una larga pendiente sufrió un infarto masivo. El dolor duró apenas unos segundos y de pronto se deslizó fuera de su cuerpo, mientras observaba cómo un montón de transeúntes corrían a ayudarlo. Muy pronto llegó un equipo de paramédicos que trabajó febrilmente para reanimarlo.

Por último, mientras iba sentado junto a su cuerpo en la ambulancia, oyó horrorizado que el jefe del equipo lo declaraba muerto. Frenético, trató de comunicarse, pero nadie lo oía. En el hospital, un médico confirmó al resto del equipo que su corazón había literalmente explotado, que nadie habría podido hacer nada por salvarle la vida.

Una parte de él trataba de aceptar el hecho; la otra se resistía. ¿Cómo podía estar muerto? Por último llamó pidiendo ayuda, y al instante se vio en un túnel de colores que lo había traído adónde se encontraba ahora. En ese instante parecía tomar una mayor conciencia de las almas y se acercaba a ellas, saliéndose cada vez más de nuestro foco para parecerse más a ellas.

Entonces, bruscamente, se precipitó hacia nosotros y en seguida quedó dentro de una especie de oficina, llena de computadoras, diagramas en las paredes y gente que trabajaba. Todo parecía de lo más real, sólo que las paredes eran semitransparentes, de modo que podíamos ver qué ocurría adentro; sobre la oficina el cielo no era azul sino de un extraño color verdoso.

—Está autoengañándose —explicó Wil—. Recrea la oficina donde trabajaba en la Tierra, tratando de convencerse de que no murió.

Las entidades se acercaron y aparecieron otras hasta que hubo docenas de ellas, todas entrando en foco y saliendo bajo la luz ámbar. Parecían enviarle al hombre amor y algún tipo de información que yo no entendía. Poco a poco, la oficina construida empezó a desvanecerse y al final desapareció por completo.

El hombre tenía ahora una expresión de resignación y volvió a ponerse en foco con las entidades.

—Vamos con ellas —oí que decía Wil. En ese preciso instante sentí su brazo, o más bien la energía de su brazo, presionando mi espalda.

En cuanto accedí internamente, se produjo una ligera sensación de movimiento y las entidades y el hombre empezaron a definirse mejor. Las entidades tenían ahora caras resplandecientes, en gran medida como Wil y yo, pero sus manos y pies, en vez de estar claramente formados, eran meras radiaciones de luz. Ahora podía enfocar las entidades hasta cuatro o cinco segundos antes de perderlas y tener que parpadear para encontrarlas otra vez.

Me di cuenta de que el grupo de almas, al igual que el individuo muerto, observaban un punto intenso de luz brillante que avanzaba hacia nosotros. Se expandió hasta convertirse en un haz masivo que cubrió todo. Incapaz de mirar la luz directamente, me volví, de modo que sólo podía ver la silueta del hombre, que observaba el haz sin dificultad aparente.

De nuevo pude captar sus pensamientos y emociones. La luz lo llenaba con un sentido de amor y una perspectiva de serenidad inimaginables. Al tiempo que esta sensación lo invadía, su punto de vista y su perspectiva se expandieron hasta que logró ver con claridad la vida que acababa de vivir desde un ángulo vasto y sorprendentemente detallado.

Vio de inmediato las circunstancias de su nacimiento y su vida familiar temprana. Nació como John Donald Williams, hijo de un padre que era intelectualmente lento y una madre muy desapegada y ausente debido a su participación en distintas actividades sociales. Como consecuencia de ello, había crecido iracundo y desafiante, con un perfil de interrogador ansioso por probar al mundo que era un hombre de éxito y brillante que podía dominar la ciencia y la matemática. Obtuvo un doctorado en física en el Instituto Tecnológico de Massachusetts a los veintitrés años y enseñó en cuatro universidades prestigiosas antes de ingresar en el Ministerio de Defensa y luego en una empresa de energía privada.

Obviamente, había asumido este último cargo con un abandono total y sin tener en cuenta para nada su salud. Después de años de mala alimentación y una falta total de gimnasia, le diagnosticaron una afección cardíaca crónica. Inició una rutina de ejercicios demasiado agresiva, que le resultó fatal. Había muerto en toda la fuerza de la edad, a los 58 años.

En ese momento, la conciencia de Williams se desvió y empezó a sentir un hondo arrepentimiento y un dolor emocional fuerte en cuanto a la forma en que había llevado adelante su vida. Se dio cuenta de que su infancia y su familia inmediata habían servido de marco perfecto para exponer lo que ya era la tendencia de su alma a utilizar el desafío y el elitismo para sentirse más importante. Su principal herramienta había sido ridiculizar y minimizar a los demás criticando sus capacidades, su ética de trabajo y su personalidad. No obstante, ahora podía ver que había tenido todos los profesores adecuados para ayudarlo a superar esta inseguridad. Todos habían llegado en el momento indicado para mostrarle otro camino, pero él los había ignorado.

Había continuado en cambio con su visión hasta el final. Había tenido ante sus ojos todos los signos necesarios para elegir su trabajo con más cuidado, para disminuir su aceleración. Montones de implicaciones y peligros inherentes a su investigación se le habían pasado por alto. Había permitido que sus empleados lo alimentaran con nuevas teorías y hasta principios físicos desconocidos, sin cuestionar siquiera su origen. Estos procedimientos daban resultado y eso era todo lo que le había preocupado, porque llevaban al éxito, la gratitud, el reconocimiento. Había sucumbido a su necesidad de
reconocimiento
… una vez más. «Dios mío —pensó— fallé igual que antes.»

Su mente se trasladó con brusquedad a otra escena, una existencia anterior. Estaba en los Apalaches del sur, durante el siglo XIX, en un puesto militar. En una gran carpa varios hombres estudiaban un mapa. Unas antorchas vacilantes iluminaban desde las paredes. Se había llegado a un acuerdo entre los oficiales de campo presentes; ya no había ninguna esperanza de paz. La guerra era inevitable y principios militares categóricos dictaban un rápido ataque.

Como uno de los dos ayudantes superiores del general, Williams se había visto obligado a coincidir con los otros. No existía otra alternativa; el desacuerdo habría traído aparejado el fin de su carrera. Además, no habría podido disuadir a los demás aunque lo hubiera deseado. La ofensiva se habría llevado a cabo, tal vez la última batalla importante en la guerra del este contra los nativos.

Un centinela los interrumpió con una comunicación para el general. Una espía quería ver de inmediato al comandante. Mirando a través de la cortina de la carpa, Williams había visto la desesperación en los ojos de la frágil mujer blanca, de unos treinta años. Más tarde descubriría que era la hija de un misionero que traía el mensaje de una nueva posible iniciativa de paz de los nativos de esa tierra, un llamado que ella misma había negociado corriendo un gran riesgo.

Mas el general se negó a verla y permaneció en la carpa mientras ella le gritaba, hasta que al fin ordenó que la sacaran del campamento, apuntándola, sin conocer el contenido de su mensaje, sin querer conocerlo. Nuevamente Williams guardó silencio. Sabía que su comandante estaba muy presionado pues ya había prometido que la región se abriría a la expansión económica. La guerra era necesaria si se quería concretar la visión de los agentes del poder y sus aliados políticos. No bastaba con dejar que los colonizadores y los indios crearan su propia cultura fronteriza. No; en su opinión, el futuro debía moldearse, manipularse y controlarse para favorecer los intereses de los que hacían el mundo seguro y abundante. Era demasiado aterrador y a la vez irresponsable dejar que decidieran los humildes.

Williams sabía que la guerra complacería a los magnates del ferrocarril y el carbón, así como los intereses recién surgidos del petróleo; naturalmente, aseguraría también su futuro personal. Lo único que debía hacer era mantener la boca cerrada y seguir el juego. Y lo haría, bajo una protesta silenciosa… a diferencia del otro ayudante del general. Recordó haber mirado a su colega, un hombre pequeño que renqueaba un poco. Nadie sabía por qué renqueaba; no tenía nada en la pierna. Era incondicional a ultranza. Sabía qué planeaban los carteles secretos y le encantaban, los admiraba, quería ser parte de ellos. Y había algo más.

Este hombre, al igual que el general y los demás controladores, tenían miedo a los americanos nativos y querían sacarlos de en medio, no sólo debido a su ferocidad en la guerra o la fuerza de su número, ni siquiera debido a su desconocimiento de la economía industrial en expansión que estaba destinada a invadir sus tierras. Temían a los nativos debido a algo más profundo, una idea aterradora y transformadora conocida en su totalidad sólo por algunos ancianos, pero que envolvía toda su cultura y exigía que los controladores cambiaran, que recordaran otra visión.

Williams había descubierto que la misionera había convencido a los grandes jefes hechiceros de que se reunieran en un último intento por coincidir en este conocimiento y hallar las palabras para compartirlo: una última posibilidad de explicarse para establecer su valor frente a un mundo que se volvía con rapidez contra ellos. Williams sabía, en lo profundo de sí mismo, que tendrían que haber escuchado a la mujer, pero en definitiva permaneció callado, y con un gesto rápido el general descartó la posibilidad de reconciliación y ordenó que comenzara la batalla.

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