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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La venganza de la valquiria (41 page)

—¿Conoce a Peter Claasens, el agente de exportación?

—Claro que lo conozco… lo conocía. Me enteré de su suicidio. Claasens Exporting trabajaba para nosotros. Pero solo ocasionalmente.

—¿Lo vio alguna vez en persona?

—Quizás una vez. O dos. En actos oficiales, convenciones, ferias, ese tipo de cosas. —Brønsted sonrió educadamente y clavó en Fabel aquellos ojos azules daneses. Él vio en ellos impaciencia, irritación. Solo un atisbo, pero lo suficiente para advertirlo.

—¿Y conoció a Jake Westland la noche de su muerte?

—Antes de que se produjera su muerte, sí. Antes de su actuación. Se suponía que iba a asistir una fiesta después del concierto, pero no se presentó.

—¿De qué hablaron? —le preguntó Vestergaard. Una vez más, Fabel comprobó lo bueno que era su alemán, aquel alemán hasta ahora inédito.

—Del concierto, de la organización Sabinas sin Fronteras en cuyo beneficio se había montado. No lo recuerdo bien, en realidad. La típica charla intrascendente.

—¿Dijo o hizo algo fuera de lo normal? —preguntó Fabel—. ¿Parecía preocupado o distraído?

—No. —Brønsted frunció el ceño exageradamente, como si estuviera haciendo un esfuerzo para recordar—. No, creo que no.

—De acuerdo —dijo Fabel, como si estuviera tachando mentalmente uno a uno los nombres de una lista—. Otro empleado suyo, otra muerte…

—¿Ralf Sparwald? —intervino Langstrup, que había seguido las últimas preguntas atentamente, con sus ojillos fijos en él.

—Ralf Sparwald —repitió Fabel, sin dejar de mirar a Brønsted.

—Me temo que tampoco lo conocía. Me enteré de su asesinato. ¿Está relacionado con el de Armin Lensch?

—Así pues, para resumir… —dijo Fabel, haciendo oídos sordos a su pregunta—. Usted no conocía realmente a Jake Westland, que murió pocas horas después de hablar con usted; ni conocía realmente a Armin Lensch, que fue la siguiente víctima en Sankt Pauli y casualmente trabajaba para usted; ni conocía realmente, aunque lo había visto un par de veces, a Peter Claasens, que hacía trabajos para su empresa como agente de exportación y se quitó la vida arrojándose al vacío; y tampoco conocía realmente a Ralf Sparwald, otro de sus empleados, que fue ejecutado por un profesional en su propia casa.

Langstrup se inclinó hacia delante en el sofá. Ahora sus ojillos parecían aún más pequeños y más duros.

—Si tiene alguna acusación concreta contra Frau Brønsted, le sugiero que la haga. Pero si continúa con estas insinuaciones, la entrevista ha concluido. Y creo que no debería olvidar que Frau Brønsted se presenta a la alcaldía…

Fabel no respondió de inmediato; observó a Gina Brønsted, que permanecía impasible y silenciosa.

—Vamos a dejar las cosas claras —le explicó a Langstrup—. Estoy investigando una serie de asesinatos y esta entrevista concluirá solamente cuando yo lo diga. No tengo inconveniente en darle más formalidad y celebrarla en la Mordkommission. En segundo lugar, se supone que usted se encarga de la seguridad de NeuHansa. ¿No se le ha ocurrido pensar que es extraño que tantas personas que trabajan para la compañía o tienen relación ella hayan sufrido una muerte prematura? Deben de estar ahorrando una fortuna en su fondo de pensiones.

—Sí se me ha ocurrido, de hecho —replicó Langstrup—. Hemos estado investigando. Mi gente no ha encontrado conexión alguna entre esas muertes y la compañía. Ha sido una coincidencia. Teniendo en cuenta que el grupo NeuHansa tiene miles de empleados, y cientos de contratistas y subcontratistas, realmente tampoco es tan descabellado.

Fabel se echó a reír con incredulidad.

—Hace unos años perseguí a un asesino en serie obsesionado con los cuentos de hadas. Se lo aseguro, Herr Langstrup: él estaba más anclado en la realidad que usted si de verdad cree que la vinculación de NeuHansa con cada uno de los asesinatos que estamos investigando es una coincidencia.

—Bueno, no todos tienen una conexión con NeuHansa…

—¿Qué quiere decir? —preguntó Fabel.

Por un momento Langstrup dio la impresión de haber sido pillado a contrapié.

—Bueno… no, tiene razón. Pensaba que la muerte de Claasens no estaba relacionada, pero claro que lo está… Se me olvidaba que trabajaba como agente de exportación nuestro.

—Ya veo —dijo Fabel, intercambiando con Vestergaard una mirada significativa.

—El comisario tiene razón —le dijo Brønsted a Langstrup—. Hemos de hacer todo lo que podamos para cooperar.

—Desde luego. —Langstrup sonrió secamente.

Dedicaron el resto de la reunión a concretar los detalles para que Hans Gessler pudiese acceder a los archivos de la empresa. Previsiblemente, Brønsted terminó reiterando que NeuHansa haría todo lo posible para colaborar en la investigación.

—Una cosa más, Frau Brønsted —dijo Fabel cuando ya se levantaban todos—. ¿El nombre Valquiria le dice algo?

Examinó su rostro buscando alguna reacción o un signo de reconocimiento. Ella se limitó a fruncir el ceño.

—No entiendo la… O sea, claro que sí: la mitología germánica, Wagner, ese tipo de cosas… Y desde luego, el complot para matar a Hitler…

—No. Me refería al mundo de los negocios. ¿Tiene NeuHansa algo que ver con algo o alguien que utilice ese nombre?

Brønsted frunció los labios y meneó la cabeza.

—La verdad es que no. Lo comprobaré si quiere.

—¿Ha oído hablar de alguna de estas mujeres: Margarethe Paulus, Liane Kayser o Anke Wollner?

—No, ninguno de esos nombres me suena.

Fabel no logró discernir nada en su expresión. Barajó la idea de lanzarle el nombre de Georg Drescher para ver cómo reaccionaba, pero decidió no hacerlo. Esa parte prefería mantenerla en secreto por ahora.

El resto de la entrevista lo empleó en plantearle preguntas sobre detalles colaterales. En qué estaba trabajando Ralf Sparwald; quién más había hablado con Westland en la recepción celebrada antes del concierto; en qué medida se solapaban las funciones de Norivon Tecnologías Medioambientales y las de SkK Biotech. En fin, todo lo que se le ocurrió a Fabel para obtener algún tipo de reacción. Transcurrida una hora, le dio las gracias a Brønsted por su tiempo.

Cuando salieron los tres a la calle, Fabel inspiró hondo.

—Hans —le anunció a Gessler sin quitar la vista del yate—. Todos los archivos de NeuHansa, todos los datos bancarios, todas y cada una de las transacciones… quiero que lo revises absolutamente todo. Hablaré con los de arriba y te conseguiré el tiempo y el personal que haga falta.

—Suponía que ibas a decírmelo —dijo Gessler—. Si hay algo, lo encontraremos. Entiendo que ahora ya sabes quién contrató a la Valquiria, ¿no? O quien la contrató a través de Drescher.

—Langstrup ha cometido un desliz —dijo Fabel—. Naturalmente que hay un asesinato no relacionado con el grupo NeuHansa.

—El de Drescher —dijo Vestergaard.

—Exacto. Y nosotros lo hemos mantenido hasta ahora en secreto. Nadie lo sabe. Lo cual significa que Langstrup, aunque haya tratado de disimularlo, estaba hablando de un asesinato que, para él y para cualquier otra persona que no pertenezca a la brigada, aún no ha ocurrido.

—Queda todavía por saber —dijo Vestergaard— si Langstrup dirige su propio imperio personal o si es Gina Brønsted la que está detrás de estos asesinatos.

—No sé —dijo Gessler—. Langstrup parece capaz de manejarse por sí solo. Y da toda la impresión de haber tenido más de un encontronazo con otras personas capaces de lo mismo. Pero aun así no me parece que pueda ser el cerebro de la organización.

—A mí tampoco —dijo Fabel.

Habían llegado casi al final de la jornada. Fabel llevó a Gessler al Präsidium para que recogiera su coche, aprovechó para llamar a la oficina de Gennady Frolov y fijó una cita para dos días más tarde. Después de comprobar en la brigada que no se habían producido novedades durante su ausencia, acompañó a Karin Vestergaard al hotel.

—Ya sabe lo que voy a preguntarle, ¿no? —le dijo, hablando de nuevo en inglés, mientras circulaban por el centro de la ciudad.

—Me hago una idea.

—Tiene usted la cara muy dura, ¿lo sabía? La he tratado con toda la cortesía profesional. Maldita sea, con cortesía y hospitalidad incluso personal. Le presenté a Susanne y usted se pasó toda la comida dejándonos creer que teníamos que hablar en inglés. Debo reconocer que aprende a una velocidad endiablada. Ha pasado en cuestión de dos semanas de no entender una palabra a hablar con toda fluidez.


Übung macht den Meister
, ¿no es eso lo que dicen en alemán? ¿La práctica lleva a la perfección?

Vestergaard sonreía con picardía, lo que dejó a Fabel totalmente desconcertado. Salvo algún instante fugaz durante la cena con Susanne, aquella era la primera vez que veía en su rostro algo así como una expresión espontánea.

—Lo siento, Jan —prosiguió—. Tiene razón, no fue honesto de mi parte. Pero para mí es mucho mejor hablar en inglés.

—No me ha parecido que tuviera que hacer muchos esfuerzos antes. ¿Dónde demonios aprendió a hablar así el alemán?

—Me crié en el sur de Jutlandia, al lado de la frontera alemana. Mi padre era lo contrario de Gina Brønsted: si ella es germano-danesa, él era danés-alemán. En casa hablaba en dialecto
sonderjysk
y en alemán. Después del inglés, esta fue mi tercera lengua en el colegio.

—Bueno, ya veo que lo ha conservado en gran parte.

—Tengo que contarle otra cosa… —dijo tímidamente.

—Muy bien. Adelante.

—Le dije que nunca había estado en Hamburgo y… no era estrictamente la verdad. Trabajé aquí durante los períodos de vacaciones de la universidad.

—Déjeme adivinarlo… ¿para mejorar su alemán?

—Lo siento.

—No es que tenga tanta importancia en sí, Karin, pero habíamos hecho un trato. ¿Cómo demonios voy a saber ahora si se ha guardado algo más?

—He sido totalmente sincera con usted, Jan. Pero no estaba segura de que usted fuese a serlo conmigo. Supongo que pensé que si usted creía que yo no entendía el alemán…

—¿Debo deducir entonces que ya se ha calmado su inquietud? —Fabel se detuvo en el semicírculo adoquinado frente al hotel.

—Sí, así es. Estamos del mismo lado, Jan. Se lo prometo.

CAPÍTULO SEIS
1

N
o había ningún motivo sólido para ir hasta la otra punta de la ciudad a tomarse una copa, pero Fabel sintió necesidad de pasar por el bar que había sido su local habitual durante todo el tiempo que había vivido en Pöseldorf. No sabía bien por qué lo echaba tanto de menos. Tampoco es que entonces se pasara allí las horas, pero era un sitio donde lo conocían, donde los camareros y parroquianos lo saludaban con la cabeza o con un gesto. Había sido como un ancla: un punto de referencia que contribuía recordarle quién era Jan Fabel.

Sentado en la esquina de la barra, bebió a sorbos su cerveza Jever mientras pensaba en las mujeres. Tanto si le gustaba reconocerlo como si no, habían sido ellas las que habían determinado el rumbo de su vida. Incluso en sus menores detalles.

Había sido una mujer la que lo había impulsado a iniciar su carrera como policía.

Antes de ponerse a estudiar historia europea en la Universidad de Hamburgo, Fabel pasó por la Universidad Carl von Ossietzky de Oldemburgo. Mientras estuvo allí no se entregó nunca del todo a las previsibles tonterías de la vida estudiantil, pero era un chico atractivo y tuvo a todas las chicas que quiso. Una de ellas fue Hanna Dorn, compañera de clase e hija de uno de sus profesores. Hanna era una chica guapa y alegre, y los dos fueron conscientes, suponía Fabel, de que lo suyo no iba a durar para siempre. Se divirtieron, simplemente, con la arrogante despreocupación de la juventud. Ahora, cada vez que recordaba la cara de Hanna, se concentraba para evocar cada detalle. Era una cara que, de no haber ocurrido lo que ocurrió, se habría desvanecido, igual que su nombre, en los polvorientos desvanes de la memoria.

Una noche, cuando llevaban juntos unas dos semanas, Hanna se marchó sola después de salir con él. Fabel debía quedarse a terminar un trabajo. Ella nunca llegó a casa.

Lutger Voss tenía treinta años y era un simple celador del hospital St George. No había en él nada excepcional, salvo su psicosis. Voss sorprendió a Hanna de camino a casa y la raptó.

La autopsia y las pruebas forenses mostraron después que Voss torturó y violó repetidamente a Hanna. Cuando hallaron su cuerpo, Fabel fue interrogado durante horas por la Polizei de Hamburgo; era su novio y la última persona que la había visto viva. Finalmente se convencieron de su inocencia. Pero él no se quedó tan convencido de estar libre de culpa. El hecho de tener un trabajo que entregar ya no le parecía una razón suficiente para no haberla acompañado. Incluso ahora, después de veinte años, se despertaba con frecuencia en mitad de la noche, atormentado por los remordimientos, por no haber estado allí para salvarla.

Lugter Voss fue encerrado en un sanatorio estatal tres días antes de que Fabel se licenciara. Él presentó al día siguiente la solicitud para entrar en la Polizei de Hamburgo.

El joven barman le puso otra Jever delante sin que la hubiera pedido. Cuando Fabel alzó las cejas inquisitivamente, hizo un gesto con la cabeza hacia un hombre alto, desgarbado y medio calvo que se aproximaba a su rincón de la barra.

—Eres un tardón —dijo Fabel.

—Y tú un obsesivo. —Otto Jensen sonrió con el mismo aire bobalicón que Fabel recordaba de su época de estudiantes—. O tal vez solo un depresivo. Te he visto nada más entrar. Te preguntaría en qué estás pensando, pero no sé si vale la pena.

—Estaba pensando en las mujeres —dijo Fabel.

—No te preocupes. —Otto seguía sonriendo—. Es la edad. Y no es tan malo tampoco. La crisis de los cuarenta es como la pubertad pero sin el acné.

—Pensaba en Hanna Dorn.

La sonrisa se desvaneció del rostro de Otto.

—¿En Hanna? ¿Cómo es que piensas en ella después de tantos años?

—Otto, amigo mío, raramente pasa una semana sin que piense en ella. O al menos en lo que le pasó.

Los interrumpió el barman, que traía una cerveza de trigo para Otto.

—Cada vez que interrogo a un asesino sexual me acuerdo de Voss —continuó Fabel cuando se alejó el camarero y la música y las voces los envolvían de nuevo—. Cada vez que leo el informe forense de una víctima de violación y asesinato, pienso en Hanna. De no haber sido por lo que le pasó a ella, no me habría convertido en policía. No habría decidido trabajar en la brigada de homicidios.

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