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Authors: Craig Russell

Tags: #Intriga, #Policíaco

La venganza de la valquiria (43 page)

Un cincuentón con perilla y el pelo rubio encanecido se hallaba sentado a una de las mesas del fondo, rodeado de varios hombres. Dos permanecían de pie, observando a Fabel. Por su aspecto, ya se veía que no debían de ser los cerebros del grupo.

—¿Herr Frolov? —dijo Fabel, acercándose.

Uno de los guardaespaldas le puso la mano en el hombro. Fabel levantó la vista y sonrió.

—Como tu mano siga ahí cuando termine la frase, haré que te detengan. ¿Entendido?

El hombre de la perilla le dijo algo en ruso al matón, que levantó la mano en el acto.

—Sí, yo soy Herr Frolov. —Se puso de pie—. ¿Y usted es?

Fabel le mostró su identificación.

—Kriminalhauptkommissar Fabel de la brigada de homicidios de la Polizei de Hamburgo.

—¿Homicidios? Pero si nadie ha sido… —Frolov abarcó con un gesto el desbarajuste del restaurante vacío.

—Lo sé. Por suerte; no por otra cosa, debo decir. Pero mi principal interés en este incidente es que podría estar relacionado con una serie de asesinatos. Y usted era el objetivo.

—Sin duda. —Frolov hablaba el alemán con un leve acento y con la gramática casi perfecta de quien ha estudiado el idioma en serio—. El artefacto estaba en mi coche. Por cierto, debe disculpar el exceso de celo de Ivan y mis demás «protectores». Como se imaginará, están muy trastornados con lo ocurrido.

—¿Quién la ha puesto? —le dijo Fabel.

—¿La bomba?

—Usted debe de tener alguna idea.

—Porque tengo muchos enemigos, quiere decir. —Frolov sonrió con amargura—. Lo cual se explicaría porque soy un oligarca ruso, ¿no es así? Y eso significa, claro, que no puedo ser del todo honrado. Si rascas un poco, cualquier hombre de negocios ruso es un mafioso. ¿Me equivoco?

—Herr Frolov, es usted quien se lo dice todo. Yo no pretendía insinuar nada con mi pregunta. Y sé que no es un criminal. Ya lo he comprobado.

Frolow se echó a reír.

—¿La división de delitos corporativos?

—Y la del crimen organizado. Ambas dicen que está limpio.

—Ah, ¿y usted les cree, Herr Fabel? Una persona con mi riqueza y mi influencia podría enterrar muy bien todas las pruebas embarazosas bajo una montaña de dinero.

—Ellos no tienen pruebas contra usted, lo cual no significa que no esté implicado en ninguna actividad criminal. Pero, en fin, por si sirve de algo, yo llevo años tratando con criminales y soy capaz de olerlos a la legua.

—¿Y yo huelo, Herr Fabel? —Frolow lo miraba fijamente, tratando de descifrar su expresión.

—No, usted no.

—No ejerzo ninguna actividad ilegal, tiene mi palabra. Infringí las leyes de la antigua Unión Soviética, eso sí; trabajaba en el mercado negro vendiendo vodka destilado y traficando con objetos de lujo prohibidos. Pero esa era la única manera de hacer negocios entonces. Mi delito fue ser un hombre de negocios en una sociedad que criminalizaba el espíritu empresarial. Pero esto no es la Unión Soviética: Hamburgo se basa totalmente en el espíritu empresarial. No necesito infringir la ley para ser lo que soy. De hecho, aquí soy un gran defensor de las leyes.

—Ya se lo he dicho —dijo Fabel—, le creo.

—Pero no comprende lo que estoy diciendo. Estoy explicándole por qué me han tomado como objetivo.

—¿Porque no infringe la ley?

—Porque investigo escrupulosamente todos los negocios antes de implicarme. Cualquier socio potencial mío es examinado hasta el más ínfimo detalle. Y si encuentro alguna irregularidad, informo a las autoridades.

—¿Iba a informar de algo en estos días? —preguntó Fabel.

—No creo que quien haya puesto la bomba pudiera saber qué cosas iba a hablar con OLAF la próxima semana.

—¿Olaf, ha dicho? —Fabel sintió un escalofrío en la nuca. El nombre que figuraba en el bloc de Jespersen—. ¿Quién es Olaf exactamente?

—No quién, sino qué. OLAF es la Oficina Europea Antifraude. Las siglas corresponden a su nombre en francés:
Office Européen de Lutte Anti-Fraude
.

—¡Claro! —Fabel meneó la cabeza—. No se me había ocurrido.

Frolov se lo quedó mirando.

—Deduzco que esta información es importante para usted.

—No le quepa la menor duda —dijo Fabel.

—En todo caso —continuó Frolov—, yo informo de cualquier cosa sospechosa a la OLAF, el Europol, el Eurojust o la Interpol. Tengo contactos en cada una estas organizaciones. Aunque cada vez se me presentan menos oportunidades de hacerlo. Ha corrido la voz sobre mi modo de proceder y ya solo se me acercan generalmente quienes no tienen nada que ocultar.

—Pero sí hay algo de lo que quiere hablar con OLAF, ¿no?

—Quedé en mandarles cierta información y en hablar con ellos la semana que viene. Deduzco que pretendían disuadirme con este pequeño festival de fuegos artificiales.

—Entonces, ¿usted cree que esto ha sido más bien una advertencia, y no un atentado contra su vida? —preguntó Fabel.

—Créame, no pretendían matarme. Mi muerte no habría cambiado nada, ¿entiende? Los documentos acabarían en manos de OLAF aunque yo no estuviera. La bomba pretendía asustarme para que no enviase la información y me abstuviera de seguir hablando con ellos.

—Entonces, ¿usted sabe quién está detrás?

—Dígame, Herr Fabel, ¿tiene alguna sugerencia por su parte? Algo me dice que quizá sí la tiene.

Frolov sonrió. Una sonrisa encantadora que debía de formar parte, supuso Fabel, de las armas que utilizaba el oligarca en los negocios.

—Preferiría que saliera de usted, Herr Frolov.

—Yo tengo intereses en todos los rincones de Europa y estaba trabajando con una empresa radicada en los Balcanes. Mis investigadores detectaron una conexión con el contrabando de tabaco en la Unión Europea. Lo cual nos llevó, a su vez, a una organización no gubernamental que se estaba beneficiando de modo fraudulento de los fondos europeos mientras se dedicaba a financiar el almacenamiento y distribución de cigarrillos de contrabando. Un asunto de poca monta.

—¿Pero lo bastante importante para tomarse estas molestias? —dijo Fabel, señalando el restaurante destrozado.

—En sí mismo, no. —La sonrisa había desaparecido del rostro de Frolov—. Verá. Entre mi personal hay lo que podríamos llamar contables forenses y, bueno, también algunos investigadores privados. Uno de ellos murió hace poco en un accidente de coche. Iba borracho y a toda velocidad, eso dijeron. Pero yo lo conocía personalmente: era un ruso de Karelia, llamado Kontinen. Su padre había muerto de alcoholismo y él era abstemio declarado. Un hombre muy meticuloso, un conductor prudente. Así que profundizamos un poco más. Kontinen había estado investigando a nuestro socio de los Balcanes, pero se había tropezado con algo muchísimo más importante.

—¿Qué?

—Había descubierto que la empresa balcánica había utilizado como subcontratista a un señor de la guerra y gánster serbio.

—¿Goran Vujačić?

Frolov se quedó mirando a Fabel un momento.

—¿Por qué me da la sensación de que nuestros caminos acaban de cruzarse?

—Cuénteme más de la operación Vujačić —dijo Fabel.

—Antes que nada, ha de saber que Kontinen había descubierto la implicación de Vujačić en varios negocios sucios que no tenían ninguna relación con la empresa a la que habíamos investigado. Vujačić era corrupto como el que más: un traficante de drogas y de personas que vendía mujeres para trabajar en régimen de esclavitud o ejercer la prostitución. Él se había ocupado de distribuir y almacenar el tabaco de contrabando para la empresa balcánica, pero también había estado trabajado subcontratado para alguien de aquí, del Oeste.

—¿Qué tipo de trabajo?

—Vujačić controlaba tres almacenes y utilizaba mujeres como trabajadoras esclavas. En cuanto avisamos a las autoridades serbias, desapareció. También las mujeres, por desgracia. No sabemos qué les ocurrió. Vujačić se pasó al tráfico de drogas a gran escala y acabó muerto. Pero creemos que antes encontró una nueva localización para su empresa de lavado verde.

—¿China? —preguntó Fabel.

—Nuestros caminos vuelven a cruzarse. Sí, China occidental.

—¿Qué quiere decir exactamente con «lavado verde»?

—Una de las cosas que he aprendido como hombre de negocios es que el medio ambiente domina la agenda política hoy en día. Hay mil y un organismos legislativos y reguladores dispuestos a cerrarte la empresa si infringes las normas de protección medioambiental. El «lavado verde» se produce cuando tomas medidas baratas superficiales para que parezca que estás cumpliendo la normativa. Verde más lavado, igual a lavado verde, ¿entiende? También lo han llamado «blanqueo ecológico». En todo caso, una de las cosas que se hacen es falsificar el manifiesto de carga de los residuos peligrosos y enviarlos a algún sitio fuera de la zona regulada; por ejemplo una antigua república soviética empobrecida…

—O China, o los Balcanes.

—Exactamente —dijo Frolov—. Aunque ahora menos a los Balcanes; la democratización y la regeneración son enemigas de este tipo de empresas. Bueno, el caso es que envías el material fuera de la zona regulada, en este caso la Unión Europea, y después vuelve procesado. O simplemente desaparece. La cuestión es que como se hace fuera de la zona sometida a regulación, no hay ningún control sobre la salud y seguridad de los trabajadores, ni sobre sus condiciones salariales.

—¿Y qué material era sometido a «lavado verde»?

—Aparatos electrónicos, teléfonos móviles, ese tipo de cosas. Antes de morir, nuestro investigador contactó con un periodista noruego que había reunido algunas pruebas; es más, incluso había conseguido muestras de los almacenes y obtenido resultados concluyentes. No sé en qué consistían. Mi gente aún está tratando de localizar a ese periodista.

—No se moleste —dijo Fabel—. El periodista y el analista que le envió las muestras están muertos. Poco debía faltarles para demostrar algo porque el asesino ni siquiera intentó simular un accidente. A los dos les dispararon en la cabeza. Ejecuciones totalmente profesionales.

—Ya veo… —Frolov suspiró.

—Pero sí sé lo que buscaban en sus análisis —prosiguió Fabel—. Polibromodifenil éteres. Y sé a dónde trasladaron su empresa de lavado verde: a la provincia de Hunan, en China, y a Bitola, en Macedonia. Aunque me imagino que Vujačić tuvo que dejar Macedonia también.

Se acercó uno de los agentes del MEK.

—Ya podemos sacar de aquí a Herr Frolov, Hauptkommissar.

—Un segundo —pidió Fabel. Y luego dijo dirigiéndose al ruso—: Usted es ahora el objetivo número uno de esa gente, ¿se da cuenta, no? Cuando Vujačić fue apresado, tenía suficiente información para hacer quizás un trato con la policía danesa. Así que lo mataron en Copenhague. Asesinaron a su investigador y después a Halvorsen, el periodista noruego, y a Sparwald, el analista bioquímico. A cada uno por poseer solo una parte de las pruebas. Y resulta que usted lo tiene todo.

—Supongo que me convendría pasar un poco más desapercibido… —Frolov se encogió de hombros—. Bueno, Herr Fabel, ¿va a decirme quién está detrás de todo esto? ¿O se lo digo yo?

—Estoy investigando el asesinato de tres personas —dijo Fabel—. Armin Lensch, que trabajaba para Norivon, una empresa medioambiental de gestión de residuos que forma parte del grupo NeuHansa. Peter Claasens, un agente de transporte que se ocupaba de los cargamentos de Norivon… Me imagino que uno o ambos encontraron alguna irregularidad y fueron liquidados antes de que pudiesen contarlo o averiguar siquiera la verdadera dimensión de lo que habían descubierto. Y finalmente el asesinato de Jake Westland, la estrella de rock británica.

—¿Él también estaba metido? Creía que eso había sido obra de un asesino en serie perturbado.

—Eso es lo que querían hacernos creer. Lo cierto es que Westland era tan concienzudo en sus inversiones como usted. Y obviamente olió a gato encerrado. A causa de su… bueno, de su ascendencia, era especialmente sensible a todo lo relacionado con el maltrato y los abusos a las mujeres. El pobre idiota seguramente acudió engañado al lugar de su muerte, creyendo que iba a encontrarse con alguien que poseía información.

—¿Así que usted ya sospechaba de Gina Brønsted? —dijo Frolov.

—Sí. O al menos de alguna persona del grupo NeuHansa.

—Fíese de mí, Herr Fabel: estando ella de por medio, no hace falta que busque más. Me ha dicho antes que a lo largo de su carrera como policía ha desarrollado un olfato especial para los criminales. Bueno, créame si le digo que en el mundo de los negocios desarrollas un instinto idéntico. Estoy seguro de que en su trabajo trata usted con muchos sociópatas. Yo también. Cierto espíritu implacable, la falta de empatía e incluso la falta de conciencia son características abiertamente fomentadas entre los más ambiciosos en el mundo de los negocios. La próxima vez que hable con Gina Brønsted, mírela fijamente a los ojos. Le aseguro que no encontrará nada ahí.

Fabel se dio cuenta de que Frolov era del todo sincero. Tanto si Brønsted se hallaba detrás del atentado como si no, estaba claro que él se había equivocado: aquella bomba era obra de la Valquiria. Si había fallado había sido deliberadamente y con la misma precisión con la que solía acertar a su objetivo. Una advertencia perfectamente calculada.

—¿Dónde estaba cuando ha explotado la bomba? —le preguntó al ruso.

—Aquí. Esta era nuestra mesa. Tal como están las cosas, nos ha parecido una buena idea sentarnos lejos del ventanal.

—¿Nos? ¿A quién se refiere?

—A Frau Schilmann. Antigua colega suya. Ella se ocupa de mi seguridad aquí. Para gran enojo de Ivan.

—Bueno —dijo Fabel—, si no le importa, ahora nos encargaremos nosotros. Considérese bajo la protección de la Polizei de Hamburgo hasta su partida. —Hizo una pausa y frunció el ceño—. ¿Frau Schilmann le ha propuesto que se sentara aquí?

—Sí.

—Pero ella ha salido afuera, ¿no?

—Sí. Ha elegido un mal momento para fumarse un cigarrillo.

—Bueno —dijo Fabel con una sonrisa—. Vamos a llevarlo a un sitio seguro.

3

E
stamos en una carrera contra el reloj. —Fabel se hallaba de pie en la parte delantera, con la pantalla extendida a su espalda. Los cuarenta o cincuenta agentes congregados en el centro de coordinación habían quedado reducidos a meras siluetas que se recortaban a la luz del proyector—. Hemos mantenido un asesinato en secreto todo el tiempo posible. Drescher, o Gerdes, tal como se le conocía, llevaba una vida muy solitaria, pero tenía vecinos, conocía mujeres, se relacionaba con gente que aún no hemos rastreado. Alguien le debe de haber echado de menos a estas alturas, y ya solo es una cuestión de tiempo que su muerte se haga pública.

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