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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (29 page)

Los criados trajeron el desayuno y Ce'Nedra preparó un plato para el cachorro, sin duda recordando la promesa de la noche anterior. El plato contenía huevos, salchichas y una generosa ración de mermelada. La loba se estremeció y desvió la vista.

Todos evitaron mencionar el tema del encuentro del día siguiente. Puesto que el enfrentamiento ya era inevitable, no tenía sentido hablar de él.

Belgarath apartó su plato con expresión satisfecha.

—No olvides agradecer al rey su hospitalidad —le dijo a Garion.

La loba se aproximó y apoyó la cabeza en el regazo del anciano. Belgarath estaba atónito, pues hasta entonces siempre lo había rehuido.

—¿Qué ocurre, pequeña hermana? —le preguntó en el lenguaje de los lobos.

Entonces, ante el asombro de todo el mundo, la loba rió y habló claramente en la lengua de los humanos.

—Parece que se te han ablandado los sesos, Viejo Lobo —le dijo a Belgarath— Debiste haberme reconocido mucho antes. ¿Te ayuda esto? —Una súbita aureola azulada rodeó el cuerpo de la loba—. ¿O tal vez esto?

La loba desapareció con un resplandor y en su sitio apareció una mujer de cabello leonado y ojos dorados con un vestido marrón.

—¡Madre! —exclamó Polgara.

—No eres más observadora que tu padre, Polgara —dijo Poledra con tono de reprobación—. Garion lo sabe desde hace bastante tiempo. —Belgarath, sin embargo, miraba horrorizado al cachorro—. ¡Oh, no seas tonto! Sabes bien que nuestra unión es eterna. El cachorrillo estaba tan débil y enfermo, que la jauría tuvo que dejarlo atrás. Yo me ocupé de él, eso es todo.

Una dulce sonrisa se dibujó en los labios de la vidente.

—Ésta es la Mujer que Observa, venerable Belgarath —dijo—. Ahora, vuestro grupo está completo. Debéis saber, sin embargo, que ella siempre ha estado con vos y siempre lo estará.

Capítulo 18

Garion había visto a su abuela —o su imagen— en varias ocasiones, pero la similitud de sus rasgos con los de tía Pol seguía sorprendiéndolo. Había diferencias, por supuesto. El cabello de su tía, a excepción del mechón blanco que caía sobre su frente, era oscuro, casi negro, y sus ojos de un intenso color azul. Poledra, por su parte, tenía el pelo leonado, casi tan rubio como el de Velvet, y sus ojos eran dorados como los de la loba. Sin embargo, los rasgos de las dos mujeres eran casi idénticos, al igual que los de Beldaran, la hermana de Pol. Belgarath, su esposa y su hija se habían retirado a un rincón de la habitación, y Beldin, con lágrimas en su rostro ceñudo, se había colocado entre ellos y los demás para garantizar la intimidad de la reunión.

—¿Quién es? —preguntó Zakath, perplejo.

—Es mi abuela —respondió Garion con sencillez—. La esposa de Belgarath.

—No sabía que estuviera casado.

—¿De dónde pensabas que había salido tía Pol?

—Supongo que no me había puesto a pensar en eso.

Zakath miró alrededor y notó que tanto Ce'Nedra como Velvet se secaban las lágrimas con pequeños y finos pañuelos.

—¿Por qué razón se ha emocionado todo el mundo? —preguntó.

—Porque pensábamos que había muerto al dar a luz a tía Pol y a su hermana Beldaran.

—¿Y cuánto hace de eso?

—Tía Pol tiene más de tres mil años —dijo Garion encogiéndose de hombros.

—¿Y Belgarath ha sufrido durante todo ese tiempo? —preguntó, estremeciéndose.

—Sí.

En realidad, Garion no quería hablar del tema. Lo único que deseaba era contemplar la dicha de su familia. Aquella palabra vino a su mente de forma espontánea, pero de repente recordó el triste momento en que había descubierto que tía Pol no era su verdadera tía. Entonces se había sentido terriblemente solo, un huérfano en todo el sentido de la palabra. La tristeza había durado años, pero ahora se sentía bien; su familia estaba casi completa. Belgarath, Poledra y tía Pol no se hablaban, pues era evidente que entre ellos sobraban las palabras. Sentados en sillas muy próximas y con las manos cogidas, se miraban con atención unos a otros. Garion apenas alcanzaba a intuir la intensidad de sus sentimientos, pero lejos de sentirse marginado, compartía la felicidad de sus familiares.

Durnik cruzó la habitación y se acercó a los demás. También los ojos del práctico y fuerte herrero brillaban con lágrimas que no se atrevía a derramar.

—¿Por qué no los dejamos solos? —sugirió—. De todos modos es un buen momento para comenzar a preparar el equipaje. ¿Recordáis que tenemos que coger un barco?

—Ella dijo que tú lo sabías —le dijo Ce'Nedra a Garion con tono acusatorio al regresar a la habitación.

—Sí —admitió él.

—¿Y por qué no me lo dijiste?

—Porque me pidió que guardara el secreto.

—Eso no incluye a tu propia esposa, Garion.

—¿No? —preguntó él con fingido asombro—. ¿Quién ha inventado esa regla?

—Yo —admitió ella—. ¡Oh, Garion! —exclamó de repente arrojándose a sus brazos y besándolo—. ¡Te quiero!

—Eso espero. ¿Preparamos el equipaje?

Garion y Ce'Nedra regresaron a la sala central por los fríos pasillos del palacio real de Perivor. La luz dorada de la mañana se filtraba a través de las ventanas arqueadas, como si los propios elementos hubieran decidido convertir aquella jornada en un día especial, incluso sagrado.

Cuando todos volvieron a reunirse, Belgarath, su hija y su esposa habían recuperado la compostura y agradecieron la compañía.

—¿Te gustaría que te los presentara, madre? —preguntó tía Pol.

—Ya los conozco a todos, Polgara —respondió Poledra—. No olvides que he pasado bastante tiempo con vosotros.

—¿Por qué no me lo dijiste?

—Quería averiguar si serías capaz de descubrirlo sola. Me has decepcionado un poco, Polgara.

—Madre —dijo Polgara—, no digas eso delante de los niños. —Ambas estallaron en una risa igualmente cálida y armoniosa—. Señoras y caballeros —dijo entonces Polgara—, ésta es mi madre, Poledra.

Todos se agruparon alrededor de aquella leyenda viva de cabello leonado y Seda le besó la mano con extravagancia.

—Supongo, lady Poledra —dijo con picardía—, que deberíamos felicitar a Belgarath. Sin duda, él se ha llevado la mejor parte del trato. Vuestra hija ha estado intentando reformarlo desde hace tres mil años sin demasiado éxito.

—Tal vez yo tenga mayores recursos que mi hija, príncipe Kheldar— respondió Poledra con una sonrisa.

—De acuerdo, Poledra —gruñó Beldin, dando un paso al frente—, ahora dinos qué ocurrió realmente. Después del nacimiento de las niñas, nuestro maestro vino a decirnos que ya no estabas con nosotros. Las gemelas lloraron dos meses enteros y yo tuve que ocuparme de ellas. ¿Qué sucedió?

—Aldur no te mintió, Beldin —respondió ella con serenidad—. En cierto sentido, yo ya no estaba con vosotros. Veréis, poco después del nacimiento de las niñas, Aldur y UL aparecieron ante mí. Dijeron que iban a asignarme una gran misión, pero que ésta me exigiría hacer un sacrificio igual de grande. Tendría que dejaros a vosotros y prepararme para mi misión. Al principio me negué, pero cuando me explicaron la importancia de mi tarea no tuve más remedio que aceptar.

Abandoné el valle y me marché a Prolgu con UL a recibir mi entrenamiento. De vez en cuando, él me permitía venir al mundo sin que nadie me viera para averiguar cómo le iba a mi familia. —Miró a Belgarath con severidad—. Tú y yo tenemos mucho de que hablar, Viejo Lobo —le dijo ella.

Belgarath se sobresaltó.

—Supongo que no podrás darnos alguna pista sobre esa importante misión que debías cumplir —sugirió Sadi con delicadeza.

—Lo cierto es que no.

—Me lo temía —murmuró el eunuco.

—Eriond —dijo entonces Poledra, saludando al joven rubio.

—Poledra —respondió él, que, como de costumbre, aceptaba con absoluta naturalidad el curso de los acontecimientos.

Garion había notado que el joven nunca parecía sorprenderse por nada.

—Has crecido mucho desde la última vez que te vi —señaló ella.

—Supongo que sí —asintió él.

—¿Estás preparado?

Aquella pregunta hizo estremecer a Garion, que de repente recordó el extraño sueño que había tenido la noche anterior a la revelación de su verdadera identidad.

En ese momento, alguien llamó respetuosamente a la puerta. Durnik la abrió y encontró a un caballero vestido con armadura.

—Su Majestad me ha enviado a avisaros que vuestro barco os espera en el puerto, mi señor —dijo el caballero.

—Yo no soy... —comenzó Durnik.

—Déjalo —interrumpió Seda—. Caballero —le dijo al hombre de la puerta—, ¿dónde podemos encontrar a su Majestad? Nos gustaría despedirnos de él y agradecerle sus atenciones.

—Su Majestad os espera en el puerto, mi señor. Allí se despedirá de vosotros y os deseará suerte en la gran aventura que os tiene reservada el destino.

—Entonces nos daremos prisa, caballero —prometió el hombrecillo—. Sería en extremo descortés de nuestra parte hacer aguardar demasiado a uno de los más ilustres monarcas de este mundo. La eficiencia con que habéis cumplido vuestra tarea os honra, señor caballero, y todos nos sentimos en deuda con vos.

El caballero, radiante de alegría, hizo una reverencia y se alejó por el pasillo.

—¿Dónde has aprendido a hablar así? —preguntó Velvet, sorprendida.

—Ah, mi estimada dama —respondió Seda con ridícula afectación—, ¿acaso no sabéis que detrás de la más vulgar apariencia puede ocultarse un poeta? Y si así os place, puedo dedicar gloriosas alabanzas a todos y cada uno de vuestros incomparables atributos —añadió mirándola de arriba abajo con expresión sugerente.

—¡Kheldar! —exclamó ella, roja de vergüenza.

—Es divertido, ¿sabes? —dijo Seda, y Garion quiso creer que se refería a la forma de hablar arcaica—. Si uno consigue no atragantarse con los «vos», puede disfrutar de la musicalidad y encanto del lenguaje, ¿no os parece?

—Estamos rodeados de charlatanes, madre —suspiró Polgara.

—Belgarath —dijo Durnik con seriedad—, no tiene sentido llevar los caballos, ¿verdad? Si cuando lleguemos al arrecife, tenemos que escalar rocas y vadear entre el oleaje ¿no crees que nos molestarían?

—Tal vez tengas razón, Durnik —asintió el anciano.

—Iré a los establos a hablar con los mozos —dijo el herrero—. Los demás id delante, ya os alcanzaré.

Durnik se giró y abandonó la habitación.

—Es un hombre eminentemente práctico —observó Poledra.

—Sin embargo, bajo la apariencia del más práctico de los hombres puede ocultarse un poeta, madre —sonrió Polgara—, y no podéis imaginaros el placer que me brinda esa faceta suya.

—Creo que es hora de que nos marchemos de esta isla, Viejo Lobo —dijo Poledra con sarcasmo—. Dentro de dos días, todos podréis sentaros a escribir poesía mediocre.

Los criados acudieron a ayudarlos a llevar los paquetes al puerto. Garion y sus amigos marcharon en tropel por los pasillos del palacio y luego por las calles de Dal Perivor. Aunque el día había amanecido radiante y soleado, un banco de densas nubes púrpuras comenzaba a avistarse en el oeste, reflejando con elocuencia la posibilidad de mal tiempo en Korim.

—Deberíamos haberlo imaginado —suspiró Seda—. Me gustaría que aunque sólo fuera por una vez, uno de estos magníficos acontecimientos sucediera con buen tiempo.

Garion comprendía bien el temor que subyacía debajo de aquella charla intrascendente. Todos aguardaban el día siguiente con cierta aprensión. Las palabras que Cyradis había pronunciado en Rheon, presagiando la muerte de uno de ellos, estaban presentes en la mente de todos y, siguiendo una costumbre tan antigua como el hombre, cada miembro del grupo intentaba reírse de sus miedos. Eso le recordó algo y volvió atrás para hablar con la vidente de Kell.

—Cyradis —le dijo a la joven de los ojos vendados—, ¿crees que Zakath y yo debemos usar la armadura para ir al arrecife? —Aquella mañana se había abotonado la casaca con la secreta esperanza de no tener que volver a enfundarse en un traje de metal—. Me refiero a que, si este encuentro va a ser puramente espiritual, no hay necesidad de llevarla, ¿verdad? Sin embargo, si hubiera alguna posibilidad de lucha, quizá deberíamos estar preparados, ¿no crees?

—Sois tan trasparente como el cristal, Belgarion de Riva —dijo ella regañándolo con dulzura—. Intentáis sacarme con engaños respuestas que me está prohibido revelaros. Podéis hacer lo que os plazca, rey de Riva. Sin embargo, la prudencia siempre sugiere que un poco de acero en vuestro atuendo es apropiado al aproximarse a una situación donde pueden esperaros sorpresas.

—Me dejaré guiar por vos —dijo Garion—. Vuestros prudentes consejos me conducirán por la senda de la sabiduría.

—¿Acaso intentáis burlaros de mí, Belgarion? •

—¿Me creéis capaz de hacer algo así, sagrada vidente? —repuso Garion con una sonrisa.

Luego volvió con Belgarath y Poledra, que caminaban cogidos de la mano detrás de Zakath y Sadi.

—Creo que he conseguido sacarle una respuesta a Cyradis, abuelo —dijo.

—Sería toda una novedad —respondió el anciano.

—Parece que habrá una pelea al llegar al arrecife. Le pregunté si Zakath y yo debíamos usar la armadura, y aunque no me contestó directamente, dijo que no sería mala idea... por si acaso.

—Informa a los demás. Será mejor que no los pille desprevenidos.

—Lo haré.

El rey, rodeado por la mayor parte de su engalanada corte, los esperaba en el muelle que se extendía sobre las tumultuosas aguas del puerto. A pesar de la benignidad del clima, el rey llevaba un traje de armiño y una pesada corona de oro.

—Me complace saludaros a vos y a vuestros nobles compañeros, Belgarion de Riva —declaró—, y aguardo con suma tristeza vuestra partida. Muchos de los presentes me han rogado que les permita pronunciar un discurso apropiado a la ocasión, pero consciente de la urgencia de vuestra misión, me he negado rotundamente a concederles mi permiso.

—Sois un verdadero y leal amigo, Majestad —dijo Garion con auténtica gratitud al descubrir que se ahorraría una mañana entera de pomposos discursos. Luego estrechó la mano del rey—. Sabed que si mañana los dioses nos conceden la victoria, regresaremos de inmediato a esta bella isla a ofreceros nuestra gratitud a vos y a los miembros de vuestra corte, por habernos tratado con tan magnánima cortesía. —De todos modos tendrían que volver a buscar los caballos—. Y ahora, Majestad, nuestro destino nos aguarda. Tras tan breve y humilde despedida, debemos embarcar e ir al encuentro de ese destino con los corazones llenos de resolución. Adiós, amigo.

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