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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (31 page)

—¿Aprecio?

—De acuerdo —dijo con brusquedad—. Estoy enamorado de ella. ¿Te sientes mejor ahora que me has obligado a confesarlo?

—Sólo quería que quedara claro. Es la primera vez que lo admites..., ¿incluso ante ti mismo?

—Siempre he intentado evitarlo. ¿Crees que podríamos hablar de otra cosa? —Miró alrededor—. Ojalá encontrara otro sitio donde volar —refunfuñó.

—¿Quién?

—Ese maldito albatros. Ha vuelto otra vez.

Garion se giró y vio a la blanca ave marina, planeando con sus enormes alas quietas delante del bauprés. A medida que transcurría la mañana, el banco de nubes del oeste cobraba una tonalidad más violácea, y sobre aquel fondo, el pájaro blanco parecía brillar con una incandescencia sobrenatural.

—Es muy extraño —dijo Garion.

—Sólo me gustaría saber qué se propone —repuso Seda—. Vuelvo abajo. No quiero verlo más. —Estrechó la mano de Garion—. Nos hemos divertido —dijo con brusquedad—. Cuídate.

—No tienes por qué marcharte.

—Los demás aguardan para venir a saludarte, Majestad —sonrió Seda—. Creo que te espera un día deprimente. Yo voy a averiguar si Beldin encontró ese barril de cerveza.

El hombrecillo lo saludó con un gracioso ademán y se dirigió a la escalera.

La predicción de Seda resultó ser tristemente cierta. Uno a uno, los amigos de Garion fueron a verlo, todos convencidos de que iban a morir. Fue un día bastante aciago.

El joven oyó el último de aquellos epitafios compuestos por el propio interesado cuando ya comenzaba a ponerse el sol. Garion se apoyó sobre la barandilla y contempló la estela fosforescente que dejaba el barco.

—Ha sido un mal día, ¿verdad?

Era Seda otra vez.

—Horrible. ¿Beldin ha encontrado la cerveza?

—Sí, pero te recomiendo que no la pruebes. Mañana necesitarás toda tu lucidez. Sólo he venido a asegurarme de que la tristeza que te han estado transmitiendo tus amigos no te indujera a arrojarte al mar. —De repente, hizo una mueca de asombro—. ¿Qué ha sido eso?

—¿A qué te refieres?

—A ese ruido retumbante. —Miró hacia la proa—. Ahí está otra vez —añadió con nerviosismo.

Con la llegada de la noche, el cielo púrpura se había vuelto casi negro, salpicado aquí y allí con pequeñas manchas de ardiente color rojo, producidas por la luz del sol que se ponía detrás de las nubes. Un velo herrumbroso cubría el horizonte y sobre él las espumosas olas parecían un collar blanco.

El capitán Kresca se acercó con el paso bamboleante propio de un hombre que no pasa mucho tiempo en tierra.

—Aquí está, amos —les dijo—: el arrecife.

Garion contempló el Lugar que ya no Existe con una confusión de sentimientos y pensamientos.

Entonces el albatros dejó escapar un extraño chillido, un chillido casi triunfal. El enorme pájaro nacarado aleteó una vez y luego continuó el viaje hacia Korim con las alas aparentemente inmóviles.

Capítulo 19

El senescal Oskatat caminaba con rapidez por los pasillos del palacio Drojim, en dirección a la sala del trono de Urgit, rey de Cthol Murgos. Su cara llena de cicatrices estaba demacrada y su mente confusa. Por fin se detuvo frente a la puerta de la sala del trono.

—Quiero hablar con Su Majestad —anunció.

Los guardias se apresuraron a abrirle la puerta. Aunque, por un acuerdo entre él y el rey, Oskatat seguía siendo sólo senescal, los guardias, como todos los habitantes del palacio, sabían que sólo el rey lo superaba en autoridad en todo Cthol Murgos.

Oskatat encontró al monarca con cara de rata enfrascado en una frívola conversación con la reina Prala y su madre, Tamazin, esposa del propio senescal.

—Ah, aquí estás, Oskatat —dijo Urgit—. Ahora mi pequeña familia ya está completa. Estábamos discutiendo la posibilidad de hacer grandes reformas en el palacio. Todas esas piedras preciosas y esas toneladas de oro en el techo son de muy mal gusto, ¿no crees? Además, el dinero que pueda conseguir a cambio de esa basura me vendría bien para el equipamiento de guerra.

—Ha ocurrido algo importante, Urgit —le dijo Oskatat al rey.

Por orden real, Oskatat siempre llamaba al monarca por su nombre de pila en las conversaciones privadas.

—Eso es deprimente —dijo Urgit arrellanándose en los cojines de su trono.

Taur Urgas, el supuesto padre de Urgit, siempre había rechazado comodidades como cojines, pues prefería dar ejemplo de la fortaleza murga pasándose horas sentado sobre la piedra fría. Sin embargo, el único resultado de aquel ridículo gesto había sido una fístula, que durante los últimos años de su vida había contribuido notablemente a acrecentar su mal humor.

—Siéntate erguido, Urgit —dijo Tamazin, la madre del rey, con aire distraído.

—Sí, madre —respondió él mientras se enderezaba un poco—. Adelante, Oskatat, dilo, pero hazlo con delicadeza. En los últimos tiempos los «sucesos importantes» son siempre verdaderas catástrofes.

—He tenido noticias de Jaharb, el jefe de los dagashis —informó Oskatat—. Por órdenes mías, llevaba un tiempo intentando localizar al jerarca Agachak y por fin lo ha encontrado o, mejor dicho, ha averiguado de qué puerto zarpó cuando se marchó de Cthol Murgos.

—Resulta sorprendente —respondió Urgit con una amplia sonrisa—, por fin me traes buenas noticias. De modo que Agachak se ha marchado de Cthol Murgos. Espero que tenga intenciones de navegar hasta el fin del mundo. Me alegro de que me lo hayas dicho, Oskatat. Ahora que ese cadáver andante no contamina lo que queda de mi reino, podré dormir mucho mejor. ¿Los espías de Jaharb han descubierto hacia dónde se dirigía?

—Se dirigía a Mallorea, Urgit. Por lo visto, está convencido de que el Sardion se encuentra allí. Pasó por Thull Mardu y convenció al rey Nathel de que lo acompañara.

Urgit soltó una sonora carcajada.

—¡Lo hizo! —exclamó con alegría.

—No te entiendo.

—Una vez le sugerí que cuando fuera a buscar el Sardion llevara a Nathel en mi lugar, y ahora se ha marchado con ese imbécil. Daría cualquier cosa por oír alguna de sus conversaciones. Si llegara a triunfar, convertiría a Nathel en rey supremo de Angarak, aunque el pobre es incapaz de atarse los cordones de los zapatos.

—No creeréis que Agahack tiene posibilidades de triunfar, ¿verdad? —preguntó la reina Prala con una mueca de preocupación en su rostro perfecto.

La reina Prala estaba embarazada de varios meses, y en los últimos tiempos se preocupaba demasiado por todo.

—¿Triunfar? —rió Urgit—. No tiene la más mínima posibilidad. Primero tendría que vencer a Belgarion, eso sin mencionar a Belgarath y a Polgara. Ellos lo incinerarán —añadió con una sonrisa irónica—. Es tan agradable tener amigos poderosos. —De repente se detuvo e hizo una mueca de preocupación—. Sin embargo, deberíamos avisar a Belgarion... y a Kheldar. —Volvió a arrellanarse entre los almohadones—. Según las últimas noticias, Belgarion y sus amigos abandonaron Rak Hagga con Kal Zakath. Lo más probable es que se dirigieran a Mal Zeth, como invitados o prisioneros. —Se rascó la nariz larga y puntiaguda—. Conozco a Belgarion lo suficiente para saber que no permanecerá demasiado tiempo como prisionero. Tal vez Zakath sepa dónde está. ¿Es posible enviar a un dagashi a Mal Zeth, Oskatat?

—Podríamos intentarlo, Urgit, pero las probabilidades de éxito no son muchas. Además, un dagashi tendría dificultades en llegar hasta el emperador. Zakath tiene una guerra civil entre manos, de modo que estará preocupado.

—Es verdad —dijo Urgit mientras tamborileaba los dedos sobre el brazo de su trono—. Sin embargo, todavía intentará mantenerse informado sobre lo que ocurre en Cthol Murgos, ¿no crees?

—Sin duda.

—Entonces ¿por qué no usarlo a él como mensajero de Belgarion?

—Me temo que vas demasiado rápido para mí, Urgit —admitió Oskatat.

—¿Cuál es la ciudad más cercana ocupada por los malloreanos?

—Todavía tienen una pequeña guarnición en Rak Cthaka. Podríamos vencerlos con facilidad, pero no hemos querido dar razones a Kal Zakath para que regresara con todas sus fuerzas.

Urgit se estremeció.

—Yo apoyo esa idea —admitió—, pero le debo varios favores a Belgarion y deseo proteger a mi hermano en la medida de lo posible. Te diré lo que debes hacer, Oskatat. Lleva tres unidades del ejército a Rak Cthaka. Los espías malloreanos correrán a Rak Hagga a informarle a Kal Zakath que hemos comenzado a atacar sus ciudades. Eso bastará para captar su atención. Reuníos alrededor de la ciudad y sitiadla. Luego exige parlamentar con el comandante de la guarnición y explícale la situación. Yo escribiré una carta a Zakath con la excusa de que tenemos intereses comunes en este asunto. Estoy seguro de que la presencia de Agachak en Mallorea le desagrada tanto como a mí que estuviera en Cthol Murgos. Insistiré en que debe avisarle a Belgarion. La noticia de que hemos iniciado acciones hostiles garantizará que lea mi carta. Luego se pondrá en contacto con Belgarion y los dos podremos sentarnos a esperar que el justiciero de dioses solucione el problema por nosotros. —De repente sonrió—. ¿Quién sabe? Podría ser el primer paso hacia la reconciliación entre Su Implacable Majestad y yo. Creo que ha llegado la hora de que los angaraks dejemos de matarnos entre nosotros.

—¿No puedes conseguir que avance más rápido? —le preguntó el rey Anheg al capitán Greldik.

—Por supuesto, Anheg —gruñó Greldik—, podría hacer fuerza de vela e iríamos más rápido que una flecha... durante cinco minutos. Luego los mástiles se romperían y tendríamos que volver a remar. ¿Qué prefieres?

—¿Alguna vez has oído la expresión «lesa majestad»?

—Tú la usas con frecuencia, Anheg, pero deberías consultar las leyes marítimas. A bordo de este barco y en alta mar, yo tengo más autoridad que tú en Val Alorn. Si te digo que remes, tendrás que remar... o incluso nadar.

Anheg se marchó, maldiciendo entre dientes.

—¿Has tenido suerte? —preguntó el emperador Varana cuando el rey alorn se acercó a la proa.

—Me ha sugerido que me meta en mis asuntos —gruñó Anheg— y luego ha añadido que si tengo prisa puede dejarme un remo.

—¿Alguna vez has remado?

—En una ocasión. Los chereks somos muy aficionados al mar y mi padre pensó que sería instructivo obligarme a hacer un viaje como marinero de cubierta. Remar no me molestaba tanto, pero odiaba los azotes.

—¿De verdad azotaban al príncipe de la corona? —preguntó Varana con incredulidad.

—Es muy difícil reconocer a un remero por la espalda —explicó Anheg encogiéndose de hombros—. Nuestro jefe pretendía que nos diéramos prisa, pues perseguíamos a un mercader tolnedrano y no queríamos que llegara a aguas territoriales.

—¡Anheg! —exclamó Varana.

—Eso ocurrió hace muchos años, Varana. Ahora he dado órdenes de no molestar a los barcos tolnedranos..., al menos en presencia de testigos. Lo cierto es que Greldik tiene razón. Si hace fuerza de vela, el viento arrancará los mástiles y tanto tú como yo tendremos que remar.

—Entonces no tenemos muchas posibilidades de alcanzar a Barak, ¿verdad?

—No estoy seguro. Barak no es tan buen marino como Greldik, y esa enorme bañera suya no es fácil de guiar. Cada día que pasa, les sacamos ventaja. Cuando llegue a Mallorea, tendrá que detenerse en todos los puertos para hacer preguntas. La mayoría de los malloreanos no reconocerían a Garion aunque les escupiera en los ojos. Sin embargo, Kheldar es otro asunto. Tengo entendido que ese ladronzuelo tiene delegaciones comerciales en casi todas las ciudades y pueblos de Mallorea. Barak preguntará por Seda, pues se supone que él y Belgarion van juntos. Sin embargo, yo no tendré que hacerlo. Con sólo describir La Gaviota a los vagabundos de los muelles, y por el módico precio de una jarras de cerveza, podré seguir a Barak dondequiera que vaya. Con un poco de suerte lo alcanzaremos antes de que encuentre a Garion y lo estropee todo. Ojalá esa joven ciega no le hubiera dicho que no podía ir con él. La mejor manera de conseguir que Barak haga algo es prohibírselo. Si estuviera con Garion, Belgarath podría controlarlo.

—¿Cómo pretendes detenerlo si lo encontramos? Aunque su barco sea más lento que éste, también en más grande y lleva más hombres.

—Ya lo he discutido con Greldik —respondió Anheg—. El tiene un arma especial en la bodega de popa. Si Barak se niega a venir cuando se lo ordene, Greldik atacará. No podrá ir muy rápido en un barco que se hunde.

—¡Anheg, eso es monstruoso!

—También lo que intenta hacer Barak. Si él logra llegar hasta Garion, Zandramas ganará y todos acabaremos bajo el dominio de alguien mucho peor que Torak. Si tengo que hundir La Gaviota para evitarlo, lo haré diez veces seguidas. —Suspiró—. Aunque si mi primo se ahoga, lo echaré de menos —admitió.

Aquella mañana, la reina Porenn de Drasnia había mandado llamar al margrave Khendon, el jefe de su servicio de inteligencia, para darle órdenes muy precisas.

—Todos y cada uno de ellos, Javelin —dijo con firmeza—. No quiero ningún espía en este ala del palacio durante el resto del día.

—¡Porenn! —exclamó Javelin—. ¡Nunca he oído nada igual!

—Pues acabas de oírlo... de mis labios. Diles a tus hombres que también saquen de aquí a los espías no oficiales. Quiero que este ala del palacio esté desierta en menos de una hora. Yo tengo mis propios espías, Javelin, y conozco sus escondites. Quítalos a todos de aquí.

—Me decepcionas, Porenn. Un monarca no puede tratar de ese modo a su propio servicio de inteligencia. ¿Tienes idea del daño que puede ocasionar esto en la moral de mis agentes?

—Con franqueza, Khendon, la moral de tus curiosos profesionales me tiene sin cuidado. Éste es un asunto importantísimo.

—¿Alguna vez te ha fallado mi servicio? —preguntó Javelin, ofendido.

—Dos veces, si no recuerdo mal. ¿Recuerdas cuando el culto del Oso se infiltró en él? ¿Y cuando tus hombres olvidaron mencionar la deserción del general Haldar?

—De acuerdo, Porenn —suspiró Javelin—, hemos cometido pequeños errores.

—¿Llamas «pequeño error» al hecho de que Haldar se uniera al culto del Oso?

—Tus críticas son injustas, Porenn.

—Sólo pretendo dejar las cosas claras, Javelin. ¿Quieres que llame a mi hijo y redactemos una ley que prohíba espiar a la familia real?

—¡No te atreverías! —dijo Javelin, súbitamente pálido—. Todo el servicio de inteligencia se desmoronaría. El derecho a espiar a la familia real siempre ha sido la mayor recompensa por un servicio ejemplar. Mis hombres son capaces de cualquier cosa por ese honor..., aunque Seda lo rechazó tres veces —añadió con una mueca de perplejidad.

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