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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La vidente de Kell (32 page)

—Entonces retíralos de aquí, Javelin, y no olvides el armario que está detrás del tapiz del pasillo.

—¿Cómo lo has descubierto?

—No lo hice yo, sino Kheva.

Javelin se marchó refunfuñando.

Unas horas más tarde, Porenn estaba sentada en su salita con su hijo, el rey Kheva. El joven rey maduraba con rapidez. Su voz había adquirido un resonante timbre de barítono y sus mejillas comenzaban a cubrirse de una barba suave. Su madre, a diferencia de la mayoría de los regentes, lo había ido introduciendo de forma gradual en los consejos de Estado y en las negociaciones con instituciones extranjeras. No faltaba demasiado tiempo para que pudiera dejarlo al frente y delegar en él aquella autoridad que no deseaba. Estaba convencida de que Kheva sería un buen rey. Era casi tan listo como su padre y tenía una condición indispensable en un monarca: sentido común.

Se oyó un sonoro golpe en la puerta de la sala.

—¿Sí? —dijo Porenn.

—Porenn, soy yo —respondió una voz estridente—, Yarblek.

—Entra, Yarblek. Tenemos que hablar.

Yarblek abrió la puerta y entró seguido de Vella. Porenn suspiró. La visita a Gar og Nadrak había cambiado a Vella. Había perdido la apariencia refinada que Porenn se había esforzado tanto en crear para ella y su ropa indicaba que volvía a ser la salvaje e indomable criatura de antes.

—¿Por qué tanta prisa, Porenn? —preguntó Yarblek con brusquedad mientras arrojaba en un rincón su andrajosa chaqueta de felpa y su tosco sombrero—. Tu mensajero estuvo a punto de matar a su caballo para alcanzarme.

—Ha surgido algo urgente —respondió la reina de Drasnia—, y creo que nos concierne a los dos. Sin embargo, quiero que lo mantengas en el más riguroso secreto.

—¿Secreto? —dijo Yarblek con una risa burlona—. Sabes muy bien que en tu palacio no hay secretos, Porenn.

—Esta vez sí —respondió ella con cierta presunción—. Esta mañana he ordenado a Javelin que retirara a todos sus espías de este ala del palacio.

—¿Cómo lo tomó? —sonrió Yarblek.

—Me temo que mal.

—Bien. En los últimos tiempos se mostraba demasiado seguro de sí mismo. Pero ahora vayamos al grano, ¿qué es lo que ocurre?

—Te lo diré dentro de un momento. ¿Has descubierto qué trama Drosta?

—Por supuesto. Intenta hacer las paces con Zakath. Está en tratos con el malloreano que dirige el Departamento de Asuntos Internos, creo que se llama Brador. Bueno, lo cierto es que Drosta ha estado permitiendo pasar por Gar og Nadrak a agentes malloreanos que intentan infiltrarse en el oeste.

El tono de voz de Yarblek advirtió a Porenn que había algo más.

—Cuéntamelo todo, Yarblek. Me estás ocultando algo —dijo la reina.

—Odio tratar con mujeres inteligentes —protestó—. Por alguna razón, no parece natural. —Se apresuró a salir del alcance de las dagas de Vella—. De acuerdo —se rindió—. Zakath necesita mucho dinero para hacer frente a los gastos de las guerras que tiene en dos frentes diferentes. Drosta ha reducido los impuestos de importación sobre las alfombras malloreanas, al menos a los mercaderes que pagan impuestos a Mal Zeth, los que han estado compitiendo con Seda y conmigo en los mercados arendianos.

—Supongo que ya habrás sacado provecho de esa información.

—Por supuesto. —Reflexionó un momento—. Ésta es tu oportunidad de hacer un buen negocio, Porenn —sugirió—. Ya que Drosta ha bajado un quince por ciento los impuestos de importación de los malloreanos, tú podrías subir los tuyos en la misma proporción. De ese modo, tú ganarías más dinero, mientras Seda y yo podríamos seguir compitiendo con los precios.

—Creo que intentas timarme, Yarblek —dijo Porenn con desconfianza.

—¿Yo?

—Hablaremos de eso más tarde. Ahora escúchame con atención. Te he mandado a buscar porque me he enterado de que Barak, Mandorallen, Hettar, Lelldorin y Relg han zarpado hacia Mallorea. No estamos muy seguros, pero creemos que se proponen interferir en la misión de Belgarion. Tú estabas presente en Rheon, y sabes lo que dijo la vidente dalasiana. Es imprescindible que esos cabezas huecas se mantengan al margen de esto.

—Estoy de acuerdo contigo.

—¿Cuánto tardarías en enviar un mensaje a tus hombres en Mallorea?

—Unas pocas semanas, incluso menos si lo pongo como prioridad.

—Este asunto es muy importante, Yarblek. Anheg y Varana persiguen a Barak, pero no podemos estar seguros de que lo alcancen. Tenemos que demorar a Barak y el mejor modo de hacerlo es proporcionarle información falsa. Aprovecha cualquier oportunidad de enviarlo en dirección equivocada. Barak seguirá a Kheldar, de modo que buscará información en cada una de tus oficinas de Mallorea. Si Kheldar y los demás van hacia Maga Renn o a Penn Daka, haz que tus hombres le digan a Barak que se dirigen a Mal Dariya.

—Conozco el procedimiento, Porenn —respondió Yarblek. Luego la miró con expresión inquisitiva—. Pronto delegarás tu autoridad en tu hijo aquí presente, ¿verdad? —le preguntó.

—Dentro de pocos años.

—El día que acabe todo este asunto de Mallorea, Seda y yo tendremos una larga charla contigo.

—¿Ah, sí?

—Cuando tus obligaciones oficiales hayan concluido, ¿no te gustaría tener una pequeña participación en nuestra empresa?

—Me halagas, Yarblek. ¿Qué te ha inducido a hacerme una propuesta semejante?

—Eres muy astuta, Porenn, y tienes todo tipo de contactos. Podríamos ofrecerte hasta un cinco por ciento de participación en los beneficios.

—De ningún modo, Yarblek —interrumpió el príncipe Kheva ante la sorpresa general—. El porcentaje tendría que ser de un veinte por ciento como mínimo.

—¿Veinte? —exclamó Yarblek.

—Tengo que proteger los intereses de mi madre —respondió Kheva con suavidad—. No será joven siempre, ¿sabes?, y odiaría que tuviera que pasar sus últimos años fregando suelos.

—Eso sería un robo, Kheva —dijo Yarblek con la cara roja de indignación.

—No te estoy amenazando con un cuchillo en el cuello, Yarblek. Después de todo, tal vez fuera mejor que mi madre creara su propio negocio. Podría irle muy bien, sobre todo teniendo en cuenta que los miembros de la familia real están exentos de impuestos en Drasnia.

—Creo que acabas de pillarte los dedos, Yarblek —señaló Vella con una sonrisa burlona—. Y ya que hoy es tu día para recibir malas noticias, añadiré la mía. Cuando todo esto acabe, quiero que me vendas.

—¿Venderte?, ¿a quién?

—Te lo diré cuando llegue el momento.

—¿Es alguien con dinero?

—No lo sé, pero eso no tiene importancia. Te pagaré tu parte yo misma.

—Debes admirarlo mucho para hacer una oferta semejante.

—No tienes ni idea, Yarblek. Yo he sido creada para ese hombre.

—Nos dijeron que esperáramos aquí, Atesca —dijo Brador con terquedad.

—Eso fue antes de este largo silencio —respondió el general Atesca mientras se paseaba con nerviosismo por la gran tienda que compartían. Atesca llevaba uniforme y un peto de acero con incrustaciones en oro—. El bienestar y la seguridad del emperador son responsabilidad mía.

—Y también mía —respondió Brador mientras acariciaba con aire ausente el aterciopelado vientre de una gatita que ronroneaba sobre su regazo.

—De acuerdo, ¿y entonces por qué no haces algo? No sabemos nada de él desde hace semanas y ni siquiera tu servicio de inteligencia puede decirnos dónde está.

—Ya lo sé, Atesca, pero no pienso desobedecer una orden del emperador sólo porque estoy nervioso... o aburrido.

—Entonces quédate aquí a ocuparte de los gatitos —respondió Atesca con acritud—. Yo movilizaré al ejército mañana mismo.

—No me merezco ese trato, Atesca.

—Lo siento, Brador. Este largo silencio me vuelve irascible y he perdido los estribos.

—Yo estoy tan preocupado como tú, Atesca —dijo Brador—, pero mi experiencia me impide hacer cualquier cosa que burle directamente una orden del emperador. —La gatita que tenía sobre el regazo le restregó el hocico contra los dedos—. ¿Sabes? —dijo—, cuando vuelva el emperador, le pediré que me regale esta gata. Le he cogido mucho cariño.

—Como quieras —dijo Atesca—. Es probable que si te entretienes en buscar hogares para dos o tres camadas de gatos cada año no te metas en tantos problemas. —El general con la nariz rota se restregaba una oreja con aire pensativo—. ¿Qué te parece un acuerdo? —preguntó.

—Siempre estoy abierto a las sugerencias.

—De acuerdo. Sabemos que el ejército de Urvon se ha dispersado y que hay grandes probabilidades de que él esté muerto.

—Sí, eso parece.

—Y Zandramas ha trasladado sus fuerzas a los protectorados dalasianos.

—Eso dicen los informes de mis hombres.

—Ahora bien, los dos somos oficiales superiores del gobierno de Su Majestad, ¿no es cierto?

—Sí.

—¿Y eso no significa que debemos usar nuestra propia iniciativa para sacar provecho de situaciones estratégicas sin necesidad de pedir instrucciones a Mal Zeth?

—Supongo que sí, aunque tú sabes más de esto que yo.

—Es la práctica habitual, Brador. Bien, puesto que Darshiva está prácticamente indefensa, sugiero que restauremos el orden en Peldane, al otro lado del río, y luego ocupemos Darshiva para dejar a Zandramas sin apoyo. Luego desplegaríamos una fuerza de resistencia al borde de las montañas para repeler sus tropas en caso de que intentaran regresar. Si lo conseguimos habremos situado esas dos provincias otra vez bajo el dominio del imperio, y hasta es probable que nos concedan una medalla por hacerlo.

—Su Majestad se alegraría, ¿verdad?

—Estaría encantado, Brador.

—Todavía no entiendo por qué crees que el hecho de ocupar Darshiva nos permitiría localizar a Su Majestad.

—No lo entiendes porque no eres militar. Tenemos que mantenernos informados sobre los movimientos del enemigo, que en este caso es el ejército darshivano. El procedimiento habitual en estas situaciones es enviar varias patrullas para que establezcan contacto con el enemigo y determinen su fuerza y probables intenciones. Si esas patrullas, por pura casualidad encontraran a Su Majestad mientras cumplen con su obligación, bueno... —dejó la frase en el aire y abrió los brazos en un gesto elocuente.

—Tendrás que dar instrucciones muy precisas a los oficiales al mando de esas patrullas —señaló Brador con cautela—. Un teniente inexperto podría entusiasmarse y decir cosas que no queremos que el emperador sepa.

—He dicho varias patrullas, Brador —sonrió Atesca—. Pensaba en brigadas enteras. Las brigadas están comandadas por coroneles, y tengo varios coroneles inteligentes.

Brador sonrió.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó.

—¿Tienes algún compromiso para mañana a la mañana?

—Ninguno que no pueda posponer —respondió Brador.

—Pero ¿cómo es posible que no te dieras cuenta? —le preguntó Barak a Drolag, su contramaestre.

Los dos estaban en la cubierta de popa, mientras la lluvia caía casi horizontalmente por encima de la borda, empujada por un viento feroz que parecía querer arrancarles las barbas.

—No tengo la menor idea —admitió Drolag limpiándose la cara con una mano—. La pierna nunca me había fallado antes.

Drolag había tenido la desgracia de romperse una pierna en el pasado durante una pelea en una taberna. Sin embargo, poco tiempo después de que el hueso se soldara, había descubierto que su pierna era extremadamente sensible a los cambios climáticos, lo que le permitía predecir el mal tiempo con misteriosa exactitud. Sus compañeros de barco solían observarlo con atención. Cuando Drolag se sobresaltaba con cada paso que daba, buscaban signos de mal tiempo en los cielos; cuando cojeaba, apocaban las velas y preparaban cuerdas de seguridad, y cuando se caía con un súbito grito de dolor, se apresuraban a asegurar las escotillas, arrojaban el ancla y bajaban a la bodega. De ese modo, Drolag había convertido una pequeña inconveniencia en la gran ventaja de su vida. Siempre exigía una paga extra y nadie esperaba que trabajara como los demás. Lo único que debía hacer era caminar por la cubierta donde todo el mundo pudiera verlo. La milagrosa pierna le permitía predecir con exactitud las tormentas. Sin embargo, esta vez no había sucedido así. La tormenta que azotaba la cubierta de La Gaviota había llegado de forma inesperada y Drolag estaba tan sorprendido como cualquier otro marinero.

—No te habrás emborrachado y te la habrás roto de nuevo con otra caída, ¿verdad? —preguntó Barak con desconfianza.

Barak tenía unos conocimientos muy rudimentarios de la anatomía humana, excepto cuando se trataba de que un golpe de hacha o una estocada con la espada surtieran el efecto esperado, por lo general, mortal. El hombretón de barba roja tenía la absurda impresión de que si Drolag había adquirido la capacidad de predecir el tiempo rompiéndose la pierna, una segunda fractura podría hacérsela perder.

—No, por supuesto que no, Barak —dijo Drolag, disgustado—. Sería incapaz de arriesgar mi medio de vida por unas cuantas jarras de cerveza mediocre.

—Entonces ¿cómo es posible que la tormenta te sorprendiera?

—No lo sé, Barak. Quizá no sea una tormenta natural, podría haberla provocado algún mago. No sé si mi pierna reaccionaría ante algo así.

—Esa es una excusa muy burda, Drolag —gruñó Barak—. Cada vez que un hombre ignorante no puede explicar algo, le echa la culpa a la magia.

—No tengo por qué soportar esas insinuaciones, Barak —-dijo Drolag, furioso—. Yo me gano la vida con esto, pero no soy responsable de las fuerzas sobrenaturales.

—Baja a la bodega, Drolag —le ordenó Barak— y mantén una larga conversación con tu pierna, a ver si puede ofrecerte una excusa mejor.

Drolag se tambaleó escaleras abajo, refunfuñando para sí.

Barak estaba de pésimo humor. Todo parecía confabularse para demorarlo. Poco después de que él y sus compañeros presenciaran la desagradable muerte de Agachak, La Gaviota había chocado contra un tronco sumergido y se había agrietado. Habían tenido que hacer enormes esfuerzos para arrastrarlo río abajo hacia Dal Zerba y subirlo a un montículo de barro, donde repararlo. Aquel incidente les había hecho perder dos semanas y ahora esta tormenta los demoraba aún más. En ese momento Unrak subió a la cubierta, seguido por el estúpido rey de los thulls. El joven miró alrededor, mientras el furioso viento le despeinaba la barba roja.

—No parece que fuera a amainar pronto, ¿verdad, padre? —observó.

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