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Authors: Francesc Gironella,Isaac Asimov

Tags: #Ensayo

Las Palabras y los Mitos (12 page)

Atenea aceptó el desafío y ambas tejieron tapices. Atenea compuso toda clase de temas evocadores de la majestad de los dioses, mientras Aracne tejió temas que no les halagaban demasiado. La obra de Aracne era preciosa, pero la de Atenea era perfecta. Atenea, airada ante el tema elegido por Aracne, destrozó el tapiz de ésta, quien, ultrajada, se ahorcó. (Esta fue la «némesis»).

Atenea, que no era una diosa cruel, no quería que la cosa terminase tan mal, por lo que aflojó la cuerda que ahogaba a Aracne, y transformó a ésta en araña, que seguirá tejiendo bellas composiciones, colgada de un hilo como si continuase intentando ahorcarse. Evidentemente, la idea del mito debió de provocarla la contemplación del trabajo de las arañas. Pero aquí hay una lección moral: evítese el «hibris».

En zoología, el nombre de aquella doncella sigue persistiendo para denominar a las arañas y sus semejantes: son los «arácnidos».

Además, todo lo fino y delicado como un hilo de araña, se dice que es «aracnoide». Por ejemplo, el cerebro y la médula espinal están envueltos con una membrana doble que los protege. Entre ambas membranas, existe una tercera extremadamente delgada que lleva el nombre de «membrana aracnoide».

Otro ejemplo de esta clase de mitos es el de
Faetón
, el hijo mortal de Helio. Estaba tan orgulloso de ser el hijo del dios del Sol que creyó que podía conducir el Sol (representado como un centelleante carro arrastrado por salvajes caballos resplandecientes) en su ruta por el cielo. Engañó a su padre para que le permitiera hacerlo. (Era «hibris»).

Faetón empezó a conducir el carro, pero era incapaz de controlar a los caballos, que se alejaron del camino y se acercaron demasiado a la Tierra. Los griegos suponían que las arenas abrasadoras del Sahara eran el lugar donde el carro solar había quemado la tierra, y que el color negro de los nativos de África era un resultado de todo ello, Para salvar a la Tierra de una destrucción segura, Zeus se vio obligado a matar a Faetón con un rayo. (Es la «némesis»).

El nombre de «faetón» se aplicaba a un conductor atolondrado, y también a un carruaje o vehículo sin techo o sin protección lateral. Como puede suponerse, eran vehículos ligeros que podían correr más que los otros. Ambas palabras han caído en desuso.

Un caso de hibris y némesis afligió a un padre y a su hija por separado. Empieza con
Tántalo
, un hijo mortal de Zeus. Era un gran favorito de su padre y los restantes dioses. Incluso se le permitía asistir a los banquetes del dios y comía
ambrosía
y bebía
néctar
, que eran los manjares de los dioses. «Ambrosía» proviene de la palabra griega que significa «inmortal», y «néctar» de otra que significa «vencedor de la muerte». Como consecuencia de esta alimentación, por las venas de los dioses corre
i
cor
en vez de sangre, lo cual les confiere la inmortalidad.

En nuestros tiempos de mentalidad más práctica, el néctar y la ambrosía son alimentos deliciosos. El néctar se aplica a todo líquido dulzón. El jugo azucarado de las flores que liban las abejas para producir miel, recibe el nombre de néctar. Y un determinado tipo de melocotón de piel muy suave es el «nectarino», por su sabor tan dulce.

Volviendo a Tántalo, se sintió tan engreído con la amistad de los dioses que actuó como si el alimento y la bebida le perteneciesen, y llevó un poco de ellos a la Tierra, para darlos a sus amigos. Además, alardeó de ello.

Llegó la némesis. Fue muerto por Zeus y condenado a permanecer en Tártaro, sometido a una tortura muy especial, relacionada con alimentos y bebida. Se le obligó a estar eternamente con agua hasta el cuello. Cada vez que se inclinaba hacia adelante para beber agua, ésta bajaba de nivel, pero si él volvía a enderezarse, el agua subía de nuevo hasta el cuello. Al mismo tiempo, frutos deliciosos pendían sobre su cabeza, pero cuando él intentaba conseguirlos, el viento los apartaba. De este modo, ante la constante presencia de alimentos y bebida, tuvo que sufrir hambre y sed eternos.

Por esta razón, hablamos del «suplicio de Tántalo» al referirnos al sufrimiento de aquella persona que, cuando está a punto de conseguir algo muy deseado, pierde inesperadamente la oportunidad para ello.

En 1814, Tántalo entró a formar parte de la lista de elementos. Doce años antes, un químico sueco llamado Anders Gustaf Eckeberg descubrió un nuevo metal. Los ácidos más fuertes no lo atacaban. Podía soportar un ácido fuerte sin «beberlo»; es decir, sin reaccionar con él y sin absorberlo. Por ello, en 1814, el químico sueco Berzelio concluyó que se parecía a Tántalo sumergido en agua, pero sin poder beberla. Dio el nombre de «tantalio» al nuevo elemento, que es como lo conocemos hoy en día.

Niobe
era la hija de Tántalo, pero el destino de su padre no le sirvió de lección de humildad. Tuvo catorce hijos, siete varones y siete hembras, y se sentía tan orgullosa de la belleza y cualidades de todos ellos que creyó que no había ninguna madre que pudiese ser tan afortunada. Incluso se creyó superior a Leto, que sólo había tenido un hijo y una hija.

Los hijos de Leto eran Apolo y Artemis, quienes, al ver ofendida a su madre, se vengaron. Apolo mató a los siete hijos con sus flechas, y Artemis mató a las siete hijas con las suyas.

Niobe, en cuyas manos murió la última de las hijas, lloró incesantemente a sus hijos perdidos, y los dioses apiadados, la transformaron en roca de la que brotó una fuente de agua clara.

Niobe, al igual que su padre Tántalo, también entró a formar parte de la lista de elementos químicos. En 1801, un químico inglés, Charles Hatchett, creyó haber localizado un nuevo elemento en una roca recogida en Connecticut. Denominó al nuevo elemento «columbio», basándose en Columbia, nombre poético de los Estados Unidos.

Sin embargo, se levantaron algunas discusiones acerca de si el columbio era o no idéntico al tántalo, que había sido descubierto por aquella misma época. Hasta el año 1846 no demostró el químico alemán Heinrich Rose que el columbio era similar al tántalo, pero no idéntico. En aras a esta similitud, sugirió que se le diera el nombre de un pariente próximo a Tántalo, es decir, el de su hija Niobe. Durante mucho tiempo los químicos americanos siguieron llamando columbio al elemento, mientras que los químicos europeos lo llamaban «niobio». Hace unos pocos años, los químicos americanos se rindieron y el nombre oficial ha quedado en niobio para todo el mundo.

La moral del «guárdate del hibris» no era la única que los griegos sustentaban. Hay un mito muy conocido, que presenta un tipo de moral totalmente diferente. Interviene Midas, hijo de Gordias que fue el primer rey de Frigia, uno de los países de Asia Menor.

Gordias fue acogido como rey cuando entró en la capital del reino en una carreta tirada por bueyes. Parece que un oráculo había aconsejado a los ciudadanos que aceptaran al primer hombre que llegara a la ciudad con este tipo de vehículo.

Lo primero que Gordias hizo fue atar el yugo de la carreta con las riendas, haciendo un nudo muy complicado, para demostrar que nunca más se vería obligado a usar la carreta. Anunció que quien deshiciera el nudo conquistaría toda Asia, y siguió siendo rey de la ciudad, que ahora llevaba el nombre de «Gordio». Aunque muchos intentaron deshacer el nudo, nadie lo consiguió. De este hecho se deriva la expresión «un nudo gordiano», para calificar un problema muy complicado e insoluble.

La leyenda era mítica, pero el nudo existía realmente. Al menos cuando Alejandro el Grande pasó por Frigia, en el año 333 a. C., le mostraron el famoso nudo gordiano. No intentó deshacerlo, sino que sacó su espada y tranquilamente lo cortó. Siguió conquistando todas las tierras de Asia donde podían llegar sus ejércitos, sin conocer jamás la derrota. De ahí se deriva la frase «cortar el nudo gordiano» que significa resolver un problema complicado mediante una acción directa e inesperada.

Pero fue Midas, el hijo de Gordias, el que con su actuación puso de manifiesto una nueva moral. Nació muy rico, pero su atención se concentró exclusivamente en serlo todavía más. Midas había hecho un favor a Dioniso, y este dios le dejó escoger lo que quisiera, en recompensa por aquella acción. Inmediatamente Midas deseó que todo cuanto tocase se convirtiese en oro.

Todavía seguimos hablando del «toque de Midas» o del «toque dorado» y lo empleamos para referirnos a aquellas personas que tienen gran éxito en los negocios. Podríamos decir que cuanto tocan se convierte en oro.

Sin embargo, y a pesar de que mucha gente sigue admirando y envidiando esta destreza, los griegos pusieron de relieve un concepto moral opuesto. Midas se encontró con que su palacio y cuanto lo amueblaba, según lo había ido tocando, se había convertido en oro, pero ello resultaba un tanto monótono y desagradable. Los alimentos y bebidas se transformaban en oro en cuanto los tocaba, por lo que pronto se vio amenazado por el hambre. Finalmente, y según una versión posterior del mito, su hija se le acercó y quedó transformada en una estatua de oro en cuanto tocó a su padre.

Tuvo que pedir a Dioniso que le retirase el don concedido, y el dios lo hizo así. La moraleja es clara y nos resulta conocida, creamos en ella o no, y es que «el dinero no lo es todo».

Los griegos no hubiesen sido humanos si no se hubiesen interesado por los romances amorosos. Es natural, pues, que muchos de sus mitos hayan sido lo que hoy día denominaríamos «historias amorosas». Algunas de ellas son realmente emocionantes y han conservado su fama durante casi tres mil años.

Tenemos, por ejemplo, la historia de
Orfeo
, hijo de Apolo y Calíope, la más elevada en dignidad de las Musas. Con esos padres, no debe extrañarnos que Orfeo fuese un gran cantor. Con sus cantos, las mismas rocas se desplazaban para acercársele y los animales más salvajes se detenían para escucharle.

Tan famoso se hizo con esto, que «órfico» sigue significando algo melodiosamente encantador. De igual modo, las salas donde se celebran conciertos musicales se denominan «Orfeones» en honor suyo, y el nombre ha pasado incluso a teatros de vodevil y cines.

Orfeo se casó con
Eurídice
, pero después de un corto tiempo de felicidad, Eurídice fue mordida por una serpiente y murió. Orfeo, inconsolable, decidió bajar hasta los infiernos, reino de Hades, y traérsela de nuevo. Descendió, pues, al mundo subterráneo tocando la lira y entonando cánticos. El propio Caronte quedó tan extasiado con esta música que le llevó en su barca, y Cerbero, inclinando la cabeza, dejó pasar a Orfeo. Al son de la música le rodearon los espíritus, recordando tristemente sus vidas pasadas, y cesaron las torturas en Tártaro, mientras los demonios se tomaban un descanso para escucharle.

Las lágrimas asomaron incluso en la cara de hierro de Hades al ver a Orfeo, por lo que le devolvió a Eurídice, aunque con una condición: no se volvería a mirarla hasta que hubiese llegado al mundo terrenal.

Y así emprendió el camino Orfeo, tocando la lira y cantando sin cesar. Y cuando casi había salido de Hades, y ya empezaba a ver la luz del Sol, no pudo resistir más. Se volvió para comprobar si Eurídice le seguía realmente. Allí estaba, pero en cuanto él se volvió, la amada cayó desvanecida con triste gemido, y desapareció otra vez en el mundo subterráneo.

Orfeo regresó apresuradamente al infierno, pero ahora nadie quería oírle. Caronte le alejó de la barca. Cerbero gruñía terriblemente desde la otra orilla, y allí a lo lejos, Hades movía insensible su cabeza.

¡Había perdido a Eurídice!

Más tarde, Orfeo fue convertido en el centro de una religión mistérica. Había bajado hasta el mundo subterráneo y había regresado de él. Por ello era uno de los misterios más famosos, y de ahí que «órfico» signifique también «místico».

Otra historia es la de una ninfa de los montes, llamada
Eco
, que en griego significa «sonido». Con su lengua parlanchina había ofendido a Hera, por lo que había sido condenada a un silencio casi absoluto. Sólo era capaz de repetir las últimas palabras de lo que le decían.

Eco se enamoró de un apuesto joven llamado
Narciso
, pero no le era posible manifestarle sus sentimientos porque sólo podía repetir las últimas palabras de su amado. Narciso la trataba con cruel aspereza y se burlaba de ella. Esto era un tipo de hibris, y llegó la némesis. Narciso pudo contemplar su propia cara reflejada en el agua. Nunca había tenido ocasión de verse y ahora ni siquiera se dio cuenta de que era él mismo a quien veía. Se enamoró del rostro que reflejaban las aguas.

Naturalmente, ello no le produjo ningún beneficio y se vio rechazado. Empezó a languidecer hasta que murió, transformándose en una flor que todavía lleva por nombre «narciso» en honor suyo. Y llamamos «narciso» al que es muy presuntuoso.

Eco también empezó a adelgazar, hasta que sólo quedó de ella la voz, todavía audible en las montañas donde vivía la ninfa. Esta voz seguimos llamándola «eco».

Hay también el caso de
Alcíone
, una mujer felizmente casada con
Ceix
. Éste murió durante una travesía marítima, y Alcíone, llevada por un arrebato de desesperación, se arrojó al mar cuando oyó tan triste noticia.

Apiadados los dioses, los transformaron, a ambos, en pájaros, para que pudiese continuar su felicidad. Siguieron viviendo en forma de martín pescador, que en poesía, lleva el nombre de «alción».

De hecho, el alción de los griegos no es un martín pescador auténtico, sino un pájaro imaginario que creían hacía su nido en el mar y empollaba los huevos allí. Ello tenía lugar durante las dos semanas que siguen al quince de diciembre. Durante este tiempo, los dioses calmaban los océanos para salvaguardar a las crías. Por esta razón, un período de paz y seguridad se denomina «los días de alción».

(Una última indicación: la más brillante de las Pléyades lleva también el nombre de Alción, pero es en honor de otra Alción, no de la esposa de Ceix).

Las historias amorosas de los griegos siempre acaban en tragedia. Ello puede ser debido a que las cosas tristes en amor, resultan más conmovedoras que las que terminan felizmente.

Sin embargo, en la mitología también existen historias amorosas con un final feliz. Me limitaré a mencionar una sola, la más famosa, aunque no es propiamente griega, sino que fue inventada por un romano llamado Lucio Apuleyo, hacia el año 150 después de Cristo. Es la historia de Cupido y
Psiqué
.

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