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Authors: Lisi Harrison

Tags: #Juvenil

Monster High (2 page)

Convencida de que una familia que no le correspondía se la había llevado a casa desde el hospital, Melody le daba poco valor a la apariencia física. ¿Qué sentido tenía? Su barbilla era pequeña sus dientes, como colmillos, y su cabello tenía un apagado tono negro. Sin mechas. Ni reflejos. Sin el color de la mantequilla o la llovizna de
toffee
. Negro apagado, sin más. Sus ojos, aun sin problemas de visión, tenían el color gris acero y la forma rasgada de los de un gato escéptico. Y no es que alguien se fijara alguna vez en sus ojos, pues su nariz era el centro de atracción. Compuesta de dos protuberancias y un tabique pronunciado, parecía un camello en la postura de perro boca abajo. Aunque poco importaba. En lo que a Melody concernía, la habilidad para cantar era su mejor virtud. Los profesores de música alababan con entusiasmo el timbre perfecto de su voz. Limpia, angelical y evocadora, ejercía un efecto hipnotizante sobre todos cuantos la escuchaban, y el público, con los ojos cuajados de lágrimas, se ponía de pie después de cada recital. Por desgracia, para cuando cumplió los ocho años, el asma había cobrado protagonismo y le había arrebatado el espectáculo.

Una vez que Melody empezó la etapa de bachillerato, Beau se ofreció a operarla. Pero—Melody se negó. Una nariz nueva no le iba a curar el asma, así que, ¿por qué preocuparse?—No tenía más que aguantar hasta la universidad y las cosas cambiarían. Las chicas serían—menos superficiales y los chicos, más maduros. Lo académico adquiriría el dominio supremo.—«¡Ja!»

Las cosas empeoraron cuando Melody acudió al instituto Beverly Hills. Las chicas la—llamaban Narizotas a causa del tamaño de su nariz los chicos no la llamaban de ninguna—manera. Ni siquiera la miraban. Para cuando llegó el día de Acción de Gracias, era—prácticamente invisible. De no haber sido por su incesante dificultad para respirar y el uso de—su inhalador, nadie habría reparado en su existencia.

Beau no pudo soportar que su hija —con gran «potencial simétrico»— siguiera sufriendo.—Esas mismas navidades comunicó a Melody que Santa Claus había descubierto una nueva—técnica de rinoplastia que prometía abrir las vías respiratorias y aliviar el asma. Tal vez fuera—capaz de volver a cantar.

—¡Qué maravilla! —Glory unió sus pequeñas manos en actitud de oración y elevó los ojos al—cielo en señal de gratitud.

—No más
Rudolph
, el reno narizón —bromeó Candace.

—Se trata de su salud, Candace, y no de su aspecto físico —amonestó Beau, a todas luces—tratando de convencer a Melody.

—¡Guau! Alucinante —Melody, agradecida, abrazó a su padre, aunque no estaba segura de—que la forma de la nariz tuviera algo que ver con los bronquios obstruidos. Pero el hecho de—fingir que se creía la explicación le otorgaba a sí misma una cierta esperanza. Además,—resultaba menos doloroso que admitir que su familia se avergonzaba de sus rasgos faciales.

Durante las vacaciones de Navidad, Melody se sometió a la cirugía. Al despertar, se encontró—que tenía una nariz fina y respingada al estilo de Jessica Biel, así como fundas dentales en—lugar de dientes con forma de colmillo. Al finalizar el periodo de recuperación había perdido—más de dos kilos, obteniendo así el acceso a la ropa descartada de su madre, que iba de Gap a—Gucci (pero en su mayor parte Gucci). Lamentablemente, seguía sin poder cantar.

Cuando regresó al instituto Beverly Hills, las chicas se mostraron cordiales, los chicos se—quedaron boquiabiertos y los moscardones empezaron a rondar a su alrededor. Descubrió un—nivel de aceptación social con el que jamás habría soñado.

Pero ningún aspecto de aquel recién estrenado encanto consiguió hacerla más feliz. En lugar—de presumir y coquetear, pasaba el tiempo libre oculta bajo las mantas, sintiéndose como el—bolso metalizado de Tory Burch que tenía su hermana: hermoso y brillante por fuera pero,—por dentro, una auténtica calamidad. «¿Cómo se atreven a ser amables conmigo sólo porque—ahora soy guapa? ¡Soy la misma de siempre!»

A la llegada del verano, Melody se había encerrado en sí misma por completo. Se vestía con—ropa holgada, jamás se cepillaba el pelo y su único accesorio consistía en el inhalador que—llevaba enganchado a las presillas del cinturón.

Durante la barbacoa que los Carver organizaban anualmente con motivo del 4 de julio, donde—solía cantar el himno nacional, Melody sufrió un grave ataque de asma que la condujo al—centro médico Cedars-Sinai. En la sala de espera, Glory pasaba ansiosamente las páginas de—una revista de viajes y se detuvo ante una exuberante fotografía de Oregon, afirmando que,—con tan sólo mirarla, percibía el aire fresco. Cuando Melody fue dada de alta, sus padres le—comunicaron que se mudaban. Por primera vez, una sonrisa cruzó su rostro perfectamente—simétrico.

«¡Hola, Maravillolandia!», murmuró para sí mientras el BMW verde avanzaba a toda—velocidad.

Entonces, arrullada por el rítmico vaivén de los limpiaparabrisas y el golpeteo de la lluvia,

Melody se quedó dormida.

Y esta vez, de verdad.

CAPÍTULO 2

COSER Y CANTAR

Por fin salió el sol. Los petirrojos y las golondrinas entonaban sus respectivas listas de éxitos matinales. Tras la ventana de cristal esmerilado del dormitorio de Frankie, los niños en bicicleta empezaban a tocar el timbre y a dar vueltas alrededor del callejón sin salida de Radcliffe Way. El vecindario había despertado. Ahora, Frankie podía poner a Lady Gaga a todo volumen.

I can see myself in the movies, with my picture in city lights…

Más que nada, Frankie deseaba sacudir la cabeza al ritmo de
The Fame
. No, un momento. No exactamente. Lo que de veras quería era pegar saltos sobre su cama de metal, lanzar de una patada sus mantas electromagnéticas al suelo de cemento pulido, balancear los hombros, agitar los brazos, contonear el trasero y sacudir la cabeza al ritmo de
The Fame
. Pero alterar el fluido de electricidad antes de que la recarga se hubiera completado podía derivar en pérdida de memoria, desvanecimientos o, incluso, un coma.

La parte positiva, sin embargo, consistía en que nunca tenía que enchufar su iPod táctil. Siempre que estuviera cerca del cuerpo de Frankie, la batería del dispositivo se mantendría a rebosar.

Disfrutando de su transfusión matinal, permanecía acostada boca arriba con un revoltijo de cables negros y rojos conectados a sus tornillos. Mientras las últimas corrientes eléctricas rebotaban a través de su cuerpo, Frankie hojeaba el número más reciente de la revista
Seventeen
. Con cuidado de no estropear su esmalte de uñas azul marino, todavía húmedo, examinaba los cuellos suaves y de colores extraños de las modelos en busca de tornillos de metal, preguntándose cómo se las arreglaban para «recargarse» sin ellos.

En cuanto Carmen Electra (así llamaba Frankie a la máquina de recarga, ya que el nombre técnico resultaba difícil de pronunciar) se detuvo, Frankie notó el agradable hormigueo de sus tornillos del cuello —del tamaño de un dedal— a medida que se enfriaban. Pletórica de energía, pegó su respingada nariz a la revista y durante un buen rato olfateó el aroma de la muestra de perfume Miss Dior Cherie que venía en el interior.

—¿Te gusta? —preguntó, agitándola ante los hocicos de las
fashionratas
. Cinco ratas blancas se mantenían erguidas sobre sus rosadas extremidades traseras y arañaban la pared de cristal de su jaula. La capa de purpurina multicolor (no tóxica) que les cubría el lomo se les iba desprendiendo como la nieve de un toldo.

Frankie volvió a aspirar el perfume.

—A mí también —agitó el papel doblado a través del fresco ambiente con olor a formol y se levantó para encender las velas con esencia de vainilla. El avinagrado hedor de la solución química se le infiltraba en el cabello y ocultaba el toque floral de su acondicionador Pantene.

—¿Es vainilla eso que huelo? —preguntó su padre, llamando con suavidad en la puerta cerrada.

Frankie apagó la música.

—¡Sííí! —repuso ella con entusiasmo, ignorando el tono de fingido enfado de su padre, tono que llevaba utilizando desde que Frankie empezara a transformar el laboratorio paterno en un enclave glamoroso. Frankie escuchó ese mismo tono cuando decidió dar a las ratas un toque fashion a base de purpurina, cuando empezó a almacenar sus brillos de labios y accesorios para el pelo en los vasos de precipitado de su padre, y cuando pegó la cara de Justin Bieber al esqueleto (el póster en el que salía sentado en el monopatín era «electrizante»). Pero sabía que a su padre, en el fondo, no le importaba. Ahora, el laboratorio también era el dormitorio de su hija. Además, si realmente le molestara, no la llamaría…

—¿Cómo está la niñita perfecta de papá? —Viktor Stein volvió a golpear en la puerta con los nudillos y, acto seguido, la abrió. No obstante, la madre de Frankie fue la primera en entrar.

—¿Podemos hablar un minuto, tesoro? —preguntó Viveka con una voz cantarina que hacía juego con el susurrante dobladillo de su vestido de tirantes de crepé negro. Su voz era tan delicada que la gente se conmocionaba al notar que provenía de una mujer de más de un metro ochenta de estatura.

Viktor, haciendo oscilar una bolsa de viaje de cuero, entró a continuación, vestido con un juego de
pants
Adidas color negro y las pantuflas marrones UGG con un agujero en la punta, sus favoritas.

—Viejas y desgastadas, igual que Viv —solía responder cuando Frankie se burlaba de ellas, y luego Viveka le daba una palmada en el brazo. Pero Frankie sabía que su padre bromeaba, porque su madre era de esas mujeres que te gustaría encontrar en una revista para poder contemplar a tus anchas sus ojos violeta y su cabello negro, brillante, sin que te tacharan de
friqui
o de acosadora.

Viktor, por otro lado, recordaba más bien a Arnold Schwarzenegger, como si sus rasgos cincelados hubieran sido estirados para cubrir por completo su cabeza cuadrada. Seguramente, la gente también deseaba clavarle la mirada, pero se asustaba de su estatura de casi dos metros y la manera tan exagerada en la que solía bizquear. Pero cuando bizqueaba no era porque estuviera enfadado. Significaba que estaba pensando. Y, al tratarse de un científico loco, siempre estaba pensando… al menos, así lo explicaba Viveka.

Viv y Vik atravesaron el suelo de cemento pulido tomados de la mano, como siempre, presentando un frente unido. Pero esta vez, tras sus sonrisas orgullosas se adivinaba un rastro de preocupación.

—Siéntate, cariño —Viveka señaló el diván estilo árabe, de color rubí y cubierto de almohadones que Frankie había encargado a Ikea por Internet. En el rincón más apartado del laboratorio, junto a su escritorio cubierto de pegatinas, su Sony de pantalla plana y un arco iris de coloridos armarios atestados de compras online, el sofá miraba a la única ventana de la estancia. Aunque de cristal esmerilado para mantener la intimidad, le otorgaba a Frankie una cierta visión del mundo real o, al menos, la promesa de la misma.

Frankie recorrió el mullido sendero de piel de borrego teñida de rosa, que conducía de su cama al diván, temiendo en silencio que sus padres hubieran reparado en las últimas descargas que había bajado en iTunes. Nerviosa, jaló la fina costura de puntadas negras que le mantenía la cabeza en su sitio.

—¡No jales los puntos! —advirtió Viktor, tomando asiento en el sofá sin respaldo. La estructura de abedul emitió un crujido en señal de protesta—. No tienes por qué ponerte nerviosa. Sólo queremos hablar contigo —colocó a sus pies la bolsa de piel con cremallera.

Viveka dio unos golpecitos al cojín vacío que tenía a su lado luego, empezó a juguetear con su característica chalina de muselina negra. Pero Frankie, temiendo otro sermón sobre el valor del dinero, se ciñó su bata de seda negra de Harajuku Lovers y optó por sentarse en la alfombra rosa.

—¿Qué pasa? —preguntó al tiempo que sonreía y, con el tono de voz, trataba de ocultar que acababa de gastarse 59.99 dólares en un abono para la temporada de Gossip Girl.

—Se avecinan cambios —Viktor se frotó las manos y respiró hondo, como si se preparara para escalar el monte Hood, en el estado de Oregón.

«¿No más tarjetas de crédito?», especuló Frankie, temerosa.

Viveka asintió con la cabeza y forzó otra sonrisa frunciendo sus labios pintados de púrpura. Miró a su marido, alentándolo a continuar pero él abrió sus ojos oscuros de par en par como dando a entender que no sabía qué decir.

Frankie, incómoda, se rebulló sobre la alfombra. Nunca había visto a sus padres tan necesitados de palabras. Mentalmente, recorrió sus compras más recientes, abrigando la esperanza de averiguar cuál de los artículos los había llevado al límite de su paciencia.

«Abono de temporada de
Gossip Girl
. Ambientador con esencia de azahar. Calcetines Hot Sox a rayas, con los simpáticos agujeros en los dedos. Suscripciones a las revistas
Us Weekly
,
Seventeen
,
Teen Vogue
,
CosmoGirl
. Aplicaciones de horóscopo. Aplicaciones de numerología. Aplicaciones de interpretación de sueños. Loción Moroccanoil contra el encrespamiento del cabello.
Jeans
holgados Current Elliot…»

Nada demasiado grave. Aun así, la espera provocaba que sus tornillos echaran chispas.

—Tranquila, querida —Viveka se inclinó hacia adelante y acarició la larga melena negra de su hija. La muestra de cariño detuvo la fuga de energía, pero no supuso un alivio para las piezas interiores de Frankie que seguían silbando y estallando como los fuegos artificiales del 4 de julio. Sus padres eran las únicas personas que había conocido. Eran sus mejores amigos, sus mentores. Decepcionarlos significaba decepcionar al mundo en su totalidad.

Viktor volvió a respirar hondo luego, exhaló al informarle:

—El verano ha terminado. Tu madre y yo tenemos que volver a dar clases de Ciencias y Anatomía en la universidad. No podemos seguir enseñándote en casa —agitaba sin parar el tobillo.

—¿Cómo dices? —Frankie frunció las cejas, perfectamente esculpidas.

«¿Qué tendrá eso que ver con las compras?» Viveka colocó una mano en la rodilla de Frankie, como dando a entender: «Ahora sigo yo» a continuación, se aclaró la garganta.

—Lo que tu padre intenta decir es que tienes quince días de edad. Cada uno de esos días ha implantado en tu cerebro los conocimientos equivalentes a un año: matemáticas, ciencia, historia, geografía, idiomas, tecnología, arte, música, cine, canciones, modas, expresiones idiomáticas, convencionalismos sociales, buenos modales, profundidad emocional, madurez, disciplina, voluntad propia, coordinación muscular, coordinación lingüística, reconocimiento de los sentidos, profundidad de percepción, ambiciones e, incluso, un cierto apetito. ¡No te falta nada!

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