Read Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón Online

Authors: Orson Scott Card

Tags: #Ciencia Ficción

Observadores del pasado: La redención de Cristóbal Colón (5 page)

Entonces el hombre le golpeó con su bastón y lo derribó inconsciente al suelo. Por un momento pareció preocupado por si había matado al niño, pero se tranquilizó al descubrir que Acho respiraba todavía. Entonces el árabe colocó al niño inconsciente en posición fetal, lo metió dentro de un saco, que se cargó al hombro y lo llevó hasta la orilla del río, donde se le unieron otros dos compañeros, también con sacos repletos.

Un esclavista, advirtió Tagiri de inmediato. Creía que no habían llegado tan lejos. Normalmente compraban sus esclavos a los dinkas en el Nilo Blanco, y los cazadores de esclavos dinkas sabían que no era conveniente internarse en las montañas en grupos tan pequeños. Su método era atacar una aldea, matar a todos los hombres y llevarse a los niños pequeños y las mujeres bonitas para venderlos, dejando sólo a las mujeres viejas para llorar por ellos. La mayoría de los negreros musulmanes preferían comprar los esclavos en vez de secuestrarlos ellos mismos. Estos hombres habían roto la pauta. En las antiguas sociedades de mercado que casi destruyeron el mundo, pensó Tagiri, estos hombres habrían sido considerados empresarios vigorosos e innovadores que trataban de sacar un poco más de beneficio eliminando a los intermediarios dinka.

Tagiri pretendía reemprender su observación hacia atrás, regresando a la vida de la madre de Acho, pero descubrió que no podía hacerlo. El ordenador estaba emplazado para encontrar nuevos puntos de observación que siguieran los movimientos de Acho, y Tagiri no extendió la mano para dar la orden que habría regresado al programa anterior. En cambio, observó y observó, avanzando en el tiempo para ver, no qué causaba todo aquello, sino adonde conducía. Qué le sucedería a aquel inteligente y maravilloso hijo que tanto amaba Diko.

Lo que sucedió al principio fue que estuvo a punto de encontrar la libertad... o la muerte. Los negreros fueron tan estúpidos que capturaron sus esclavos remontando el río, aunque no había forma de regresar excepto pasando cerca de las mismas aldeas donde ya habían secuestrado a los niños. En una aldea situada corriente abajo, algunos guerreros lotuko los emboscaron. Los otros dos árabes murieron, y como sus sacos contenían los únicos niños que los aldeanos lotuko buscaban (los suyos propios) permitieron escapar al hombre que llevaba a Acho a la espalda.

El negrero acabó por encontrar el camino hasta la aldea donde dos de sus esclavos negros le aguardaban con camellos. Tras atar al animal el saco que contenía a Acho, los miembros supervivientes de la partida se pusieron en marcha de inmediato. Para indignación de Tagiri, el hombre ni siquiera abrió el saco para ver si el niño seguía vivo.

Y así continuó el viaje Nilo abajo, hasta el mercado de esclavos de Jarrón. El negrero abría el saco que contenía a Acho sólo una vez al día, para verter un poco de agua en la boca del niño. El resto del tiempo el niño cabalgaba en la oscuridad, el cuerpo encogido en posición fetal. Era valiente, pues no lloró nunca, y después de que en varias ocasiones su captor diera repetidas patadas al saco con brutalidad, Acho dejó de suplicar. En cambio, lo soportó todo en silencio, los ojos brillando de miedo. El saco olía ya sin duda a orina y como, al igual que sucedía con la mayoría de los niños de Ikoto, las entrañas de Acho siempre estaban sueltas por la disentería, con toda seguridad apestaba también a heces fecales. Pero todo eso también se secó en el desierto, y como no le daban nada de comer, la suciedad al menos no se renovó. Naturalmente, no iban a permitir que el muchacho saliera del saco para aliviar su vejiga y sus intestinos: podría haber escapado, y el negrero estaba decidido a conseguir algún beneficio de un viaje que había costado la vida a sus dos compañeros. En Jarrón, no resultó ninguna sorpresa que Acho no pudiera caminar durante un día entero. Las palizas, profusamente aplicadas, y una comida de gachas de sorgo pronto le pusieron en pie, y en cuestión de un par de días fue vendido por un precio que, en la economía de Jarrón, hizo rico por un tiempo a su captor.

Tagiri siguió a Acho Nilo abajo, en barco y camello, hasta que finalmente fue vendido en El Cairo. Mejor alimentado entonces, mejor lavado y con un aspecto bastante exótico en la populosa ciudad árabe-africana que era el centro cultural del Islam en aquellos días, Acho alcanzó un precio excelente y se unió a la casa de un rico mercader. Rápidamente aprendió árabe y su amo descubrió su brillante mente y se encargó de que recibiera educación. Con el tiempo se convirtió en el factótum de la casa, atendiéndolo todo mientras el amo estaba fuera en sus múltiples viajes. Cuando el amo murió, su hijo mayor heredó a Acho junto con el resto de los bienes y confió todavía más en él, hasta que Acho tuvo en la práctica el control de todo el negocio. Lo dirigió de forma muy lucrativa, expandiéndose a nuevos mercados y nuevos artículos hasta que la fortuna de la familia se convirtió en una de las mayores de El Cairo. Y cuando Acho murió, la familia lo lloró sinceramente y le dio un honorable funeral, para tratarse de un esclavo.

Sin embargo, lo que Tagiri no podía olvidar era que a través de todo esto, durante cada hora de cada día de cada año de esclavitud, la cara de Acho nunca perdió aquella expresión de nostalgia no olvidada, de pesar, de desesperación. La expresión que decía soy un extraño aquí, odio este lugar, odio mi vida. La expresión que le decía a Tagiri que Acho lloraba por su madre tan profundamente como ella lloraba por él.

Fue entonces cuando Tagiri abandonó su búsqueda hacia atrás a lo largo del pasado de su propia familia y se dedicó a lo que consideraba sería el proyecto de su vida: la esclavitud. Hasta aquel momento, todos los buscadores de historias en Vigilancia del Pasado habían dedicado sus carreras a grabar las historias de grandes, o al menos influyentes, hombres y mujeres del pretérito. Pero Tagiri estudiaría a los esclavos, no a los propietarios; buscaría a través de la historia, no para registrar las decisiones de los poderosos, sino para encontrar las historias de aquellos que habían perdido toda capacidad de elección. Para recordar a la gente olvidada, a aquellos cuyos sueños eran asesinados y cuyos cuerpos eran robados de sí mismos, de manera que ni siquiera contaban como artífices de sus propias biografías. Aquellos cuyos rostros mostraban que nunca olvidaban, ni por un instante, que no se pertenecían a sí mismos y que por eso no había ninguna posible alegría duradera en sus vidas.

Por todas partes encontraba esa expresión en los rostros. Sí, a veces había desafío..., pero los desafiantes eran siempre apartados para recibir un trato especial, y los que no morían entonces acababan adoptando por la fuerza la expresión de desesperación que mostraban los rostros de los otros. Era la expresión de los esclavos, y lo que Tagiri descubrió fue que, para un número enorme de seres humanos en casi todas las etapas de la historia, ése fue el único rostro que pudieron mostrar jamás al mundo.

Tagiri tenía treinta años, y llevaba unos ocho trabajando en su proyecto de esclavitud, con una docena de vigilantes del pasado más tradicionales trabajando a sus órdenes junto a dos de los buscadores de historias, cuando su carrera dio el giro definitivo que la condujo a Colón y deshacer la historia. Aunque nunca salió de Juba, la ciudad donde estaba emplazado su laboratorio de Vigilancia del Pasado, el tempovisor podía alcanzar cualquier lugar de la superficie de la Tierra. Y cuando el TruSite II fue introducido para sustituir a los ya caducos tempovisores, empezó a poder explorar a fondo, pues se había dotado a las nuevas máquinas de un rudimentario sistema de traducción de antiguos idiomas, de modo que no tenía que aprender cada uno de ellos para comprender lo que sucedía en las escenas que veía.

Tagiri se acercaba con frecuencia a la estación TruSite de uno de sus buscadores de historias, un joven llamado Hassan. No se había molestado en observar mucho su estación cuando utilizaba el tempovisor, porque no comprendía ninguno de los lenguajes antillanos que él reconstruía laboriosamente por analogía con otros lenguajes caribes y arahuacos. Sin embargo, había programado al TruSite para captar el sentido principal del dialecto arahuaco que hablaba la tribu en concreto que estaba observando.

—Es una aldea de montaña —le explicó él en cuanto advirtió que ella le estaba observando—. Mucho más templada que las aldeas cercanas a la costa... un tipo distinto de agricultura.

—¿Y el momento?

—Estoy viendo las vidas que fueron interrumpidas por los españoles. Sólo faltan semanas para que una expedición llegue por fin a la montaña para tomarlos como esclavos. Los españoles necesitan desesperadamente mano de obra en la costa.

—¿Las plantaciones crecen?

—En absoluto —contestó Hassan—. De hecho, están menguando. Pero los españoles no son muy buenos manteniendo con vida a sus esclavos indios.

—¿Lo intentan siquiera?

—La mayoría sí. La actitud de asesinato por deporte está presente, por supuesto, porque los españoles tienen poder absoluto y para algunos ese poder tiene que ser probado hasta el límite. Pero, por lo general, los sacerdotes tienen el control de la situación y están tratando de impedir que los esclavos mueran.

«Sacerdotes al control —pensó Tagiri—, y sin embargo la esclavitud no cambia.» Pero aunque eso siempre le parecía amargo, sabía que no tenía sentido recordarle a Hassan la ironía implícita: ¿no trabajaba con ella en el proyecto sobre la esclavitud?

—Los habitantes de Ankuash son plenamente conscientes de lo que está pasando. Ya han comprendido que son los últimos indios que quedan sin esclavizar. Han tratado de mantenerse ocultos, sin encender hogueras y asegurándose de que los españoles no los vean, pero hay muchos arahuacos y caribes en las llanuras que conservan una mínima libertad colaborando con los conquistadores. Ellos recuerdan a los ankuash. Así que habrá una expedición, pronto, y lo saben. ¿Ves?

Lo que Tagiri veía era un anciano y una mujer de mediana edad sentados en el suelo, uno a cada lado de una pequeña hoguera donde un recipiente con agua desprendía vapor. Sonrió ante la nueva tecnología: poder ver el vapor en el holograma era sorprendente; casi le pareció ser capaz de olerlo.

—Agua de tabaco —dijo Hassan.

—¿Beben la solución de nicotina? Hassan asintió.

—He visto este tipo de cosas antes.

—¿No se comportan de manera descuidada? No parece una hoguera sin humo.

—El TruSite debe de estar aumentando el humo en el holograma, así que puede que haya menos de lo que vemos —dijo Hassan—. Pero con humo o sin él, no hay forma de hervir el agua de tabaco sin fuego, y en este punto están casi desesperados. Prefieren arriesgarse a que vean el humo a continuar otro día más sin noticias de los dioses.

—Así que beben...

—Beben y sueñan.

—¿No confían más en los sueños que proceden de sí mismos? —preguntó Tagiri.

—Saben que la mayoría de los sueños no significa nada. Esperan que sus pesadillas no signifiquen nada... sueños de miedo en vez de sueños de verdad. Usan el agua de tabaco para que los dioses les digan la verdad. En otros lugares cercanos, los arahuacos y los caribes habrían ofrecido un sacrificio humano, o se habrían desangrado como hacen los mayas. Pero esta aldea no tiene tradición de sacrificios y nunca los copiaron de sus vecinos. Son un residuo de una tradición diferente, creo. Similar a algunas tribus del Alto Amazonas. No necesitan la muerte o la sangre para hablar con los dioses.

El hombre y la mujer hundieron sus pipas en el agua y luego sorbieron el líquido como si lo hicieran a través de una pajita.

La mujer se atragantó; según todos los indicios, el anciano era inmune al líquido. La mujer empezó a parecer muy mareada, pero el hombre la obligó a beber más.

—La mujer se llama Putukam... el nombre significa «perro salvaje» —dijo Hassan—. Es famosa por sus visiones, pero no ha usado mucho el agua de tabaco antes.

—Ya veo por qué no —dijo Tagiri, pues en ese instante Putukam empezaba a vomitar. Durante un par de minutos el anciano trató de ayudarla, pero poco después también él se puso a vomitar; sus descargas se mezclaron y fluyeron en las cenizas de la hoguera.

—Por otro lado, Baiku es un curandero, así que utiliza más las drogas. Constantemente, en realidad. Así que puede enviar su espíritu al cuerpo de la persona enferma y averiguar qué va mal. El agua de tabaco es su favorita. Naturalmente, sigue haciéndole vomitar. Hace vomitar a todo el mundo.

—Eso le convierte en un buen candidato para el cáncer de estómago.

—Si viviera lo suficiente.

—¿Les hablan los dioses?

Hassan se encogió de hombros.

—Adelantemos un poco para ver.

Manipuló la pantalla unos instantes. Putukam y Baiku podrían haber dormido durante horas, pero para los vigilantes del pasado sólo pasaron segundos. Cada vez que se movían, el TruSite frenaba un poco automáticamente; Hassan sólo devolvió la velocidad a la normalidad cuando quedó claro que los movimientos eran signos de despertar, no las sacudidas normales del sueño. Conectó el sonido, y como Tagiri estaba presente, usó el traductor informático en vez de escuchar directamente las voces de los nativos.

—He soñado —dijo Putukam.

—Y yo —respondió Baiku.

—Déjame escuchar el sueño curador—dijo Putukam.

—No hay nada curador en él —dijo él, el rostro grave y triste.

—¿Todos esclavos?

—Todos excepto los benditos que son asesinados o mueren por las enfermedades.

—¿Y luego?

—Todos muertos.

—Ésta es nuestra curación, pues —dijo Putukam—. Morir. Habría sido mejor que nos capturaran los caribes. Mejor que nos hubieran sacado el corazón y se hubieran comido nuestros hígados. Entonces al menos seríamos una ofrenda a algún dios.

—¿Cuál fue tu sueño?

—Mi sueño fue una locura. Mi sueño no tuvo ninguna verdad.

—El soñador no sabe —dijo Baiku. Ella suspiró.

—Pensarás que soy una pobre soñadora y que los dioses odian mi alma. Soñé con un hombre y una mujer que nos observaban. Eran ya adultos, y sin embargo supe en el sueño que son cuarenta generaciones más jóvenes que nosotros. Tagiri interrumpió.

—Alto—dijo. Hassan obedeció.

—¿Ha sido correcta la traducción? Hassan hizo retroceder un poco al TruSite y pasó de nuevo lo visto, esta vez sin la rutina de traducción. Escuchó las palabras nativas, dos veces.

—La traducción es bastante acertada —dijo—. Las palabras que empleó y fueron traducidas por «hombre» y «mujer» proceden de un lenguaje anterior, y creo que puede haber sustratos que podrían indicar que significan «hombre-héroe» y «mujer-héroe». Menos que dioses, pero más que humanos. Pero utilizan a menudo esas palabras para hablar de sí mismos, como opuestos a la gente de otras tribus.

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