Read Oscuros Online

Authors: Lauren Kate

Oscuros (29 page)

Tecleó entre las dos chicas, y Luce se maravilló ante la rapidez con la que movía los dedos. El buscador se afanaba en seguir su ritmo, haciendo aparecer artículo tras artículo, documento original tras documento original sobre los Grigori. El apellido de Daniel estaba por todas partes y llenaba la pantalla. Luce se sintió un poco mareada.

Volvió a recordar la imagen de su sueño: las alas desplegándose y su propio cuerpo ardiendo hasta convertirse en cenizas.

—¿Es que hay diferentes tipos de ángel en los que especializarse? —preguntó Penn.

—Oh, por supuesto... es un campo de investigación muy amplio —contestó la señorita Sophia mientras tecleaba—. Están los que se volvieron demonios, y aquellos que se quedaron con Dios. Y también los hay que llegaron a tener relaciones con mujeres mortales. —Por fin sus dedos se detuvieron—. Una costumbre muy peligrosa.

—¿Y esos tipos, los Vigilantes, tienen alguna relación con nuestro Daniel Grigori? —preguntó Penn.

La señorita Sophia juntó sus labios pintados de malva.

—Es posible. Yo también me lo he preguntado, pero creo que está fuera de lugar investigar sobre las cosas de otros estudiantes, ¿no? —Miró el reloj y frunció su pálido rostro—. Bueno, espero haberos ayudado un poco para empezar el proyecto, y no quiero robaros más tiempo. —Señaló el reloj de la pantalla—. Solo os quedan nueve minutos.

Mientras caminaba hacia la parte delantera de la biblioteca, Luce observó la postura perfecta de la señorita Sophia. Podría haber sostenido un libro sobre la cabeza. Parecía como si la hubiera animado realmente ayudar a las chicas en su investigación, pero también era cierto que Luce no tenía ni idea de qué hacer con la información que les acababa de dar sobre Daniel.

Pero Penn sí. Ya había empezado a tomar notas con frenesí.

—Ocho minutos y medio —informó a Luce, y le dio un bolígrafo y un trozo de papel—. Hay demasiada información para verla toda en ocho minutos y medio. Empieza a escribir.

Luce suspiró e hizo lo que le decía. Era una página académica aburridísima con un marco azul sobre un fondo beige. Arriba del todo, un titular con letras gruesas decía: EL CLAN GRIGORI.

Solo con leer el nombre a Luce se le encendía la piel.

Penn dio un golpecito al monitor con el bolígrafo para llamar la atención de Luce.

«Los Grigori no duermen.» Eso parecía posible; Daniel siempre parecía cansado. «En general, son discretos.» Confirmado. A veces hablar con él era como someterlo a un interrogatorio. «En un decreto del siglo XVIII...»

La pantalla se volvió negra; se les había acabado el tiempo.

—¿Cuánto has podido anotar? —preguntó Penn.

Luce le mostró su hoja de papel. Patético. Había algo que ni siquiera recordaba haber garabateado: los bordes de las plumas de unas alas.

Penn la miró de soslayo.

—Sí, por lo que veo vas a ser una ayudante de investigación excelente —dijo riendo—. Quizá puedas leerme las cartas. —Ella le enseñó su hoja llena de notas—. No te preocupes, tenemos suficiente para seguir investigando un poco.

Luce se metió el papel en el bolsillo, justo al lado de la lista arrugada con sus interacciones con Daniel. Empezaba a volverse como su padre, que no podía separarse de su trituradora de papel. Se agachó para ver si había una papelera de reciclaje y vio un par de piernas caminando hacia ellas por el pasillo.

Aquel modo de andar le resultaba muy familiar. Se reincorporó en la silla —o cuando menos lo intentó— y se golpeó la cabeza con la parte inferior de la mesa.

—Au —se quejó, frotándose el lugar donde se había golpeado durante el incendio.

Daniel se quedó quieto unos pasos más allá. Su expresión daba a entender claramente que la última cosa que en ese momento quería era encontrarse con ella. Al menos, había aparecido cuando el ordenador las había dejado colgadas. No había razón para que pensara que Luce lo estaba acosando más de lo que ya creía.

Pero Daniel parecía atravesarla con la mirada; sus ojos violeta grisáceos estaban fijos en algo o en alguien situado por encima del hombro de Luce.

Penn le dio un golpecito a Luce, y luego señaló con el pulgar a la persona que estaba detrás de ella. Cam estaba inclinando sobre la silla de Luce y le sonreía. Un trueno en el exterior hizo que Luce casi saltara en los brazos de Penn.

—Solo es una tormenta —dijo Cam ladeando la cabeza—. No durará mucho, lo cual es una pena, porque estás monísima cuando te asustas.

Cam extendió la mano y resiguió con los dedos el borde de su brazo, empezando por el hombro, hasta llegar a la mano. Luce entornó los ojos —era una sensación tan agradable— y cuando volvió a abrirlos, tenía una cajita de terciopelo rojo rubí en la mano. Cam la abrió, solo un segundo, y Luce vio un destello dorado.

—Ábrelo luego —dijo—, cuando estés sola.

—Cam…

—He pasado por tu habitación.

—¿Podemos...? —Luce miró a Penn, que observaba la escena con descaro, absorta como un cinéfilo en primera fila.

Cuando al fin salió del trance, agitó las manos.

—Lo pillo, lo pillo, queréis que me vaya.

—No, quédate —dijo Cam, con un tono más dulce de lo que esperaba Luce. Se volvió hacia Luce—. Me voy, pero luego... ¿me lo prometes?

—Claro —y sintió cómo se ruborizaba.

Cam le cogió la mano que sujetaba la cajita y la metió en el bolsillo izquierdo de los pantalones de Luce. Eran unos pantalones ajustados, y le entraron escalofríos cuando sintió el contacto de los dedos de Cam en su muslo. Él le guiñó un ojo y dio media vuelta.

Antes de que Luce pudiera respirar de nuevo, se volvió otra vez.

—Una cosa más —dijo, y le deslizó el brazo por detrás de la cabeza para atraerla hacia sí.

Luce echó la cabeza para atrás y Cam se acercó aún más, sus bocas entraron en contacto. Los labios de Cam eran tan turgentes como Luce había imaginado todas las veces que se había fijado en ellos.

No fue un beso apasionado, sino más bien un pico, pero a Luce le pareció mucho más. Sorprendida, se quedó sin aliento, en parte por la emoción y en parte por el público potencial que estaría contemplando aquel largo e inesperado...

—Pero ¿qué...?

Cam había apartado la cabeza de golpe, y Luce vio cómo se doblaba y apretaba los dientes.

Daniel estaba detrás de él, retorciéndole la muñeca.

—No le pongas las manos encima.

—No te he oído bien —respondió Cam incorporándose poco a poco.

¡Oh, Dios Mío! Se estaban peleando. En la biblioteca. Por ella.

Entonces, con un rápido movimiento, Cam se abalanzó sobre Luce, y ella gritó cuando empezó a rodearla con los brazos.

Pero las manos de Daniel eran más rápidas. Lo apartó propinándole un golpe y Cam cayó sobre la mesa del ordenador. Cam gruñó cuando Daniel lo agarró del pelo y le inmovilizó la cabeza contra la superficie de la mesa.

—He dicho que no le pongas tus asquerosas manos encima, maldito saco de mierda.

Penn chilló, cogió su estuche amarillo y se alejó de puntillas en dirección a la pared. Luce vio como Penn lanzaba su sucio estuche contra el techo, una, dos, tres veces. A la cuarta, alcanzó la cámara negra que había allí colgada y logró que esta enfocara hacia la izquierda, hacia una tranquila estantería de libros de no ficción.

Por entonces Cam ya se había zafado de Daniel y ambos estaban enzarzados dando círculos, haciendo chirriar sus zapatillas contra el suelo pulido.

Daniel empezó a esquivar los golpes antes de que Luce se diera cuenta de que Cam se había puesto hecho una furia. Pero Daniel no lograba esquivarlos con la suficiente rapidez. Cam acertó con lo que bien podría haber sido un golpe de KO justo debajo del ojo de Daniel, lo cual le hizo retroceder y empujar involuntariamente a Luce y a Penn contra la mesa del ordenador. Se volvió y murmuró una excusa ininteligible antes de darse la vuelta nuevamente.

—¡Por Dios, parad! —gritó Luce, justo antes de que Daniel se abalanzara sobre la cabeza de Cam.

Daniel le hizo un placaje a Cam y descargó una ráfaga de puñetazos en sus hombros y a ambos lados de su cara.

—Así, así me gusta —gruñía Cam, moviendo la cabeza de un lado a otro como un boxeador.

Sin soltar la presa, Daniel le puso las manos alrededor del cuello y empezó a apretar.

Cam reaccionó empujándolo contra una estantería de libros. El impacto resonó en la biblioteca con más fuerza que el trueno que habían oído antes.

Daniel gruñó y cayó al suelo con un golpe seco.

—¿Qué más me ofreces, Grigori?

Luce se tambaleó, pensaba que quizá no podría levantarse, pero Daniel se incorporó enseguida.

—Te lo voy a enseñar —dijo entre dientes—, fuera. —Primero caminó hacia Luce, pero al momento se dirigió hacia la salida—. Tú quédate aquí.

Ambos salieron de la biblioteca dando fuertes zancadas; tomaron la salida trasera, la misma que Luce había usado la noche del incendio. Tanto ella como Penn estaban heladas, y se miraron la una a la otra boquiabiertas.

—Vamos —le dijo Penn, arrastrando a Luce hacia una ventana que daba al patio. Pegaron las caras al cristal y limpiaron el vaho que dejaba su respiración.

Fuera llovía a cántaros y reinaba la oscuridad, solo interrumpida por la luz procedente de las ventanas de la biblioteca. El suelo era resbaladizo, estaba tapizado con una capa de barro, no se podía ver mucho.

Los dos chicos llegaron corriendo al centro del patio, empapados por completo.

Discutieron un momento, luego empezaron a moverse en círculos y volvieron a alzar los puños.

Luce se sujetó a la repisa de la ventana y vio cómo Cam tomaba la iniciativa corriendo hacia Daniel y golpeándolo en el hombro; luego le dio una patada rápida en las costillas.

Daniel se desplomó, agarrándose el costado. «Levántate.» Luce deseaba que se moviera, sentía como si la hubieran golpeado a ella misma, y cada vez que Cam iba a por Daniel, ella lo sentía en su propia carne.

No podía soportar mirar.

—Daniel se tambalea un instante —anunció Penn después de que Luce hubiera apartado la mirada—. Pero le ha colocado un gancho a Cam en plena cara, le ha dado de lleno. ¡Buena!

—¿Disfrutas con esto? —le preguntó Luce, horrorizada.

—Mi padre y yo solíamos mirar combates de lucha libre —dijo Penn—. Parece que estos dos tienen algunas nociones de artes marciales. ¡Un golpe cruzado perfecto, Daniel! —Penn dio un gritito—. Jo, tío.

—¿Qué? —Luce volvió a mirar—. ¿Se ha hecho daño?

—Tranquilízate —respondió Penn—. Alguien ha acudido a parar la pelea, justo cuando Daniel estaba repartiendo bien.

Penn tenía razón. Parecía que desde el otro lado del patio corría el señor Cole. Cuando llegó a donde estaban los chicos se detuvo un momento y los observó; parecía como hipnotizado contemplando con cuánta ferocidad peleaban.

—Haz algo —musitó una angustiada Luce. Al final, el señor Cole agarró a cada uno de los chicos por el pescuezo. Los tres siguieron enzarzados por un momento, hasta que Daniel soltó a Cam. Sacudió su brazo derecho, empezó a caminar en círculos y escupió un par de veces al barro.

—Qué atractivo, Daniel —dijo Luce con sarcasmo. Aunque era lo que pensaba en realidad.

Ahora el señor Cole les leería la cartilla. Agitó las manos como un loco mientras los dos permanecían cabizbajos. Cam fue el primero al que ordenó marcharse; salió del patio a paso ligero y desapareció en la penumbra de la residencia.

Entonces el señor Cole apoyó su mano en el hombro de Daniel, Luce se moría por saber de qué estaban hablando, y si iban a castigar a Daniel. Quería acudir junto a él, pero Penn se lo impidió.

—Y todo por una baratija de bisutería. En cualquier caso, ¿qué te ha regalado Cam?

El señor Cole se fue y Daniel se quedó solo, contemplando la lluvia bajo la luz de una farola.

—No lo sé —le respondió Luce apartándose de la ventana—. Sea lo que sea, no lo quiero. Sobre todo después de lo que ha pasado.

Regresó a la mesa del ordenador y se sacó la cajita del bolsillo.

—Si tú no lo quieres, dámelo —dijo Penn. Abrió la cajita y luego miró a Luce, confundida.

El resplandor dorado que habían visto no provenía de una joya. Solo había dos cosas en la cajita: otra de las púas de Cam y un papelito dorado.

Nos vemos mañana después de clase. Te esperaré en la verja.

C.

15

La guarida del león

H
abía pasado mucho tiempo desde que Luce se había mirado por última vez en el espejo. No solía darle mucha importancia a su reflejo... sus ojos claros y avellanados, los dientes pequeños y bien formados, unas pestañas tupidas y una melena morena y densa. Eso era todo. Antes del verano anterior.

Desde que su madre le había cortado el pelo, Luce había empezado a evitar los espejos. No era solo por el pelo corto; Luce pensaba que ya no se gustaba a sí misma, y decidió que ya no quería tener más pruebas. Empezó por mirarse fijamente las manos cuando se las lavaba y por mantener la vista al frente cuando caminaba delante de algún cristal ahumado, y evitaba las pequeñas polveras con espejo.

Pero veinte minutos antes de encontrarse con Cam, Luce se miró al espejo en el solitario baño de chicas del Augustine. No tenía muy mal aspecto. Por fin el cabello le estaba creciendo, y el peso empezaba a suavizar algunos de sus rizos. Se concentró en sus dientes, luego se irguió y se observó en el espejo como si estuviera mirando fijamente a Cam. Tenía que decirle algo, algo importante, y quería asegurarse de que podría lucir esa mirada que le obligaría a tomarla en serio.

Aquel día, Cam no había asistido a las clases. Tampoco lo había hecho Daniel, así que Luce supuso que el señor Cale los había castigado a ambos. O eso, o se estaban curando las heridas. Pero Luce estaba segura de que Cam la estaría esperando.

No quería verlo, no le apetecía en absoluto. Pensar que sus puños habían golpeado a

Daniel hacía que se le revolviera el estómago. Pero, en primer lugar, se había peleado por su culpa. Ella había dejado que Cam la besara... y el hecho de que hubiera sucedido porque estaba confundida, o halagada, o porque Cam le gustaba un poquito, carecía de toda importancia. Lo más importante era que tenía que ser directa con él: no había nada entre ellos.

Respiró hondo, se bajó la camisa hasta los muslos y salió del baño.

Cuando se acercó a la verja, no lo vio. Pero, en cualquier caso, era difícil ver cualquier cosa más allá de la zona del aparcamiento en obras. Luce no había vuelto a la entrada de Espada & Cruz desde que habían empezado las reformas, y le sorprendió lo complicado que resultaba abrirse paso a través del aparcamiento destripado. Tuvo que sortear los baches e intentar no llamar la atención de los operarios, a la vez que agitaba las manos para intentar disipar los gases que emanaban del asfalto.

Other books

Antarctica by Gabrielle Walker
Under Hell's Watchful Eye by Sowder, Kindra
Comic Book Mystery by Gertrude Chandler Warner
Walter Mosley by Twelve Steps Toward Political Revelation
Double Play by Duvall, Nikki