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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (26 page)

El enano señalo una espiral abierta en el diseño de la guarda.

—Podría fijarlo aquí.

La mano de la anciana se cerró con fuerza sobre la del enano.

—Entonces, hazlo. Esta noche —urgió.

—Es muy tarde... —trató de justificarse Flint.

—Tiene
que ser esta noche —insistió Ailea mientras le apretaba el brazo con fuerza—. ¿Lo harás? ¿Sin falta?

Así, tan cerca de la mujer, Flint advirtió de repente el agotamiento, los años, que normalmente quedaban eclipsados merced a su carácter dinámico. Le prometió lo que quería y ella aflojó la presa de su brazo.

Flint se separó de Tanis en la Sala del Cielo. El semielfo continuó hacia el norte, al palacio del Orador, y el enano volvió a su taller, cargado con la espada de su amigo.

Flint pasó las siguientes dos horas ocupado en la tarea encomendada por la partera.

* * *

Miral llegó sin apenas hacer ruido ante la pareja de guardias apostados en la zona de palacio utilizada por el Orador y su familia; los guardias lo saludaron y le indicaron con un ademán que pasara. A gusto en la oscuridad, donde sólo alguna que otra antorcha le dañaba los ojos, el mago siguió deprisa por el corredor hacia la escalera. Pero, en lugar de bajar el tramo que llevaba al patio, subió los peldaños hacia el segundo piso del edificio.

Hizo un alto frente a la puerta de los aposentos de Xenoth, tras la que se escuchaban los sonoros ronquidos del consejero, y luego pasó ante la puerta de la habitación de Tanis, que estaba entornada y revelaba el cuarto vacío y oscuro. Miral supuso que el semielfo estaría paseando por las calles de Qualinost, agobiado por los acontecimientos del día.

A continuación estaban las habitaciones de Porthios y Gilthanas, y, un poco más allá, la de Laurana.

Bajo la puerta escapaba el brillo de una luz y se oían los pasos de la joven.

El mago llamó a la puerta con suavidad. Los pasos se detuvieron y después se aproximaron a la puerta.

—¿Quién es? —preguntó Laurana en voz baja.

—Miral, mi señora. Siento molestarte a horas tan intempestivas, pero necesito hablar contigo.

Ella abrió la puerta. El mago contuvo el aliento, como le ocurría casi siempre cuando veía a la joven princesa. Estaba resplandeciente con su bata de seda. El tono azul pálido del tejido hacía resaltar el color rubio de su cabello y el rojo de sus labios. Por un instante, el mago fue incapaz de hablar; después se reconvino a sí mismo por su falta de control.

—¿Puedo hablar contigo en privado, Laurana? Está relacionado con el anuncio hecho hoy por el Orador sobre tu compromiso.

Los exóticos ojos verdes de la joven se abrieron de par en par y un suave rubor tiñó sus mejillas.

—Sí, claro..., pero no aquí.

—No, por supuesto que no —dijo Miral con suavidad—. ¿Qué tal en el patio? No quisiera molestar a nadie. Será una conversación larga.

Ella reflexionó un instante, con la cabeza ladeada.

—De acuerdo. No tardaré mucho en vestirme. Nos encontraremos allí dentro de diez minutos. —Sin añadir más, cerró la puerta.

* * *

En el tiempo acordado, Laurana, ahora vestida con una túnica de satén gris y una capa, llegó al patio y tomó asiento en un banco de piedra, el mismo banco que había sido testigo de la pelea de Porthios y Tanis sostenida tantos años atrás. Pero ahora los perales y melocotoneros estaban bañados por la luz plateada de Solinari, y el aroma de los capullos en flor resultaba casi agobiante. Las puertas de acero de palacio relucían con los rayos de la luna. La joven se arrebujó en la capa.

Miral se acercó por el camino pavimentado; en la oscuridad de la noche, daba la impresión de que su túnica roja fuera negra. El mago parecía agitado. La capucha se había resbalado un poco hacia atrás dejando a la vista la palidez de su faz y sus ojos casi incoloros.

—¿De qué se trata, Miral? —inquirió Laurana con suavidad—. Dijiste que tenía que ver con el anuncio de mi padre.

—Yo.. Quería ofrecerte mis condolencias. —El mago agachó la cabeza—. Sé que prefieres a Tanthalas más que a Tyresian, lo que, he de añadir, demuestra un considerable buen gusto por tu parte. —Esbozó una encantadora sonrisa antes de proseguir:— Tanthalas es mucho más adecuado para alguien como tú, a pesar de su... violenta ascendencia. Estoy seguro de que serías capaz de mantener bajo control su carácter impetuoso, mi señora. Al fin y al cabo, no todos los humanos son unos salvajes, y tengo muy buena opinión de Tanthalas desde hace mucho tiempo.

Agachó un poco más la cabeza, y la capucha cubrió de nuevo sus rasgos. Laurana estaba aturdida, sin saber cómo interpretar las palabras del mago, mezcla de elogio y censura hacia Tanis.

—Gracias, pero no veo que...

—Hay alguien que es aún más apropiado para ti.

Laurana notó que la sorpresa se reflejaba en su rostro antes de que se impusieran los largos años de disciplina cortesana y la inexpresividad volviera a su semblante. Cuando habló, su tono era cuidadosamente neutral.

—¿Y quién es esa persona, Miral?

—Yo.

Laurana se había puesto de pie antes de que el eco de la palabra se perdiera en el aire nocturno.

—¡Tú! —dijo con debilidad—. Oh, no creo que...

—Por favor, escucha lo que he de decirte, Laurana —la interrumpió Miral con firmeza—. Si me rechazas, jamás volveré a mencionártelo. Lo juro.

La joven pensaba a marchas forzadas, intentando imaginarse cómo actuaría su padre ante una situación tan delicada como la presente. Miral había sido un miembro de la corte, leal durante años, y se había ganado el favor de su padre por los servicios prestados a tío Arelas. Sabía que, ante una situación así, Solostaran daría al mago la oportunidad de explicarse.

—Por favor, Laurana, siéntate. No te retendré mucho tiempo.

Ella hizo lo que le pedía. Había considerado a Tyresian un hombre demasiado mayor para ella, y el aristócrata era de la misma edad que su hermano Porthios. Por otro lado, Miral era varias décadas mayor.

—Soy demasiado joven para casarme, Miral.

—Pero no para estar prometida. ¿No es eso lo que hiciste con Tanis? ¿Un compromiso de matrimonio?

Sin que lo invitara a hacerlo, el mago se sentó en el banco a su lado.

—Te vi por primera vez hace años, cuando llegué a Qualinost a requerimiento de Arelas. ¿Conoces mi historia?

Laurana asintió en silencio, insegura de la firmeza de su voz. Fue repentinamente consciente de lo silencioso y desierto que estaba el patio durante la noche. Intentó recordar si los guardias patrullaban por allí al igual que lo hacían por el interior del palacio.

—No eras más que una niña..., ¡pero qué criatura! Jamás había visto tal perfección. Un poco mimada, es verdad; y también más pizpireta y marimacho de lo que consideraba atractivo en una niña elfa de noble cuna. Aunque, quizá, pensé, tal vitalidad se debía a pertenecer al linaje de Kith-Kanan.

Laurana se separó un poco del mago, pero la mano del hombre se disparó y aferró la suya. Miral era más fuerte de lo que Laurana imaginaba. Y sus ojos... Cosa extraña, pero podía verlos muy bien en la oscuridad, incluso bajo las sombras de la capucha. Un escalofrío de miedo le recorrió la espina dorsal. La voz del mago rompió de nuevo el silencio de la noche.

—Me encantaba observarte, Laurana. Me ofrecí para ser tu tutor, aunque ello significara que también tendría que ocuparme de ese lerdo hermano tuyo, Gilthanas. Y de Tanis. A Tanis lo apreciaba y le tenía confianza. Al fin y a la postre, ¿no se os educó como hermano y hermana? ¿Qué amenaza podía representar para mi pretensión cuando llegara el momento? Pero ayer descubrí lo equivocado que estaba respecto a Tanis.

Miral apretó más la mano y Laurana dejó escapar un sonido de protesta. Ello sirvió para superar su temor, y se puso en pie mientras él intentaba sentarla de nuevo.

—¡Aguarda! —siseó el mago—. Laurana, elígeme. Puede que no sea todopoderoso, pero soy mejor mago de lo que la gente piensa. Al final, podré ofrecerte más poder y más riquezas que entre Tyresian y Tanis juntos, si sólo tienes un poco de paciencia.

Laurana, a quien el corazón le latía desbocado por el miedo, consiguió soltarse de Miral y retrocedió unos pasos. El mago se puso en pie con lentitud.

—¿Qué me respondes? —inquirió con ansiedad.

La joven olvidó todo protocolo y comportamiento cortesano. Su única idea era escapar. El ofender o no al mago ya no era importante; huir sí. El Orador no permitiría que Miral permaneciera en la corte después de que le contara lo ocurrido esta noche.

—Déjame en paz —exigió, haciendo acopio de valor y dando a su voz cuanta autoridad fue capaz de demostrar—. Márchate de esta corte. Si has partido por la mañana, prometo que no le diré a mi padre tu incalificable comportamiento. Así no sufrirás la humillación de que te expulsen de Qualinost.

El mago siguió callado, inmóvil, y la joven le dio la espalda y se encaminó hacia las puertas de palacio. Oyó a Miral musitar unas palabras, y echó a correr. No obstante, a pocos pasos de las puertas de acero, el hechizo estalló en su cerebro; la joven se tambaleó y se desplomó en el suelo, desmayada.

Recobró el conocimiento en el corredor, frente a su habitación. Dos guardias de palacio, uno de ellos con una lámpara en la mano, la miraban con expresión preocupada; su cabeza y sus hombros reposaban en el regazo de Miral. Alzó la vista, desconcertada.

—¿Cómo he venido a parar aquí?

—Pasaba por el corredor cuando oí abrirse tu puerta —dijo el mago con extremada suavidad—. Sabía que el día había sido agotador para ti, y me apresuré a venir por si te encontrabas enferma o necesitabas ayuda. Te desmayaste antes de que llegara a tu lado. ¿No lo recuerdas?

—No. —Laurana se recostó hacia atrás con desmayo—. No me acuerdo de nada. Lo único que recuerdo es estar paseando por mi cuarto y luego, de repente, me encontré aquí.

Y, sin embargo, pensó la joven, tenía la impresión de que se le olvida algo muy importante. Sacudió la cabeza, incapaz de razonar.

La expresión de los claros ojos de Miral era indescifrable. El mago metió la mano en un bolsillo de su túnica y sacó un pequeño paquete de hojas secas.

—Echa esto en una taza con agua caliente, mi señora. Te tranquilizará y te ayudará a dormir. Enviaré a un sirviente con el agua.

Laurana guardó silencio, intentando recobrar el dominio sobre sí misma; luego asintió con un leve cabeceo. Miral y uno de los guardias la ayudaron a incorporarse. El mago desapareció corredor adelante. La joven se quedó de pie en el umbral, bajo la inquieta mirada de los guardias. Al otro extremo del pasillo, la puerta de lord Xenoth se abrió de repente y el consejero —completamente vestido, lo que no dejaba de ser chocante— se asomó. Laurana hizo caso omiso del anciano, todavía molesta por su continua actitud intransigente hacia Flint y Tanis.

Su irritación con el viejo consejero se desvaneció al intentar de nuevo aclarar sus ideas. Algo, algún recuerdo vago, parecía escabullirse de su memoria. ¿Qué era?

En fin, fuera lo que fuera, no tenía importancia. Ya lo recordaría más tarde. Dio las buenas noches a los dos guardias y cerró la puerta de su habitación.

16

La entrevista

Uno de los sirvientes del Orador le salió al paso a Tanis poco antes del amanecer del día siguiente, cuando el semielfo se dirigía a los establos para preparar a
Belthar,
su caballo. El sirviente le informó que Solostaran quería verlo de inmediato en su despacho.

Sin embargo, cuando Tanis llegó a la antesala del Orador, en la Torre, los guardias apostados a la puerta le dijeron que Solostaran estaba reunido con alguien y que no tardaría en hacerlo pasar. Tanis les dio las gracias y se dirigió a un extremo del pasillo, donde encontró un asiento en un nicho de la pared.

La puerta del despacho del Orador se abrió y Porthios salió por ella. Saludó a los guardias con un leve cabeceo y echó a andar con determinación en dirección opuesta adonde aguardaba Tanis, al parecer sin advertir la presencia del semielfo. Tanis soltó un suspiro de alivio y, cuando Porthios hubo desaparecido por un recodo del pasillo, se dirigió al despacho. El guardia lo hizo entrar de inmediato, y cerró la puerta a sus espaldas. Tanis tragó saliva con esfuerzo, preguntándose qué tendría que decirle el Orador.

Solostaran estaba sentado a su escritorio, examinando unos pliegos que iluminaba la trémula llama de una lámpara de aceite; su luz dorada se reflejaba en los ribetes dorados de la túnica verde del Orador. Cuando sonó el pestillo, Solostaran apartó a un lado los pergaminos y alzó la vista. La habitación, con sus paredes transparentes, empezaba a emitir un resplandor rosáceo con la mortecina luz que anunciaba el amanecer.

—Tanthalas —saludó el Orador con voz inexpresiva. No le ofreció una silla, por lo que Tanis permaneció de pie.

—Me dijeron que deseabas verme, Orador —musitó el semielfo. No recordaba haberse sentido así de mal en ninguna de las entrevistas con Solostaran, pero hoy estaba asustado.

—Ayer fue un día agotador, Tanthalas —comenzó con suavidad el Orador. Se puso en pie y empezó a pasear por el cuarto, con las manos enlazadas a la espalda—. Sabía que iba a ser problemático prometer a Lauralanthalasa, pero no tenía otra opción. Fue un compromiso realizado por las dos casas hace mucho tiempo. Incontables acuerdos, numerosos tratados, dependen de la fe que tienen los elfos en que el Orador de los Soles cumplirá siempre su palabra. ¿Qué otra cosa podía hacer, pues? —Más parecía estar discutiendo consigo mismo que hablando con Tanis—. ¿Acaso debí bajar de la tribuna renunciando al título de Orador para salvar a mi hija?

Tanis, espantado, estuvo a punto de exclamar: «¿Abdicar?». Pero el Orador se le adelantó y sacudió la cabeza.

—¿Y qué habría conseguido con ello? Porthios habría ocupado mi puesto, y entonces la responsabilidad de la promesa habría recaído sobre él, con lo que nada habría cambiado. Y por ello, Tanis, mantuve mi palabra. El honor de nuestra casa lo exigía. —Dirigió una mirada penetrante al semielfo, que se encogió sobre sí mismo sin poderlo evitar—. Tampoco Tyresian es un mal partido para Laurana —prosiguió Solostaran, y Tanis sintió los acelerados latidos de su corazón—. Por consiguiente, y aunque sabía que era una tarea difícil, me decidí a llevarla a cabo y anuncié el compromiso.

»
Dime, Tanthalas, cómo se ha llegado a esta situación. No comprendo, ni nadie ha sido capaz de explicármelo, cómo es posible que mi hija se comprometiera con el muchacho que traje a mi casa y al que eduqué como si fuera su hermano. Y, por primera vez en la vida, me encuentro con que Laurana no quiere... —El Orador hizo una pausa, y se llevó las manos a los ojos un instante antes de proseguir:— Me encuentro con que no quiere hablar conmigo. Dime, Tanthalas, ¿por qué me desafía mi propia hija?

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