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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (38 page)

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Se han dado mucha prisa en atribuir la autoría de este crimen execrable a Tanis —prosiguió el enano—. A mí se me ocurren otros que son igualmente..., no, más sospechosos que el semielfo, en cuyo corazón nació un profundo cariño por la partera en estas últimas semanas.

—¡Cariño! —resopló con desdén Tyresian—. ¡Hipocresía! Estaba fingiendo.

—¡Y tú, Tyresian, encabezas la lista de mis sospechosos! —bramó Flint, señalando con el dedo al noble.

—Absurdo —replicó Tyresian—. Yo no tuve ocasión. Formaba parte de la guardia de Porthios en la Arboleda cuando asesinaron a la anciana dama.

Flint se quedó momentáneamente perplejo, pero reaccionó al instante.

—Hay un dato a tener en cuenta. Al parecer, la muerte de tía Ailea está relacionada con el accidente sufrido por lord Xenoth. Ella descifró la incógnita de esa muerte, y, a resultas de ello, alguien la asesinó. ¿Por qué, entonces, iba a enviar una nota dirigida a mí y a
Tanthalas, si
hubiese tenido una evidencia que lo vinculaba con la muerte de Xenoth?

El Orador parecía inclinado a permitir que el enano continuara con su exposición a pesar de la afrenta al protocolo.

—Sin embargo, esa nota no se ha encontrado, maestro Fireforge —apuntó Solostaran—. Nadie excepto tú la vio. Miral sólo te oyó leerla, la pequeña Fionia no sabe leer, y Tanis, quien también afirma haberla visto, es el principal sospechoso. Más aún: a excepción de Tanis, no se vio entrar o salir de la casa a nadie antes de que llegaseis Miral y tú. Y, por último, ¿por qué iba a disculparse el asesino de Ailea en una nota escrita sobre el mantel, si no fuese alguien muy próximo a ella?

—Yo... —Flint vaciló un instante—. Confieso que lo ignoro, Orador. Lo único que se es que la explicación que las pruebas parecen indicar, no puede ser verdad.

Una fina arruga apareció en la frente del Orador; su semblante adoptó una expresión desconcertada... y quizá también un asomo de esperanza.

—Con todos los respetos, Orador, esto es totalmente ridículo —objetó Tyresian, con voz queda pero los ojos relucientes por la furia—. ¿Desde cuando un simple forjador, y para colmo enano, pone en tela de juicio las decisiones de la corte?

El Orador alzó una mano.

—El maestro Fireforge siempre ha tenido permiso para hablar conmigo con entera libertad —repuso con calma. En aquel momento Flint advirtió lo cansado, lo viejo que parecía Solostaran—. Por favor —susurró el Orador, haciendo un ademán para que prosiguiera.

—Todo cuanto digo, Orador, es que le deis a Tanis la oportunidad de contar lo ocurrido desde su punto de vista.

—Ya lo hemos escuchado —protestó Tyresian—. Y es una historia ridícula. «Cuando llegué ya estaba muerta.» ¿Entonces por qué había sangre en sus manos? ¿Por qué los vecinos no vieron a nadie más que a él entrar o salir de la casa? Hay un breve espacio de cinco minutos durante el cual, lógicamente, la partera pudo haber muerto, y Tanis fue el único que entró durante ese tiempo. ¿Acaso espera que creamos que...?

—¡Silencio! —ordenó el Orador, en cuya voz había de nuevo un tono inflexible. Las palabras de Tyresian se cortaron de manera súbita—. Me temo que hay algo de verdad en el razonamiento de lord Tyresian, Flint —comentó Solostaran con voz pesarosa mientras se volvía hacia el enano—. Hemos escuchado la versión de Tanis, y en ella no hay detalles esclarecedores que lo exculpen.

Mas Flint no se había dado todavía por vencido.

—Tan seguro como que mí barba es larga, hay varias cosas que no encajan, Orador, y creo que eso no se me puede discutir. Existe la posibilidad de que, si se le da tiempo para reflexionar, Tanis logre descifrar esas incógnitas y así probar su inocencia. Ahora mismo, parece que todo el mundo ha tomado partido. Pero pienso que el muchacho merece que se le dé una oportunidad.

Cuando llegaba el momento, Flint podía mostrarse tan firme como una roca. El Orador estudió al enano unos segundos y después de una fugaz sonrisa le curvó los labios.

—Como siempre, maestro Fireforge, tu sin par sentido común supera el buen juicio de esta corte. Haré caso de tu consejo.

Tyresian estaba furioso, pero el Orador no le prestó atención.

—Tanthalas —dijo, de nuevo con tono autoritario, si bien carecía de la frialdad anterior—, se te conceden tres días para que encuentres la prueba de que no fue tu mano la que llevó a cabo tan horrendo crimen. Si al anochecer del tercer día no has logrado convencer a esta corte de tu inocencia, entonces se llevará a efecto la sentencia antes dictada y serás expulsado de reino de Qualinost para siempre.

—¡El semielfo es peligroso! —protestó Tyresian—. La ciudad está abarrotada de viajeros que se han desplazado hasta aquí para presenciar el
Kentommen.
La ceremonia se celebrará dentro de tres días. ¿Y si se comete otro crimen? ¿Cuánto elfos más habrán de morir para que el Orador afronte los hechos?

Solostaran miró a su alrededor con gesto grave.

Gilthanas, Litanas y Ulthen mostraban la misma inquietud.

—¿Alguien más quiere añadir algo? —preguntó el Orador. Litanas pareció recordar de repente que ahora era el consejero del Orador. Adelantó un paso.

—Estoy de acuerdo en que se le debería dar a Tanis la oportunidad de probar su inocencia, pero al parecer despierta cierta preocupación entre los nobles la circunstancia de que se permita deambular por las calles de Qualinost con entera libertad a un sospechoso de asesinato.

—¿Cierta
preocupación? —resopló Tyresian—. Es una definición excesivamente moderada.

—Mi consejero tiene la palabra, lord Tyresian —interrumpió el Orador—. Prosigue, Litanas.

El joven consejero adoptó una pose más erguida, y sus ojos se clavaron en el noble.

—Tal vez la mejor sugerencia sea ésta: dejar confinado a Tanthalas en sus aposentos, con un guardia apostado en la puerta, durante los próximos tres días. Permitir que su amigo, Flint Fireforge, reúna cuantas pruebas considere oportunas para probar su inocencia. Al término del plazo de estos tres días, inmediatamente después de finalizar el
Kentommen,
reunirnos de nuevo Flint y todos los demás para discutir el asunto.

El Orador asintió en silencio con actitud grave, pero en sus ojos había una expresión satisfecha.

—¿Alguna otra idea? —Nadie habló—. En tal caso, se hará como ha propuesto mi consejero, lord Litanas. ¡Este es el fallo que pronuncio! —concluyó, cerrando el consejo con aquella antigua fórmula. Después de dirigir una última mirada a Tanis y a Flint, el Orador abandonó la cámara, con los pliegues de la túnica ondeando tras él.

Al acercarse a Tanis, Flint vio que Miral hablaba con el semielfo.

—Espero que saques ventaja del tiempo que el enano ha obtenido para ti, Tanis. Pero me temo que no es tarea sencilla —dijo el mago con pesadumbre.

—¿Crees pues que soy culpable?

—No, creo que eres inocente, Tanis. Pero la evidencia parece irrefutable. —Miral sacudió la cabeza—. Si precisas ayuda, dímelo, Tanis. Haré cuanto esté en mi mano. —El mago giró sobre sus talones y salió de la cámara con pasos rápidos.

Gilthanas y otro guardia se adelantaron para escoltar al semielfo a sus aposentos. Flint miró ceñudo a los dos, pero lo sorprendió ver sólo una expresión de tristeza en las facciones del joven elfo.

—Tía Ailea no merecía morir así —dijo Gilthanas con voz suave.

—Lo sé. Yo no la maté —respondió Tanis.

—Asistió a mi parto, al de Laurana y también al de Porthios —comentó el joven. Suspiró—. Tanis, la razón me dice que tú eres el único que pudo asesinarla. Mi corazón, por el contrario, confía en que quedes libre de toda culpa. Me alegraré si consigues probar tu inocencia, aunque sólo sea por evitarle sufrimiento a mi padre —agregó con sencillez. Apartó con un gesto el cabello rubio que le caía sobre la frente. El uniforme negro de la guardia lo hacía parecer más pequeño—. Pero no esperes ayuda por mi parte. No puedo dártela. Y si intentas alguna otra maldad... —Se llevó la mano al emblema de plata del Sol y el Árbol que lucía en el jubón negro, el símbolo de la ciudad y su guardia—. Me veré forzado a impedírtelo.

Flint resopló. Pues vaya ánimos que le daba a su primo, pensó. Pero Tanis pareció comprenderlo, pues se limitó a asentir en silencio, y entonces el segundo guardia se colocó al otro lado del prisionero. Tanis se quitó la espada enfundada y se la tendió a Flint.

El enano siguió con la mirada a los tres mientras Gilthanas y su compañero de armas conducían a su amigo fuera de la Torre.

25

A la búsqueda de pistas

Dos días después, por la tarde, Flint deambulaba por Qualinost, desesperado por la falta de pruebas, y preguntándose cómo demonios iba a obtener pistas del asesinato de tía Ailea cuando ni siquiera tenía la más remota idea de por qué la habían matado. Había hablado con todo el mundo que podía saber algo, desde los vecinos de la anciana, hasta las mujeres a las que había asistido en partos recientes. Había pasado por la Torre para entregar el medallón de Porthios, y aprovechó para hacer preguntas a varios elfos cuya opinión aún desconocía.

—La nota decía que había descubierto algo sobre la muerte de Xenoth —musitó el enano, que hizo un alto para sentarse al borde del Gran Mercado.

El lugar, siempre un fárrago de colores y sonidos, hoy era aún más exuberante. Jamás había visto elfos tan espléndidamente ataviados como ahora lo estaban para la ceremonia de Porthios. Por lo general, vestían con tonos terrosos poco llamativos; esta tarde, sin embargo, los rosas, los azul verdosos y los púrpuras desfilaban ante sus ojos, y eran muchos los elfos que llevaban máscaras creadas a semejanza de animales. Para regocijo de los presentes, había incluso un elfo que bailaba de acá para allá, disfrazado como un árbol: ropa de cuero marrón oscuro, la cabeza cubierta con un saco de tela también marrón, con dos agujeros a la altura de los ojos, y sosteniendo en los brazos abiertos ramas de álamo. Otro elfo se cubría la cabeza y los brazos con plumas blancas, y llevaba una máscara que recreaba los rasgos de una lechuza. Un tercer elfo recorría el mosaico de Kith-Kanan luciendo un disfraz de dragón de color verde oscuro, atuendo que causaba el alborozo de sus compañeros, ya que hacía milenios que no se veían dragones en Krynn; eso, si es que era cierto que alguna vez habían existido.

El tránsito de Porthios de adolescente a adulto parecía haber dado una excusa a los qualinestis para comportarse como chiquillos, y estaban sacando todo el partido posible de ello.

Por una vez, los qualinestis habían dejado de lado parte de su característica reserva y, si bien no igualaban el entusiasmo de un enano en el Día de Barba Cerrada, tampoco se quedaban muy atrás.

Cómo habría disfrutado Ailea con esta exhibición, pensó entristecido Flint. Esta idea lo hizo volver de nuevo al asunto que tenía entre manos.

—¿A quién habría confiado Ailea su descubrimiento? —musitó, meditando sobre las averiguaciones que había llevado a cabo—. Su vecina dijo que estaba en casa aquella mañana, y no vio entrar a nadie más que a Tanis. Pero Ailea tuvo que haber hablado con alguien —añadió.

Le llegó el olor a salchichas
y quith pa
caliente, y se colocó detrás de cuatro elfos que guardaban cola frente a un puesto donde se vendía comida. El enano siguió murmurando, lo que, merced al ambiente festivo, no pareció llamar demasiado la atención de los elfos.

¿Y si había descubierto algo sobre Tyresian, algo que también sabía Xenoth? El anciano consejero llevaba cientos de años en la corte; sin duda tenía que estar al tanto de infinidad de información, parte de la cual debía de estar catalogada como reservada.

—Tyresian habría tenido el mismo móvil para matar a Ailea que para matar a Xenoth —murmuró Flint. Deseó que Tanis estuviera a su lado para hablar sobre el asunto, pero el semielfo se encontraba bajo arresto en sus aposentos de palacio.

Por fin le llegó su turno en la fila, y, tras pagar al vendedor, se alejó del puesto mientras daba un buen mordisco a la jugosa salchicha y al pan. Pero la comida le supo insípida al comprender que no tenía más remedio que hacer lo que había evitado hasta entonces: regresar a la casa de Ailea y buscar en ella alguna pista.

Minutos más tarde, se encontraba ante el hogar de la partera, ajeno a los alegres cantos de los elfos disfrazados que bullían a su alrededor. Un soldado con el uniforme negro de la guardia de palacio, quien al parecer se había contagiado con el ambiente festivo a despecho de la responsabilidad de su cometido, se encontraba recostado contra la puerta principal de la vivienda. Dirigió una mirada penetrante a Flint cuando el enano se apartó del camino y se dirigió al rodal de petunias blancas que Ailea había plantado bajo la cerrada ventana frontal. Ninguna de las flores estaba estropeada, y, apartando las corolas blancas, Flint comprobó que tampoco había huellas en la tierra abonada. La otra ventana de la fachada correspondía al segundo piso. Para alcanzarla, un elfo habría tenido que subirse sobre los hombros de otro.

Flint fue repentinamente consciente de lo absurdo de su idea.

—Como si fuera necesario que alguien se tuviera que colar por una ventana a plena luz del día cuando tenía a mano una puerta abierta por la que entrar —rezongó en voz baja—. ¡Flint, eres un cabeza hueca!

Se incorporó y se sacudió la hierba que se le había quedado pegada a las rodilleras de los pantalones. El guardia, un muchacho de facciones afiladas y poco mayor que Gilthanas, no le quitaba los ojos de encima. El enano cayó en la cuenta de que el guardia no le había dado el alto.

—¿Ha entrado alguien en la casa desde que se cometió el asesinato? —le preguntó.

El joven sacudió la cabeza en un gesto de negación.

—El Orador dio órdenes de que nadie entrara ni se acercara a la casa, excepto tú, maestro Fireforge.

Flint dedicó un pensamiento de cálido afecto al señor elfo.

—¿Hay apostados más guardias? —inquirió.

—Hay otro en la puerta trasera. Dentro no hay ninguno.

El enano rodeó el costado de la casa y se asomo a la parte trasera. El guardia estaba sentado en el último escalón del pórtico, comiéndose un tomate que sin duda había cogido del huerto de tía Ailea. Se incorporó de un brinco al ver a Flint. No obstante, el enano no dijo nada; el joven podía vigilar la puerta tanto si estaba de pie como sentado, dedujo Flint, y a Ailea le habría gustado que alguien aprovechara los productos que cultivaba ahora que ella ya no los podía utilizar.

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