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Authors: Mark Anthony & Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Qualinost (46 page)

—¿Cómo atravesé el fondo? ¿Qué fue lo que hice? —susurró, con la mano sobre la frente calenturienta. Estaba hundido hasta los tobillos en los desechos amontonados de hojas secas—. La runa. —Bajó la vista al suelo—. La pinocha se prendió fuego. Tal vez fue eso. —Reflexionó unos segundos—. Bueno, si me equivoco, moriré abrasado. En fin...

Encendió una antorcha y la acercó a la alfombra de hojas resecas. Las llamas se alzaron rugientes.

* * *

Miral corrió por la segunda balconada para descender por la escalera de caracol hasta el piso bajo. Hacía mucho tiempo que Gilthanas había entrado en el corredor. Algo no marchaba conforme a los planes del mago. Estaba furioso; sería injusto que las cosas se torcieran en el último momento.

Llego a la puerta que conducía al hueco de la escalera cuando oyó exclamaciones de espanto que se alzaban entre los asistentes, y se volvió hacia la balaustrada para asomarse y ver qué ocurría.

—¡Porthios va armado!

—¿Qué?

—¡Un joven
Kentommen
jamás ha ido armado!

—¿Qué presagia esta actitud?

Solostaran palideció al mirar la figura a la que suponía su hijo y heredero, pero no perdió la compostura ni por un momento.

—Porthios, dime qué significa esto —ordenó.

—Hay un asesino en la Torre —gritó Tanis, a la vez que se despojaba de la capucha que lo cubría.

Se alzó un nuevo revuelo de exclamaciones en tanto que la muchedumbre se apartaba dejando paso al semielfo, que enarbolaba la espada. Tanis subió de un salto a la tribuna y se colocó delante del Orador.

—¡Tanthalas! —exclamó desde arriba Miral—. ¡Pero si habías muerto!

El joven se volvió para enfrentarse al mago. Los ojos de Miral se encontraron con los de Tanis, y en ellos vio una expresión de dolor.

—¿Y tú cómo sabías eso, mago? —inquirió Tanis.

—¡Guardias! —llamó Tyresian.

Tanis alzó el arma, y el amuleto de Elansa centelleó como un pequeño sol.

—El mago ha asesinado en dos ocasiones, y planea hacerlo otra vez hoy —dijo, apuntando con la espada a Miral.

Miral tuvo que contenerse para no soltar una carcajada por el caos que se había desatado a sus pies. ¿Qué mejor momento que éste para lanzar su pequeño conjuro? Empezó a entonar las palabras del hechizo.

—Por todos los dioses —masculló Tyresian—. El semielfo se ha vuelto loco. Y también el mago. ¡Guardias!

—Tanis, dónde está Porthios? —gritó Laurana—. ¿Y Gilthanas?

Pero Tanis no tenía tiempo que perder con explicaciones. Se lanzó a toda carrera hacia la escalera de caracol. Los guardias ataviados con el negro uniforme ceremonial entraron en tropel a la sala, pero no comprendieron de inmediato que la persona a quien Tyresian quería que detuvieran era el semielfo. Tanis pasó entre sus filas, abrió la puerta de un empujón, y subió los escalones de tres en tres.

Como si las palabras retumbaran en su cerebro, Tanis escuchó el cántico de Miral. En lo alto, el mosaico del techo crujió.

De improviso, tía Ailea apareció en la escalera, ante él.

—¡Ailea! —exclamó—. ¡No has muerto!.

La anciana lo miró y sonrió.

Entonces, de repente, ya no era Ailea, sino Xenoth, que reía y señalaba con gesto despectivo al semielfo. Tanis alzó la espada e intentó dominar el pánico.

Xenoth se transformó en un elfo de mediana edad, de facciones elegantes y ojos azules. Daba el brazo a una mujer pálida, de rizoso cabello trigueño y ojos de un tono marrón oscuro, como la tierra. La elfa miró a Tanis, alzó una mano hacia él, y susurró:

—Tanthalas, hijo mío.

Tanis estaba paralizado, pero su corazón latía desbocado. La angustia del momento lo desgarró. Entonces salió del trance con brusquedad.

—¡Sois producto de la hechicería! —gritó. Las figuras se desvanecieron en el aire.

Se apartó del lugar en donde se había quedado paralizado; sintió como si unos dedos gélidos le rozaran el brazo al pasar por el punto donde habían surgido las apariciones.

—¡Miral! —gritó, irrumpiendo en la segunda balconada. Tres fragmentos del mosaico se desprendieron del techo y se precipitaron sobre la asamblea de elfos. Una fina grieta hendió la bóveda.

En aquel instante, en medio de un retumbar semejante al del trueno, Flint y
Pies Ligeros
se materializaron en la tribuna.

—¡Arelas! —llamó el enano. Su voz resonó en los muros—. ¡Arelas Kanan! —Flint señaló con su martillo al mago.

El cántico de Miral se hizo más lento y después se interrumpió. Con las manos alzadas sobre la cabeza, las palmas sudorosas, mantuvo el hechizo, y bajó la vista hacia el enano. De repente, se hizo un profundo silencio en la sala, roto sólo por el débil golpeteo producido por la caída de pequeños fragmentos del mosaico. En el aire flotaba un olor a piedra y argamasa.

—¿Arelas? —repitió Solostaran con voz queda—. ¿Mi hermano?

—Vuestro hermano no murió, Orador —dijo Flint—. Arelas no murió. Vino a vos como Miral.

El inesperado rebuzno de la mula rompió el embrujo creado por la aparición de Flint, y Miral reanudó la salmodia. Un crujido, que semejaba un gemido agónico, llegó del arco iris que dividía el mosaico de cielo nocturno y el diurno, en lo alto de la Torre.

—Asesinó a lord Xenoth porque había descubierto quién era en realidad —gritó Flint, cuya voz temblaba por la cólera—. Mató a tía Ailea por la misma razón. ¡Y ahora quiere acabar con vos y con vuestros hijos!

Con una tranquilidad asombrosa, Solostaran se volvió hacia Miral... Hacia Arelas.

—¿Por qué? —preguntó.

Miral bajó la vista hacia ellos y sintió que lo desbordaba la rabia que había albergado durante casi doscientos años. Dejó caer los brazos y cesó su cántico.

—¡Me echasteis de aquí, Solostaran! —gritó—. ¡Me alejasteis de Qualinost!

—Te estabas muriendo, Arelas —contestó el Orador—. O es lo que creíamos.

—Siempre fui el más inteligente de los tres, Solostaran —bramó Arelas—. Debería haber sido el Orador.
¡Seré
el Orador! Y haré que Qualinesti sea sólo para los elfos de sangre pura. Ahora que poseo el poder de la Gema Gris...

Una parte de la columnata que sostenía la primera galería reventó, debilitada por el hechizo de Arelas, y lanzó esquirlas de piedra en la sala. Los nobles se dispersaron. El mago esbozó una mueca y, extendiendo las manos, lanzó una descarga de fuego sobre la tribuna. Flint se abalanzó contra Solostaran y el empellón sacó al Orador fuera de la plataforma.

Tyresian hizo otro tanto con Laurana, y la envió hasta la relativa seguridad del espacio resguardado por la balconada. Un bloque de mármol se precipitó sobre el noble, y Laurana chilló aterrada.

Porthios irrumpió en ese momento de la
Yathen-ilara.

—¡Arelas! —gritó de nuevo Tanis, a la vez que alzaba su espada. Pero su gesto hizo reír al mago.

—¡No servirá de nada, Tanthalas! ¡La espada no me atacará! —Abrió los brazos y ejecutó unos alegres pasos de baile—. La hechicé, ¿sabes? El mismo día en que hechicé esas puntas de flecha que tan bien utilizaste contra el tylor y lord Xenoth. —Sus risas estridentes se interrumpieron con un golpe de tos, y Tanis vio una oportunidad para atacar.

Se abalanzó sobre Arelas y arremetió con la espada. Pero el arma rebotó contra algo invisible y pasó inofensiva sobre la cabeza del mago. Arelas alzó de nuevo los brazos, dio la espalda al semielfo de manera ostentosa, y reanudó la salmodia. Otro trozo de mosaico se desprendió del techo.

Arelas se asomó sobre la balaustrada, con un brazo hacia atrás, como si fuera a lanzar otra descarga de fuego mágico sobre los aterrados espectadores. Tanis intentó de nuevo razonar con el mago.

—¡Miral...! ¡Arelas! ¡Gilthanas está vivo!

Abajo, a sus pies, Tanis vio a Porthios volver bruscamente la cabeza hacia él, con el rostro resplandeciente de esperanza al escuchar que su hermano pequeño no había muerto. Miral giró sobre sus talones, con una expresión terrible plasmada en su pálida faz, y los iris casi carentes de todo color.

—¿Está vivo? —preguntó.

Aunque, a juzgar por las apariencias, la espada no le servía de nada contra el mago, Tanis no dejo de apuntarle con ella.

—Sí. Y Gilthanas te antecede en la sucesión, Arelas —replicó el semielfo—. No conseguirás ser el Orador, hagas lo que hagas aquí hoy.

Arelas se estremeció, como si estuviera al borde del Abismo. Entonces, una de las manos se disparó hacia adelante, y un proyectil mágico se precipitó sobre el semielfo.

Actuando por puro instinto, Tanis levantó la espada. El rayo mágico se estrelló contra el medallón de Elansa y derritió el acero; otro rayo de fuego salió de la espada y surcó el aire hacia el mago, que lanzó un alarido cuando la descarga lo alcanzó y lo arrojó por el borde de la balconada.

Su cuerpo estalló en llamas antes de estrellarse contra el suelo de la Torre.

EPÍLOGO

AÑO 308 D.C

FINALES DE VERANO,

—¿Pero dónde obtuvo el poder? —preguntó Tanis de nuevo.

Flint sacudió la cabeza. Corrían rumores, desde luego, leyendas acerca de una fuente de inmenso poder caótico, escondida en algún lugar remoto de las cuevas existentes en el subsuelo de Qualinost, pero el enano no estaba de humor para relatar fábulas.

Pidió cerveza para los dos. El tabernero de la posada El Último Hogar trajo las bebidas a la mesa en jarras rebosantes. Flint suspiró.

—Ah, muchacho, cómo he echado de menos esto. Una mesa cómoda en una esquina de una posada acogedora. Cerveza de verdad, que al llegar al estómago sientes como si
Pies Ligeros
te hubiera soltado una coz.

Tanis no quería cambiar de conversación. Habían hablado del asunto hasta la saciedad durante las últimas tres semanas, y todavía no habían llegado a comprender con exactitud lo ocurrido.

—Miral, es decir, Arelas ¿mató a todas esas personas porque lo enviaron lejos de Qualinesti cuando era un niño? Flint, eso no es razón suficiente. —El semielfo jugueteó con su jarra de cerveza, haciéndola girar sobre el húmedo círculo marcado en el tablero de la mesa.

El enano movió la cabeza arriba y abajo.

—Ya lo sé, muchacho. Detrás de todo esto había alguna clase de poder, algo que nosotros desconocemos. Pero existen leyendas que podrían explicarlo.

—¿La Gema Gris? Sólo es un mito, Flint. —El tono del semielfo era rotundo. No se dejaría convencer.

Flint sacudió la cabeza. Alzó su jarra, echó un trago y chasqueó los labios. Cinco días en Solace, y todavía el gusto de una buena cerveza le resultaba tan placentero como si fuera algo recién descubierto.

—Flint...

—¿Qué pasa ahora? —rezongó el enano.

—El amuleto me salvó la vida. —El tono de Tanis era apremiante—. ¿Por qué no salvó la de mi madre? Al fin y al cabo, le pertenecía.

También habían discutido acerca de esto durante las semanas que habían pasado en los caminos, Flint balanceándose sobre la grupa de
Pies Ligeros,
y Tanis meciéndose suavemente con el firme paso de
Belthar.

—No creo que estuviera encantado cuando lo tenía Elansa, muchacho. Sospecho que Ailea tuvo algo que ver con ello.

La mención de la anciana partera arrojó una sombra de tristeza sobre los dos amigos.

—Pero yo creía que tía Ailea sólo tenía capacidad para crear ilusiones mágicas, trucos para entretener a los niños —objetó el semielfo—. Y algunos recursos de magia menor para ayudar en los partos. Nada importante.

—También pensábamos que Miral era un mago de segunda fila.

Tanis asintió y guardó silencio un rato. Después, se le ocurrió una nueva idea.

—El mago los mató a todos: Kethrenan, Elansa, Xenoth, Ailea. Incluso a Tyresian, cuando salvó a Laurana interponiéndose entre ella y el bloque de mármol desprendido. ¿Y para qué? Para de ese modo eliminar a todos los herederos que lo antecedían al título de Orador. ¿Acaso suponía que iba a salir de los escombros de la Torre sólo para anunciar que era realmente Arelas y por lo tanto debían nombrarlo Orador?

—Imagino que habría encontrado el modo de hacerlo —respondió Flint.
«O, lo más probable, la Gema Gris se habría encargado de ello»,
añadió para sus adentros.

—Pero...

Flint empujó la jarra de cerveza de Tanis hacia su amigo.

—Echa un trago y no le des más vueltas, muchacho. Hay cosas que sólo se explican con un acto de fe. Para Arelas tenía sentido lo que se proponía. —Tanis abrió la boca para decir algo, pero el enano lo atajó levantando una mano—. Ya es suficiente.

Guardaron silencio durante un rato. Después, Flint alzó su jarra y propuso:

—Brindemos.

Rehusar sería insultar al enano. Por tanto, Tanis agarró el asa de su jarra.

—Brindemos —repitió.

—Por Ailea. —Se miraron a los ojos, y sus jarras chocaron—. Y por la amistad —añadió Flint.

Tanis sonrió.

—Por la amistad —convino el semielfo.

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