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Authors: Antonio Tabucchi

Tags: #Drama, Histórico

Sostiene Pereira (10 page)

El doctor Cardoso se levantó y se despidió. Pereira permaneció sentado y se puso a contemplar las copas de los árboles. Perdóneme, doctor, le había prometido que apagaría el cigarro, pero tengo ganas de fumármelo hasta el final. Haga lo que le parezca, respondió el doctor Cardoso, a partir de mañana empezaremos la dieta. Pereira se quedó solo fumando. Pensó que el doctor Costa, a pesar de que era un viejo conocido suyo, no le habría hecho nunca preguntas tan personales y reservadas, evidentemente los médicos jóvenes que habían estudiado en París eran diferentes por completo. Pereira sintió estupor y una gran incomodidad a posteriori, pero pensó que era mejor no reflexionar demasiado sobre ello, en efecto aquélla era una clínica verdaderamente particular, sostiene.

16

A las ocho, puntualísimo, el doctor Cardoso estaba sentado a la mesa del comedor. Pereira también llegó puntual, sostiene, y se dirigió a la mesa. Se había puesto su traje gris y la corbata negra. Cuando entró en la sala miró a su alrededor. Los presentes podían ser una cincuentena, y todos eran ancianos. Más viejos que él, sin duda, en su mayor parte matrimonios de viejos que cenaban en la misma mesa. Eso le hizo sentirse mejor, sostiene, porque pensó que en el fondo él era de los más jóvenes y le gustó no verse tan viejo. El doctor Cardoso le sonrió e hizo ademán de levantarse. Pereira le hizo permanecer en su sitio con un gesto de la mano. Bueno, doctor Cardoso, dijo Pereira, también en esta cena me pongo en sus manos. Un vaso de agua mineral en ayunas es siempre una buena regla de higiene, dijo el doctor Cardoso. Con gas, pidió Pereira. Con gas, concedió el doctor Cardoso, y le llenó el vaso. Pereira se la bebió con una leve sensación de repugnancia y deseó una limonada. Señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, me gustaría saber cuáles son sus proyectos para la página cultural del
Lisboa
, me gustaron mucho la efemérides de Pessoa y el cuento de Maupassant, estaba muy bien traducido. Lo traduje yo, respondió Pereira, pero no me gusta firmar. Debería hacerlo, replicó el doctor Cardoso, sobre todo los artículos más importantes, ¿y qué nos reserva para el futuro su periódico? Pues verá, doctor Cardoso, respondió Pereira, para los próximos tres o cuatro números hay un relato de Balzac, se llama
Honorine
, no sé si lo conoce. El doctor Cardoso negó con la cabeza. Es un relato sobre el arrepentimiento, dijo Pereira, un hermoso cuento sobre el arrepentimiento, tanto que lo he leído en clave autobiográfica. ¿Un arrepentimiento del gran Balzac?, interrumpió el doctor Cardoso. Pereira permaneció pensativo unos instantes. Perdóneme que se lo pregunte, doctor Cardoso, dijo, usted me ha dicho esta tarde que había estudiado en Francia, ¿qué estudios cursó?, si no le importa contestarme. Me licencié en medicina y después hice dos especialidades, una de dietética y otra de psicología, respondió el doctor Cardoso. No veo la conexión entre las dos especialidades, sostiene haber dicho Pereira, perdóneme pero no veo la conexión. Quizá haya más conexión de la que usted piensa, dijo el doctor Cardoso, no sé si usted puede imaginarse los nexos que unen nuestro cuerpo con nuestra psicología, pero hay más de los que se imagina, pero me estaba diciendo usted que el relato de Balzac es un relato autobiográfico. Bueno, no quería decir eso, rebatió Pereira, quería decir que yo lo leí en clave autobiográfica, que me he sentido identificado. ¿Con el arrepentimiento?, preguntó el doctor Cardoso. En cierta manera, dijo Pereira, aunque de una manera transversal, mejor dicho, la palabra es limítrofe, digamos que me he sentido identificado de manera limítrofe.

El doctor Cardoso hizo un gesto a la camarera. Esta noche comeremos pescado, dijo el doctor Cardoso, preferiría que tomara pescado a la plancha o hervido, pero puede tomarlo también de otras maneras. Ya he comido pescado a la plancha en el almuerzo, se justificó Pereira, y hervido sinceramente no me gusta, me sabe demasiado a hospital, y no me gusta considerarme en un hospital, preferiría pensar que estoy en un hotel, me apetecería mucho más un lenguado «a la molinera». Perfecto, dijo el doctor Cardoso, lenguado «a la molinera» con zanahorias rehogadas en mantequilla, lo tomaré yo también. Y después añadió: Arrepentimiento de manera limítrofe, ¿qué significa? El hecho de que haya estudiado psicología me anima a hablar con usted, dijo Pereira, quizá sería mejor hablar con mi amigo el padre Antonio, que es sacerdote, pero a lo mejor él no me entendería, porque a los sacerdotes hay que confesarles las propias culpas y yo no me siento culpable de nada en especial, pero sin embargo siento el deseo de arrepentirme, siento nostalgia del arrepentimiento. Quizá debería profundizar en esa cuestión, señor Pereira, dijo el doctor Cardoso, y si tiene ganas de hacerlo conmigo estoy a su disposición. Pues verá, dijo Pereira, es una extraña sensación, que está en la periferia de mi personalidad, por eso la llamo limítrofe, el hecho es que por una parte estoy contento de haber llevado la vida que he llevado, estoy contento de haber estudiado en Coimbra, de haberme casado con una mujer enferma que pasó toda su vida en sanatorios, de haberme ocupado de la crónica de sucesos durante tantos años en un gran periódico y ahora de haber aceptado dirigir la página cultural de este modesto periódico vespertino, pero, al mismo tiempo, es como si sintiera deseos de arrepentirme de mi vida, no sé si me explico.

El doctor Cardoso empezó a comer su lenguado «a la molinera» y Pereira siguió su ejemplo. Sería necesario que conociera mejor los últimos meses de su vida, dijo el doctor Cardoso, quizá haya habido algún evento. Un evento, ¿en qué sentido?, preguntó Pereira, ¿qué quiere decir? Evento es un término del psicoanálisis, dijo el doctor Cardoso, no es que yo crea demasiado en Freud, porque soy sincrético, pero sobre el hecho del evento sin duda tiene razón, el evento es un acontecimiento concreto que se verifica en nuestra vida y que trastoca o perturba nuestras convicciones o nuestro equilibrio, en fin, el evento es un hecho que se produce en la vida real y que influye en la vida psíquica, usted debería reflexionar sobre si en su vida ha ocurrido algún evento. He conocido a una persona, sostiene haber dicho Pereira, mejor dicho, a dos personas, un joven y una muchacha. Siga hablándome de ello, dijo el doctor Cardoso. Bueno, dijo Pereira, el hecho es que necesitaba para la página cultural necrológicas anticipadas de aquellos escritores importantes que pueden morir de un momento a otro, y la persona que conocí había escrito una tesina sobre la muerte, la verdad es que en parte la copió, pero al principio me pareció que era un experto en el tema de la muerte, así que lo contraté como ayudante, para hacer las necrológicas anticipadas, y él me escribió algunas, se las pagué de mi bolsillo porque no quería que resultara una carga para el periódico, pero son todas impublicables, porque ese chico tiene metida la política en la cabeza y plantea todas las necrológicas desde un punto de vista político, a decir verdad, creo que es su chica la que le mete todas esas ideas en la cabeza, ya sabe, fascismo, socialismo, la guerra civil en España y cosas parecidas, son todos artículos impublicables, como ya le he dicho, y hasta ahora se los he pagado. No hay nada malo en ello, respondió el doctor Cardoso, en el fondo está arriesgando sólo su dinero. No es eso, sostiene haber admitido Pereira, el hecho es que me ha surgido una duda: ¿y si esos dos chicos tuvieran razón? En tal caso, ellos tendrían razón, dijo pacatamente el doctor Cardoso, pero es la Historia quien lo dirá y no usted, señor Pereira. Sí, dijo Pereira, pero si ellos tuvieran razón mi vida no tendría sentido, no tendría sentido haber estudiado Letras en Coimbra y haber creído siempre que la literatura era la cosa más importante del mundo, no tendría sentido que yo dirija la página cultural de ese periódico vespertino en el que no puedo expresar mi opinión y en el que tengo que publicar cuentos del siglo XIX francés, ya nada tendría sentido, y es de eso de lo que siento deseos de arrepentirme, como si yo fuera otra persona y no el Pereira que ha sido siempre periodista, como si tuviera que renegar de algo.

El doctor Cardoso llamó a la camarera y pidió dos macedonias de fruta sin azúcar y sin helado. Quisiera hacerle 'una pregunta, dijo el doctor Cardoso, ¿conoce usted los
médecins-philosophes
? No, admitió Pereira, no los conozco, ¿quiénes son? Los más importantes son Théodule Ribot y Pierre Janet, dijo el doctor Cardoso, fueron sus obras lo que estudié en París, son médicos y psicólogos, pero también filósofos, propugnan una teoría que me parece interesante, la de la confederación de las almas. Explíqueme esa teoría, dijo Pereira. Pues bien, dijo el doctor Cardoso, creer que somos «uno» que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmensurable pluralidad de los propios yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Ribot y el doctor Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas, porque nosotros tenemos varias almas dentro de nosotros, ¿comprende?, una confederación que se pone bajo el control de un yo hegemónico. El doctor Cardoso hizo una breve pausa y después continuó. Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso de que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de las almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión. Tal vez, concluyó el doctor Cardoso, tras una paciente erosión haya un yo hegemónico que esté ocupando el liderazgo de la confederación de sus almas, señor Pereira, y usted no puede hacer nada, tan sólo puede, eventualmente, apoyarlo.

El doctor Cardoso acabó de comer su macedonia y se limpió los labios con la servilleta. ¿Y qué puedo hacer?, preguntó Pereira. Nada, respondió el doctor Cardoso, simplemente esperar, quizá haya en usted un yo hegemónico que, tras una lenta erosión, después de todos estos años dedicados al periodismo escribiendo la crónica de sucesos, creyendo que la literatura era la cosa más importante del mundo, quizá haya un yo hegemónico que está tomando la dirección de la confederación de sus almas, déjelo salir a la superficie, de todas formas no puede actuar de otra manera, no lo conseguiría y entraría en conflicto consigo mismo, y si quiere arrepentirse de su vida, arrepiéntase, e incluso, si tiene ganas de contárselo a un sacerdote, cuénteselo, en fin, señor Pereira, si usted empieza a pensar que esos chicos tienen razón y que hasta ahora su vida ha sido inútil, piénselo tranquilamente, quizá de ahora en adelante su vida ya no le parecerá inútil, déjese llevar por su nuevo yo hegemónico y no compense su sufrimiento con la comida y con limonadas llenas de azúcar.

Pereira acabó de comer su macedonia de fruta y se quitó la servilleta que se había puesto alrededor del cuello. Su teoría es muy interesante, dijo, reflexionaré al respecto, me gustaría tomar un café, ¿qué le parece? El café produce insomnio, dijo el doctor Cardoso, pero si usted no quiere dormir es asunto suyo, los baños de algas son dos veces al día, a las nueve de la mañana y a las cinco de la tarde, me gustaría que fuera usted puntual mañana por la mañana, estoy seguro de que un baño de algas le sentará bien.

Buenas noches, murmuró Pereira. Se levantó y se alejó. Dio algunos pasos y se volvió. El doctor Cardoso le sonreía. Seré puntual, a las nueve, sostiene haber dicho Pereira.

17

Sostiene Pereira que a las nueve de la mañana bajó la escalera que conduce a la playa de la clínica. En la escollera que bordeaba la playa habían sido excavadas dos enormes piscinas de roca en las que las olas del mar entraban continuamente. Las piscinas estaban llenas de algas largas, brillantes y gruesas que formaban un estrato compacto a ras de agua, y algunas personas chapoteaban dentro. Junto a las piscinas surgían dos casetas de madera pintadas de azul: los vestuarios. Pereira vio al doctor Cardoso que vigilaba a los pacientes sumergidos en las piscinas y les daba instrucciones sobre el modo de moverse. Pereira se le acercó y le dio los buenos días. Se sentía de buen humor, sostiene, y le habían entrado ganas de introducirse en aquellas piscinas, aunque en la playa hacía frío y quizá la temperatura del agua no era la ideal para un baño. Le pidió al doctor Cardoso que le proporcionara un traje de baño, porque él se había olvidado de llevarlo consigo, se justificó, y le dijo que si podría encontrarle uno de los antiguos, de esos que cubren el vientre y parte del pecho. El doctor Cardoso sacudió la cabeza. Lo siento, señor Pereira, dijo, pero tendrá que vencer su pudor, el efecto beneficioso de las algas se produce sobre todo por el contacto con la epidermis y es necesario que froten el vientre y el pecho, tendrá que ponerse un bañador corto, unos calzones. Pereira se resignó y entró en el vestuario. Dejó sus pantalones y su camisa de color caqui en el guardarropa y salió. El aire era verdaderamente frío pero tonificante. Pereira probó el agua con un pie, pero no estaba tan gélida como esperaba. Entró en el agua con cautela, sintiendo una ligera repugnancia por todas aquellas algas que se pegaban a su cuerpo. El doctor Cardoso se acercó al borde de la piscina y empezó a darle instrucciones. Mueva los brazos como si hiciera ejercicios gimnásticos, le dijo, y masajéese con las algas el vientre y el pecho. Pereira siguió atentamente las instrucciones hasta que notó que empezaba a jadear. Entonces se detuvo, con el agua hasta el cuello, y se puso a mover las manos, lentamente. ¿Cómo ha dormido esta noche?, le preguntó el doctor Cardoso. Bien, respondió Pereira, pero he leído hasta tarde, traje conmigo un libro de Alphonse Daudet, ¿le gusta Daudet? Lo conozco mal, confesó el doctor Cardoso. He pensado en traducir un relato de los
Contes du lundi
, me gustaría publicarlo en el
Lisboa
, dijo Pereira. Cuéntemelo, dijo el doctor Cardoso. Verá, dijo Pereira, se llama
La dernière classe
, habla de un maestro de un pueblo francés en Alsacia, sus alumnos son hijos de campesinos, pobres muchachos que tienen que trabajar en el campo y que faltan a sus clases y el maestro está desesperado. Pereira dio unos pasos adelante para que el agua no le entrara en la boca. Y, en fin, continuó, se llega al último día de escuela, la guerra francoprusiana ha terminado, el maestro aguarda sin esperanza que llegue algún alumno y, en cambio, llegan todos los hombres de aquel pueblo, los campesinos, los viejos del lugar, que vienen a rendir homenaje al maestro francés que ha de partir, porque saben que al día siguiente su tierra será ocupada por los alemanes, entonces el maestro escribe en la pizarra «Viva Francia», y se marcha así, con lágrimas en los ojos, dejando en el aula una gran conmoción. Pereira se quitó dos largas algas de los brazos y preguntó: ¿Qué le parece, doctor Cardoso? Hermoso, respondió el doctor Cardoso, pero no sé si hoy en Portugal será bien recibido leer «Viva Francia», vistos los tiempos que corren, quién sabe si no estará dándole espacio a su nuevo yo hegemónico, señor Pereira, me parece estar entreviendo un nuevo yo hegemónico. Pero ¿qué dice, doctor Cardoso?, dijo Pereira, sólo es un cuento decimonónico, es agua pasada. Sí, dijo el doctor Cardoso, pero incluso así sigue siendo un cuento contra Alemania, y Alemania es intocable en un país como el nuestro, ¿ha visto cómo nos han impuesto el saludo en las celebraciones oficiales?, saludan todos con el brazo en alto, como los nazis. Ya veremos, dijo Pereira, de todos modos el
Lisboa
es un periódico independiente. Y después preguntó: ¿Puedo salir? Diez minutos más, replicó el doctor Cardoso, ya que está aquí, quédese y cumpla con el tiempo de la terapia, pero perdóneme, ¿qué significa para usted ser un periódico independiente en Portugal? Un periódico que no está vinculado a ningún movimiento político, respondió Pereira. Puede ser, dijo el doctor Cardoso, pero el director de su periódico, querido señor Pereira, es un personaje del régimen, aparece en todas las ceremonias oficiales y cómo alza el brazo, parece que quiera lanzarlo como una jabalina. Eso es cierto, admitió Pereira, pero en el fondo no es mala persona, y por lo que respecta a la página cultural me ha conferido plenos poderes. Eso es muy cómodo, objetó el doctor Cardoso, total, existe la censura preventiva, cada día, antes de salir, las pruebas de su periódico tienen que pasar el imprimátur de la censura preventiva, y si hay algo que no funciona estése tranquilo que no será publicado, a lo mejor dejan un espacio en blanco, eso ya me ha ocurrido, ver periódicos portugueses con grandes espacios en blanco, da mucha rabia y una profunda melancolía. Lo entiendo, dijo Pereira, yo también los he visto, pero al
Lisboa
todavía no le ha sucedido. Puede suceder, replicó en tono bromista el doctor Cardoso, eso dependerá del yo hegemónico que tome el timón de su confederación de almas. Y después añadió: ¿Sabe lo que le digo, señor Pereira?, si quiere usted ayudar a ese yo hegemónico que está asomando la cabeza, tal vez debería marcharse a otro sitio, abandonar este país, creo que tendrá menos conflictos consigo mismo, al fin y al cabo usted puede hacerlo, es un profesional serio, habla bien el francés, está viudo, no tiene hijos, ¿qué le ata a este país? Una vida pasada, respondió Pereira, la nostalgia, y usted, doctor Cardoso, ¿por qué no vuelve a Francia?, allí estudió y es de formación francesa. No lo descarto, respondió el doctor Cardoso, tengo contactos con una clínica talasoterápica de Saint-Malo, puede que me decida de un momento a otro. ¿Puedo salir ahora?, preguntó Pereira. Ha pasado el tiempo sin que nos diéramos cuenta, dijo el doctor Cardoso, ha estado en la terapia quince minutos más de los necesarios, vaya, vaya a vestirse, ¿qué me dice, comemos juntos? Con mucho gusto, asintió Pereira.

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