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Authors: Antonio Tabucchi

Tags: #Drama, Histórico

Sostiene Pereira (8 page)

13

Pereira pasó la noche acabando de traducir y de adaptar
Honorine
de Balzac, sostiene. Fue una traducción complicada pero resultó bastante fluida, según su opinión. Durmió tres horas, desde las seis hasta las nueve de la mañana, después se levantó, tomó un baño fresco, se bebió un café y se dirigió a la redacción. La portera, con la que se encontró en la escalera, tenía el gesto torcido y le saludó con un movimiento de cabeza. Él susurró buenos días a media voz. Entró en el cuarto, se sentó ante el escritorio y marcó el número del doctor Costa, su médico. Oiga, doctor, dijo Pereira, soy Pereira. Ah, ¿cómo está usted?, preguntó el doctor Costa. Pues verá, últimamente me ahogo, respondió Pereira, no consigo subir las escaleras y me parece que he engordado algunos kilos, cuando doy un paseo me entra taquicardia. Escuche, Pereira, dijo el doctor Costa, yo paso consulta una vez a la semana en la clínica talasoterápica de Parede, ¿por qué no ingresa allí algunos días? ¿Ingresar?, ¿por qué?, preguntó Pereira. Porque la clínica de Parede tiene un buen servicio médico, entre otras cosas curan el reuma y las cardiopatías con métodos naturales, ofrecen baños de algas, masajes y curas adelgazantes, además hay unos doctores excelentes que se han formado en Francia, a usted le sentaría bien un poco de reposo y un poco de vigilancia, Pereira, y la clínica de Parede es lo que le iría mejor, si quiere puedo reservarle una habitación para mañana mismo, una hermosa y linda habitación con vistas al mar, vida sana, baños de algas, talasoterapia, y yo iré a verle al menos una vez, también están ingresados algunos tuberculosos, pero los tuberculosos están en un pabellón reservado, no existe peligro de contagio. Oh, por eso no se preocupe, no tengo miedo a los tuberculosos, sostiene haber dicho Pereira, he pasado toda mi vida junto a una tuberculosa y la enfermedad nunca llegó a afectarme, no es ése el problema, el problema es que me han confiado la página cultural del sábado, no puedo abandonar la redacción. Mire, Pereira, dijo el doctor Costa, escúcheme bien, Parede está a medio camino entre Lisboa y Cascais, desde aquí hay unos diez kilómetros, si usted quiere escribir sus artículos en Parede y mandarlos a Lisboa, para eso está el empleado de la clínica, que todas las mañanas puede llevárselos a la ciudad, de todos modos su página aparece una vez a la semana, y si usted prepara un par de artículos largos, habrá dejado lista la página para dos sábados, y además, déjeme que se lo diga, la salud es más importante que la cultura. De acuerdo, dijo Pereira, pero dos semanas son demasiado, me bastaría con una semana de reposo. Es mejor eso que nada, concluyó el doctor Costa. Pereira sostiene que se resignó y aceptó pasar una semana en la clínica talasoterápica de Parede, autorizando al doctor Costa a que le reservara una habitación para el día siguiente, pero insistió en aclarar que primero debía advertir a su director, por una cuestión de cortesía. Colgó y marcó el número de la tipografía. Dijo que había un cuento de Balzac que aparecería en dos o tres entregas, y que por tanto la página cultural del
Lisboa
quedaba lista para varias semanas. ¿Y la sección de «Efemérides»?, preguntó el tipógrafo. No hay efemérides por ahora, dijo Pereira, no vengan a recoger el material a la redacción, porque esta tarde no voy a estar, se lo dejaré en un sobre cerrado en el Café Orquídea, cerca de la carnicería judía. Después marcó el número de la centralita y le pidió al telefonista que le pusiera con las termas de Buçaco. Preguntó por el director del
Lisboa
. El director está en el parque tomando el sol, dijo el empleado, no sé si debo molestarle. Moléstele, dijo Pereira, dígale que le llaman de la redacción cultural. El director se acercó hasta el teléfono y dijo: Dígame, soy el director. Señor director, dijo Pereira, he traducido y condensado un cuento de Balzac, y ocupa dos o tres números, le llamo porque pretendo ingresar en la clínica talasoterápica de Parede, mi cardiopatía no va por buen camino y mi médico me ha aconsejado una cura, ¿puedo contar con su permiso? ¿Y el periódico?, preguntó el director. Como ya le he dicho, al menos las próximas dos o tres semanas están cubiertas, sostiene haber dicho Pereira, y además yo estoy a dos pasos de Lisboa, de todos modos le dejo el número de teléfono de la clínica, y además escuche, si hay algún problema iré rápidamente a la redacción. ¿Y el ayudante?, preguntó el director, ¿no podría dejar en su lugar a su ayudante? Será mejor que no, respondió Pereira, ha hecho un par de necrológicas, pero no sé hasta qué punto son artículos utilizables, si muere algún escritor importante, ya me encargaré yo. De acuerdo, dijo el director, tómese entonces su semana de cura, señor Pereira, después de todo en el periódico está el subdirector, que puede encargarse en todo caso de cualquier problema. Pereira se despidió y le dijo que diera recuerdos a la amable señora que había conocido. Colgó y miró el reloj. Era casi la hora de irse al Café Orquídea, pero antes quería leer la efemérides sobre D'Annunzio que no había tenido tiempo de leer la noche anterior. Pereira puede aportarla como documentación porque la ha conservado. Decía: «Hace exactamente cinco meses, a las ocho de la tarde del primero de marzo de 1938, moría Gabriele D'Annunzio. En aquel momento este periódico no contaba aún con una página cultural, pero hoy nos parece que ha llegado el momento de hablar de él. ¿Fue un gran poeta Gabriele D'Annunzio, cuyo verdadero nombre, por cierto, era Rapagnetta? Es difícil de decir, porque sus obras están todavía demasiado frescas para nosotros, que somos sus contemporáneos. Tal vez convenga más bien hablar de su figura de hombre, que se entremezcla con la figura del artista. Ante todo, fue un vate. Amó el lujo, la vida mundana, la grandilocuencia, la acción. Fue un gran partícipe del decadentismo, conculcador de reglas morales, amante de la morbosidad y el erotismo. Del filósofo alemán Nietzsche extrajo el mito del superhombre, pero lo redujo a una visión de la voluntad de poder de ideales estetizantes destinados a componer el caleidoscopio coloreado de una vida inimitable. Fue intervencionista en la gran guerra, enemigo convencido de la paz entre los pueblos. Protagonizó empresas belicosas o provocadoras, como el vuelo sobre Viena, en 1918, cuando lanzó octavillas italianas sobre la ciudad. Después de la guerra organizó una ocupación de la ciudad de Fiume, de la que fue desalojado a continuación por las tropas italianas. Habiéndose retirado a Gardone en una villa a la que llamaba el Victorial de los Italianos, llevó allí una vida disoluta y decadente, marcada por amores fútiles y aventuras eróticas. Contempló con agrado el fascismo y las empresas bélicas. Fernando Pessoa le había apodado “solo de trombón” y quizá no le faltaran motivos. La voz que de él nos llega, en efecto, no es el sonido de un delicado violín, sino la voz atronadora de un instrumento de viento, de una tromba retumbante y prepotente. Una vida no ejemplar, un poeta altisonante, un hombre lleno de sombras y de componendas. Una figura nada modélica, y por eso le recordamos. Firmado: Roxy.»

Pereira pensó: Inutilizable, absolutamente inutilizable. Cogió la carpeta de las «Necrológicas» e introdujo en ella la hoja. No sabe por qué lo hizo, hubiera podido tirarla, pero en cambio la conservó. Después, para apagar la irritación que le había entrado, pensó en abandonar la redacción y en dirigirse al Café Orquídea.

Cuando llegó al café, lo primero que vio, sostiene Pereira, fue el cabello rojizo de Marta. Estaba sentada a una mesa de una esquina, cerca del ventilador, dando la espalda a la puerta. Llevaba el mismo vestido que le había visto la noche de la fiesta en la Praça da Alegria, con los tirantes cruzados sobre la espalda. Sostiene Pereira haber pensado que Marta tenía unos hombros bellísimos, dulces, bien proporcionados, perfectos. Se acercó y se colocó delante de ella. Ah, señor Pereira, dijo Marta con naturalidad, he venido yo en lugar de Monteiro Rossi, él no ha podido venir hoy.

Pereira se sentó a la mesa y preguntó a Marta si le apetecía un aperitivo. Marta contestó que tomaría con mucho gusto un oporto seco. Pereira llamó al camarero y pidió dos oportos secos. No debía tomar alcohol, pero, total, al día siguiente iba a ir a la clínica talasoterápica a hacer una dieta durante una semana. ¿Qué me cuenta?, preguntó Pereira cuando el camarero les hubo servido. Le cuento, respondió Marta, que éste es un periodo difícil para todos, creo, él se ha marchado al Alentejo, y por ahora se quedará por allí, es conveniente que permanezca algunos días fuera de Lisboa. ¿Y su primo?, preguntó incautamente Pereira. Marta le miró y sonrió. Sé que usted ha sido de gran ayuda para Monteiro Rossi y su primo, dijo Marta, señor Pereira, ha estado usted realmente magnífico, debería ser de los nuestros. Pereira sintió una leve irritación, sostiene, y se quitó la chaqueta. Escuche, señorita, replicó, yo no soy ni de los de ustedes ni de los de los otros, prefiero actuar por mi cuenta, por otra parte, no sé quiénes son los suyos y no quiero saberlo, yo soy un periodista y me encargo de la cultura, acabo de terminar una traducción de un cuento de Balzac, de sus historias prefiero no estar al corriente, no soy un cronista. Marta bebió un sorbo de vino de oporto y dijo: Nosotros no hacemos la crónica, señor Pereira, eso es lo que me gustaría que entendiera, nosotros vivimos la Historia. Pereira bebió a su vez de su vaso de oporto y replicó: Escuche, señorita, eso de la Historia son palabras mayores, yo también leí a Vico y a Hegel en su momento, no es una bestia que se pueda domesticar. Pero tal vez no haya leído usted a Marx, objetó Marta. No lo he leído, dijo Pereira, y no me interesa, estoy harto de la escuela hegeliana, y además escuche, deje que le repita algo que ya le he dicho antes, yo pienso sólo en mí y en la cultura, ése es mi mundo. ¿Un anarcoindividualista?, preguntó Marta, me gustaría saber si es eso. ¿Qué entiende por ello?, preguntó Pereira. Bueno, dijo Marta, no me diga que no sabe qué quiere decir anarcoindividualista, España está repleta de ellos, los anarcoindividualistas han dado mucho que hablar en estos tiempos y se han comportado incluso heroicamente, aunque tal vez les hiciera falta un poco de disciplina, eso es por lo menos lo que yo pienso. Escuche, Marta, dijo Pereira, yo no he venido a este café para hablar de política, como ya le he dicho, no me interesa la política, porque me ocupo principalmente de cultura, yo tenía una cita con Monteiro Rossi y usted me sale con que está en el Alentejo, ¿qué es lo que ha ido a hacer al Alentejo?

Marta miró a su alrededor como si buscara al camarero. ¿Pedimos algo de comer?, preguntó, yo tengo una cita a las tres. Pereira llamó a Manuel. Pidieron dos
omelettes
a las finas hierbas y después Pereira repitió: Bueno, ¿qué es lo que ha ido a hacer al Alentejo Monteiro Rossi? Ha ido para acompañar a su primo, respondió Marta, que ha recibido órdenes en el último momento, son sobre todo los alentejanos quienes quieren ir a combatir a España, hay una gran tradición democrática en el Alentejo, y hay además muchos anarcoindividualistas como usted, señor Pereira, el trabajo no falta, vaya, bueno, el caso es que Monteiro Rossi ha tenido que acompañar a su primo al Alentejo, porque es allí donde se recluta a la gente. Muy bien, respondió Pereira, pues deséele de mi parte un buen reclutamiento. El camarero trajo las
omelettes
y empezaron a comer. Pereira se ató la servilleta alrededor del cuello, tomó un trozo de
omelette
y dijo: Escuche, Marta, yo me marcho mañana a una clínica talasoterápica que está cerca de Cascáis, tengo problemas de salud, dígale a Monteiro Rossi que su artículo sobre D'Annunzio es totalmente inutilizable, en cualquier caso le dejo el teléfono de la clínica donde estaré toda la semana, el mejor momento para llamarme son las horas de las comidas, y ahora dígame dónde está Monteiro Rossi. Marta bajó la voz y dijo: Esta noche estará en Portalegre, en casa de unos amigos, pero preferiría no darle la dirección, además es un domicilio precario, porque él dormirá una noche aquí y una noche allá, debe moverse un poco por el Alentejo, en todo caso será él quien se ponga en contacto con usted. De acuerdo, dijo Pereira pasándole una notita, éste es el número de teléfono de la clínica talasoterápica de Parede. Yo tengo que irme, señor Pereira, dijo Marta, discúlpeme pero tengo una cita y debo cruzar toda la ciudad.

Pereira se levantó y se despidió. Marta se puso su sombrero de punto y se marchó. Pereira se quedó mirándola mientras salía, absorto en aquella hermosa silueta que se recortaba contra el sol. Se sintió aliviado y casi alegre, pero no sabe por qué. Entonces le hizo un gesto a Manuel, quien se acercó solícito y le preguntó si quería un digestivo. Pero él tenía sed, porque la tarde era muy calurosa. Reflexionó un instante y después dijo que solo quería una limonada. Y la pidió bien fría, llena de hielo, sostiene Pereira.

14

Al día siguiente Pereira se levantó temprano, sostiene. Tomó un café, cogió una pequeña maleta y metió en ella los
Contes du lundi
de Alphonse Daudet. Quizá se quedara algunos días más, pensó, y Daudet era un autor que podía figurar perfectamente entre los cuentos del
Lisboa
.

Se dirigió al vestíbulo, se detuvo ante el retrato de su esposa y le dijo: Anoche vi a Marta, la novia de Monteiro Rossi, me da la impresión de que esos chicos se están metiendo en problemas serios, mejor dicho, se han metido ya, de todas formas no es asunto mío, a mí lo que me hace falta es una semana de talasoterapia, me la ha prescrito el doctor Costa, y además en Lisboa uno se sofoca y yo he traducido
Honorine
de Balzac, me marcho esta mañana, voy a coger el tren al Cais de Sodré, te llevo conmigo, si me lo permites. Cogió el retrato y lo metió en la maleta, pero boca arriba, porque su esposa había tenido necesidad de aire toda la vida y pensó que también el retrato necesitaría respirar bien. Después bajó hasta la pequeña plaza de la catedral, esperó un taxi e hizo que le llevaran hasta la estación. Descendió en la plaza y pensó en tomar algo en el British Bar del Cais de Sodré. Sabía que aquél era un lugar al que acudían escritores y esperaba toparse con alguno. Entró y se sentó a una mesa de un rincón. En una mesa cercana, en efecto, se hallaba el novelista Aquilino Ribeiro, que estaba comiendo con Bernardo Marques, el dibujante vanguardista, quien había realizado las ilustraciones de las mejores revistas del modernismo portugués. Pereira les dio los buenos días y los artistas contestaron con un gesto de la cabeza. Hubiera estado bien comer en su mesa, pensó Pereira, y contarles que el día anterior había recibido una crítica muy negativa sobre D'Annunzio, y saber qué pensaban de ello. Pero los dos artistas estaban inmersos en una densa conversación y Pereira no tuvo el valor de molestarles. Entendió que Bernardo Marques ya no quería dibujar y que el novelista quería marcharse al extranjero. Eso le provocó una sensación de desaliento, sostiene Pereira, porque no esperaba que un escritor como aquél pudiera abandonar su país. Mientras se tomaba su limonada y saboreaba sus caracoles marinos, Pereira escuchó algunas frases. A París, decía Aquilino Ribeiro, el único lugar posible es París. Y Bernardo Marques asentía diciendo: Me han propuesto que haga dibujos para varias revistas, pero yo ya no tengo ganas de dibujar, éste es un país horrendo, es mejor no colaborar con nadie. Pereira terminó sus caracoles y su limonada, se levantó y se detuvo frente a la mesa de los dos artistas. Deseo que los señores tengan un buen día, dijo, permítanme que me presente, mi nombre es Pereira, de la página cultural del
Lisboa
, todo Portugal está orgulloso de tener dos artistas como ustedes, personas como ustedes son las que nos hacen falta.

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