Read Susurro de pecado Online

Authors: Nalini Singh

Tags: #Fantástico, #Erótico, #Romántico

Susurro de pecado (7 page)

Encerrando a sus hormonas descontroladas, concentró su atención de vuelta a Lucas.

—¿Cómo es usted con el caos? —preguntó.

—Lo adoro —su respuesta fue instintiva—. Me da más para organizar.

Lucas se rió.

—¿Qué hay de las interrupciones constantes, tener que reorganizar reuniones en un momento y un jefe que podría ser imposible de localizar a veces?

—Si hay que hacerlo, se hará —dijo, encontrándose con la mirada de esos brillantes ojos verdes—. Pero seré honesta, aunque probablemente no debería. Es probable que me irrite de vez en cuando.

—El mal genio podría ser útil en esta posición —Lucas curvó los labios en las comisuras—. Esto es un… negocio familiar. Y esta familia entra y sale. ¿Puede manejar ser el foco de su curiosidad?

Era una pregunta extraña, pero su respuesta fue fácil.

—Veamos, todos los domingos sin falta, mi tía Eadie llama para interrogarme sobre mi vida y me ofrece consejos esenciales de moda. Mis abuelos paternos viven en Idaho, pero la semana pasada, me enviaron un expediente con todos los chicos agradables del pueblo, por si acaso. Oh, y mis normalmente previsores padres trataron recientemente de arreglar mi matrimonio. Sé cómo manejar a la familia.

Los ojos de él bailaron.

—¿Y el matrimonio arreglado?

Dado que ella había sacado el tema, no podía evitar la pregunta personal.

—No sucederá.

—Eso es lo que pensaba —se puso de pie con una curva divertida en la boca—. Creo que esto es todo lo que necesito de usted, Ria.

Levantándose, cogió el bolso.

—Es usted, ¿verdad? ¿La persona para la trabajaría si consigo el trabajo?

Un leve asentimiento.

—Generalmente recursos humanos entrevista a los solicitantes.

—Soy quisquilloso —abrió la puerta—. Necesito confiar en la persona que contrate.

Sonriendo incluso mientras se le caía el estómago, salió. Emmett estaba de pie y la esperaba. Entraron en el ascensor en silencio y salieron a la calle.

—¿Cómo ha ido? —preguntó Emmett.

—Bien.

Él le frotó la nuca.

—¿Todavía enfadada?

—¿Crees que debo darte algo de crédito por permitirme entrar ahí dentro sola? —levantó una ceja, preguntándose qué haría él.

—Eh —se le ruborizaron las mejillas—. Qué más da.

Ella sintió que se le curvaban los labios.

—Sé que era un gato, Emmett. El modo en que vosotros los leopardos andáis, es revelador —rondaban, de manera suave, silenciosa y mortal.

—Mierda —sonrió—. Esperaba ganar puntos de bizcocho de chocolate y nueces.

—¿Entonces es Construcciones DarkRiver?

—Parte de ello. El edificio también funcionará como la sede del clan en la ciudad, el local antiguo se ha quedado pequeño.

Todo lo cual, sabía Ria, significaba que ella nunca conseguiría el trabajo. Los clanes cambiantes cuidaban de los suyos, juntándose como pegamento. Claro, habían ayudado a limpiar la ciudad, haciéndola más segura para todos, pero como Emmett había explicado, eso hacía que tuvieran más territorio del que encargarse que otra cosa.

Cansada, abatida y hambrienta, fue al restaurante de barrio dirigido por una familia a la que había visto en funciones de la comunidad y agarró un asiento.

Emmett tomó la silla de enfrente.

—Tú pides —dijo él, escudriñando el cuarto.

Le estaba diciendo a la camarera, que resultó ser la hija del propietario, que quería pollo con anacardos, cuando Emmett se movió a través de la mesa para aplastarla a ella y a la camarera contra el suelo. Una fracción de segundo más tarde, ella oyó un fuerte ruido seguido por un grito. Emmett ya estaba en pie y hablando por el móvil.

—Se marcha, por delante de la tienda de caramelos… —corrió hacia la puerta.

Levantándose, Ria ayudó a la sacudida camarera a ponerse en pie. Emmett regresó antes de que hubiera terminado.

—¿Estás herida? —las manos barrieron su cuerpo.

Consciente de varias miradas interesadas, ella las alejó.

—Estoy bien —se giró para comprobar a la camarera y consiguió la misma respuesta—. ¿Qué ha sucedido? —preguntó a Emmett.

Señaló detrás de ella. Un agujero grande estropeaba la pared anteriormente prístina.

—Bala —su mandíbula era una línea brutal, sus ojos… sus ojos.

Dando un paso más cerca instintivamente, ella le puso la mano en el pecho.

—Emmett.

Él bajó la mirada, esos increíbles ojos verde dorado, ojos de leopardo, la miraban desde una cara humana. La mano de Emmett le acunó la mejilla.

—Tienes un rasguño aquí.

Un pulgar le acarició suavemente una herida que ni siquiera había sentido, su mirada depredadoramente fría. Ria no entendía cómo sabía qué hacer. Sólo lo hizo.

En vez de luchar contra su agarre como había hecho antes, se inclinó hacia él, deslizando los brazos en torno a su cintura. Los de él la rodearon casi en el mismo instante y la estrechó con fuerza, hasta que Ria apenas pudo respirar. Pero le abrazó, le abrazó con fuerza.

No supo cuánto tiempo estuvieron envueltos uno alrededor del otro, pero cuando él la soltó por fin, el temor en el restaurante se había convertido en especulación.

Probablemente, su abuela y su madre lo sabrían todo en el tiempo que llevaba mandar un mensaje de texto. No le importaba. Porque el leopardo se había ido de los ojos de Emmett, su rabia bajo control.

Él le tocó la mejilla.

—Coge tu bolso. Este lugar necesita ser vigilado con nuestras tecnologías y te quiero a salvo en casa.

Dándose cuenta de que quería comenzar a rastrear al tirador tan pronto como fuera posible, Ria no discutió.

Los ojos de Emmett estaban hiperalerta mientras comenzaba a dirigirse a la salida del restaurante, su gran cuerpo vibraba con la actitud protectora.

—¡Por favor!

Sobresaltada, Ria miró por encima del hombro. Era la camarera que Emmett había derribado, la mujer iba corriendo con una bolsa de contenedores para llevar en la mano. La sonrisa fue un poco cautelosa cuando se dirigió a Emmett, pero su gratitud era clara.

—Gracias —sacudió la cabeza cuando Emmett, con casi toda la atención claramente puesta en asegurar que no hubiera más sorpresas desagradables, fue a agarrar la cartera—. Es un regalo. Mi padre estuvo en el ejército. Dice que esa bala me habría dado a mí primero —apretó la bolsa en las manos de Ria—. Por favor, acepte esto.

Ria lo aceptó, comprendiendo la necesidad de la familia de darle algo al hombre que había salvado la vida de su hija.

—Gracias.

La mujer sonrió y miró a Emmett.

—Es bienvenido a nuestra mesa siempre.

Emmett hizo un asentimiento brusco. Ria se preguntó si comprendía el valor de la invitación. Ella podría haberlo dejado pasar, pero eso no era quien era ella, así que se lo preguntó mientras iban a casa a toda pastilla.

—Lo sé —dijo él, su voz tensa mientras escaneaba el área—. Hemos estado trabajando en relaciones comunitarias con la gente de por aquí, pero ha sido un proceso lento. Sois muy cerrados.

—Le dijo la sartén al cazo.

Un encogimiento de hombros despreocupado, ninguna sonrisa.

—No he dicho que no lo entendiéramos.

—La gente como los gatos de DarkRiver —dijo ella, preguntándose por qué esa condenada arrogancia era tan sexy en él—. Ha limpiado las cosas para que los comerciantes se sientan seguros.

—Estamos comenzando a conseguir sonrisas más amistosas —le contestó—, pero todo esto se va a ir al jodido infierno si Vincent y su banda de maleantes empiezan a disparar contra personas indefensas.

—Tengo el presentimiento de que no saben contra lo que están tratando.

Una durada mirada.

—En eso tienes razón, Visón.

Ella abrió la boca para responder pero habían llegado a la casa de su familia y Amber esperaba en la puerta, con el móvil en la mano.

—¡Está en casa! —gritó su cuñada por el fino aparato tan pronto como divisó a Ria—. No, está a salvo. Emmett está con ella.

Excepto llevar a Ria dentro en brazos, Emmett hizo de todo y ordenó a Amber que cerrara la puerta.

—Y permaneced dentro.

Se fue antes de que Ria pudiera decir otra cosa. Dejando salir el aliento de golpe, tomó el teléfono que Amber le tendía.

—Mamá, estoy bien —lo repitió durante los siguientes diez minutos, hasta que Alex por fin se calmó. Para entonces, su abuela había preparado té, sacado dos trozos gigantes del famoso Divino Bizcocho de Madeira del señor Wong y comenzado a cocinar su sopa especial dulce de sésamo negro, una de las favoritas de Ria.

—¡Siéntate! —dijo cuando Amber comenzó a levantarse para ayudar.

Amber se sentó con un gemido agradecido.

—El bebé da patadas fuertes. ¿Quieres sentirlo?

—¡Sí! —Ria saltó. Amber era una gran cuñada, pero también era intensamente reservada.

Esta clase de invitación no llegaba a menudo. Colocando la mano en el abdomen de Amber, permaneció muy quieta. El futuro bisniet… (género desconocido) de Miaoling no mantuvo a Ria esperando. Sintió dos ruidos sordos muy claros.

—Uau, creo que he notado la forma de un pie.

Amber se rió.

—Probablemente. El bebé Wembley tiene futuro como futbolista. Encaja realmente, dado el apellido.

—No se lo digas a Jet —bromeó Ria, mordiendo su bizcocho. El sabor familiar fue tan bienvenido como un abrazo, suave y consolador—. Espera un compañero de golf.

—¿Qué hay de ti, Ria? —rompiendo un trozo del suyo, Amber se lo llevó a la boca—. ¿Estás pensando en salir con algún compañero de golf un día de estos?

—¡Amber! —Ria retrocedió, riéndose—. ¿Dónde crees que conseguiré la otra mitad de la ecuación ahora que la Gran Pareja la ha cagado?

—Oh, no lo sé —los ojos de Amber se volvieron astutos—. Pero conozco a un gato que te mira como si quisiera comerte y luego regresar a por el segundo plato.

Ria todavía estaba jadeando ante el comentario escandaloso de su, generalmente, tímida cuñada, cuando Miaoling empezó a reírse. Golpeándose el muslo, se rió con tanta fuerza que Ria no pudo hacer otra cosa que unirse.

—Oíste —sorbió entre risas que le dejaron el estómago dolorido—, lo que Jet dijo.

No van en serio con humanos.

—¿Quién lo dice? —los ojos de Amber brillaban con humor—. Sólo porque no conozcamos ningún caso…

Eso cortó la risa de Ria. Se enderezó. Pensó en ello. Sacudió la cabeza.

—Habríamos oído algo. Lo habría oído en el colegio.

—No necesariamente —discutió Amber—. Ellos no anuncian las cosas exactamente. Diría que nunca me he encontrado con más bocas cerradas, pero… —Sacudió una mano.

Ria dejó salir el aliento de golpe.

—No puedo preguntárselo. Lo sabes.

—¿Por qué? —preguntó Miaoling.

—¡Porque entonces pensaría que insinúo algo!

Su abuela le dio una mirada penetrante.

—¿Si no lo insinúas, cómo lo sabrá él?

La mente de Ria se inundó con los recuerdos de ser presionada contra esa puerta de gimnasio, la mano que le acariciaba, la lengua en su boca.

—Lo sabe.

—Sí —dijo Amber—. Los cambiantes tienen un mejor sentido del olfato que los humanos. Probablemente puede oler tu ya sabes qué.

Ria la miró fijamente.

—¿Amber, qué te ha dado?

Su cuñada cogió otro trozo de tarta.

—Le echaré la culpa al embarazo —una lenta sonrisa.

Capítulo 7

La sangre de Emmett estaba en un punto febril. Al volver al restaurante, captó el olor del tirador y empezó a rastrear. Dorian y Clay habían recogido el rastro mientras acompañaba a Ria a casa, pero ésta era su caza.

Los dedos recordaron la suave sensación de la piel de Ria, la aspereza delicada del rasguño que no debería haber estado en la cara. El leopardo caminó dentro de su cráneo, deseando salir, queriendo causar daños, pero Emmett se aferró a su humanidad. Por ahora.

Minutos más tarde, se encontró con Dorian y Clay parados en un cruce abarrotado y frustrados.

—Joder —dijo Emmett, sintiendo lo que ellos. El olor del tirador había desaparecido simplemente.

—Probablemente alguien le esperaba —murmuró Dorian, mirando alrededor—.No hay cámaras de vigilancia en esta área. Debemos arreglar eso.

Emmett entrecerró los ojos, haciendo un giro lento para abarcar los cuatro puntos del cruce. Estaba abarrotado de personas.

—No puede haber sido una camioneta. Sería demasiado difícil hacer una huida rápida —murmuró casi para sí mismo… y levantó la mirada.

La escalera de emergencia pasada de moda colgaba a unos pies del suelo, lo bastante alta para confundir el rastro de olor con tanta gente alrededor. Aterrizó sobre la escalera con un único salto poderoso y comenzó a seguir el rastro que se desvanecía con la fluida gracia del leopardo que era. Ningún humano podría esperar competir con un depredador cambiante moviéndose a plena velocidad.

Llegando a lo alto del edificio en segundos, siguió el olor hacia el otro lado. Otra escalera, ésta mirando a una pequeña área de parking atestada de ancianos jugando a lo que parecía una combinación de Mahjong y ajedrez. Ignorando la escalera, saltó directamente al suelo, provocando que varias personas chillaran. Su gato aseguró que aterrizara de pie, su cuerpo perfectamente equilibrado.

Otra vez, el olor estaba enturbiado por el número de personas del parque. Pero peor, a unos pocos metros estuvo totalmente tapado por el fuerte desinfectante utilizado para los cercanos lavabos públicos automatizados. Jurando entre dientes, rodeó el parque y no se topó con nada. La frustración le clavó las garras. Estaba seguro que era aquí donde habían recogido al tirador, en una de estas estrechas calles.

Pasándose una mano por el pelo, caminó a zancadas por donde había venido cuando un anciano le hizo gestos.

—Aquí, dejó su motocicleta aparcada en el sendero. Muy grosero.

El anciano le dio un trozo de papel. Al abrirlo, encontró un número de matrícula.

Caliente.

—Gracias —su móvil estaba en la mano un instante más tarde. El anciano le hizo gestos con la mano para alejar las gracias y volvió a su juego mientras Emmett hacía uso de la tecnología DarkRiver. Los cambiantes se habían ocupado de estar al día en toda la tecnología conocida por el hombre, porque si los fríamente poderosos psi tenían una debilidad, era que confiaban demasiado en sus máquinas.

Pero ese conocimiento técnico también resultaba útil cuando los DarkRiver necesitaban piratear las bases de datos de las fuerzas del orden. Emmett tuvo la dirección que encajaba con la matrícula cinco minutos más tarde. Reunir un equipo sólo llevó otros tres minutos, Lucas, Vaughn y Clay, con Dorian vigilando. El joven soldado se estaba volviendo un francotirador tremendo.

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