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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Un guerrero de Marte (19 page)

Cuando Phor Tak oyó sólo una parte de nuestro relato insistió en que estábamos agotados y hambrientos y, como el buen anfitrión que demostró ser, nos llevó al interior del palacio y, llamando a los esclavos, les ordenó que nos bañaran y alimentaran y que permitieran que nos retiráramos hasta que descansáramos. Le dimos las gracias por su amabilidad y su consideración, de las que nos aprovechábamos con todo gusto.

Los días que siguieron fueron, a un tiempo, interesantes y beneficiosos. Phor Tak, en compañía solamente de unos cuantos esclavos fieles que le habían seguido al exilio, estaba encantado con nuestra compañía y con la ayuda que pudiéramos darle en su experimento que, una vez seguro de nuestra lealtad, nos explicó en detalle.

Nos explicó en detalle sus andanzas después de salir de Jahar y de cómo había dado por casualidad con este castillo, largo tiempo abandonado, cuyo constructor y ocupantes no habían dejado más rastros que sus huesos. Nos dijo que cuando descubrió sus esqueletos éstos estaban esparcidos por el patio y que en la entrada principal había un montón de huesos de una veintena de guerreros, lo que atestiguaba la fiera defensa que los ocupantes habían librado contra algún enemigo desconocido, al tiempo que en otras habitaciones superiores encontró otros esqueletos, de mujeres y niños.

—Creo —dijo— que el lugar fue sitiado por miembros de alguna horda salvaje de guerreros verdes que no dejaron un solo superviviente. Los patios y jardines estaban invadidos por matorrales y el interior de los edificios lleno de polvo; por lo demás, pocos daños se habían causado. Yo llamo a este lugar Jhama y aquí estoy realizando el trabajo de mi vida.

—¿Qué es? —pregunté.

—Vengarme de Tul Axtar —respondió el anciano—. Le entregué mi rayo desintegrador; le di la pintura aislante que protege sus naves y armas de dicho rayo y algún día le daré algo más: algo que será tan revolucionario en el arte de la guerra como el propio rayo desintegrador; algo que arrojará al suelo los restos destrozados de la flota de Jahar; algo que buscará el palacio de Tul Axtar y enterrará al tirano debajo de sus ruinas.

No pasó mucho tiempo desde que llegamos a Jhama antes de que tanto Nur An como yo nos convenciéramos de que la mente de Phor Tak estaba un tanto desviada, por lo menos, de tanto pensar en los males que le infligió Tul Axtar; aunque amable por naturaleza, estaba obsesionado por el maníaco deseo de vengarse del tirano, sin que le importaran lo más mínimo las consecuencia que ello pudiera tener para sí y para otros. En este asunto estaba más allá de la influencia de la razón y habiendo decidido, para su propia satisfacción, que Nur An y yo éramos factores potenciales para que su designio tuviera éxito, se dejaba llevar por ataques de ira cada vez que yo apuntaba el tema de nuestra marcha.

Inquieto como estaba yo por la urgencia de dirigirme a Jahar al rescate de Sanoma Tora, esta demora forzosa no me complacía lo más mínimo, pero Phor Tak era inconmovible y no quería permitir que me fuera; la absoluta lealtad de sus esclavos posibilitó que se saliera con la suya. En cuanto a nosotros, les explicó que éramos huéspedes, huéspedes bien recibidos siempre que no nos esforzáramos por marcharnos sin su permiso, pero que si nos descubrían tratando de salir de Jhama subrepticiamente, nos destruyeran.

Nur An y yo debatimos largamente el asunto. Habíamos descubierto que entre nosotros y Jahar se extendían cuatro mil haads de territorio difícil y hostil. Careciendo de una nave y de thoats, había muy pocas probabilidades de que pudiéramos llegar a Jahar a tiempo para ayudar a Sanoma Tora, sin es que llegábamos allí siquiera, por lo que decidimos aguardar a que se presentara una oportunidad, dejando creer a Phor Tak que estábamos dispuestos a ayudarle en la confianza de que en su momento podríamos contar con su ayuda y apoyo, y lo hicimos con tanto éxito que en breve tiempo nos habíamos ganado la confianza del viejo científico hasta tal extremo que empezamos a abrigar la esperanza de que nos haría partícipes de sus confidencias más íntimas y nos revelaría la naturaleza del instrumento de destrucción que estaba preparando para Tul Axtar.

Debo admitir que el mayor interés que yo tenía en su invención era porque confiaba en que para utilizarlo contra Tul Axtar tenía que encontrar algún medio para transportarlo hasta Jahar, en lo que yo veía una oportunidad para llegar a la capital del tirano.

Llevábamos en Jhama unos diez días, durante los cuales Phor Tak dio muestras de un nerviosismo y una irritabilidad extremados. Nos mantenía a su lado casi en todo momento, a menos que estuviera encerrado en lo más profundo de su laboratorio secreto.

Durante la cena del décimo día, Phor Tak se mostró más angustiado que nunca. Hablando sin cesar, como de costumbre, de su odiado Tul Axtar, su rostro mostraba la expresión de una furia maníaca.

—Pero estoy desamparado —casi gritó finalmente—, y lo estoy porque no tengo a nadie a quien confiar mi secreto, alguien con el valor y la inteligencia necesarios para llevar adelante mi plan. Soy demasiado viejo, demasiado débil para soportar una presión que nada significaría para hombre jóvenes como vosotros, pero que tengo que aguantar si quiero cumplir con mi destino de salvador de Jahar. ¡Si al menos pudiera confiar en vosotros! ¡Si al menos pudiera confiar en vosotros!

—Tal vez podrías, Phor Tak —sugerí.

No sé si fueron las palabras, o el tono de mi voz, lo que le calmaron.

—¡Hola! —exclamó—. A veces casi creo que puedo.

—Tenemos una meta común —dije— o, por lo menos, nuestras metas difieren tan poco que convergen en algún lugar, Jahar. Déjanos, pues, trabajar contigo. También nosotros deseamos llegar a Jahar. Si tú puedes ayudarnos, nosotros te ayudaremos.

Permaneció sentado, meditativo y silencioso durante largo rato.

—Lo haré —dijo al fin—. ¡Hola! Claro que lo haré. Venid.

Se levantó de la silla y nos condujo a la puerta cerrada con llave que impedía la entrada a su laboratorio secreto.

CAPÍTULO X

La muerte voladora

El laboratorio de Phor Tak ocupaba el ala completa del edificio y consistía en un inmenso salón de quince metros de altura. Los bancos, mesas, instrumentos y armarios, situados en una esquina, se perdían en el gran espacio. Cerca del techo y rodeando el salón había un carril del que colgaba un crucero en minatura, pintado con el horroroso color azul de Jahar. Sobre uno de los bancos reposaba un objeto cilíndrico casi tan largo como la mano humana. Éstas eran las únicas características notables del laboratorio, aparte de su inmenso vacío.

Cuando Phor Tak nos condujo al interior, cerró la puerta a sus espaldas y pude oír el ominoso ruido de la enorme cerradura. Había algo deprimente en la sugestión que tal ruido me produjo, quizá por nuestro conocimiento de que Phor Tak estaba loco, acentuado por el espeluznante misterio de la amplia cámara.

Conduciéndonos al banco sobre el que se encontraba el objeto cilíndrico que había atraído mi atención, lo cogió cuidadosamente, casi con mimo.

—Esto es un modelo del aparato que destruirá Jahar —dijo—. En él podéis contemplar la esencia concentrada de un logro científico. Su aspecto es el de un simple cilindro metálico pequeño, pero lleva dentro un mecanismo tan delicado y sensible como el cerebro humano y percibiréis que funciona casi como si estuviera dotado de mente propia; es, sin embargo, totalmente mecánico y se puede producir en serie con rapidez y a bajo coste. Pero, antes de proseguir con las explicaciones, os mostraré una fase de sus posibilidades. ¡Observad!

Sosteniendo el cilindro en la mano, Phor Tak alcanzó hasta un armario poco profundo que se encontraba adosado a la pared y lo abrió para dejar a la vista un elaborado equipo de conmutadores, palancas y teclas.

—Mirad ahora el aparato volador en miniatura suspendido del raíl cerca del techo —nos instruyó al tiempo que accionaba un conmutador.

El aparato empezó inmediatamente a viajar por el raíl a una considerable velocidad. Ahora, Phor Tak pulsó un botón situado en la parte alta del cilindro, que inmediatamente se le escapó de la palma de la mano extendida, giró rápidamente en el aire y se lanzó directamente contra el aparato que circulaba a toda velocidad. La distancia entre ambos se redujo, el cilindro, curvándose gradualmente hacia la línea de vuelo del aparato, se dirigía hacia él situándose a su popa, con su nariz terminada en punta a escasos centímetros de la nave en miniatura. Entonces, Phor Tak tiró de una palanquita del teclado y la nave se lanzó a una velocidad acelerada. Instantáneamente, la velocidad del cilindro aumentó y pude ver que se aceleraba mucho más que la nave. A mitad de camino alrededor de la habitación, su proa golpeó la rápida nave con la fuerza suficiente para hacerla temblar de extremo a extremo; luego, el cilindro se separó y descendió suavemente hacia el suelo. Phor Tak accionó un conmutador que detuvo al aparato en pleno vuelo y entonces, avanzando rápidamente, cogió el cilindro que descendía.

—Este modelo —explicó volviendo a donde estábamos nosotros— ha sido construido de manera que cuando establece contacto con la nave descenderá suavemente hasta el suelo, pero como sin duda os habéis dado cuenta de inmediato, el producto terminado en uso real explotará cuando haga contacto con la nave. Observad los botoncitos que lo cubren. Cuando cualquiera de ellos entra en contacto con un objeto, el modelo se detiene y desciende, mientras que el aparato de tamaño real, debidamente equipado, explotará, destruyendo por completo cualquier objeto con el que haya entrado en contacto. Como sabéis, cada sustancia del universo tiene su propia velocidad de vibración. Este mecanismo se puede sintonizar de manera que sea atraído por el ritmo de vibración de cualquier sustancia. Este modelo, por ejemplo, es atraído por la pintura azul protectora de la nave. Imaginad una flota de navíos de guerra jaharianos que se desplazan majestuosamente por el aire en formación de combate. Yo puedo, desde un barco enemigo o desde tierra y a una distancia que me hace invisible para los buques de Jahar, lanzar tantos aparatos como barcos compongan la flota, dejando pasar unos instantes entre un lanzamiento y otro. El primer torpedo se lanza contra la flota y destruye la nave más cercana. Todos los torpedos que van detrás, en fila, son atraídos por las masas combinadas de toda la pintura azul de la flota completa. El primer buque cae a tierra y aunque toda la pintura no haya sido destruida, carece de fuerza para desviar los torpedos que llegan detrás, que uno a uno irán destruyendo los siguientes buques hasta borrar por completo la flota. He destruido una poderosa flota sin arriesgar la vida de uno sólo de mis seguidores.

—Pero ellos verán los torpedos que se acercan —sugirió Nur An— y organizarán alguna defensa. Incluso los cañones pueden detener muchos de ellos.

—¡Hola! También eso lo he pensado —respondió Phor Tak riendo a carcajadas. Dejó el torpedo sobre un banco y abrió otro armario.

El armario contenía varios receptáculos, algunos herméticamente sellados y otros abiertos dejando al descubierto su contenido, al parecer pinturas de distintos colores. De varios recipientes salían mangos de brochas. Una de ellas, sin embargo, aparecía colgada en el aire, a unos centímetros del estante, mientras que justo debajo de ella se veía la sección del borde de un receptáculo que también parecía no descansar en ningún sitio. Phor Tak situó la mano abierta directamente debajo del borde flotante y, al sacarla del armario, tanto el borde del receptáculo como la parte del mango de la brocha flotaron por encima de los dedos extendidos siguiendo sus movimientos hasta que se acoparon como si sostuvieran una jarra de cristal, como la que normalmente hubiera pertenecido al reborde que veíamos flotar un par de centímetros por encima de los dedos.

Dirigiéndose al banco donde había dejado el cilindro, Phor Tak realizó los movimientos de quien coloca una jarra encima, aunque aparte del reborde flotante no había recipiente alguno; oí con claridad un ruido idéntico al que haría el fondo de una jarra de cristal que entrara en contacto con el banco.

Puedo asegurarles que estaba absolutamente asombrado, pero aún lo estaría más con los acontecimientos que siguieron. Phor Tak agarró el mango de la brocha y lo hizo pasar a unos centímetros por encima del torpedo metálico. Una parte de éste, de unos dos centímetros de ancho por unos diez de largo, desapareció instantáneamente. Realizó entonces varias pasadas hasta que toda la superficie del torpedo desapareció. El lugar que ocupaba en el banco estaba vacío. Phor Tak devolvió el mango de la brocha a su posición flotante justo por encima del reborde de la jarra y se volvió a nosotros. Tenía una expresión de infantil orgullo en su rostro, tanto que exclamó:

—Bien, ¿qué pensáis de todo esto? ¿No soy maravilloso?

Y yo, ciertamente, no tuve inconveniente en reconocer que lo era y que me había quedado absolutamente pasmado y aturdido con lo que había visto.

—Ahí, Nur An —exclamó Tak— está la respuesta a tus críticas sobre La Muerte Voladora.

—No entiendo —dijo Nur An, que tenía una expresión de asombro en el rostro.

—¡Hola! —exclamó Phor Tak— ¿Es que no has visto que he vuelto invisible ese aparato?

—Pero es que ha desaparecido —respondió Nur An.

Phor Tak lanzó una carcajada gorjeante.

—Sigue estando ahí —exclamó—, pero no puedes verlo. Ven.

Tomó a Nur An de la mano y le condujo al punto donde había estado el aparato.

Pude ver cómo los dedos de Nur An palpaban, al parecer, la superficie de algo a varios centímetros de altura sobre la superficie del banco.

—¡Por mi primer antepasado! —gritó— ¡Sigue estando ahí!

—¡Es maravilloso! —exclamé— ¡Ni siquiera lo has tocado, sino que te limitaste a hacer unas pasadas por encima con el mango de la brocha! ¡Y desapareció!

—Sí que lo toqué —insistió Phor Tak—. Tenía en la mano la brocha completa, lo que pasa es que no la visteis porque estaba empapada en la sustancia que hace que La Muerte Voladora sea invisible. Observad el recipiente de vidrio transparente en el que tengo el compuesto de la invisibilidad: sólo podéis ver parte del reborde porque no está recubierto por el compuesto.

—¡Qué maravilla! —exclamé—. Ni siquiera ahora, después de haberlo visto con mis propios ojos, puedo concebir la posibilidad de un milagro semejante.

—No es tan milagroso —dijo Phor Tak—. Es, simplemente, la aplicación de unos principios científicos bien conocidos desde hace cientos de años. Nada se desplaza en línea recta: la luz, la visión, las fuerzas electromagnéticas siguen una línea curva. El compuesto de la invisibilidad se limita a desviar hacia fuera la luz reflejada que, al entrar por nuestros ojos y chocar contra los nervios ópticos, da como resultado lo que llamamos visión, por lo que pasan por completo alrededor de cualquier objeto que esté recubierto con el compuesto. Cuando empecé a aplicar el compuesto a La Muerte Voladora primigenia, la línea de visión se desviaba alrededor de las pequeñas porciones recubiertas, pero cuando revestí la superficie completa del torpedo, la curva de la visión pasó totalmente alrededor de ambos lados del mismo, por lo que se podía ver claramente el banco en el que estaba depositado, como si no estuviera allí.

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