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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (43 page)

Jingqiu estaba demasiado preocupada como para pedir permiso para salir, y tan solo le dijo a la persona que estaba en recepción:

—¿Le puedes pedir a mi madre que venga a tocar el acordeón en lo que queda de espectáculo y se encargue de mi clase de la tarde? Tengo que ir al hospital, mi amigo se encuentra muy mal.

El guarda asintió y Jingqiu se fue detrás de Sun Jianmin hasta el jeep aparcado delante de la verja. Nada más ponerse en marcha, Sun Jianmin le contó la larga y triste historia. Cuando Mayor Tercero salió del hospital del condado no regresó a Anhui, sino que se quedó con la tercera unidad en Campo de Crisantemos por dos razones: para poder asistir a las investigaciones de la unidad geológica de los dos casos recientes de leucemia y porque estaba a pocos kilómetros de la granja de la Escuela Secundaria n.º 8, y podía ver a Jingqiu fácilmente en coche o en bicicleta.

Jingqiu permaneció en silencio mientras Sun Jianmin le contaba que, después de que la trasladaran a la escuela primaria de Yichang, Mayor Tercero la siguió y lo llevaron al hospital militar de la ciudad. Solo regresó a Anhui para una breve visita durante la Festividad de Primavera. Su padre quería que se quedara, pero él se negó, así que el comandante del distrito no tuvo más elección que dejarle regresar con una enfermera que se quedó con él y lo cuidó. Su padre no podía quedarse en Yichang, pero lo visitaba regularmente, porque la distancia se podía cubrir en coche más o menos en diez horas.

Sun Jianmin miró a Jingqiu a los ojos y le dijo triste y lentamente que en aquel momento el padre de Mayor Tercero, su cuñado, su tío, su tía, sus primos e incluso algunos amigos estaban todos en el hospital. Esbozó una sonrisa.

—Cuando se encontraba bien, lo llevábamos a tu escuela para que pudiera verte, y te observaba en las clases de voleibol. También podíamos verte dar clase desde la calle. Luego, cuando ya no pudo salir de la cama, me pidió que fuera yo y le contara lo que veía. No nos permitió que te dijéramos que estaba en la ciudad, ni que tenía leucemia. Dijo: «Que no se entere, que viva su vida sin preocupaciones».

Jingqiu se daba cuenta de que se esforzaba por decir más.

—Según sus instrucciones no teníamos que molestarte, pero hacía demasiado tiempo que sentía dolor. Ahora ya lleva varios días en el lecho de muerte. Los médicos ya no le dan medicamentos ni intentan salvarlo, pero él no quiere expirar ni cerrar los ojos. —Le cogió la mano—. Hemos pensado que quería verte otra vez, así que hemos desobedecido sus instrucciones y hemos venido a verte sin su permiso. Hemos pensado que lo entenderías y que querrías venir a verlo una última vez. —Le apretó la mano suavemente—. Pero no hagas ningún drama, si no su alma nos culpará desde el cielo.

Jingqiu era incapaz de hablar. Se decía que ojalá fuera un sueño, una pesadilla, que ojalá se despertara y viera a Mayor Tercero inclinándose sobre ella, diciéndole que todo iba bien.

Oyó hablar a Sun Jianmin.

—Camarada Jingqiu, ¿eres miembro del partido?

Jingqiu negó con la cabeza.

—¿Estás afiliada a la Liga de la Juventud Comunista?

Jingqiu asintió.

—Entonces, en nombre de la Liga de la Juventud, prométeme que no intentarás nada contra tu vida.

Jingqiu volvió a asentir, incapaz de hablar. Estaba como atontada.

El jeep aparcó delante del pabellón de Mayor Tercero. Sun Jianmin la ayudó a bajar y la condujo a la primera planta. Había muchas personas en la sala, todas con los ojos rojos e hinchados. Un hombre con aspecto de dirigente, que debía de ser el padre de Mayor Tercero, se le acercó y le dijo:

—¿Eres la camarada Jingqiu?

Ella asintió y él le cogió las manos mientras las lágrimas le caían por la cara.

—Te está esperando —dijo mirando la cama—. Ve… a decirle adiós. —El padre salió al pasillo.

Jingqiu miró a la persona que estaba echada en la cama. No se podía creer que fuera Mayor Tercero. Estaba muy delgado y tenía las cejas muy largas y pobladas. Los ojos, profundamente hundidos, estaban medio abiertos, y vio que los tenía inyectados en sangre. Había perdido mucho pelo, y el que le quedaba se extendía ralo sobre su cabeza. Le asomaban los pómulos, y las mejillas eran como dos pozos. Estaba tan blanco como las sábanas del hospital.

Jingqiu se sentía demasiado asustada para acercarse. Ese no podía ser Mayor Tercero. Lo había visto hacía unos meses y seguía siendo un joven apuesto y ágil. Ahora la visión de aquella figura la asustaba.

Unas manos la empujaron suavemente por detrás y ella reunió valor para acercarse al borde de la cama. Le cogió la mano de debajo de la manta y vio la cicatriz allí donde se había cortado. Ahora tenía la mano tan delgada y huesuda que la cicatriz parecía incluso más larga que antes. Le cedieron las piernas y cayó al suelo.

Los demás intentaron levantarla, pero era incapaz de moverse.

Oyó que la gente gritaba:

—¡Dilo! ¡Dilo!

—Que diga ¿el qué? —preguntó ella confundida.

—Su nombre, el nombre con que sueles llamarlo. ¡Dilo, dilo! ¡Si no lo dices, no se irá!

Jingqiu era incapaz de decir una palabra. No había pronunciado muy a menudo su nombre en voz alta, y ahora parecía imposible. Solo fue capaz de cogerle la mano y mirarlo. Aún no tenía la mano completamente fría, por lo que seguía con vida, pero el pecho ni le subía ni le bajaba.

La gente seguía insistiéndole: «¡Dilo, dilo!», así que le apretó la mano con fuerza y le dijo:

—Soy yo, Jingqiu. Soy yo, Jingqiu.

Él le había dicho una vez que si tenía un pie en la tumba y oía su nombre, lo sacaría e iría a verla.

Ella seguía apretándole la mano, esperando con toda su alma que pudiera oírla.

—Soy yo, Jingqiu. Soy yo, Jingqiu.

No supo cuántas veces lo dijo, pero se le entumecieron las piernas y se le secó la garganta. Alguien que estaba a su lado ya no pudo soportarlo más y dijo:

—Basta, basta de gritar. No puede oírte.

Pero ella no le creyó. Mayor Tercero tenía los ojos medio abiertos, así que podía oírla, aunque no pudiera hablar, aunque no pudiera contestarle, pero sin duda podía oírla.

—¡Soy yo! ¡ Jingqiu!

Jingqiu se acercó a su cara, a su oído, y repitió en tono de súplica:

—¡Soy yo, soy yo! ¡ Jingqiu!

Él podía oírla, era solo que lo cubría una capa de niebla blanca, necesitaba algo de tiempo, tan solo necesitaba ver su marca de nacimiento, estar seguro de que era ella.

Oyó el sonido de un grito apagado, pero no fue de ella.

—¡Soy yo, Jingqiu! ¡Soy yo, Jingqiu!

Mayor Tercero cerró los ojos y dos lágrimas le rodaron por las mejillas. Dos lágrimas rojas, cristalinas…

Epílogo

Mayor Tercero había muerto y, como deseaba, fue incinerado y enterrado bajo el espino. No era ningún héroe de guerra, pero les permitieron enterrarlo allí. Al principio de la Revolución Cultural, las lápidas de los soldados caídos se consideraban una de las «cuatro antiguallas» que había que demoler, y por tanto fueron eliminadas. Así que Mayor Tercero no tuvo lápida.

—Insistió en que lo enterráramos allí —le dijo el padre de Mayor Tercero a Jingqiu—. Pero estamos muy lejos, así que te confiamos a ti las cenizas.

Mayor Tercero había metido en el petate del ejército su diario, las cartas que le había escrito a Jingqiu y el cartero le había devuelto, y algunas fotos, y se lo había entregado a su hermano para que se hiciera cargo.

—Si Jingqiu es feliz —le había dicho—, no se lo des. Pero si es desdichada en el amor, o tiene problemas en su matrimonio, entonces se lo entregas, que sepa que hubo alguien que la amó con toda su alma y todo su cuerpo, que sepa que existe el amor eterno.

En la primera página de uno de sus cuadernos, Mayor Tercero había escrito: «A lo mejor no soy capaz de esperarte trece meses, ni hasta que cumplas los veinticinco, pero puedo esperarte toda una vida».

Lo único que llevaba con él cuando murió era una foto de Jingqiu cuando tenía seis años y ese breve extracto de su diario. Lo había llevado siempre con él. También lo metieron en el petate y Sun Jianmin se lo entregó a Jingqiu.

Todos los años, en mayo, Jingqiu se iba al espino a ver las flores. A lo mejor era solo su imaginación, pero le parecían aún más rojas que las que Mayor Tercero le había enviado.

Diez años más tarde, Jingqiu aprobó el examen de ingreso en la universidad y comenzó un máster en el departamento de inglés de la Universidad de Hubei.

Veinte años más tarde, Jingqiu atravesó el Pacífico para ir a los Estados Unidos y comenzar su doctorado.

Treinta años más tarde Jingqiu daba clases en una universidad americana.

Este año llevará a su hija al espino para visitar a Mayor Tercero.

Le dirá a su hija:

—Aquí yace el hombre que amo.

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