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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (35 page)

La escuela envió a algunos profesores a la granja, además de Jingqiu. Las mujeres se encargarían de preparar la comida y los hombres de enseñar a los alumnos los trabajos físicos. Ese primer grupo era la vanguardia, y prepararía la granja para la llegada de los demás estudiantes. Jingqiu estaba contentísima de que la enviaran, pues eso significaba que podría escapar de la atenta vigilancia de su madre, y, además, Aldea Occidental estaba solo a unos kilómetros de Meseta de Fujia, de manera que estaría muy cerca de Mayor Tercero.

Su madre estaba un poco nerviosa, pero no tan preocupada como si hubieran mandado a Jingqiu a cualquier otra zona rural. Jingqiu tenía un empleo, y a los seis meses volvería para dar clases. Además, iba con otros profesores, de manera que su madre se sentía relativamente tranquila. Y lo más importante era que su madre ignoraba lo cerca que estaba Aldea Occidental de Meseta de Fujia.

El señor Zheng se llevó el primer grupo a la granja. Iban acompañados por una joven profesora de veintipocos años, la señorita Zhao, y de un profesor cuarentón, el señor Jian, que le había dado clases de física a Jingqiu y que a menudo había jugado al voleibol con su equipo. El señor Jian no era alto, pero había sido gimnasta, con lo que tenía los brazos fuertes, y a menudo daba una voltereta hacia delante cuando cogía la pelota, ganándose los vítores y admiración de las chicas.

No lejos de la granja, al otro lado de la montaña, una carretera lo bastante grande como para dar cabida a un tractor pequeño descendía serpenteando hasta una pequeña población llamada Campo de Crisantemos, del cual salían autobuses en dirección a Río Yanjia. La escuela poseía un pequeño tractor, de los conocidos como Pequeño Elevador, que se utilizaba para transportar productos al mercado. El joven veinteañero que conducía el tractor se llamaba Zhou Jianxin, y su padre era director de la Escuela Secundaria n.º 12 de Yichang. A Zhou no lo habían mandado al campo después de graduarse porque tenía un problema de corazón, y había aprendido a conducir esos tractores. Jingqiu ya había visto transportar mercancías a Zhou, sobre todo cuando fue con sus compañeras de clase a trabajar a una fábrica. Posteriormente, cuando comenzó su servicio en las cocinas de la escuela, lo veía regularmente: Zhou llevaba la cara cubierta de aceite de motor y le hacía un ajuste al Pequeño Elevador rodeado por un pequeño grupo de niños que lo observaban mientras él intentaba arreglarlo con la ayuda de una manivela.

Zhou no solo se llamaba Jianxin —igual que Mayor Tercero—, sino que también se le parecía un poco. Eran de similar estatura, aunque Zhou era un poco más delgado, tenía la piel un poco más oscura y la espalda menos recta. Sin embargo, compartían un rasgo especial: cuando se reían, lo hacían con toda la cara.

Los cuatro profesores, incluida Jingqiu, cogieron el autobús desde Yiching hasta Río Yanjia y desde ese lugar caminaron hasta Meseta de Fujia y luego hasta Campo de Crisantemos. Mientras subían la montaña los profesores entonaron una serie de canciones conocidas como las Canciones de la Larga Marcha, y, como no había nadie más en la montaña, incluso los más tímidos se armaron de valor y acabaron cantando a pleno pulmón. Zhou condujo el tractor durante los treinta y pico kilómetros que los separaban de la escuela, aunque tuvo que detenerse justo antes de la granja, pues todavía no habían reparado la carretera.

Los edificios de la granja eran básicos. En los dormitorios, el suelo era de tierra todavía sin aplanar. No había cristales en las ventanas ni nada para cubrirlas, así que utilizaron sombreros de bambú. Las camas eran tierra amontonada con un par de tablas de madera encima. Jingqiu y la señorita Zhao compartían habitación, y, como no había pestillos en la puerta, apuntalaron un palo largo de madera contra la puerta a modo de cerradura.

Lo primero que hicieron fue construir un retrete cavando un agujero y colocando dos tablas atravesadas. A continuación clavaron unas hileras de postes en el suelo, construidos con madera de sorgo, a modo de paredes. Según la leyenda, un peligroso animal que la gente del pueblo llamaba balangzi acechaba por esa parte de la montaña, y le gustaba especialmente atacar a la gente cuando hacían sus cosas por la noche. Se acercaba y te lamía las nalgas con su lengua cubierta de púas alargadas antes de arrancarte los intestinos y darse un atracón con ellos. Cada vez que alguien iba al retrete se llevaba un hacha por si se encontraba con ese animal. La gente procuraba evitar tener que ir cuando había oscurecido, y, si no podían evitarlo, se iban a la parte de atrás de su casa y se aliviaban allí. Jingqiu siempre necesitaba ir una o dos veces por la noche, por lo que no tenía más elección que recorrer los cien metros que había hasta el retrete, hacha en mano.

Zhou también vivía en la parte delantera del edificio, y si no cerraba la puerta podía ver salir a Jingqiu. Pronto descubrió que, cada vez que volvía del retrete, Pequeño Zhou estaba junto al sendero, fumando, perfectamente colocado para que ella no se sintiera incómoda y poder correr a salvarla en caso de que ocurriera algo. Cuando Jingqiu pasaba a su lado se saludaban y caminaban hasta el edificio uno tras otro.

Los primeros días después de su llegada, en la montaña no tenían verdura para comer, así que cada cual se trajo sus propios víveres. Cuando el tiempo estaba despejado iban a recoger cebollas y ajos silvestres, y cuando llovía recolectaban
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, una especie de seta negra que limpiaban y freían. La señorita Zhao y el señor Jian siempre salían juntos y dejaban sola a Jingqiu, pero no tardó en aparecer Pequeño Zhou, y trabajaban juntos.

La vida resultaba dura en la granja, pero los profesores eran animosos y ocurrentes, así que los días pasaban deprisa. Durante el día trabajaban y por la noche, antes de ir a dormir, se reunían y contaban historias. Jingqiu descubrió que al señor Jian se le daba muy bien contar relatos históricos, el señor Zheng y la señorita Zhao eran mejores con los relatos folclóricos, y la especialidad de Pequeño Zhou eran las historias protagonizadas por Sherlock Holmes.

En cuanto más o menos hubieron terminado con los preparativos, la granja dio la bienvenida a su primer grupo de estudiantes. Su primera tarea era reparar la carretera de la montaña, a fin de que el tractor pudiera llegar al edificio en forma de L de la granja. Una vez terminaron, Pequeño Zhou y su tractor se convirtieron en habituales del paisaje local. A Pequeño Zhou le encantaba llevar un viejo uniforme del ejército, tan arrugado que daba la impresión de que lo metía en el tonel de encurtidos cada noche antes de irse a la cama. Llevaba una especie de gorra blanca como las que usaban los soldados del ejército nacionalista en su desbandada. Siempre conducía muy concentrado y a toda velocidad, saltando arriba y abajo en su asiento como una fuerza incontenible antes de detenerse con un chirrido en la puerta de la cocina. En cuanto los estudiantes oían el «tu-tu-tu» de su tractor, salían de sus habitaciones. El tractor era la única conexión con el mundo exterior.

Como siempre, la cara de Pequeño Zhou estaba manchada de aceite de motor, una imagen que se había convertido en la enseña de su profesionalidad y destreza. A veces Jingqiu señalaba el aceite que llevaba en la cara y él se lo limpiaba con la manga, aunque las más de las veces lo que hacía era extenderlo por las mejillas. Jingqiu se partía de risa y él se inclinaba hacia ella para que pudiera limpiarle la cara, pero solo la asustaba y conseguía que se fuera corriendo.

Los cinco adultos trabajaban bien. A intervalos regulares, Jingqiu o la señorita Zhao montaban en el tractor de Pequeño Zhou para ir a comprar verduras o arroz. Después de unas cuantas veces la señorita Zhao dijo que no quería ir más, no soportaba el olor a diésel, y al cabo de unos cuantos kilómetros de tu-tu-tu le salían ampollas en el culo. A Jingqiu no le molestaba el olor, así que iba ella. Salían después de desayunar y procuraba volver por la tarde a tiempo para preparar la cena de los estudiantes, a fin de que la señorita Zhao no tuviera que hacerlo sola.

Puesto que Jingqiu y Pequeño Zhou habían llegado a conocerse bastante bien, ella decidió pedirle que la llevara a Aldea Occidental. Quería saber qué estaba haciendo Mayor Tercero. Así, la siguiente vez que fueron a comprar verduras le pidió si podían dar un rodeo, porque quería devolverle un libro a un amigo.

—Si fuera una chica te llevaría, pero si es un chico, no —le contestó él sonriéndole de oreja a oreja.

—Olvídalo, si te parece inapropiado.

Pequeño Zhou no había dicho que le pareciera inapropiado. Después de comprar el arroz, comenzó el viaje de regreso y Pequeño Zhou continuamente se paraba a hablar con gente que se encontraba en la carretera. Jingqiu no tenía ni idea de qué pretendía, así que, cuando le dijo: «Hemos llegado a Aldea Occidental, ¿dónde quieres ir?», se quedó totalmente confundida. Nunca había llegado antes a Aldea Occidental por aquella carretera. Se quedó un buen rato intentando orientarse antes de señalar en dirección a la unidad geológica.

—Debería ser por allí.

Pequeño Zhou llevó el tractor directamente a las cabañas de la unidad. Se detuvo y dijo:

—Te esperaré aquí, pero si tardas demasiado entraré corriendo a salvarte.

—No hace falta, saldré enseguida —dijo Jingqiu, y se encaminó a las cabañas, el corazón palpitándole tan deprisa que pensó que le saldría por la boca. Aspiró profundamente y llamó a la puerta de Mayor Tercero, llevando en la mano el libro como excusa. Se quedó un rato esperando, pero nadie contestó. Comprendió que probablemente Mayor Tercero estaría trabajando. Se quedó decepcionada, pero no pensaba abandonar, de manera que fue de una habitación a otra para ver si alguien podía decirle dónde estaba, pero no encontró ni un alma.

Regresó a la habitación de Mayor Tercero y, casi sin esperanza ya de encontrarlo, volvió a llamar. Para su sorpresa se abrió la puerta. Apareció un hombre, al que reconoció como el señor de mediana edad que había conocido la vez que fue a buscar a Mayor Tercero para que fuera a cenar a casa de la tía Zhang. Echó una mirada al interior de la habitación y vio a una mujer que se peinaba; parecía que acababa de salir de la cama.

El hombre reconoció a Jingqiu.

—Hola, eres «sopa de soja verde», ¿no?

—¿Ella es tu «sopa de soja verde»? —preguntó la mujer acercándose a la puerta.

El hombre se rio.

—No, es la de Sun. Una vez dije que comer venado encendía el ánimo, y ella dijo que un poco de sopa de soja verde lo calmaba. —Volvió a reírse.

A Jingqiu no le interesaba de qué estaban hablando.

—¿Sabes cuándo sale de trabajar?

—¿Quién? ¿De quién me hablas?

—¿Conoces al Viejo Cai? —preguntó la mujer, señalando al hombre—. Es mi marido. He venido a hacerle una visita y acabo de llegar hoy. Tú debes de llevar aquí una temporada. ¿Sabes si mi Cai tiene alguna sopa de soja verde en el pueblo? Todos tienen alguna sustituta, ninguno es decente ni honesto, tienen una en cada pueblo.

—A Sun lo han trasladado —dijo el hombre, haciendo caso omiso a su mujer—. ¿No lo sabías?

—¿Adónde lo han trasladado?

—A la segunda unidad.

Jingqiu se quedó paralizada. ¿Cómo es que lo trasladaban y no decía nada? Se quedó clavada en el sitio antes de reunir el valor necesario para preguntar:

—¿Y sabes… dónde se encuentra la segunda unidad?

La mujer de Cai le tiraba de la manga.

—No armes lío. Sun pertenece a otra. Si hubiera querido que ella lo supiera, ¿no se lo habría dicho? Procura no armar lío.

—No me habéis entendido —tartamudeó incómoda Jingqiu—. Solo quería devolverle este libro. Os he molestado… —Y, dicho esto, se fue corriendo.

Pequeño Zhou la vio regresar muy alterada y le preguntó varias veces si se encontraba bien, pero ella no contestó. Cuando regresaron a la granja ya estaban preparando la cena, de manera que Jingqiu se fue corriendo a la cocina para echar una mano. Una vez hubieron acabado de servir, los estudiantes y los profesores se sentaron a comer, pero a Jingqiu le dolía la cabeza y había perdido completamente el apetito, de manera que puso una excusa y se fue a su cuarto a dormir.

Capítulo 30

Al día siguiente Pequeño Zhou quiso ir con ella a buscar agua, pero Jingqiu se negó.

—No, tú tienes problemas de corazón, no deberías trajinar agua.

—Mis problemas de corazón se presentaron porque tenía miedo de que me mandaran lejos, eso es todo, deja que te ayude. Siempre eres tú la que va a buscar el agua, ¿por qué no lo hace nunca la señorita Zhao?

Jingqiu nunca lo había pensado; cuando se acababa el agua, ella simplemente iba a por más. Pero le preocupaba que la gente pudiera desaprobar que Pequeño Zhou la ayudara, así que insistió:

—Ya lo haré yo, ¿entendido?

—¿Crees que la gente chismorreará? —dijo riendo—. En ese caso no deberías haberte ido a la cama en lugar de cenar. Cualquier chismorreo que empiece hoy no será nada comparado con el de ayer.

—¿Qué decían ayer?

—Que tú y yo ayer hicimos cosas por el camino…

—¿Qué cosas, exactamente?

—Que te empujé —dijo él sonriendo con descaro.

Jingqiu casi se desmaya; sabía que en el dialecto de la zona «empujar a alguien» significaba sexo.

—¿Quién… quién lo dijo? —estaba temblando—. Quiero hablar con él… con quien sea.

—No —dijo Pequeño Zhou—. Si vas y preguntas, no volveré a contarte nada.

—¿Por qué decían esas cosas?

—Porque volvimos tarde y tú estabas rara. No comiste y te fuiste directamente a la cama. Por no hablar del hecho de que yo tengo fama de granuja, así que no es extraño que llegaran a esa conclusión. Pero yo ya se lo expliqué, así que no hace falta que digas nada más. Cuanta más importancia le des, más hablará la gente.

—Entonces, ¿ayer les dijiste adónde habíamos ido? —Jingqiu estaba muy nerviosa.

—Naturalmente que no, relájate. Puede que sea un granuja, pero tengo mi honor. —Una sonrisa le cruzó la cara, y añadió—: De todos modos, eres tan guapa que no me importa tener mala reputación por ti…

Jingqiu comenzaba a sospechar que probablemente Pequeño Zhou se lo estaba inventando todo. Siempre le había encantado sugerir que ocurría algo y comentar que los demás chismorreaban acerca de ellos. Jingqiu no dijo nada más y se fue a buscar el agua, pero él le tiraba de la pértiga que llevaba al hombro y no la dejaba marchar.

—¿Por qué fuimos ayer a esa aldea? ¿Querías visitar a tu novio? ¿No estaba o se escondía de ti?

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