Read Entre sombras Online

Authors: Lucía Solaz Frasquet

Tags: #Infantil y juvenil

Entre sombras (6 page)

—No te importa, ¿verdad? —le preguntó un día Enstel cuando Acacia se lo hizo notar—. Sabes que, si me necesitas, solo precisas llamarme y estaré a tu lado en cuestión de segundos.

—Te echo de menos, sobre todo si no vienes por la noche. ¿Tanto tiempo tienes que pasar alimentándote?

—No se trata solo de eso… A veces me gusta experimentar, saber lo que se siente siendo humano.

—¿Y cómo puedes hacer eso?

—Es posible introducirse en sus cuerpos.

—¿Ellos lo saben?

—La mayoría no se da cuenta. Otros, más sensibles, sienten algo, pero no creo que sepan decir de qué se trata.

—¿Es como en esa película que vimos a escondidas en casa de Millie? —quiso saber Acacia recordando una película horrorosa sobre posesiones demoniacas.

Enstel rió.

—No, cariño. No les obligo a hacer nada, simplemente disfruto de manera vicaria.

—¿Vicaria?

—A través de ellos.

—¿Como qué?

—El aroma de las flores, el sabor de la comida, un baño, el contacto con otra piel, el sexo.

—¿Quieres decir que cuando te toco no lo notas?

—Sí, pero de forma diferente a como lo haces tú.

Acacia le lanzó una mirada y fingió centrarse en los deberes de matemáticas. No le gustaba la idea de que Enstel explorara el mundo sin contar con ella, que buscara en otros lo que ella estaba tan dispuesta a ofrecerle. Era la primera vez que se reconocía celosa y no era una sensación agradable.

Un sábado a finales de septiembre, algunos meses después de esta conversación, Acacia estaba ayudando a su madre a recoger manzanas y zarzamoras en el huerto cuando percibió una suave caricia en la mejilla. Enstel había regresado tras una ausencia de casi tres días.

Mientras Lillian empezaba a preparar un pastel en la cocina, en el salón Acacia atacó con furia una de las piezas de Bach incluidas en el programa de su próximo examen. Después de un rato fue calmándose hasta dejar de tocar por completo.

Uno de los chicos de Torquay me besó después del partido de rugby. Le dejé porque sentía curiosidad, pero era la primera vez que lo veía en mi vida y no me gustó mucho
.

A su espalda, Enstel permaneció en silencio. Acacia se giró y notó la expresión apesadumbrada que adquiría en las raras ocasiones en las que sabía que estaba molesta con él.

Mi madre dice que el sexo es algo muy especial, que hay que esperar a estar preparados y compartirlo con alguien a quien queramos
.

Acacia lo contempló unos momentos. Bien alimentado, el espíritu brillaba con tal belleza que resultaba difícil apartar la vista de él.

Dentro de poco cumpliré catorce años y también quiero experimentar. Si no me permites hacerlo contigo, tendré que buscar a otro. ¿Qué prefieres?

Se aproximó a Enstel, percibiendo el efecto de sus palabras. Posó una mano en su rostro y observó cómo se incrementaba el suave resplandor plateado que lo rodeaba. Clavó la mirada en sus ojos oscuros, interrogante.

Sabes lo mucho que te quiero
.

7

Gerard se estiró en la cama como un gato satisfecho y acarició el tibio vientre de Acacia con movimientos circulares.

—Tienes el ombligo más bonito que he visto en mi vida —murmuró besándolo con renovado ardor.

La joven se echó a reír ante el inesperado cumplido. Gerard fue subiendo por su abdomen, acariciando con la nariz, las mejillas y los labios la pálida piel de sus pechos, el cuello, las orejas.

—He echado de menos esa risa. Llevas unos días un poco rara.

—No es nada.

Acacia pasó los dedos por los espesos cabellos oscuros de Gerard y le ofreció los labios. Gerard besaba con maestría, casi tan bien como Enstel. Lo rodeó con los brazos y suspiró de placer.

Más tarde, se incorporó y contempló pensativa el torso desnudo de Gerard.

—Permíteme que aproveche esta oportunidad para repasar mis conocimientos de anatomía —le pidió—. Tengo examen de biología el martes que viene y he de decir que tú eres un magnífico espécimen.

Gerard la miró con una sonrisa intrigada.

—Señoras y señores —anunció Acacia—, permítanme que les presente, adornados con hermosos dragones tatuados… ¡los bíceps y tríceps! Noten por favor la definición de los pectorales, esculpidos a golpe de gimnasio, y la belleza del cuádriceps femoral, el músculo más potente y voluminoso de todo el cuerpo humano. Soporta con gracia el peso de Gerard y le permite andar, sentarse y correr. Sus más de seiscientos cincuenta músculos tienen funciones obvias de movimiento, pero también impulsan la comida por el sistema digestivo, le permiten respirar y hacen circular su sangre.

—¿Desde cuándo te has vuelto tan aplicada? —le preguntó el joven divertido.

—Me he aburrido de interpretar el papel de adolescente díscola y huraña —respondió Acacia con sinceridad—. No sospechaba que estar en guerra constante con el mundo fuera tan agotador.

—¿Por eso ya no quieres fumar? ¿Ni beber?

—Necesito que mis neuronas funcionen a pleno rendimiento si quiero remontar el vuelo.

—Será un placer ayudarte con los ejercicios prácticos —dijo Gerard sujetándola por la cintura y haciendo que se sentara sobre él.

—Sabía que podía contar con tu apoyo —replicó Acacia besándolo.

Aunque en apariencia fortuitas y desconectadas entre sí, habían sido las conversaciones mantenidas con James y la señorita White dos semanas atrás, poco después de su supuesto cumpleaños, las que habían contribuido definitivamente a su cambio de actitud.

—¿Puedo hablar un momento contigo? —le preguntó James cuando terminó la clase de francés.

—Claro —respondió sorprendida. La había estado evitando todo el curso y ni siquiera recordaba cuándo había sido la última vez que le había dirigido la palabra.

—He visto que has sacado un treinta por cien en el examen —dijo cuando se encontraron a solas en la clase vacía.

—¿Y?

—Acacia, eres prácticamente bilingüe. ¿Cómo puedes haberlo suspendido?

—Venga, James —replicó Acacia con fastidio—. He tenido que aguantar sermones de los profesores, de mi tutor, de mis padres, de mi hermano, de Millie, de los psicólogos…

—Estás echando tu futuro por la borda.

—¿Y quién eres tú para reprocharme nada? —le espetó furiosa—. Dime, ¿quién eres

exactamente?

—Solo alguien que te quiere y ya no puede seguir observando sin hacer nada cómo te destruyes a ti misma.

Lo miró atónita. El tímido James que conocía jamás se hubiera atrevido a decir nada semejante. ¿De dónde había sacado el coraje?

—¿Crees que no sé lo que quieres de verdad? —preguntó en voz baja, aproximándose hasta tenerlo apenas a unos centímetros de distancia—. Si tanto deseas acostarte conmigo, solo tienes que decirlo.

Mientras James la miraba boquiabierto, demasiado sorprendido para reaccionar, le cogió una mano y la puso sobre su pecho.

—Ahí tienes, ¿satisfecho? Y si me acompañas a los vestuarios seré toda tuya.

Horrorizado, James dio un paso atrás, desembarazándose de ella, y salió del aula sin decir nada. Desde entonces no había siquiera mirado en su dirección y Acacia no había podido borrar el recuerdo del dolor, la tristeza y la decepción que había visto en su rostro.

Unos días más tarde, la señorita White los llevó a Plymouth a ver una representación matinal de
Otelo
.

Llegaron con tiempo de sobra y fueron a tomar algo en la cafetería del teatro. Allí, Acacia se encontró de repente al lado de la profesora, apoyada contra una pared sorbiendo abstraída una taza de té.

—Echo en falta los ensayos que escribías el año pasado —comentó en tono neutro sin mirarla.

—Muchas cosas han cambiado desde entonces.

—Me consta.

Acacia giró la cabeza en su dirección, dudando que pudiera siquiera imaginar la magnitud de lo que había ocurrido.

—La noche oscura del alma… —continuó la profesora con expresión soñadora—. Cuando muere una parte de ti misma y haces cualquier cosa para adormecer los sentidos, para acallar la intensidad del dolor.

Acacia observó su perfil, perpleja.

—Incluso aquellos que persiguen los placeres de la carne están buscando en realidad la profundidad del alma —continuó la señorita White en un murmullo.

En ese momento anunciaron la apertura de las puertas y la profesora parpadeó con rapidez.

—¡Vamos, chicos! —exclamó poniéndose en marcha con repentina energía—. Recordad que quiero que prestéis especial atención a los temas de la venganza y los celos, la realidad y la apariencia.

Para su sorpresa, Acacia se dio cuenta de que, del letargo en el que se había sumido tras enterarse de su adopción y de su oscuro origen a la hipersensibilidad subsiguiente, había llegado a cierto equilibrio. De alguna forma, ya no tenía que esforzarse tanto por mitigar la intensidad de las emociones que antes habían amenazado con enloquecerla. La máscara de hielo y fuego que se había forjado, la fachada de frialdad y fortaleza que había levantado a su alrededor, empezaban a desvanecerse sin saber muy bien cómo ni por qué.

No es que el tiempo lo cure todo
, reflexionó un día con cierta extrañeza,
sino que más bien parezco haberme dado permiso para empezar a sanar las viejas heridas
.

Por primera vez desde hacía meses comenzó a preocuparse por los sentimientos de aquellos que la rodeaban y ya no podía seguir fingiendo que no le afectaba el sufrimiento de sus padres y de su hermano, las miradas traicionadas de los antiguos amigos con los que tanto había compartido, la impotencia de los profesores que no sabían cómo recuperarla. No le resultaba nada fácil continuar mostrándose cruel o indiferente y en más de una ocasión se descubrió prestando atención a lo que ocurría a su alrededor, mostrando interés por algunas materias, sonriendo al ver a los corderitos y terneras recién nacidos, riendo ante las travesuras de King.

De no sentir absolutamente nada a sentir demasiado, de verse alienada por completo a empezar a percibir que no estaba tan desconectada de todo y de todos como creía, que no se encontraba sola y que el mundo no se había levantado en su contra. ¿Había sido el ataque de los tres borrachos la llamada de atención que la había empujado fuera de la espiral de autodestrucción que había creado para ella misma? ¿O la espectacular reaparición de Enstel tras meses de dolorosa ausencia? Si bien no se había percatado de cuándo había empezado exactamente la transformación, no cabía duda de que algo en ella estaba cambiando y que el perdón había comenzado a hacerse un hueco en su corazón.

De lo que no estaba tan segura era de que algún día le fuera posible perdonarse a sí misma también.

Durante las vacaciones de Pascua, Acacia se rodeó de sus libros y notas y apenas salió de su cuarto. Había diseñado un estricto plan que estaba dispuesta a cumplir a rajatabla. Por un segundo sospechó que la repentina fascinación que las señales eléctricas y químicas, el sistema nervioso y las hormonas habían despertado en ella podría tratarse de otra, muy peculiar, estrategia de evasión. Algo en ella la compelía a centrarse en sus estudios con una determinación que no entendía pero que tampoco conseguía ignorar. El futuro había dejado de tener una nebulosa apariencia gris y dependía de ella que recuperara todo el esplendor.

El sábado, cuando bajó a cenar, su padre y su hermano ya estaban sentados en la mesa. Andy, que había empezado a trabajar para una compañía especializada en energías renovables de Taunton, la capital del vecino condado de Somerset, pasaba muchos fines de semana con ellos, a menudo ayudando a su padre en la granja. Ese año estaban teniendo más problemas que de costumbre con los animales y las cosechas.

Aunque todavía andaban con pies de plomo a su alrededor, la atmósfera familiar se había aligerado de modo considerable durante las últimas semanas. La expresión desabrida de Acacia había desaparecido y se mostraba mucho más comunicativa. En lugar de aferrarse al sentimiento de traición e injusticia que le habían causado, la joven había empezado a recordar todo lo que Lillian, Bill y Andy habían hecho por ella a lo largo de los años. Era imposible, se daba cuenta, que tanto amor y dedicación fuera producto de un mero truco.

—¿No vas a salir con Gerard? —le preguntó su padre con cuidado. No quería arriesgarse a estropear la tregua.

—Puede que más tarde. Todavía me queda bastante por estudiar.

Después de varios meses recogiendo a Acacia subrepticiamente en la carretera principal, el sábado anterior Gerard había entrado por primera vez en el hogar de los Corrigan. Bill y Lillian le dieron la bienvenida y reprimieron sus deseos de bombardearlo con preguntas sobre su edad, su trabajo y su familia.

—¿Cómo va la historia? —le preguntó Andy extendiendo mantequilla con entusiasmo en una rebanada de pan.

—Bastante bien. Estoy a punto de acabar con las guerras mundiales y mañana me esperan las causas y el desarrollo de la guerra fría y la crisis de los misiles en Cuba, aunque igual me tomo un descanso de tanta actividad bélica y estudio un poco de latín.

—¿Crees que podría tentarte a salir a montar un rato? Un poco de ejercicio y aire fresco te vendrán bien para despejarte, por no mencionar lo mucho que Trueno te echa de menos.

—Creo que podré arreglarlo —replicó la joven con una sonrisa.

Lillian depositó en la mesa un pollo asado con patatas y boniatos, la comida preferida de Acacia.

—¡Ah, gracias, mamá, justo lo que necesitaba!

Sus padres intercambiaron una mirada. Era la primera vez que la escuchaban mostrar interés por la comida y dar sinceramente las gracias en muchos meses.

La conversación fluyó con facilidad durante la cena, como si la antigua Acacia hubiera regresado.

—¿Eso que veo es pastel de ruibarbo? —preguntó Andy.

—Recién hecho.

—¿Con natillas? —exclamó Acacia.

—Por supuesto —respondió su madre sonriendo feliz.

—Mamá, ¿te importaría llevarme a Plymouth? —preguntó Acacia unos días más tarde—. Hace tanto tiempo que no vamos juntas de compras. Y también me gustaría cortarme el pelo.

Así fue como Lillian Corrigan supo sin lugar a dudas que había recuperado a su hija.

Al regresar a Burton después de las vacaciones de Pascua, Acacia empezó a asistir a todas las clases de repaso. Para su alivio, estaba consiguiendo ponerse al día y la perspectiva de los exámenes oficiales que habían de empezar a mediados de mayo ya no la aterrorizaba tanto.

Other books

Willing Victim by Cara McKenna
A Strange and Ancient Name by Josepha Sherman
Varamo by César Aira
Forsaken by Cyndi Friberg
The Anatomy of Violence by Adrian Raine
Chase by Dean Koontz
Chester Himes by James Sallis