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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, ciencia-ficción

Fragmentos de honor (18 page)

—Ropa. Ropa —murmuró para sí. Se asomó al borde de la cama y vio la forma desmoronada del almirante Vorrutyer, los pantalones en los talones y su última expresión de sorpresa congelada en el rostro. Los grandes ojos marrones habían perdido su brillo líquido y empezaban a vidriarse.

Cordelia bajó de la cama por el lado de Bothari y empezó a buscar frenéticamente por los cajones de metal y los armarios de la habitación. Un par de cajones contenían su colección de juguetitos, y los cerró rápidamente, asqueada, comprendiendo por fin lo que quiso decir él con sus últimas palabras. El gusto de aquel hombre en perversiones tenía desde luego una variedad notable. Algunos uniformes, todos con demasiadas insignias amarillas. Se limpió la sangre del cuerpo con una suave bata, y la tiró.

Mientras tanto, el sargento Bothari se había sentado en el suelo, enroscado y con la cabeza apoyada en las rodillas, hablando entre dientes. Ella se arrodilló a su lado. ¿Estaba empezando a alucinar? Tenía que ponerlo en pie y salir de allí. No podían contar con que no fueran a descubrirlos de un momento a otro. Sin embargo, ¿dónde podrían esconderse? ¿O era la adrenalina, y no la razón, la que exigía huir? ¿Había una opción mejor?

Mientras ella vacilaba, la puerta se abrió de golpe. Dejó escapar un grito por primera vez. Pero el hombre que había en el umbral, la cara blanca y el arco de plasma en la mano, era Vorkosigan.

8

Cordelia suspiró temblorosa al verlo, y el pánico paralizador pareció escapar de ella con aquella explosión de aliento.

—Dios mío, casi me da un ataque al corazón —consiguió decir con voz tensa—. Pase y cierre la puerta.

Los labios de él formaron en silencio su nombre, y entró, el súbito pánico de su rostro casi igual que el de ella. Entonces Cordelia vio que lo seguía otro oficial, un teniente de pelo castaño y rostro blando y regordete. Así que no se abalanzó sobre Vorkosigan y le lloriqueó al hombro, como apasionadamente deseaba, sino que dijo en cambio, con cautela:

—Ha habido un accidente.

—Cierra la puerta, Illyan —le dijo Vorkosigan al teniente. Sus rasgos se volvieron tensos y controlados mientras el joven le obedecía—. Vas a tener que ser testigo de esto con la mayor atención.

Con los labios convertidos en una rendija blanca, Vorkosigan recorrió lentamente la habitación, anotando los detalles, algunos de los cuales señaló en silencio a su compañero. El teniente dijo «Er, ah» al primer gesto, que fue con el arco de plasma. Vorkosigan se detuvo ante el cadáver, miró el arma que tenía en la mano como si la viera por primera vez y la guardó en su funda.

—Leyendo otra vez al Marqués, ¿eh? —le dijo al cadáver con un suspiro. Le dio la vuelta con la puntera de la bota, y un poco más de sangre brotó del corte carnoso de su cuello—. Aprender ciertas cosas es peligroso. —Miró a Cordelia—. ¿A quién debo felicitar?

Ella se humedeció los labios.

—No estoy segura. ¿Cuánto se va a molestar la gente al respecto?

El teniente estaba examinando los cajones y armarios de Vorrutyer, usando un pañuelo para abrirlos, y por su expresión al hallar aquello quedó claro que su educación cosmopolita no era tan completa como había supuesto.

Se quedó mirando largo rato el cajón que Cordelia había cerrado tan presurosamente.

—El emperador, para empezar, estará encantado —dijo Vorkosigan—. Pero estrictamente en privado.

—De hecho, yo estuve atada todo el tiempo. El sargento Bothari, ejem, hizo los honores.

Vorkosigan miró a Bothari, todavía sentado en el suelo, hecho un ovillo.

—Mm.

Contempló la habitación una vez más.

—Hay algo en esto que me recuerda cierta escena notable cuando irrumpimos en mi sala de máquinas. Tiene su firma personal. Mi abuela tenía una frase para ello… algo referido a llegar tarde y un dólar…

—¿Un día tarde y un dólar menos? —sugirió Cordelia involuntariamente.

—Sí, eso era. —Él controló un gesto irónico—. Una observación muy betana… Empiezo a ver por qué.

Su rostro seguía siendo una máscara de neutralidad, pero sus ojos la escrutaron llenos de secreta agonía.

—¿Llegué, uh, tarde?

—En absoluto —lo tranquilizó ella—. Llegó, hum, muy a tiempo. Estaba intentando controlar el pánico, preguntándome qué hacer a continuación.

Él tenía la cara vuelta, de modo que Illyan no podía verla, y una sonrisa rápidamente reprimida iluminó sus ojos un instante.

—Entonces parece que estoy rescatando a mi flota de usted —murmuró entre dientes—. No es exactamente lo que tenía en mente cuando venía, pero me alegro de rescatar
algo
. —Alzó la voz—. En cuanto acabes, Illyan, sugiero que nos reunamos en mi camarote para seguir la discusión.

Vorkosigan se arrodilló junto a Bothari, estudiándolo.

—Ese maldito hijo de puta ha estado a punto de volverlo a estropear —gruñó—. Estaba casi bien, después del tiempo que paso conmigo. Sargento Bothari —dijo con amabilidad—, ¿puede acompañarme caminando?

Bothari le murmuró algo ininteligible a sus rodillas.

—Venga aquí, Cordelia —dijo Vorkosigan. Era la primera vez que ella le oía pronunciar su nombre—. Mire a ver si puede hacer que se levante. Creo que será mejor que yo no lo toque, por ahora.

Ella se agachó ante el sargento.

—Bothari. Bothari, míreme. Tiene que levantarse y caminar un poco.

Le tomó la mano empapada de sangre y trató de dar con un argumento racional, o más bien irracional, capaz de alcanzarlo. Ensayó una sonrisa.

—Mire. ¿Ve? Está lleno de sangre. La sangre lava el pecado, ¿verdad? Ahora va a ponerse bien. Uh, el hombre malo se ha ido y, dentro de poco, las voces malas se irán también. Así que venga conmigo y yo le llevaré a donde pueda descansar.

Mientras Cordelia hablaba, él se concentró gradualmente en ella, y al final asintió y se incorporó. Todavía sujetándole la mano, Cordelia siguió a Vorkosigan a la salida, con Illyan detrás. Esperaba que su cura de urgencia psicológica aguantara; una alarma de cualquier tipo podría hacerlo estallar como una bomba.

Se sorprendió al descubrir que el camarote de Vorkosigan estaba enfrente, una puerta pasillo abajo.

—¿Es usted el capitán de esta nave? —preguntó. Las insignias de su cuello, ahora que las veía mejor, indicaban que su rango era el de comodoro—. ¿Estaba aquí todo el tiempo?

—No, ahora pertenezco al Estado Mayor. Mi correo llegó del frente hace unas horas. He estado reunido con el almirante Vorhalas y el príncipe hasta ahora. Acabamos de terminar. Venía hacia aquí cuando el guardia me habló de la nueva prisionera de Vorrutyer. Usted… ni en mis más alocadas pesadillas habría soñado que pudiera ser usted.

El camarote de Vorkosigan parecía tranquilo como la celda de un monje en comparación con la carnicería que habían dejado enfrente. Todo según las reglas, la habitación adecuada para un soldado. Vorkosigan cerró la puerta tras ellos. Se frotó la cara y suspiró, comiéndosela con la mirada.

—¿Seguro que se encuentra bien?

—Sólo aturdida. Sabía que corría riesgos cuando me seleccionaron, pero no esperaba nada parecido a ese hombre. Inenarrable. Me sorprende que haya estado usted a sus órdenes.

El rostro de él se volvió hosco.

—Yo estoy a las órdenes del emperador.

Ella advirtió a Illyan, que permanecía de pie y en silencio. ¿Qué diría si Vorkosigan le preguntaba por el convoy? Suponía un peligro más grande para su misión que la tortura. Había empezado a pensar, en los últimos meses, que su separación acabaría por reducir el ansia que sentía de él, pero verlo vivo e intenso ante ella la hizo sentirse hambrienta. No podía saber qué sentía él, sin embargo. En aquel momento parecía cansado, inseguro y bajo tensión. Mal, todo mal…

—Ah, permítame presentarle al teniente Simon Illyan, del equipo de seguridad personal del emperador. Es mi espía. Teniente Illyan, la comandante Naismith.

—Ahora soy capitana —intervino ella automáticamente. El teniente le estrechó la mano con una inocencia tranquila y neutra, completamente contraria a la extraña escena que acababan de dejar atrás. Podría haber estado igualmente en una recepción en cualquier embajada. El contacto con ella dejó una mancha de sangre en su palma—. ¿Y a quién espía?

—Prefiero el término «vigilancia» —dijo él.

—Cháchara burocrática —intervino Vorkosigan—. El teniente me espía a mí. Representa un compromiso entre el emperador, el ministro de Educación Política y yo mismo.

—La frase que empleó el emperador —dijo Illyan, distante—, fue «alto el fuego».

—Sí. El teniente Illyan también tiene un biochip de memoria eidética. Puede considerarlo un aparato grabador con piernas, que el emperador reproduce a voluntad.

Cordelia lo miró de reojo.

—Es una lástima que no pudiéramos volver a encontrarnos en circunstancias más auspiciosas —le dijo cuidadosamente a Vorkosigan.

—Aquí no hay ninguna circunstancia auspiciosa.

El teniente Illyan se aclaró la garganta, mirando a Bothari, quien cruzaba y descruzaba los dedos y miraba a la pared.

—¿Y ahora qué, señor?

—Mm. Hay demasiadas pruebas físicas en esa habitación, por no mencionar testigos que saben quién entró y cuándo, para intentar alterar el escenario. Personalmente, preferiría que Bothari no hubiera estado allí. El hecho de que sea claramente
non compos mentis
no influirá en el príncipe cuando se entere de esto.

Se puso en pie, pensando furiosamente.

—Simplemente habrá tenido que escapar, antes de que Illyan y yo llegáramos a la escena. No sé cuánto tiempo será posible esconder a Bothari aquí dentro… tal vez pueda conseguir algunos sedantes para él. —Miró a Illyan—. ¿Qué tal el agente del personal del emperador que está en la sección médica?

Illyan pareció no inmutarse.

—Es posible que pueda lograrse algo.

—Bien. —Se volvió hacia Cordelia—. Va a tener que quedarse aquí y mantener a Bothari bajo control. Illyan y yo debemos ir juntos, o habrá demasiados minutos sin explicación entre el momento en que dejamos a Vorhalas y el momento en que hagamos sonar la alarma. Los hombres de seguridad del príncipe estudiarán esa habitación a conciencia, al igual que los movimientos de todo el mundo.

—¿Eran Vorrutyer y el príncipe del mismo partido? —preguntó ella, buscando pie en las mareas de la política barrayaresa.

Vorkosigan sonrió amargamente.

—Eran sólo buenos amigos.

Y se marchó, dejándola a solas con Bothari y llena de confusión.

Hizo que Bothari se sentara ante el escritorio de Vorkosigan, donde continuó agitando los dedos de manera silenciosa e incesante. Ella se sentó con las piernas cruzadas sobre la cama, tratando de irradiar un aire de calma y buen humor. No era fácil, para un espíritu lleno de pánico como el suyo.

Bothari se levantó y empezó a caminar de un lado a otro de la habitación, hablando solo. No, solo no, advirtió. Y desde luego tampoco con ella. El entrecortado fluir de sus palabras no tenía ningún sentido. El tiempo pasó lentamente, denso de miedo.

Tanto ella como Bothari dieron un respingo cuando la puerta se abrió, pero era solamente Illyan. Bothari adoptó una postura de luchador cuando entró.

—Los sirvientes de la bestia son las manos de la bestia —dijo—. Les da de comer la sangre de la esposa. Malos sirvientes.

Illyan lo miró nervioso y le entregó a Cordelia unas ampollas.

—Tome. Déselas usted. Una de estas podría derribar a un elefante a la carga. No puedo quedarme.

Y se marchó de nuevo.

—Cobarde —murmuró ella. Pero probablemente tenía razón. Tal vez ella tuviera más posibilidades de dárselas al sargento. La agitación de Bothari se acercaba a un nivel explosivo.

Hizo a un lado las ampollas y se acercó a él con una sonrisa radiante, cuyo efecto se veía algo mermado por el espanto de sus ojos. Los de Bothari eran rendijas fluctuantes.

—El comodoro Vorkosigan quiere que descanse usted ahora. Envía unas medicinas para ayudarlo.

Él retrocedió, alertado, y ella se detuvo, cuidando de no arrinconarlo.

—Es sólo un sedante, ¿ve?

—Las drogas de la bestia emborracharon a los borrachos. Cantaban y gritaban. Mala medicina.

—No, no. Esto es buena medicina. Hará que los demonios se vayan a dormir —prometió ella. Aquello era como andar sobre una cuerda floja en la oscuridad. Probó con otra táctica.

—Firmes, soldado —dijo bruscamente—. Inspección.

Fue un error. Él le arrebató la ampolla cuando Cordelia intentó aplicársela en el brazo y cerró la mano en torno a su garganta como si fuera una cinta de hierro candente. Ella contuvo el aliento, dolorida, pero a duras penas consiguió liberar los dedos y presionar el spray de la ampolla sedante contra el interior de su muñeca antes de que él la alzara y la arrojara al otro lado de la habitación.

Cordelia aterrizó de espaldas con estrépito, o eso le pareció, y acabó chocando contra la puerta. Bothari se abalanzó sobre ella.
¿Puede matarme antes de que le haga efecto el sedante?
, se preguntó salvajemente, y se obligó a quedarse flácida, como si estuviera inconsciente. Sin duda las personas inconscientes no resultaban muy amenazadoras.

Evidentemente, no era el caso de Bothari, pues sus manos se cerraron en torno a su cuello. Una rodilla se hundió en su caja torácica y ella sintió que algo iba dolorosamente mal en esa región. Abrió los ojos a tiempo de ver que él ponía en blanco los suyos. Sus manos aflojaron la tenaza y rodó a cuatro patas, agitando la cabeza mareado, hasta quedar desplomado en el suelo.

Ella se sentó, apoyada contra la pared.

—Quiero irme a casa —murmuró—. Esto no entraba en la descripción de mi trabajo.

El débil chiste no hizo nada para disolver el nudo de histeria que se formaba en su garganta, así que recurrió a una disciplina más antigua y más seria, y susurró las palabras en voz alta. Para cuando terminó, había recuperado el autocontrol.

No podía arrastrar a Bothari hasta la cama. Alzó su pesada cabeza y le colocó una almohada debajo, y luego puso sus manos y piernas en posición más cómoda. Cuando Vorkosigan y su sombra regresaran, podrían encargarse de él.

La puerta se abrió por fin, y Vorkosigan e Illyan entraron, la cerraron rápidamente y caminaron con cuidado alrededor de Bothari.

—¿Bien? —preguntó Cordelia—. ¿Cómo fue?

—Con precisión mecánica, como un salto de agujero de gusano al infierno —replicó Vorkosigan. Volvió la palma de la mano hacia arriba con un gesto familiar que atrapó su corazón como un garfio.

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