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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, ciencia-ficción

Fragmentos de honor (20 page)

En el suelo, Bothari se agitó y gruñó.

—Yo me encargo de él —dijo Vorkosigan—. Duerma un poco, mientras pueda.

9

El movimiento y las voces la despertaron. Vorkosigan se estaba levantando de su asiento e Illyan se encontraba de pie ante él, tenso como una cuerda de arco.

—¡Vorhalas y el príncipe! —decía—. ¡Aquí! ¡Ahora!

—Hijo de… —Vorkosigan giró sobre sus talones, abarcando con la mirada la pequeña habitación—. Tendrá que ser en el cuarto de baño. Mételo en la ducha.

Rápidamente, Vorkosigan agarró a Bothari por los hombros mientras Illyan lo hacía por los pies, atravesaron dando tumbos la estrecha puerta y lo metieron en la ducha.

—¿No habría que darle más sedantes? —preguntó Illyan.

—Tal vez sea lo mejor. Cordelia, déle otra ampolla. Es demasiado pronto, pero será la muerte de ustedes dos si hace ahora el menor ruido.

La empujó hasta una habitación del tamaño de un armario, colocándole la droga en la mano y apagando la luz al mismo tiempo.

—Nada de ruidos, nada de movimientos.

—¿La puerta cerrada? —preguntó Illyan.

—En parte. Apóyate en el marco, con aspecto desenfadado, y no dejes que el guardaespaldas del príncipe se acerque a tu espacio psicológico.

Cordelia, palpando en la oscuridad, se arrodilló y aplicó otra dosis del sedante en el brazo del sargento inconsciente. Tras sentarse en el lugar lógico, descubrió que podía ver una rendija del camarote de Vorkosigan en el espejo, de manera inversa y desorientadora. Oyó abrirse la puerta del camarote, y nuevas voces.

—… a menos que pretenda relevarle oficialmente también de sus deberes, yo continuaré siguiendo el procedimiento estándar. Vi esa habitación. Su acusación es absurda.

—Ya veremos —replicó la segunda voz, tensa y furiosa.

—Hola, Aral. —El propietario de la primera voz, un oficial de unos cincuenta años, vestido de verde, estrechó la mano de Vorkosigan y le presentó un paquete de discos de datos—. Nos marchamos a Escobar dentro de una hora. El correo acaba de traer esto… las últimas puestas al día. He ordenado que se te informe de los acontecimientos. Los escobarienses se están replegando en todos los frentes. Incluso han abandonado esa lenta batalla y corren hacia el agujero de salto de Tau Ceti. Los hemos puesto en fuga.

El propietario de la segunda voz también iba vestido con uniforme verde, más densamente repujado de dorado que nada que ella hubiera visto antes. Las condecoraciones enjoyadas de su pecho destellaban y parpadeaban como ojos de lagarto a la luz de la lámpara del escritorio de Vorkosigan. Tenía unos treinta años, el pelo negro, el rostro tenso y rectangular, los ojos entornados y unos labios finos cargados de arrogancia.

—No van a ir los dos, ¿no? —dijo Vorkosigan—. El oficial más veterano debería quedarse en la nave insignia. Ahora que Vorrutyer ha muerto, sus deberes recaen en el príncipe. La estrategia diseñada se basaba en la suposición de que él todavía estaría en su puesto.

El príncipe Serg se envaró, lleno de ira.

—¡Lideraré mis tropas hacia Escobar! ¡No vaya a ser que mi padre y sus vejestorios digan que no soy un soldado!

—Lo harás —dijo Vorkosigan, cansado—, sentado en ese palacio fortificado en cuya construcción se entretendrán la mitad de los ingenieros, y te acomodarás en él, y dejarás que tus hombres mueran por ti, hasta que hayas conseguido el terreno por el puro peso de los cadáveres apilados en él, porque ése es el tipo de soldado que tu mentor te ha enseñado a ser. Y luego enviarás a casa boletines hablando de tu gran victoria. Tal vez puedas hacer que declaren alto secreto la lista de bajas.

—Aral, cuidado —advirtió Vorhalas, sorprendido.

—Vas demasiado lejos —rugió el príncipe—. Sobre todo para tratarse de un hombre que no se acercará a la lucha de la salida del agujero de gusano. Si quieres hablar de… cautela indebida. —Su tono convertía claramente la frase en un eufemismo para un término más feo.

—Difícilmente podrás confinarme en mis habitaciones y luego acusarme de cobardía por no estar en el frente. Señor. Incluso la propaganda del ministro Grishnov tiene que simular la lógica mejor que eso.

—¿Te encantaría, verdad, Vorkosigan? —siseó el príncipe—. Dejarme aquí, y quedarte con toda la gloria para ti y ese payaso arrugado de Vortala y sus falsos liberales. ¡Por encima de mi cadáver! Vas a tener que quedarte aquí sentado hasta que te salga moho.

Vorkosigan tenía los dientes apretados, los ojos entornados e ilegibles. Sus labios se abrieron para mostrar una sonrisa blanca, pero se cerraron al instante.

—Debo protestar formalmente. Al desembarcar en Escobar con las tropas de tierra estarás abandonando tu puesto.

—Protesta denegada. —El príncipe se acercó a él, lo miró a la cara y bajó el tono de voz—. Pero ni siquiera mi padre puede vivir eternamente. Y cuando llegue ese día, tu padre ya no podrá seguir protegiéndote. Tú, y Vortala, y todos sus vejestorios seréis los primeros en ser puestos contra el paredón, te lo prometo. —Alzó la cabeza, recordando que Illyan estaba apoyado en silencio contra el marco de la puerta—. O tal vez te encuentres de vuelta en la Colonia de Leprosos, para cumplir otros cinco años de servicio de patrulla.

En el cuarto de baño, Bothari se agitó incómodo en su semicoma y, para horror de Cordelia, empezó a roncar.

Un ataque de tos espasmódica asaltó al teniente Illyan.

—Discúlpenme —jadeó, y se retiró al cuarto de baño, cerrando la puerta firmemente.

Encendió la luz e intercambió una silenciosa mirada de pánico con Cordelia y una mueca igualmente silenciosa de desesperación. Con dificultad, volvieron el peso muerto de Bothari hasta un lado del constreñido espacio, hasta que volvió a respirar en silencio. Cordelia le hizo a Illyan un gesto afirmativo con los pulgares, y él asintió y volvió a salir por la puerta.

El príncipe se había marchado. El almirante Vorhalas se quedó un momento, para intercambiar unas últimas palabras con su subordinado.

—… ponlo por escrito. Lo firmaré antes de que nos vayamos.

—Al menos no viajéis en la misma nave —suplicó Vorkosigan, con seriedad.

Vorhalas suspiró.

—Aprecio que intentes quitármelo de encima. Pero alguien tiene que limpiar la jaula para el emperador, ahora que Vorrutyer no está, gracias a Dios. No quiere que seas tú, así que parece que el elegido soy yo. ¿Por qué no puedes perder los nervios con tus subordinados, como la gente normal, en vez de con tus superiores, como un lunático? Creí que ya estarías curado de espantos, después de lo que te vi tragar con Vorrutyer.

—Eso está ya muerto y enterrado.

—Sí. —Vorhalas hizo un gesto supersticioso, automáticamente, un evidente gesto heredado de la infancia, vacío de creencias pero lleno de costumbre.

—Por cierto… ¿qué es la Colonia de Leprosos? —preguntó Vorkosigan con curiosidad.

—¿Nunca lo has oído? Bueno… ya comprendo por qué no. ¿Nunca te has preguntado por qué tienes un porcentaje tan alto de meteduras de pata, soldados incorregibles y gente a punto de ser dada de baja entre tu tripulación?

—No me esperaba a la flor y nata del servicio.

—En el cuartel general lo llamaban la Colonia de Leprosos de Vorkosigan.

—Y yo era el leproso jefe, ¿eh? —Vorkosigan parecía más divertido que ofendido—. Bueno, si eran lo peor que puede ofrecer el servicio, tal vez no lo haremos tan mal después de todo. Cuídate. No me apetece ser el segundo al mando.

Vorhalas se echó a reír, y los dos se estrecharon la mano. Se acercó a la puerta y se detuvo.

—¿Crees que contraatacarán?

—Por Dios, claro que contraatacarán. No se trata de una avanzadilla de comercio. Esa gente va a luchar por sus hogares.

—¿Cuándo?

Vorkosigan vaciló.

—Poco después de que empecéis a desembarcar tropas de asalto, pero antes de que la maniobra haya terminado. ¿No lo harías tú? El peor momento para tener que iniciar una retirada. Lanzaderas que no saben si subir o bajar, sus naves nodriza dispersándose y destruyéndose, suministros necesarios que no desembarcan, suministros que desembarcan y no son necesarios, la cadena de mando rota… un comandante sin experiencia al control absoluto…

—Me pones la carne de gallina.

—Sí, bueno… intenta retrasar el principio cuanto sea posible. Y asegúrate de que tus comandantes entienden al dedillo las órdenes de contingencia.

—El príncipe no lo ve así.

—Sí, se muere por dirigir un desfile.

—¿Qué aconsejas?

—No soy tu comandante esta vez, Rulf.

—No es culpa mía. Te recomendé al emperador.

—Lo sé. No quise aceptarlo. Yo te recomendé a ti.

—Y acabamos con ese sodomita hijo de puta de Vorrutyer. —Vorhalas sacudió la cabeza tristemente—. Aquí hay algo que va mal…

Vorkosigan lo condujo amablemente hasta la puerta, dejó escapar un suspiro y se quedó de pie, capturado en su visión del futuro. Alzó la cabeza y miró a Cordelia a los ojos con triste ironía.

—¿No había alguien, cuando los antiguos romanos celebraban sus triunfos, que iba detrás susurrando al oído del homenajeado que era mortal y que la muerte lo esperaba? Los antiguos romanos probablemente también pensaban que era un coñazo.

Ella no dijo nada.

Vorkosigan e Illyan entraron a sacar al sargento Bothari de su improvisado e incómodo escondite. Casi habían atravesado la puerta cuando Vorkosigan soltó una imprecación.

—Ha dejado de respirar.

Illyan resopló, y colocaron rápidamente a Bothari de espaldas sobre la alfombra. Vorkosigan le acercó la oreja al pecho y le palpó el cuello buscándole el pulso.

—Hijo de puta. —Cerró los puños, y los descargó bruscamente contra el esternón del sargento; luego volvió a escuchar—. Nada.

Se dio media vuelta, con aspecto fiero.

—Illyan. Quienquiera que te proporcionó ese pis de lagarto, búscalo y que te dé un antídoto. Rápido. Y sin llamar la atención. Sobre todo sin llamar la atención.

—¿Cómo… y si… no debería… merece la pena…? —empezó a decir Illyan. Alzó las manos, indefenso, y salió corriendo por la puerta.

Vorkosigan miró a Cordelia.

—¿Quiere empujar o soplar?

—Empujar, supongo.

Ella se arrodilló junto a Bothari, y Vorkosigan le tomó la cabeza, la echó atrás y le insufló una bocanada de aire. Cordelia le apretó el esternón con las manos y empujó con todas sus fuerzas, marcando el ritmo. Empujar, empujar, empujar, soplar, una y otra vez, sin parar. Al cabo de un rato los brazos le temblaban y el sudor le perlaba la frente. Podía sentir sus propias costillas rechinando con cada empujón, dolorosamente, y los músculos de su pecho se retorcían de forma espasmódica.

—Tenemos que cambiar.

—Bien. Estoy hiperventilando.

Cambiaron de sitio, Vorkosigan se hizo cargo del masaje cardíaco, Cordelia hizo una pinza en la nariz de Bothari y le cubrió la boca con la suya. Tenía la boca mojada por la saliva de Vorkosigan. La parodia de beso fue horrible, pero evitarla era despreciable. Continuaron, una y otra vez.

El teniente Illyan regresó por fin, sin aliento. Se arrodilló y presionó la nueva ampolla contra el cuello agarrotado de Bothari, junto a la arteria carótida. No sucedió nada. Vorkosigan siguió bombeando.

De repente, Bothari se estremeció y luego se estiró, arqueando la espalda. Tomó una irregular y temblorosa bocanada de aire, y luego se detuvo de nuevo.

—Vamos —instó Cordelia, casi para sí.

Con una brusca y espasmódica toma de aire empezó a respirar de nuevo, entrecortada pero persistentemente. Cordelia se sentó en el suelo y lo miró, sin disfrutar del triunfo.

—Hijo de puta.

—Creía que veía usted significado en este tipo de cosas —dijo Vorkosigan.

—En abstracto. La mayoría de los días es sólo dar tumbos en la oscuridad con el resto de la creación, chocando con cosas y preguntándose por qué duele.

Vorkosigan miró a Bothari también, con el sudor corriéndole por la cara. Luego se puso en pie y corrió a su mesa.

—La protesta. Tengo que escribirla y cursarla antes de que Vorhalas se marche, o no servirá de nada.

Se sentó en su silla y empezó a teclear rápidamente en su consola.

—¿Por qué es tan importante? —preguntó Cordelia.

—Sssh. Más tarde.

Tecleó con furia durante diez minutos, y luego la envió electrónicamente en busca de su comandante.

Mientras tanto, Bothari continuó respirando, aunque su cara conservó un mortal tono verdoso.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Cordelia.

—Esperar. Recemos para que la dosis sea adecuada —Vorkosigan miró irritado a Illyan—, y que no le provoque ninguna especie de estado maníaco.

—¿No tendríamos que pensar en alguna forma de sacarlos a ambos de aquí? —protestó Illyan.

—Idea descartada. —Vorkosigan empezó a insertar los nuevos discos de datos y a repasar los informes tácticos—. Como escondite tiene dos ventajas que no comparte ningún otro lugar de la nave. Si eres tan bueno como dices, no está vigilado por ninguno de los hombres del oficial político jefe ni del príncipe…

—Estoy bastante seguro de que es así. Me jugaría mi reputación.

—Ahora mismo te estás jugando la vida, así que será mejor que tengas razón. Segundo: hay dos guardias armados en el pasillo para impedir que nadie entre. No se puede pedir más. Admito que estamos un poquito estrechos.

Illyan, exasperado, puso los ojos en blanco.

—He reducido la seguridad hasta el límite que me atrevo. No puedo hacer más sin atraer la atención.

—¿Aguantará veinticuatro horas más?

—Tal vez. —Illyan frunció el ceño, intrigado y molesto—. Tiene algo planeado, ¿verdad, señor?

No era una pregunta.

—¿Yo? —Vorkosigan tecleó en la consola y los reflejos de las luces de colores se dibujaron sobre su rostro impasible—. Estoy simplemente esperando a que llegue una oportunidad razonable. Cuando el príncipe parta para Escobar, la mayoría de sus hombres de seguridad irán con él. Paciencia, Illyan.

Tecleó de nuevo.

—Vorkosigan a Sala de Tácticas.

—Al habla el comandante Venne, señor.

—Oh, bien. Venne, me gustaría recibir actualizaciones cada hora desde el momento en que partan el príncipe y el almirante Vorhalas. Y hágame saber de inmediato, no importa la hora, si empieza a recibir algo fuera de lo corriente, algo que no esté en los planes.

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