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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (24 page)

—Ha sido muy amable al venir esta noche. Rimalin en especial quería verlo. No abunda la compañía en Irieth en estos momentos. Todo el mundo está fuera de la ciudad, la mayor parte se ha ido a aburridas cacerías, a atrapar venados con sus propias garras, o con sus propias lanzas, si son hembras.

—¿Y qué los ha alejado a ustedes de tan delicioso pasatiempo? —preguntó Avan.

Ketinar se echó a reír.

—Lo cierto es que yo no lo encuentro delicioso, después del primer día o dos, tiene casi la misma emoción que recoger zarzamoras. Pero subimos a la ciudad porque Rimalin tiene algunos negocios que atender, negocios que también le conciernen a usted.

Estaba claro que la dama quería que le preguntara por esos negocios pero el joven se resistió de momento.

—Ya veo que soy el primero en reunirme con ustedes —dijo Avan mientras miraba la habitación vacía, que solía estar atestada en cualquier estación.

—Esta noche usted es nuestro único invitado —dijo Ketinar—. Cuando Rimalin suba por fin, podremos comer. Tenemos venado bastante fresco, traído del campo. Asegúrese de admirarlo, ya que lo cogió Rimalin en persona.

Rimalin se reunió con ellos en ese momento, y como estaba previsto se comió y admiró el venado. Después de la cena, en lugar de la esponja habitual, Rimalin le sugirió a Avan que se uniese a ellos en su baño.

—No sabía que tenían baño propio —dijo Avan—. Será un placer.

—Solo caben tres, así que no solemos utilizarlo cuando tenemos compañía —dijo Ketinar.

La dama mostró el camino que llevaba a la parte familiar de la hacienda. Un criado con una pica entre las garras impedía la entrada a la parte inferior, pero se hizo a un lado con una sonrisa cuando Ketinar lo despidió con un gesto. Las partes inferiores de la cueva estaban maravillosamente decoradas con mármol, estatuas y adornos de oro y plata. El agua de la gran bañera humeaba un poco y la habían perfumado apenas con cedro y salvia.

—Qué aroma tan delicioso —dijo Avan mientras se preguntaba cuánto costaba. A Sebeth le gustaría. Si pudiera comprarle un poco, eso quizá le devolviera el brillo a sus ojos.

—Es una de las extravagancias de Ketinar —dijo Rimalin con afecto. Los tres se quitaron los sombreros y se introdujeron en el agua.

—Parece una pena hablar de negocios en un sitio tan cómodo —dijo Rimalin después de disfrutar un momento del calor.

Avan levantó los ojos hacia el techo, mármol incrustado de jaspe y amatistas que formaban un dibujo de escamas. Esto era un lujo a un nivel que él solo podía envidiar.

—Es muy cómodo, pero le escucho —dijo. De hecho, estaba consumido por la curiosidad.

—El anciano distinguido Telstie se está muriendo —dijo Rimalin. Avan levantó la cabeza sorprendido. No era en absoluto lo que se esperaba—. Bueno, sí, no es tan viejo para ser distinguido, pero le llegó el fuego pronto y lo está abrasando. No se espera que dure hasta el verano. No le sobrevive ningún hijo. Se esperaba que su heredero fuera su sobrino mayor pero he oído que han reñido. No puede ser su sobrino menor, que es pastor de la Iglesia. El sobrino mayor no ostentará el título a menos que se concrete el testamento. Es joven. Ya sabe lo que pasa con los distinguidos. El padre también es pastor de la Iglesia. Al sobrino no lo educaron como se debería educar el heredero de un distinguido, el viejo Telstie no esperaba que fuera necesario, tenía hijos de sobra, pero todos perecieron de un modo u otro. Pero hay también una sobrina, la que vimos en la oficina de Hathor aquel día. Muy bonita, ¿se acuerda? Puede reclamar la propiedad Telstie con tanto derecho como sus hermanos, o podría si estuviera casada con un dragón en pleno ascenso como usted.

—¿Pero por qué iba a estarlo la joven? —preguntó Avan, sus expectativas completamente confundidas por el giro que estaba tomando la conversación—. No puedo permitirme casarme. Y tendría que luchar contra el hermano.

—No es más grande que usted —interpuso Ketinar—. Y si estuviera casado con Gelener Telstie y fuera la elección del distinguido, es probable que el hermano de ella ni siquiera lo desafiase.

—La muchacha tiene setenta mil coronas propias, aun si el otro asunto no saliese —dijo Rimalin.

Acunado por la calidez del agua y los suntuosos aromas, Avan casi empezó a considerarlo. Ser distinguido era algo parecido a un sueño. Su padre había nacido en la propiedad Telstie y, por lo que había oído, era una amplia heredad en la que pronto podría crecer lo suficiente para defender su posición. Luego, como si corriera agua fría por sus escamas, recordó el nombre insultante con el que Kest se había referido a Sebeth: «Pequeña distinguida». Un sueño en realidad, y no algo que estuviera a su alcance, y para alcanzarlo tendría que casarse con una extraña y renunciar a Sebeth. Quizá hubiera renunciado a ella para salvar a alguien muy querido para él, Haner o Selendra, pero no por algo tan insustancial.

—Ni siquiera conozco a la doncella —protestó—. La joven no tomaría en cuenta mi proposición ni por un instante.

—Podríamos presentarlo nosotros —dijo Ketinar—. Siempre hemos querido lo mejor para usted, Avan. También podríamos hablar con la madre y el padre de ella y decirles cuánto lo estimamos y lo adecuado que es usted para ella.

—¿Cuál es la trampa? —preguntó Avan sin rodeos.

—Alguien tiene que casarse con ella y alguien tiene que convertirse en el distinguido Telstie. ¿Por qué no un amigo nuestro? —preguntó Rimalin.

—¿Y qué querría usted a cambio? —preguntó Avan.

—Su influencia política, cuando sea distinguido y se siente en la Asamblea de los Nobles de la Cúpula. Eso no sería muy difícil, teniendo en cuenta que estamos de acuerdo en la mayor parte de las cosas. Además de eso, gestionar parte de su dinero. Ya sabe lo bien que gestiono el mío. Hay asuntos en los que hace falta un montón de capital pero que proporcionan un rendimiento inmenso. Podríamos ayudarnos mutuamente. Y de forma inmediata, pues podríamos presentársela en breve ya que la joven está a punto de volver a Irieth, hay una cosa muy pequeña que usted podría hacer por mí. —Rimalin se había hundido casi por completo bajo el agua, solo se le veían los ojos y los orificios de la nariz—. Creo que está investigando los derechos de propiedad del Skamble…

—Pues sí… —dijo Avan, y esperó.

—Bueno, a mis amigos y a mí podría resultarnos muy útil saber lo que va a decidir. Si se debe tirar toda la zona, que parece lo más probable, se harán fortunas con la demolición y reconstrucción. En este momento es un tugurio, pero si se pudiera recalificar de tal forma que se pudieran construir allí almacenes, podría convertirse en un filón de oro. Ahí es donde yo le aconsejaría que invirtiera su patrimonio, si quiere rivalizar con la riqueza que le proporcionará Gelener.

Avan no podía hablar. «¿Es confidencial?», le había preguntado a Liralen y el anciano funcionario había contestado: «más o menos». Durante su primera semana en la Oficina de Planificación, cuatro dragones habían intentado sobornarlo en la calle. El desprecio que había sentido por ellos había sido pequeño en comparación por el que sentía por cualquier dragón que aceptase un soborno. El trabajo de las oficinas del gobierno lo hacían dragones que jamás harían algo así. Ni siquiera Kest, al que Avan detestaba; sabía que ni siquiera Kest consideraría ni por un instante aceptar un soborno.

El momento se había ido estirando. No podía irse sin más, estaba metido en agua caliente e inmerso en la hospitalidad de Rimalin. Incluso había un guardia con una pica para impedirle que saliera. ¿Y era un soborno? Le habían ofrecido muchas cosas, pero en realidad todo se reducía a presentarle una doncella con posibilidades, nada más. Además, Rimalin no le había pedido que cambiase su decisión, solo que lo avisara de cuál sería esa decisión. Decisión que Avan no había tomado todavía, pero que ya parecía más que probable que fuera la decisión que quería Rimalin: tirar todas aquellas chabolas y convertir el Skamble en una zona de almacenes que pudiesen utilizar las fábricas, el río y el ferrocarril. Eran solo las protestas de Sebeth sobre el bienestar de los dragones trabajadores que habían convertido el Skamble en su hogar lo que lo estaba haciendo dudar y plantearse incluir en el plan algunas viviendas bien construidas pero de precio razonable. Podría decirle a Rimalin todo esto y aceptar la presentación y las oportunidades que implicaba, y no perder nada con ello. Sebeth no era suya de verdad y nunca podría serlo. Si fuera un distinguido rico, podría regalarle a su secretaria una pequeña fortuna y ella podría mudarse a otra ciudad y hacerse pasar por viuda.

Abrió la boca, y ya estaba casi listo para contarle a Rimalin todo lo que sabía sobre el Skamble. Pero entonces recordó de nuevo a Liralen, el primer día que había ido a la Oficina de Planificación y Embellecimiento de Irieth, en cuanto hubo prestado juramento.

—Si alguna vez aceptan un soborno, no crean que eso será todo. Aun cuando nadie lo averigüe, cosa que no es probable, la persona que se lo ha dado lo sabrá, y aceptará más y podrá chantajearlos para que den más porque existe ese soborno. Y ustedes también lo sabrán y tendrán que despertarse cada mañana encima de su soborno y vivir consigo mismos sabiendo cómo lo consiguieron.

—No puedo decírselo —dijo Avan; le chirriaban los dientes al hablar—. He jurado que no haría algo así. Además, no tengo grandes deseos de casarme con una extraña solo por su posición.

—Eso es exactamente lo que tiene que hacer —dijo Ketinar—. No puede permitirse tener esa clase de escrúpulos, en su posición.

—Los escrúpulos son para los pastores de la Iglesia, que son inmunes —gruñó Rimalin.

Avan se puso en pie, chorreando. Para su alivio, Ketinar llamó a un criado para que le secara las escamas.

—Creo que será mejor que me vaya —dijo.

Ketinar lo acompañó a la puerta. Rimalin permaneció en el agua.

—Qué pena —dijo la dama tras despedirse—. Supongo que hay alguna doncella de la que está enamorado, y si bien no se nota en los machos como en nosotras, en ocasiones es un cambio igual de permanente.

Avan agradeció que se lo tomara tan bien. Aun así, mientras volaba a casa no esperaba recibir ninguna invitación más de los Rimalin, ni tampoco volver a ver a Ketinar.

38
Daverak consulta con su abogado

El ilustre Daverak se había acercado a Irieth en varias ocasiones fuera de temporada antes de este asunto, pero jamás se había visto obligado a pasar varios días allí cuando habría preferido estar en el campo. Ahora, una fría mañana de primerinvierno que habría sido perfecta para salir a cazar, tenía que retorcerse la cola de impaciencia mientras esperaba en el despacho sobrecalentado de un abogado, y luego tratar el tema con irritante detalle. El asunto de la demanda era más fastidioso y requería más tiempo del que había imaginado. Su abogado, Mustan, creía que sería posible derrotarla, pero no con tanta facilidad como habría preferido Daverak. Al parecer sería necesario llegar a los tribunales y tener un juicio. El abogado mandó una carta al instante a todos los hijos de Bon, exigiéndoles declaraciones y pruebas.

—No está tan claro como usted parece pensar —dijo Mustan mientras se acercaba más las gafas a los ojos y leía sus propias notas. Era un dragón joven, de apenas seis metros de largo, pero que estaba ascendiendo. A Daverak lo había atendido en otro tiempo un bufete de larga trayectoria, Talerin y Fidrak, al igual que a su padre y abuelo antes que a él. Había conocido a Mustan en una fiesta en Irieth, durante la temporada, varios años antes, y la energía y saber de aquel joven dragón lo habían conquistado por completo. Poco a poco, a lo largo de los años siguientes, había terminado por confiarle todos sus negocios, primero sus inversiones y luego casi todo lo demás, hasta que Talerin y Fidrak terminaron haciendo poco más que las partes más rutinarias de la gestión de la propiedad de Daverak. Apenas habían pasado treinta años desde que Daverak había empezado a trabajar con Mustan, pero había llegado a confiar en él por completo. Incluso ahora no le cabía ninguna duda sobre su capacidad, ni sobre su honestidad. Pero por primera vez, mientras Mustan lo interrogaba a fondo sobre aquel tema, no experimentó una confianza tan completa en la habilidad de su abogado. No estaba seguro de que Mustan viera las cosas como las veía él. Se preguntaba si, después de todo, no habría estado mejor con un bufete antiguo y consolidado como Talerin y Fidrak, cuando se trataba de una cuestión familiar tan delicada como esta. Y sin embargo le había confiado a Mustan el asunto de su acuerdo de bodas y no se le había crispado ni una garra.

—Sería un caso más claro si el pastor que estuvo en su lecho de muerte no hubiera sido su hijo —dijo Mustan al levantar la vista.

—Había otro pastor, un tal Freíd o Frelt. Mi esposa sabrá el nombre, lo conocía. Fue el que juzgó el caso en aquel momento.

Cuando Daverak le hubo explicado todo, Mustan suspiró y echó un poco más de carbón al fuego, aunque a Daverak le parecía que aquella pequeña habitación ya estaba intolerablemente caliente y claustrofóbica.

—Eso ayudará a demostrar que tenía el derecho de su lado cuando actuó. Si Freíd, o como se llame, quiere venir a los tribunales, será de mucha ayuda. Hable con él cuando tenga la oportunidad, quizá podría incluso invitarlo a cenar si no le resulta demasiado oneroso. Vamos a necesitar su buena voluntad.

—Hablaré con él —dijo Daverak, aunque consideraba inferior a Frelt, socialmente hablando.

—Pero es útil como testigo, no como pastor de la Iglesia. El pastor que estaba con Bon es el único que puede ayudarnos a demostrar sus intenciones, y ese es Penn y hablará en su contra por lo que usted dice.

—En aquel momento prácticamente admitió que Bon no lo mencionó. Y no se retractará si sabe lo que le conviene —dijo Daverak mientras permitía que una pequeña llama le asomara por la garganta.

—Es un pastor de la Iglesia, e inmune —dijo Mustan, parecía un poco escandalizado.

—No estaba hablando de nada indecoroso —dijo Daverak—. Solo que sabe que su nombramiento depende de influencias familiares.

—Creí que dependía bastante de la tal… —Mustan miró sus notas—. ¿La tal familia Benandi, con la que se ha aliado?

—No les hará gracia saber que habla contra su propia familia —dijo Daverak, irritado por tantas objeciones.

—Bueno, diga lo que diga, me aseguraré de que tenemos un jurista experimentado en la sala para interrogarlo sobre ello. Estaba pensando en contratar al digno Jamaney.

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