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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (25 page)

Daverak lo miró con expresión vacía y el abogado volvió a suspirar.

—El digno Jamaney es uno de los mejores juristas de Irieth —explicó—. Es capaz de hacer que mariscales augustos de veinticuatro metros se echen a llorar como dragoncitos, y que los orgullosos eminentes admitan sus culpas. Es caro, pero con él de nuestro lado, tenemos una oportunidad mucho mejor de vencer.

—Pero seguro que a usted no le hace falta recurrir a ese tipo de tácticas —dijo Daverak contrariado—. Tenemos un buen caso. El testamento habla del tesoro, no de su cuerpo. Su actitud es muy poco razonable.

—Depende por completo de cómo lo vea el jurado —dijo Mustan mientras se echaba hacia atrás y se colocaba las dos garras en el estómago—. No los jueces, en este caso, el jurado. Aquí la cuestión son las intenciones del viejo Bon. Cómo vea usted el asunto no importa si pueden demostrar que Bon lo veía del mismo modo que parece verlo su hijo, ¿se da cuenta? Bon era un digno y era dueño de tierras, y además era su suegro, pero parece haber sido un tipo muy vulgar a pesar de todo eso. Si se puede demostrar que se refería al tesoro en el sentido vulgar de la palabra, incluyendo su cuerpo, podrían fallar en contra de usted.

—Eso es absurdo —dijo Daverak ya casi decidido a llevar sus negocios de nuevo al viejo y consolidado bufete.

—Absurdo o no, eso es lo que tenemos que evitar. Dividir la unidad familiar ayudará. Si su mujer y la hermana de esta, la que está bajo su protección… —El abogado volvió a coger sus notas.

—Haner —dijo Daverak—. La respetada Haner Agornin. Se mostrará sensata con este tema.

—Sí. Bien. Si ellos, y sobre todo si la otra hermana, la que está en Benandi, hablan en su favor, entonces Avan no tendrá prácticamente caso. Pero si todos los hijos se ponen de acuerdo en cuanto a las intenciones de Bon, entonces no lo sé. Existe un sentimiento muy fuerte entre los dragones comunes, tienen la sensación de que los cuerpos de sus padres son el único trozo de carne de dragón que llegarán a consumir casi con toda seguridad, y que eso es lo que los diferencia de la clase de los sirvientes, que jamás reciben esa carne y nunca superan los dos metros y medio en su vida. Bien, si el juicio fuera en Daverak, eso no sería un problema, los jurados serían todos sus propios granjeros. Pero la demanda se emitió aquí, en Irieth, así que eso sí que será un problema. El jurado se selecciona entre la población libre de Irieth. Si pensamos en la población libre de Irieth, eso significa que quizá consiga algún funcionario, pero conseguir a alguien con el título de respetable sería un milagro. La mayor parte de los siete serán trabajadores comunes. Estarán en contra de usted por principios.

Daverak se echó hacia atrás y a punto estuvo de chocar contra la pared con los hombros. Odiaba esa oficina estrecha donde tenía que sentarse encogido sobre sí mismo, odiaba a la ley por ser tan desconsiderada con los sentimientos de los ilustres, odiaba a Mustan por saber más del asunto que él y odiaba a Avan por hacer que fuera necesario todo aquello.

—Contrate entonces al digno Jamaney —dijo—. Haga lo que crea más conveniente. Tiene garra libre. Gaste lo que sea necesario. Pero se debe derrotar a Avan por completo, debe aprender que no puede tratar al ilustre Daverak de esta manera.

Mustan sabía que los golpes en el orgullo escocían tanto como cualquier otro golpe, así que se limitó a tomar otra nota.

—Tendré que hablar con el bienaventurado Penn Agornin —dijo—. Le pediré que venga a verme. Hablaré también con Hathor, el abogado de Avan, y veré si puedo enterarme de lo que quiere en realidad.

—Hágalo —dijo Daverak, que se sentía casi mareado por el aire empobrecido de la habitación.

—¿Se quedará en la ciudad unos días más? Me gustaría hablar otra vez con usted cuando tenga más información.

—No, tengo que volver a Daverak —dijo Daverak; sabía que no podría soportar aquella ciudad por más tiempo—. Mi esposa se encuentra en un estado delicado.

—Le escribiré entonces —dijo Mustan mientras se levantaba y abría la puerta—. Se lo haré saber en cuanto haya una fecha para la vista. Lo más probable es que haya dos vistas, separadas por unas cuantas semanas.

—Y quiero abrir una causa contra Avan —dijo Daverak.

—¿Por qué? —preguntó Mustan quitándose las gafas.

—Acoso. Por afligir a mi esposa cuando está en estado de buena esperanza. Por molestarme de forma deliberada.

—Mejor será ganar este caso primero y luego ya emprenderemos esa causa —dijo Mustan—. Además, si su cuñado pierde este caso, perderá todo lo que tenga, sin necesidad de que contestemos a la demanda. Podremos reclamar los costes y es muy probable que sean altos. Lo más seguro es que pierda también su puesto en su oficina, ¿cuál es, la Oficina de Tierras? ¿La Oficina de Planificación? En esa clase de sitios no les gustan los escándalos. En cuyo caso, se verá de patitas en la calle y no merecerá la pena que lo persigamos en los tribunales.

—Bien —dijo Daverak—. Dejaremos eso por ahora. Pero póngase con lo otro y escríbame para decirme cómo va. Subiré de nuevo a Irieth si no me queda más remedio.

—Es muy probable que no tenga que subir antes del caso —dijo Mustan mientras despedía a Daverak con la cabeza cuando este se apretó por la puerta para salir. Cuando se fue su protector, Mustan se sentó con sus papeles ante él y sacudió la cabeza—. Quién sabe cómo irá esto —murmuró para sí.

Ya en la calle, Daverak pudo respirar con más libertad. La oficina de Mustan estaba en el distrito Toris, uno de los más elegantes, no lejos del lugar de trabajo de Avan, si lo hubiera sabido. El ilustre se alejó con paso lento por el paseo rumbo a su club. Les diría que se iba y partiría para su casa esta noche. Se preguntó de nuevo si debía volver a Talerin y Fidrak. No estaba seguro de que Mustan lo comprendiera. Le daba a Mustan trabajo precisamente porque siempre habían estado de acuerdo sobre la forma de hacer las cosas. Ahora, cuando era importante de verdad, Mustan no parecía pensar que Avan hubiera hecho nada terrible al demandarlo. Aun así, había puesto el asunto en las garras de Mustan y quitárselo podría resultar difícil si el abogado quería ponérselo difícil. No cabía duda de que llevaría tiempo, y con toda seguridad tendría que explicar todo aquel maldito asunto una vez más. No, dejaría que Mustan siguiera con ello. Se tomaría una vivificante cena en su club (ninguno de sus amigos estaría en Irieth en esta época), pasaría la noche allí con toda comodidad y cuando llegara la mañana saldría de esta ciudad tan rápido como se lo permitieran sus alas.

39
Una segunda proposición de matrimonio

En ausencia de Daverak, Berend había seguido recibiendo invitados, si acaso con más entusiasmo que cuando tenía a su señor a su lado. Rechazó todas las advertencias de Haner de que debería conservar su energía para la nidada, o incluso se mofó de ellas. Era la segunda nidada de Berend y la dragona tenía la sensación de que a estas alturas ya sabía todo lo que había que saber. Había producido dos huevos, que aguardaban en todo su esplendor en el nido forrado de oro, envueltos en vellones de lana. Seguía, sin embargo, en estado delicado y esperando un tercero. Desde la pérdida de Lamerak había dejado de presumir de su capacidad para producir nidadas de tres huevos, y de hecho una noche le había confesado a Haner que se habría alegrado de igual forma si esta vez se hubiera quedado con dos.

Una noche, cuando Haner se deslizó en la salita antes de la cena, se encontró a Berend inmersa en una conversación con el digno Londaver. Los padres de este también estaban presentes, así como algunos de sus vecinos. Muchos de los dragones preferidos de Berend estaban fueran, dedicados a formar partidas de caza en lugares remotos. Cuando Haner le dedicó su atención al anciano eminente Londaver, no pudo evitar notar que Berend y el joven Londaver no dejaban de volver la cabeza en su dirección.

Tras la cena, y después de pasarse la esponja por las escamas, el digno Londaver le sugirió a Haner que, dado que hacía una noche tan bella, quizá deberían salir a mirar las estrellas. Los miembros más ancianos del grupo sonrieron ante la idea y Haner sospechó de la predecible naturaleza de aquella sugerencia. Lo cierto es que en aquel momento era incapaz de saber lo que sentía. En otro tiempo le habían emocionado las atenciones de Londaver, pero como ya las había retirado una vez no podía sentir la misma emoción. Con todo, la joven lo siguió al saliente más alto y abrió los ojos al cielo invernal, que era magnífico. Las estrellas pendían del cielo y contrastaban con su negrura, profusas y multicolores, como una caja derramada de piedras preciosas. Haner reconoció las constelaciones más familiares. La Gran Ternera estaba saliendo con el Ternerito tras su cola. La Princesa del Invierno extendía la mano para dar la bendición.

—¿No son gloriosas? —preguntó Londaver.

—Oh, sí —asintió Haner.

—Y piense en nuestros ancestros mirándolas de la misma manera y encontrando todas esas formas en ellas. He pensado en eso desde que me habló usted de ello, aquella vez, ¿recuerda, cuando se quedó aquí la otra vez?—Londaver hablaba como si no la hubiera visto desde la última vez que la joven había visitado Daverak, cuando habían bailado y mirado las estrellas, como si la cortés pero formal relación que habían compartido durante los últimos meses no hubiera ocurrido jamás. La joven no se sentía muy romántica, estaba más bien enfadada.

—¿Y qué le trae a usted a los pies de las estrellas esta noche, digno? —preguntó la dragona con tanta frialdad como pudo.

—La belleza de sus ojos, que las eclipsa —dijo él con torpeza.

A Haner le apetecía morderlo.

—¿No le parece que esto es ridículo cuando lleva todo este tiempo sin hacerme caso? —le preguntó ella.

—¿Sin hacerle caso? —El muchacho estaba confuso—. No es así. Siempre me ha gustado usted.

—Le respetaría muchísimo más si dijera la verdad —dijo Haner—. Y ahora creo que voy a volver a la salita, hay una corriente fría en el aire.

—Solo por su parte —dijo Londaver—. De veras, siempre me ha gustado. Pero sabe que soy un dragón pobre, que vive de lo que mis padres me asignan, y no son tan ricos. No podía permitirme casarme allí donde no hubiera una pequeña dote que suavizara las cosas. Después de la muerte de su padre, mantuve las distancias porque no había hecho ninguna promesa y no quería hacer ninguna que no pudiera mantener. Intenté sacármela de la cabeza, pero siempre he sentido algo por usted. Ahora Berend me dice que las cosas han vuelto a cambiar. Dice que Daverak la tratará como a una hija y sacará un poco de oro extra para inflar lo que le dejó su padre, para que su dote sea igual que la de ella. Es de una bondad muy poco común en Daverak, y significa que soy libre de pensar otra vez en usted.

Aquel dragón era digno, sería ilustre y Selendra le había dado su aprobación. Si se casaba con él podría alejarse de Daverak y de las terribles prácticas que se toleraban allí. Sin embargo no le latió el corazón más rápido, no se quedó sin respiración, y si bien el joven dio un paso hacia ella sobre el saliente, ella no sintió una oleada de rubor rosado envolviéndole las escamas como les pasaba a las doncellas de los cuentos.

—¿Cómo trata usted a sus sirvientes? —preguntó la joven de repente.

Londaver se detuvo donde estaba y frunció el ceño.

—¿A mis sirvientes? —preguntó—. ¿A qué se refiere? Mantengo sus alas atadas y me aseguro de que saben cuándo quiero cenar, ese tipo de cosas.

—¿Y qué pasa cuando envejecen?

—Oh, normalmente les desatamos las alas y los dejamos vivir en las granjas cercanas —dijo Londaver; el alivio de que fuera una pregunta comprensible se reflejaba con claridad en su voz—. Madre se suele ocupar de eso. Les envía ternera y conservas de vez en cuando.

—Eso es lo que hacíamos en Agornin —dijo Haner—. Aquí todos los sirvientes tienen miedo. Estoy empezando a pensar que toda esta institución es un error. Ningún dragón debería ser incapaz de usar sus alas.

—Los pastores de la Iglesia —respondió Londaver de inmediato.

—Eso es por libre elección —dijo Haner—. Es diferente. Es que me parece un error.

—¿Es usted una librepensadora? —preguntó Londaver perplejo—. ¿Una radical?

—No lo sé, ¿en qué creen? —preguntó Haner.

—Bueno, habría que liberar a los sirvientes, la religión debería limitarse al primerdía y se debería tolerar la Vieja Religión, y que todo el mundo es igual ante la ley, ese tipo de cosas.

—Creo que quizá lo sea —dijo Haner con tono pensativo y sorprendida consigo misma.

—Será mejor que se lo guarde para usted —le aconsejó Londaver.

—¿Sigue haciéndome el mismo ofrecimiento? —preguntó Haner.

—Sí, desde luego, ¿por qué iba a cambiar eso nada? —preguntó Londaver, y parecía honestamente confuso—. ¿No va a desatar a todos los sirvientes de Londaver ni nada de eso, verdad?

—No de forma inmediata —dijo Haner. No estaba segura de que esta indulgencia hacia sus creencias, como si fueran una excentricidad, fuera lo que ella quería, pero era mucho mejor que lo que podría haber tenido. Se estremeció con solo imaginar la respuesta de Daverak a su declaración de librepensamiento, o incluso la de su padre.

—¿Entonces qué le parecería acercarse aquí y abrazarme? —preguntó Londaver con cierta vacilación.

Haner dudó. Si lo hacía, se ruborizaría y entonces estaría comprometida.

—¿No cree que debería asegurarse con el ilustre Daverak y preguntarle lo de la dote? —preguntó—. ¿Antes de comprometerse por completo?

—Eres tan práctica, Haner… —dijo Londaver—. Tan lista y tan práctica, y tan bonita de una forma tan delicada… De verdad que te prefiero a todas las doncellas que he conocido jamás. ¿Crees que Daverak intentaría engañarnos? Supongo que estaría en mejor posición para negociar si no tienes todo el aspecto de una prometida. Muy bien, mantengamos solo un acuerdo verbal hasta que hable con Daverak. Pero yo consideraré que vamos a casarnos, sea cual sea el color de tus escamas, y ansío de veras verlas de color rosa y luego cada vez más rojas.

No era ningún dragón de leyenda, audaz, salvaje y resuelto. Pero era considerado, no era cruel y podía darle un hogar en el que también podría vivir Selendra.

—Me casaré contigo cuando quieras, una vez que hayas arreglado todos los detalles de la dote —dijo la joven mientras pensaba que tenía que escribir a Selendra de inmediato.

40
Un segundo lecho de muerte

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