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Authors: Jo Walton

Garras y colmillos (30 page)

—Bien… —Calien dudó, en sus ojos todavía reinaba la inquietud—. ¿Kest ya no causa problemas?

—Kest causa problemas con la misma naturalidad con la que vuelan los dragones normales, pero en estos momentos son todo insinuaciones. ¿Sabe algo, bienaventurado? —Sebeth convirtió su voz en un quejido para imitar a Kest—. «Aunque Avan me atacó por la espalda y sin advertencia previa, yo juré apoyarlo, así que no permitiré que las palabras desfalco o simonía pasen por mis labios para referirme a él».

El sacerdote se rió.

—¿Eso le hace ganarse amigos?

—Lo contrario —confirmó Sebeth.

—Entonces dímelo cuando el asunto se haya aprobado en el Consejo, y nos reuniremos todos para dar gracias a los dioses por habernos salvado —dijo el sacerdote.

—Gracias, bienaventurado, lo haré —dijo Sebeth mientras se iba incorporando para irse ya.

—Espera —dijo Calien—. Yo tengo otra noticia para ti.

Sebeth esperó obediente con la cabeza inclinada.

—Tu padre está muy enfermo —dijo el sacerdote.

Sebeth levantó la cabeza y sus ojos despidieron un fuego azul.

—No tengo padre, ya lo sabe —dijo la joven—. Sabe cómo me rechazó cuando más lo necesitaba, sabe lo que me pasó y qué vida he llevado. Usted y los otros bienaventurados me ayudaron entonces. No tengo más padre que Veld, que es el padre de todos nosotros. Ya lo sabe.

—Tienes un padre terrenal, aunque no quieras reconocerlo, y está muy enfermo —dijo Calien con calma—. La Iglesia enseña el perdón para cualquier pecado.

—Para cualquier pecado del que se arrepienta y se confiese —dijo Sebeth—. Cosa que él jamás hará. No tengo por qué perdonarlo.

—¿Eres Veld acaso para saber lo que mantiene oculto en su corazón?

—No, bienaventurado —dijo Sebeth, pero no inclinó la cabeza con gesto sumiso—. Quizá se haya arrepentido, pero me hizo un gran daño y no puedo perdonarlo.

—Eso es un pecado que deberías haber confesado —dijo el sacerdote con severidad.

—Sí, bienaventurado, pero cuando yo más necesitada estaba dijo que tenía dragoncitos suficientes y me abandonó. —Sebeth no parecía muy inclinada hacia la penitencia—. Camran quizá lo perdone, y Jurale, que son muy sabios, pero creo que incluso ellos tendrían problemas si les hubiera hecho lo mismo.

—Aun así las cosas, está enfermo y se dice que te está buscando.

—¿A mí? —Sebeth parpadeó—. Dijo…

—Y yo dije que quizá se haya arrepentido de haberlo dicho —la interrumpió el sacerdote con dulzura.

—¿Cómo lo sabe?

—Oigo muchas cosas. He oído que está al final de su vida y que te está buscando. Te lo estoy diciendo. Debes hacer lo que creas más apropiado. Si no puedes perdonarlo por los pecados cometidos contra ti, quizá deberías pensar si podrías llevarle una auténtica confesión en los últimos momentos.

—¿Quiere decir que debería llevarlo conmigo a verlo? —preguntó Sebeth.

—Si vas, deberías ir sola, pero pídele que me vea, a mí o a algún otro sacerdote. Quizá esté preparado para escuchar. Camran nos ha concedido un milagro. Quizá esté a punto de ofrecer otro. Cualquier alma salvada es una bendición, y una en un lugar tan elevado de la sociedad es un ejemplo para los demás.

—Nunca se convertiría en público —dijo Sebeth, segura de lo que decía—. Oh, bienaventurado, no quiero verlo. Debería perdonarlo pero no puedo, y verlo cuando eso es lo que siento solo nos disgustaría a los dos. Si quiere verme debe de ser para que lo perdone, y no estoy preparada.

—Es posible que no tengas mucho tiempo para prepararte —dijo Calien—. Pero vete ahora y piensa en lo que quieres hacer.

Sebeth se incorporó, se quitó la mantilla y salió a las calles del Skamble. Había llegado a la iglesia casi bailando de placer por la alegría de haberla salvado, pero se iba arrastrando los pies y con un ceño tan pronunciado que le tiraba de las orejas.

46
Una cuarta proposición de matrimonio

Daverak no hizo realidad los peores temores de Haner pero tampoco sus mejores esperanzas. No la culpó de la muerte de Berend ni la acompañó con cortesía al saliente más cercano para decirle que se fuera. Tampoco la devoró con el menor pretexto ni le exigió que se casara con él y ocupara el lugar de su hermana, como había sido el caso en una pesadilla que había tenido la primera noche tras la muerte de Berend. Tampoco insistió en que la joven siguiera durmiendo en la habitación donde había muerto Berend; le había proporcionado otra cueva dormitorio en cuanto ella mencionó el desasosiego que le inspiraba la antigua. Por otro lado, no pensaba aumentar su dote como Berend le había dicho al digno Londaver que haría. Lo más que estaba dispuesto a decir sobre el tema era que ya vería una vez que hubiera sometido a su hermano.

Se le dio la parte que le correspondía del cuerpo de Berend y Lamith la midió más tarde, casi ocho metros. Daverak, que, junto con los niños y como es natural, había consumido la mayor parte, llegó a alcanzar un tamaño aún más grande, llegando así a los quince metros.

La joven permaneció en Daverak; ayudaba a llevar la casa, cuidaba de los dragoncitos, atendía los huevos de Berend e intentaba mejorar las condiciones de vida de los sirvientes y dragones de la heredad, con discreción, sin atraer la atención de Daverak. A los dragoncitos les resultó difícil entender la pérdida de su madre y tendían a aferrarse a ella como sustituta. El digno Londaver les hizo una visita el día después del regreso de Daverak y pasó unos minutos encerrado con el cuñado de la muchacha, pero no habló con ella, así que esta se quedó muy sorprendida cuando, una semana más tarde, el primer día despejado después de varios días de nieve, el joven hizo otra visita y preguntó por ella.

Haner fue a reunirse con él en la elegante y bien amueblada salita, a donde lo había conducido Lamith. El dragón estaba de pie, inquieto, ante la chimenea, admirando, o al menos eso parecía, las incrustaciones de ágatas. Medía casi once metros, con las escamas oscuras, bien bruñidas y relucientes. Sujetaba un libro bajo el brazo. Debería haber tenido un aspecto magnífico en aquella salita, pero lo cierto es que parecía incómodo.

Haner se detuvo en la puerta, como si solo pretendiera quedarse un momento.

—El ilustre Daverak se ha ido a Agornin por negocios —dijo.

—Es a ti a quien he venido a ver, Haner —dijo él.

Haner no quería ponérselo fácil.

—¿Había algo que quería decirme, digno Londaver?

Los ojos verdes del macho se encontraron con los de ella y, por primera vez desde las primeras indecisiones del joven, la muchacha sintió un cosquilleo de emoción.

—Haner, sabes que te quiero —dijo él—. Así te lo dije en la montaña la última vez. Me considero atado a ti, no importa lo que hayas dicho entonces. Pero Daverak…

—Lo sé. Se niega a completar la dote ahora que Berend está muerta —dijo Haner al tiempo que entraba en la habitación—. Me lo dijo.

—Quiero casarme contigo, pero es que no puedo permitírmelo. Ya te lo he explicado —dijo él con la voz ahogada por la desesperación—. Tendremos que esperar.

—¿Esperar? ¿A qué? —preguntó Haner.

—A que muera uno de mis tíos y me deje algo de oro, o a que algún pariente tuyo haga lo mismo. —No parecía confiar mucho en ese plan—. O podría ir a Irieth o una de las otras ciudades e intentar hacer fortuna… salvo que resulta un poco raro hacer eso cuando soy digno, ¿sabes? —Londaver cambió de postura con gesto incómodo.

—No te imagino metiéndote en el mundo del comercio o en una oficina del gobierno como mi hermano Avan. La única fortuna que podrías buscar sería una novia rica —dijo Haner.

—Nunca he conocido a nadie por quien sintiera lo que siento por ti —dijo Londaver, su sinceridad era evidente—. Y eres tan lista… Yo no lo soy demasiado. Pero tú eres lo que necesito. Podrías ser lista por los dos. Pienso en lo que dices, en las estrellas y en que hay que tratar bien a los sirvientes. Y estoy de acuerdo contigo cuanto más pienso en ello. Me gustaría saber más de lo que opinas sobre las cosas. No quiero casarme con ninguna otra dragona.

—Oh, Londaver —dijo Haner, y su corazón se ablandó de inmediato. Dio otro paso, involuntario, hacia él.

—Solo que tenemos que esperar —dijo el joven mientras extendía una garra para detenerla.

—Esperaré —dijo ella sin moverse de donde estaba—. Pero esperar de forma indefinida sin nada establecido que esperar es muy difícil.

—Tienes completa libertad para cambiar de opinión en cualquier momento —dijo el muchacho de inmediato—. Si otro dragón te hace una proposición. Pensaba que te diría que en ese caso yo nunca me casaría con otra, que es lo que los héroes dicen en las historias y es en realidad como yo me siento, pero por supuesto sabes que tendría que hacerlo, por la familia. Tienes unas obligaciones si eres el heredero, y no importa lo que sientas en privado. Pero siempre lo sentiría.

—Entonces, ¿le vamos a decir a todo el mundo que estamos esperando? —preguntó Haner.

Londaver lo pensó un momento mientras sus ojos giraban muy deprisa.

—Creo que no. Eso lo complica todo mucho. —El joven dragón suspiró—. Es una pena que no pueda largarme por ahí, llevarme el oro de alguna ciudad yarga y volver para casarme contigo. La vida era mucho más sencilla en aquellos tiempos. A veces odio hasta la idea del oro. Pero si nos casáramos ahora, pronto nos estaríamos gastando las camas. Londaver no es un lugar rico, ya lo sabes, y lo cierto es que nos gusta ser justos con los granjeros y los sirvientes.

—Algo que yo admiro —dijo Haner con sinceridad.

—Eres maravillosa —dijo Londaver—. Te he traído un libro. —Estiró el brazo con gesto tímido para dárselo y la joven lo cogió con timidez.


El yugo de los sirvientes
, de Calien Afelan —leyó la muchacha.

—El libro es de mi madre —dijo Londaver—. Pensé que te gustaría leerlo, tiene que ver con lo que tú decías.

—Gracias —dijo Haner muy conmovida.

—Va a ser muy difícil esperar —dijo Londaver con un suspiro.

Cuando el dragón se fue, la joven sentía por él un cariño más profundo que cuando se le declaró por vez primera, pero también sentía que su compromiso de matrimonio era mucho más incierto.

—¿Qué le ha dicho, respetada? —preguntó Lamith cuando la joven dragona volvió a su nueva habitación. Varios meses al servicio de Haner y una semana sin la presencia de Berend en la hacienda habían ayudado a Lamith a relajarse y a conseguir algo parecido a la confianza cuando estaba a solas con Haner.

—Dijo que me quiere y que deberíamos esperar hasta que pueda permitirse casarse —dijo Haner mientras se dejaba caer sobre su oro con un profundo suspiro.

La confianza de Lamith no llegaba al extremo de decir lo que pensaba de tales afirmaciones, así que se contentó con chasquear la lengua y coger un vellón para bruñir las escamas de su señorita, hasta que adquirieran el tono dorado más brillante que ella podía conseguir.

47
La primera vista

Hathor y Avan caminaban sin prisa por el distrito Toris de Irieth rumbo a los Tribunales de Justicia. Hathor, con una presencia más grande de lo que sus medidas le permitían, caminaba con paso seguro. Avan andaba como un dragón apenas capaz de contener su cola, que ansiaba dar latigazos sin control.

—No hay necesidad de estar nervioso —dijo Hathor—. Esto no es más que una vista preliminar, para decidir si hay caso al que responder.

Avan intentó sonreír, pero era consciente de que sus ojos traicionaban su agitación interna.

—Ya me lo has dicho seis veces —dijo.

—¿Por qué estás tan preocupado? —preguntó Hathor con tono alentador—. No lo entiendo. Son Daverak y sus costosos abogados los que deberían estar nerviosos. Nosotros lo tenemos todo de nuestra parte.

—Es ir allí, en realidad —admitió Avan al tiempo que intentaba mantener un tono ligero—. Tú has ido a los tribunales muchas veces. Yo soy un dragón de provincias y todo esto es nuevo para mí. El auténtico poder.

—Poder sí, pero todo contenido en un ritual. Corres más peligro con tus colegas de la Oficina de Planificación que quieren tu puesto. Es muy probable que el ilustre Daverak ni siquiera aparezca hoy por aquí —dijo Hathor.

—No le tengo miedo a Daverak —bufó Avan—. Esto es un caso de nervios provocado por las historias que me contaba mi niñera.

—Lo superarás en cuanto lleguemos allí —dijo Hathor, que intentaba tranquilizarlo pero cuya completa incomprensión resultaba aparente en su voz.

El paseo los llevó al lado de la famosa fábrica de cerveza Malnasimen, que aquel día vomitaba un olor a levadura lo bastante espeso para que casi necesitaran partir el aire con las garras.

—Tengo entendido que se está poniendo en marcha un movimiento para sacar a los cerveceros de la ciudad —dijo Hathor en un tono muy diferente.

—Un plan maravilloso —dijo Avan casi atragantado—. La cerveza es una bendición de Jurale, pero su fabricación es un proceso repugnante.

—¿Entonces tú no has oído nada en la Oficina de Planificación?

—Circulaba una petición sobre eso el año pasado, pero si hay alguien en Planificación tomando medidas, yo no he oído nada. —La seguridad de Avan fue creciendo a medida que hablaba, se ralentizó el giro de sus ojos, la cola se apaciguó y aceleró el paso, haciendo que su abogado tuviera que apresurarse sobre sus patas más cortas para mantenerse a su altura—. No es mi departamento, pero creo que los Malnasimen tienen una antigua Concesión de la ciudad que les permite la fabricación con el agua del río Toris. También dicen que la cerveza pesa mucho y no viaja bien, así que a menos que queramos que Irieth beba una cerveza peor a un precio más alto, deberíamos dejarlos en paz. Los otros cerveceros dicen lo mismo, solo que no pueden blandir sus Concesiones de la ciudad porque no las tienen.

El abogado no dijo nada durante un momento, se limitó a mirar a su cliente con expresión especulativa.

—¿Así que se van a quedar? —preguntó.

—Yo diría que seguirán fabricando cerveza aquí y los dragones seguirán elevando peticiones sobre ese tema con regularidad cuando nuestros nietos sean padres —dijo Avan—. Pero es una suposición, no la postura oficial de la Oficina de Planificación.

—Tus suposiciones valen más que el oro para algunos dragones —dijo Hathor.

—Ojalá no conociera a ninguno de esos dragones —dijo Avan con amargura.

Hathor lo miró otra vez pero no dijo nada más. Justo entonces doblaron una esquina y de repente apareció ante ellos la entrada de la Gran Cámara de justicia. Era un enorme acceso cavernoso, con numerosas tallas de corazones, flores y otras representaciones abstractas de la justicia. Avan contuvo el paso.

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