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Authors: Brian W. Aldiss

Heliconia - Invierno (53 page)

Dejó atrás un umbral en el que pudo entrever una silueta La silueta lo llamó por su nombre. Se dio vuelta De las sombras surgía una mujer envuelta en pieles.

—Casi has llegado ¿No estás emocionado? —le preguntó la mujer.

Se acercó a ella, la atrajo contra sí, sintió el delgado cuerpo bajo las pieles.

—¡lnsil! Has esperado.

—No sólo a ti El pescadero tiene algo que necesito Tanto discurso y dramatismo han terminado por enfermarme Creen que bastan unas pocas palabras de envoltorio para haber conquistado a la naturaleza. Sin mencionar al cretino de mi mando llenándose la boca con el nombre de Sibornal como si hiciera gárgaras… Estoy descompuesta, necesito drogarme para olvidarlos ¿Cómo es aquella grosera maldición que usa la gente ordinaria, aquella que invoca la irrumación de ambos soles? ¿El juramento prohibido? Dímelo.

—¿Te refieres a «Abro Hakmo Astab»?

Insil repitió las palabras con íntimo gozo Luego las gritó.

Escucharlas en boca de Insil excitó a Luterin, que la estrechó en sus brazos y la besó forzadamente Pelearon El se escuchó a sí mismo decir:

—Déjame folicarte aquí mismo, Insil, como siempre he deseado Tú no eres frígida Lo sé En realidad eres una puta, sólo una puta, y yo te deseo ahora.—Estás borracho, déjame, déjame Toress Lahl te espera.—Ella no significa nada para mí. Tú y yo estamos hechos el uno para el otro Así ha sido siempre, desde que éramos niños ¿Por qué no permitirnos ahora el placer?Tú me lo prometiste una vez Ha llegado el momento, Insil, ¡ahora!

Sus enormes ojos estaban muy próximos a los de Luterin.

—Me asustas ¿Qué te ha sucedido? Déjame decidir por mí misma.

—No, no, ahora no debo dejarte decidir Insil, Asperamanka ha muerto Lo han matado los phagors Podemos casarnos, no sé, lo que sea, sólo déjame poseerte, por favor, ¡por favor!

Ella se apartó de él como pudo.

—¿Está muerto? ¿Muerto? No. No puede ser ¡Qué maldito canalla! —gritó desaforadamente y se echó a correr calle abajo, levantando el ruedo de la falda por encima de la nieve sucia Luterin la siguió, horrorizado ante su desasosiego Trató de detenerla, pero ella repetía algo que él tardó unos instantes en comprender Lloraba por una pipa de occhara. El pescadero vivía, tal como había dicho Insil, al final de la calle A un lado de la fachada original de la tienda, un pasadizo construido posteriormente permitía a los clientes entrar en el local sin traer consigo el frío del exterior Encima de la puerta, un cartel anunciaba ODIM PESCA FINA.

Entraron a un sombrío recibidor en el que había otros hombres, todos en pie, cálidamente abrigados y dotados de sus metamorfoseadas siluetas invernales. De los ganchos colgaban cortes de foca y grandes peces Los peces más pequeños, cangrejos y anguilas estaban dispuestos sobre cajones de hielo en el mostrador. Luterin estaba tan pendiente de Insil, ahora al borde de la histeria, que se despreocupó del entorno.

Pero los hombres la reconocieron.

—Ya sabemos lo que busca —dijo uno de ellos, asintiendo. La condujo a una habitación posterior.

Otro de los hombres se adelantó y dijo:

—Yo te recuerdo, señor.

Tenía un aspecto juvenil y un vago acento foráneo en su voz.

—Me llamo Kenigg Odim —dijo— Navegamos juntos en aquel barco desde Koriantura a Rivenjk Yo era sólo un muchachito entonces, pero seguramente recordarás a mi padre, Eedap Odim.

—Por supuesto, por supuesto —dijo Luterin, sin prestarle atención— Un comerciante ¿De marfiles, tal vez?

—Porcelanas, señor Mi padre continúa en Rivenjk y cada semana nos envía desde allí un cargamento de pescado fresco Es un negocio bastante fructífero, teniendo en cuenta que la demanda de porcelana ha caído en picado. Si me lo permites, la vida es más agradable allá en Rivenjk, señor Aquí, los buenos sentimientos son casi tan escasos como la buena porcelana —Sí, sí, claro, no lo dudo.

—También tratamos con occhara, señor; ¿puedo ofrecerte una pipa gratis? Tu señora amiga es una dienta regular.

—Sí, tráeme una pipa, hombre, te lo agradezco. ¿Qué hay de una señora llamada Toress Lahl? ¿Se encuentra aquí?

—La esperamos.

—Bien —dijo Luterin, y pasó a la habitación posterior. Insil Esikananzi descansaba sobre un sillón, fumando de una larga pipa. Parecía totalmente calmada y miró a Luterin sin decir palabra.

Él se sentó a su lado, también en silencio, hasta que el joven Odim trajo una pipa ya encendida y se la ofreció. Inhaló el humo con placer y de inmediato se sintió invadir por una extraña mezcla de resignación y vehemencia. Todo le parecía igualmente aceptable. Ahora entendía el porqué de los exagerados iris de Insil. Tomó su mano.

—Mi marido ha muerto —anunció ella—. ¿Lo sabías? ¿Te dije lo que me hizo la noche de nuestra boda?

—Insil, ya me has hecho bastantes confidencias por un día. Ese episodio de tu vida ha terminado. Todavía somos jóvenes. Podemos casarnos, podemos alegrarnos o amargarnos la vida juntos, lo que sea.

Envuelta en una espesa nube de humo, ella dijo:

—Tú eres un fugitivo. Yo necesito un hogar. Necesito que me cuiden. Ya no necesito amor. Necesito occhara. Quiero alguien que me proteja. Quiero que me devuelvas a Asperamanka.

—Eso es imposible. Está muerto.

—Si tú crees que es imposible, Luterin, por favor, cállate y déjame sola con mis pensamientos. Soy una viuda. Las viudas no suelen sobrevivir al invierno…

Luterin permaneció junto a ella, aspirando de su pipa, dejando morir sus lucubraciones.

—Si fueses capaz de matar también a mi padre, el Guardián, esta remota comunidad podría regresar a la naturaleza. La Rueda se detendría. La plaga podría llegar e irse. Los supervivientes verían transcurrir el Invierno Weyr.

—Siempre habrá supervivientes. Es una ley natural.

—Mi marido me enseñó las leyes naturales, gracias. No deseo tener otro.

Se sumieron en silencio. El joven Odim entró y le comunicó a Luterin que Toress Lahl lo esperaba en una de las habitaciones superiores. Tropezando y maldiciendo, siguió al pescadero por una crujiente escalera sin volverse para mirar a Insil, seguro de que no se movería de allí por un buen rato.

Luterin fue conducido hasta una pequeña cámara, en cuya entrada una cortina hacía las veces de puerta. Dentro, todo el mobiliario se reducía a una cama. Junto a ésta, de pie, estaba Toress Lahl. Por un instante se asombró del grosor de la mujer, hasta que recordó que su propio tamaño era muy similar.

Ella había envejecido, sin duda. Había canas entre sus cabellos, aunque seguía vistiendo como hacía diez años. Sus mejillas estaban curtidas y enrojecidas por efecto de la helada. Sus ojos parecían más pesados; sin embargo, se iluminaron cuando sonrió en señal de reconocimiento. Todo en ella la hacía diferente de Insil, sin olvidar el tranquilo estoicismo con que se sometía ahora al escrutinio del hombre.

Calzaba botas. Su vestido era pobre y harapiento. De pronto, se quitó el gorro de piel, Luterin no supo si en señal de bienvenida o de respeto.

Dio un paso hacia ella. Ella se adelantó entonces y, abrazándolo, lo besó en ambas mejillas.

—¿Estás bien? —preguntó Luterin.

—Te vi ayer. Estaba esperando afuera de la Rueda cuando te liberaron. Te llamé pero no miraste hacia donde yo estaba.

—Había tanta luz… —Todavía bajo los efectos del occhara, no sabía qué decir. Hubiera deseado que Toress bromease corno Insil. Puesto que no lo hizo, le preguntó:—¿Conoces a Insil Esikananzi? —Nos hemos hecho buenas amigas. Nos hemos apoyado de muchas maneras. Han sido unos años muy largos, Luterin… ¿Cuáles son tus planes?

—¿Planes? El sol se ha puesto.

—Para el futuro.

—Este inocente ha vuelto a convertirse en fugitivo… Son incluso capaces de endilgarme la muerte de Asperamanka, —Se sentó pesadamente en la cama.

—¿Ha muerto ese hombre? Es una bendición… —Pensó un momento antes de seguir.—Si confías en mí, podría llevarte a mi pequeño escondite.

—Te pondría en peligro.

—Nuestra relación está sustentada en otras bases. Sigo siendo tuya, Luterin, si me quieres tomar. —Al ver que Shokerandit dudaba, ella insistió:—Te necesito, Luterin. Creo que me amaste. ¿Qué podrías hacer aquí, rodeado de enemigos?

—Siempre puedo enfrentarme a ellos —dijo. Y rió.

Bajaron juntos la estrecha escalerilla, a tientas en la oscuridad. Al llegar abajo, Luterin echó una mirada a la habitación posterior. Para su sorpresa, el sillón estaba vacío. Insil se había ido.

Tras despedirse del joven Odim, se hundieron en la noche.

En la incipiente oscuridad, el Avernus surcó velozmente el cielo sobre sus cabezas. Ahora era un ojo muerto.

La espléndida máquina decaía por fin. Su sistema de control funcionaba sólo en parte. Muchos otros —aunque no los vitales— seguían siendo operativos. El aire continuaba circulando. Las máquinas de limpieza todavía recoman los pasillos. Aquí y allá, diversas computadoras seguían intercambiando información. Las cafeteras hervían agua para el café con regularidad. Los estabilizadores mantenían automáticamente a la Estación Observadora Terrestre sobre su curso. En la antesala de la plataforma de salida, la cisterna de un inodoro se descargaba a intervalos regulares, como una criatura incapaz de retener las lágrimas. Pero ninguna señal era emitida hada la Tierra.

Y la Tierra ya no las necesitaba, a pesar de que muchos de sus habitantes sintieron que aquella larga saga sideral llegase a su fin. Porque la Tierra estaba saliendo del estadio compulsivo en que la civilización se medía en términos de posesiones para ingresar en una nueva fase de la existencia, donde la magia de la experiencia individual sería compartida, no almacenada; ofrecida, no arrancada. El carácter humano se fue asemejando involuntariamente al de la propia Gata: difuso, variable, siempre abierto a la aventura cotidiana.

Mientras atravesaban la penumbra, dejando atrás la aldea, Toress Lahl trató de hablar de cosas triviales. Caía la nieve, sesgada por el viento del norte.

Luterin callaba. Tras un largo silencio, ella le dijo que había dado a luz un hijo suyo, que ahora tenía casi diez años de edad, y le contó distintas anécdotas de su corta vida.

—Me pregunto si un día llegará a matar a su padre —dijo Luterin por todo comentario.

—Está metamorfoseado, como nosotros. Un verdadero hijo, Luterin. Capaz de sobrevivir y de criar supervivientes, espero.

El se arrastraba detrás de ella, todavía vacío de palabras. Pasaron junto a una cabaña abandonada y se dirigieron hacia una hilera de árboles. De tanto en tanto, Luterin echaba una ojeada atrás.

Ella, fiel a su hilo de pensamiento, continuó:

—Tu odiada Oligarquía sigue matando a todos los phagors. Si sólo comprendieran el funcionamiento real de la Muerte Gorda sabrían que están matando a su propia descendencia.

—Saben muy bien lo que hacen.

—No, Luterin. Tú me entregaste generosamente la llave de la capilla de Jandol Anganol. Desde entonces, vivo allí. Una tarde alguien golpeó a la puerta: era Insil Esikananzi.

El pareció interesarse: —¿Cómo supo Insil que estabas allí?

—Por accidente. Había huido de Asperamanka. Acababan de casarse. Él la había sodomizado brutalmente y ella estaba desesperada y dolorida. Recordó la capilla; tu hermano Favin la había llevado allí una vez, en tiempos más felices. Yo la cuidé y nos hicimos amigas.

—Bueno…, me alegro de que al menos ella tuviese una amiga.

—Le enseñé los documentos de Jandol Anganol y la señora Muntras, donde se explica cómo una garrapata que pasa de phagors a humanos transmite las plagas necesarias para garantizar la supervivencia humana en condiciones extremas. Insil regresó con esa información al Guardián y al Maestro, pero ellos hicieron caso omiso de esas advertencias.

Luterin rió secamente:

—Hicieron caso omiso porque ya lo sabían. No querían que Insil se mezclase en sus asuntos. ¿No son ellos los que mantienen el sistema en marcha? Ellos lo sabían. Mi padre lo sabía. ¿Crees que esos antiguos papeles eclesiásticos son secretos? Su contenido trascendió; seguramente habrá llegado hasta la gente.

El terreno se hizo más escarpado. Tomaron más precauciones al bajar la pendiente en dirección al bosque de caspiarneos.

Toress Lahl dijo:

—¿El Oligarca sabía que matando a los phagors estaba matando indirectamente a los humanos y aun así dictó aquellas leyes? Es increíble.

—No puedo defender lo que hizo mi padre… o Asperamanka. Sencillamente, lo que sabían no cuadraba con ellos. Sintieron que debían actuar, a pesar de todo y de todos.

Luterin percibió el aroma de los caspiarneos, aspiró el leve dulzor avinagrado de su follaje. Era como si regresase a él la memoria de un mundo distinto. Agradecido, retuvo el aire en sus pulmones. Toress Lahl había escondido dos yelks entre los árboles. Se acercó a las bestias y les acarició el hocico mientras Luterin continuaba hablando.

—Mi padre no sabía qué sería de Sibornal cuando se acabara con los phagors para siempre. Creía simplemente que era necesario hacerlo, sin importarle las consecuencias. Tampoco nosotros tenemos la certeza de lo que ocurrirá, a no ser por lo que dicen unos ajados documentos… —y, casi para sí mismo, siguió—: Creo que percibió la necesidad de romper drásticamente con el pasado, al costo que fuese. Un acto de desafío, si quieres. Quizás algún día se demuestre que tenía razón. La naturaleza se encargará de cuidarnos. Y llegarán a convertirlo en santo, como a tu malvado Jandol Anganol… Un acto de desafío… Así es la naturaleza humana. No sirve de nada tumbarse y fumar occhara. Jamás progresaremos de esa manera. La llave del futuro ha de estar en el futuro, nunca en el pasado.

Volvía a levantarse viento; la nieve caía más aprisa.

—¡Escrutador! —dijo ella. Se llevó una mano a la cara—. Te has endurecido. ¿Me acompañarás? —Él no respondió y ella dijo entonces:—Te necesito.

Luterin subió de un salto a la silla, gozando de la familiaridad de este movimiento, y de la respuesta del animal debajo de él. Palmeó el cálido flanco del yelk.

Estaba exiliado en su propia tierra. Eso habría de cambiar. Asperamanka ya no contaba. El obsceno Ebstok Esikananzi tendría que rendir cuentas. No quería lo que Ebstok poseía; sólo pedía justicia. El rostro se le ensombreció mientras hundía la mirada en las crines del animal.

—Luterin, ¿estás listo? Nuestro hijo nos espera en la capilla.

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