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Authors: Charles Dubow

Tags: #Erótico, #Romántico

Indiscreción (23 page)

Vamos arriba. Ayudo a Maddy y a Johnny a llevar sus cosas a su habitación, que es donde yo leo o veo la televisión la mayoría de las noches. El sofá se abre y se convierte en una cama doble. Esa habitación también es mi biblioteca. Me encanta ese cuarto. Libros, sobre todo de historia y biografías, recorren las paredes rojizas. Grabados de escenas bélicas. En los estantes, soldaditos pintados en miniatura: mamelucos, húsares. Uno de mis pasatiempos. Le tengo un cariño especial a la
Grande Armée
de Napoleón. Sobre la chimenea, una espada que supuestamente perteneció a Murat y por la que pagué encantado una pequeña fortuna. Hay un cuarto de baño no demasiado grande y un armario donde guardo trastos, esquíes antiguos, abrigos, maletas. Saqué un montón de cachivaches de ahí para que Maddy pudiera meter sus cosas.

—Espero que estés bien aquí.

—Es perfecto, Walter. Gracias.

—Te dejo para que deshagas las maletas. Encontrarán toallas limpias en el cuarto de baño. Si necesitas alguna otra cosa, dímelo.

Esa noche pedimos comida.

—Me muero de ganas de comer una hamburguesa —confiesa Maddy. Después de cenar acuesta a Johnny y se viene conmigo al salón, donde he encendido la chimenea y he abierto una botella de un excelente burdeos.

Sé que no es buena idea acribillarla a preguntas. Ya me contará ella lo que me tenga que contar. Si es que quiere.

—Por cierto, en el aeropuerto no dije la verdad del todo, ¿sabes? —reconozco al tiempo que le ofrezco una copa—. He sabido de Harry. Me mandó varios correos preguntándome si sabía dónde estabas. No supe muy bien qué debía hacer, así que le contesté que sí, que te habías puesto en contacto conmigo y que tú y Johnny os ibais a quedar aquí, pero que no sabía lo que estaba pasando. Espero no haber metido la pata, Maddy.

Ella sacude la cabeza.

—Sí, supongo que fue lo mejor. La verdad es que salí corriendo.

—Ésa fue la impresión que me dio. Lo decidiste sin pensarlo mucho, ¿no?

—Podría decirse que sí.

—¿Te importaría ser más precisa?

—No podía quedarme.

—Pero físicamente no corrías ningún peligro, ¿no? Ni tampoco Johnny.

—No, no es eso.

—Entonces ¿qué pasó?

Maddy deja la copa en la mesa.

—Me está poniendo los cuernos, Walter. Ya lo sospechaba hace alrededor de un mes, y se lo pregunté a bocajarro, pero me juró que no. Y ayer me enteré de que sí. Desde hace meses. ¿Sabes?, no es que me importe tanto la aventura en sí, lo que no puedo perdonar es la mentira. Así que tenía que irme. De lo contrario, no sé lo que habría hecho.

Permanecemos sentados en silencio, mirando el fuego. Necesito asimilar todo esto. Evidentemente ella sigue conmocionada. Una vez más, Maddy me asombra. Si yo hubiera descubierto que la persona con la que llevo veinte años casado me está engañando, probablemente me vendría abajo y me abandonaría a la autocompasión.

—¿Sabes con quién está?

—No, pero ha estado viajando mucho. Sobre todo a París, pero también a Londres, a Barcelona. Me dijo que era por trabajo: reuniones con las editoriales, charlas, entrevistas. Luego, hace unas semanas, una conocida de Nueva York me escribió un correo electrónico para contarme que lo había visto en un restaurante de París con una chica joven de pelo negro. Cuando le pregunté a Harry al respecto, me respondió que trabajaba para la editorial francesa. Le creí, nunca nos hemos mentido. O por lo menos eso pensaba yo.

—Entonces ¿cómo sabes que tenía un lío? ¿Tienes alguna prueba?

Me habla de las cartas del banco, de los sitios en los que ha estado, de lo que ha comprado. Lo trivial del descubrimiento, el descuido. Se le humedecen los ojos.

—No me lo podía creer, pero sé que es verdad. En el fondo, lo sé.

—Lo siento. Pero, claro, es que estamos hablando de Harry. De tu Harry, nuestro Harry, por el amor de Dios. Y me parece imposible. Jamás, ni en un millón de años, me habría imaginado algo así.

—Eso mismo pensé yo, lo que demuestra lo equivocados que podemos estar los dos.

—¿Quieres averiguar quién es? Me refiero a la mujer.

—La verdad es que me da absolutamente lo mismo. Eso no viene al caso. Puede que dentro de una semana lo quiera saber. No estoy celosa; estoy enfadada, dolida, desilusionada, espantada y, sinceramente, muy cansada.

—Y ¿qué vas a hacer?

Maddy profiere un suspiro.

—No lo sé. Ahora mismo me lo voy a tomar con calma. Organizar lo de Johnny, instalarme en casa. Pasito a pasito. ¿Te importa si nos quedamos aquí hasta entonces? Sólo será hasta finales de mes.

—Claro que no. No hace falta que lo preguntes, lo sabes.

—Lo sé, pero tú eres un viejo solterón, no estás acostumbrado a tener gente en casa. Y menos a niños de nueve años y cuarentonas mustias.

Sonrío.

—De eso nada. De hecho creo que lo voy a disfrutar, será agradable tener compañía. Pero después ¿qué? ¿Qué hay de Harry?

—Eso aún no lo sé. Sigue siendo un gran interrogante.

—¿Vas a hablar con él?

—Francamente, no sé qué hay que decir.

Maddy no es de las que se andan con medias tintas.

—¿Te planteas pedir el divorcio?

Ella se pone tensa y contesta:

—No me presiones. De verdad que no he llegado tan lejos. Lo único que sé ahora mismo es que no quiero pensar en ello ni en él.

—Claro. Pero mantenme informado, ¿vale? Por si necesitas un buen abogado.

Ella mira al techo.

—Déjalo, Walter.

—Lo digo en serio. Si llegas a ese punto y necesitas a alguien, espero que me dejes echarte una mano, o por lo menos que me dejes buscarte a alguien bueno.

—De acuerdo, te lo prometo.

5

Los días que siguen me los tomo más o menos libres. Voy al despacho a media mañana y vuelvo a casa directamente sobre la una para pasar tiempo con Maddy y con Johnny. Salimos a pasear por Central Park, donde aún hay nieve en algunas partes y la mayoría de la hierba está protegida por una cerca. Los senderos serpenteantes, los árboles desnudos, la tierra que empieza a deshelarse. Johnny se sube a las piedras. Comemos perritos calientes y nos subimos al tiovivo, en las paredes los mismos payasos en relieve con cara de loco que me aterrorizaban cuando era pequeño. Una noche vamos a un espectáculo en Broadway, algo pueril y entretenido. A Johnny le encanta, y he de admitir que a mí un poco también. Otra noche nos damos un pequeño festín en Chinatown. Maddy me dice que la comida china en Roma es malísima.

Estamos de vacaciones. El mundo real espera que nos reunamos con él. Me encuentro en el despacho cuando mi secretaria me informa de que Harry está al teléfono. No es la primera vez que llama, me recuerda. No le puedo dar largas siempre.

—Walt, gracias a Dios.

No sé muy bien qué hacer, mis emociones están en conflicto. No hablamos desde que Maddy llegó. Estoy enfadado con él, enfadado por Maddy y enfadado por nuestra amistad. Nos ha fallado a todos. No me hace mucha gracia hablar con él, y se lo hago notar con el tono que empleo.

—Harry.

—¿Cómo están? ¿Cómo está Maddy? ¿Cómo está Johnny? Me estoy volviendo loco.

—Están todo lo bien que cabría esperar, dadas las circunstancias —contesto con frialdad. Nunca ha habido la menor duda respecto al partido que tomaría.

No responde a mi pulla.

—Walt, por favor, convence a Maddy de que me coja el teléfono, tengo que hablar con ella. Debo de haber llamado cien veces.

—Yo no puedo convencerla de nada. Ya hablará contigo si quiere.

—Voy a Nueva York.

—¿Cuándo?

—Mañana. Dile que quiero verla, por favor. Y que la quiero.

—Se lo diré, pero no sé si servirá de algo.

Le oigo suspirar al otro extremo.

—Gracias, Walt.

—De nada.

Cuelgo. Si no estuviera tan enfadado con él, me sentiría un auténtico cabrón.

Tener a Maddy en casa me permite satisfacer unas cuantas fantasías domésticas. ¿Y si todo esto fuera mío? ¿Y si ella fuera mi mujer? ¿Y si Johnny fuera mi hijo? Qué giro tan distinto habría dado mi vida. Cuando salimos a la calle, con Johnny cogido de nuestra mano, parecemos una familia. Hasta me despierto pronto cada mañana para hacerle gofres al niño, una de sus comidas preferidas.

Al día siguiente Harry irá a mi despacho. Me lo suplicó. A Maddy no le he oído ni pronunciar su nombre.

—¿Quieres hablar de ello? —le pregunto a Maddy después de cenar.

Nuestro nuevo ritual es comer, leerle a Johnny un cuento antes de que se duerma y luego tomarnos nosotros una copa de vino en el salón, la habitación que menos me gusta de toda la casa. Rara vez voy allí, prefiero la biblioteca. Tiene los sofás y las sillas de seda de color salmón, las mesitas auxiliares antiguas, los paisajes ingleses, las alfombras y las lámparas que en su día estuvieran en el piso de mis padres. Naturalmente este salón es mucho más pequeño que el suyo, así que me vi obligado a apiñar lo que pude y llevar el resto a un guardamuebles.

Maddy ha vuelto a fumar. Y lo comprendo; incluso me fumo un cigarrillo con ella de vez en cuando.

—La verdad es que no quiero hablar —responde—. Supongo que te agradezco que lo vayas a ver. Estoy segura de que será un consuelo para él, pero no estoy preparada para verlo ni para hablar con él.

—Lo entiendo. ¿Qué quieres que le diga?

—Dile eso nada más. Sigo muy afectada y no soy capaz de pensar en lo que tengo que hacer. Lo primero es decidir qué es lo mejor para Johnny y para mí.

—Muy bien. —Hago una pausa—. ¿Te importa si le pregunto una cosa?

—¿Qué cosa?

—Bueno, es por el abogado que llevo dentro, pero en este país presuponemos que todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario.

Ella me mira, frunciendo el ceño.

—¿Qué quieres decir? Vi el extracto del banco. ¿Qué más pruebas quieres?

Levanto las manos.

—Estoy de acuerdo en que la prueba es incriminatoria, pero no concluyente. Lo que propongo hacer es preguntarle directamente si tuvo una aventura o no.

—¿Por qué? Eso ya lo sé.

—Crees saberlo, pero ¿y si te equivocas? ¿Y si existe alguna explicación de lo más simple y todo esto es un gran malentendido?

—Eso es imposible.

—No, no lo es. Hasta no estar seguros al cien por cien, nada es imposible.

Ella no dice nada, asimila lo que acabo de decir.

—Me he hecho esa misma pregunta miles de veces. ¿Y si no es más que una reacción exagerada por mi parte? Sin embargo, cada una de esas veces la respuesta es la misma. No te puedo decir cómo lo sé, pero lo sé. Y ojalá me equivocara.

—Ojalá, sí.

—Además, ¿por qué no te iba a mentir a ti? Me mintió a mí.

—No lo sé, puede que por nada, pero no olvides que yo no sé que a ti te ha mentido. Necesito una confesión, o alguna otra forma de demostrar su culpabilidad o su inocencia.

Ella asiente.

—Entonces ¿te parece bien? Aunque sólo sea por apaciguar mi alma de abogado.

—Muy bien, como quieras —responde Maddy, apagando el cigarrillo en el cenicero, ya lleno—. Me voy a la cama. —Se levanta y se inclina sobre mí, el aliento le huele a tabaco, para darme un beso fraternal en la mejilla—. Sé que tu intención es buena, Walter. Pregúntale lo que quieras, y si dice algo que tú creas que debo saber, sé que me lo dirás. Gracias de nuevo por verlo. Sinceramente, yo no creo que pudiera.

De haber sido por mí, lo habría obligado a volver a Nueva York de rodillas, sangrando, como un penitente mexicano, pidiendo perdón todo el camino. Y ni siquiera eso habría bastado, pero habría sido un comienzo. Sé que suena fuerte, pero tampoco exagero mucho. El cometido de Harry consistía en protegerla, y le falló. Ahora ese cometido es mío, o al menos lo estoy haciendo mío. Una parte de mí quiere darle un puñetazo en la nariz.

Ni que decir tiene que esta vez no voy al aeropuerto. Harry quería pasarse por mi casa, pero le dije que sería mejor que fuera al despacho. Quería protegerme, tanto de su encanto como —por si las moscas— de sus puños, con la dignidad de mi profesión y la parafernalia de la ley, la imponente mesa, los estantes aplastados bajo el peso de los libros de Derecho, el ridículo arte moderno que adorna las paredes del pasillo, la amplia vista aérea del centro de la ciudad, las recepcionistas con esas permanentes. A mi secretaria, Marybeth, un ser formidable de cuya vida privada hago cuanto puedo por saber lo menos posible, la trato sin ninguna muestra de afecto, de manera que, como un león al que se priva de carne, se muestra especialmente feroz con los clientes.

Me llama cuando llega Harry. Es puntual, pero le digo que aún no lo haga pasar. No tengo nada especialmente urgente que hacer, pero quiero que sude un poco más bajo la mirada felina de Marybeth. Un cuarto de hora después le pido que le deje entrar. Me impresiona verle. Está ojeroso, como si llevara días sin dormir ni ducharse, la ropa arrugada. Su garbo innato ha sido sustituido por una pesadez que no le he visto nunca.

—Gracias por recibirme, Walt. He venido directamente del aeropuerto.

No digo nada, pero hago girar la silla un tanto, con impaciencia, uniendo las yemas de los dedos. No me levanto para darle la mano que me tiende.

Él la retira y me mira con recelo, consciente de mi hostilidad, pero a sabiendas de que soy su único interlocutor: necesita subordinarse a mí. Le indico que se siente y obedece.

—¿Cómo está, Walt? ¿Cómo está Johnny?

No me interesan las sutilezas. Enarco las cejas y, con voz comedida, ataco:

—¿Hiciste lo que Maddy cree que has hecho? ¿Has tenido una aventura?

No me mira. Aunque le cuesta, lo admite:

—Sí.

Agacha la voluminosa cabeza y aprovecho la oportunidad. Sé que casi es una cobardía por mi parte, pero no puedo evitarlo.

—Y ¿le has dicho eso mismo a Maddy?

—No.

—Ya.

—No he tenido ocasión. Se niega a hablar conmigo.

—No quiere hablar contigo.

—Pero yo necesito hablar con ella.

—¿Por qué, exactamente? ¿Para qué? Lo siento, Harry, pero no estoy muy seguro de que fuera a servir de nada. Acabas de reconocer que has tenido un lío. Maddy me dijo que hace un mes te preguntó directamente si era así y lo negaste. Le mentiste. Descaradamente. Ya la conoces, es muy lista, muy aguda. Probablemente te hubiera perdonado si le hubieses dicho la verdad…, entonces. Ya sabes lo importante que es para ella la sinceridad. Y cuánto desprecia la falsedad. Tú más que nadie deberías saberlo a estas alturas.

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