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Authors: Dalton Trumbo

Johnny cogió su fusil (6 page)

Toda la tarde transcurrió entre tropiezos que le hacían caer de rodillas en el polvo y esfuerzos desesperados por respirar sintiendo que el estómago se le hinchaba y brincaba y quería salírsele por la boca. Intentó pensar en Diane. En cómo era. Trató de encontrarla allí en el desierto para poder aferrarse a algo. Pero no pudo traer su rostro ante sus ojos. Ni siquiera pudo imaginarla.

De pronto pensó oh Diane tú no vales esto. No puedes valerlo. Nadie en el mundo excepto tal vez la madre de uno podría justificar tanto dolor. No obstante en medio de su dolor trató de buscar excusas para Diane. Tal vez en realidad no había tenido intención de engañarle. Tal vez se había citado con Glen Hogan porque no había tenido más remedio. Si esto era verdad y él confiaba en que lo fuese entonces era idiota estar allí en el desierto olvidándolo todo con un montón de mexicanos, cuando podría estar gozando de la frescura de Shale City, disfrutando de las vacaciones de verano y pensando a lo mejor esta noche saldré con Diane.

Pensó que sin duda las muchachas eran algo terrible. Probablemente todas las muchachas son mentirosas e infieles y tratan de aplastarte pero ya deberías haberlo esperado. Y aprender a perdonarlas porque era razonable suponer que si te escapabas como él y Howie y te ibas al medio del desierto para enterrarte allí los tres meses de vacaciones el único que sufría eras tú. Mientras la muchacha allá en Shale City quedaba en libertad para verse con Glen Hogan cuantas veces quisiera. De pronto mientras se arrastraba y tambaleaba y trataba de recobrar el aliento le asaltó un horrible presentimiento. Se estaba preguntando. Se estaba diciendo Joe Bonham ¿no habrás hecho el imbécil?

Alguien exclamó que era hora de largarse y las cosas comenzaron a desvanecerse lentamente ante sus ojos. Cuando logró enfocarlas nuevamente se encontró de bruces con la cabeza colgando sobre un costado de la vagoneta. Howie estaba tendido junto a él. Recordó haber mirado hacia abajo el suelo que corría como agua ante sus ojos y haber oído a esos mexicanos que cantaban. Se turnaban para accionar la vagoneta que les llevaba de vuelta a la barraca. Se quedó sin moverse sintiendo náuseas y oyéndoles cantar.

La barraca tenía el suelo de tierra. Era una especie de tinglado con techo de hojalata. Hacía tanto calor dentro del tinglado que quiso sacar las manos en busca de aire para llenar sus pulmones. Las literas eran trozos de madera una encima de la otra. El y Howie se tumbaron en un par de ellas. Ni siquiera se molestaron en abrir la cama. Se limitaron a dejarse caer y quedarse inmóviles. El capataz se les acercó para preguntarles si querían que les indicase dónde podían conseguir algo para comer. Pero no le prestaron atención. Se quedaron quietos con los ojos cerrados.

El había llegado a una curiosa situación. Era la primera vez en su vida que se sentía así. Todas las partes de su cuerpo le dolían por igual de modo que no lo sentía. Sólo estaba entumecido y adormilado. Pensó nuevamente en Diane. No por mucho tiempo pero ella fue su último pensamiento antes de la oscuridad. Pensó en Diane menuda adorable y asustada la primera vez que la besó. Oh Diane pensaba ¿cómo has podido hacerme eso? ¿Cómo has sido capaz? Y luego alguien empezó a sacudirle.

Seguramente hacía horas que lo sacudían. Abrió los ojos. Seguía en el cobertizo. Estaba oscuro y el aire estaba lleno de suspiros. Había olor a humo. Los mexicanos se habían preparado su comida sobre un fogón en mitad del suelo. El techo de hojalata tenía un agujero para que saliera el humo. Por allí pudo ver las estrellas vacilantes como en un sueño febril. Tosió. Olor a comida y humo en el aire. ¿No era propio de un mexicano eso de cenar algo hirviendo después de pasarse el día entero en el fondo del infierno?

Era Howie quien lo sacudía.

—Despierta. Son las diez.

No supo si era de noche o si se le habían quemado los ojos y ya no podía distinguir la luz de la oscuridad.

—¿De la noche o de la mañana?

—De la noche.

—¿De esta noche o de anoche?

—De anoche creo. Oye mira lo que tengo. Acaban de enviarlo de la oficina de mensajes.

Howie puso algo ante sus ojos y lo alumbró con la linterna. Se habían acordado de traer una linterna pero habían olvidado los guantes. Howie le mostraba un telegrama. Los bordes del telegrama donde Howie había puesto los dedos para sostenerlo estaban ensangrentados. Decía Querido Howie por qué eres tan impulsivo stop soy tan desgraciada pensando lo que has hecho stop por favor perdóname y vuelve en seguida a Shale City stop odio a Glen Hogan stop cariños Onie.

Aun en la penumbra del cobertizo pudo advertir la felicidad en el rostro de Howie. ¿De modo que odiaba a Glen Hogan? Bien. El sabía por qué y si Howie no lo sabía era porque era un idiota. Onie odiaba a Glen Hogan porque Glen la había cambiado por Diane. Pensó en esto un momento y en que Diane era mucho más bella que Onie y cómo todo demostraba el buen juicio de Glen Hogan. Entonces advirtió que Howie esperaba una respuesta. Cuando intentó hacerlo sólo atinó a emitir un murmullo.

—¿Y para eso despiertas a un tío que como yo necesita tanto dormir?

—Porque lo entiendo todo.

—Aja.

Howie empezó a susurrar muy excitado.

—Es así. Que unos jóvenes como tú y yo estemos aquí esclavizando nuestros mejores años en una cuadrilla es como si unas muchachas tan bellas como Onie y Diane de pronto decidieran convertirse en lavanderas.

El no dijo nada. Siguió acostado pensando. Pero entendía perfectamente. La idea de Diane como lavandera era tan espantosa que volvió a cerrar los ojos. Howie seguía cuchicheando
.

—Claro está que si Onie siente así yo no sé muy bien qué hacer con esa pobre muchacha.

El siguió con los ojos cerrados sin decir nada.

—No se trata de que no tenga motivos para volver. Más bien es casi un deber hacerlo.

El siguió allí fláccido. Pero escuchaba a Howie con mucha atención.

—El mensajero dice que hay un tren de pedregullo que pasa por aquí esta noche con destino a Shale City.

El siguió sin decir palabra. Sin embargo le escuchaba.

—Llegaríamos en una hora.

El hizo un ligero movimiento con la pierna para demostrar que estaba despierto y escuchaba.

—Ese tren pasa por aquí dentro de diez minutos.

Saltó de la litera y en un solo movimiento cargó sobre sus hombros la ropa de cama. Howie le miró sorprendido.

—¿Qué haces?

Miró a Howie como indicándole que la responsabilidad era toda suya.

—Bien. Si estás decidido a echarte atrás en nuestro acuerdo pienso que no puedo hacer nada por detenerte. Si queremos coger ese tren será mejor ir saliendo.

Bill Harper le ocupó la mayor parte de su pensamiento camino a Shale City. Se dijo a sí mismo anoche le pegué a Bill Harper. Pensó Bill Harper era mi mejor amigo me decía la verdad y le pegué. Se recostó y miró las estrellas. Pensó en cómo él y Bill Harper habían tomado asiento en el
drugstore
y en cómo Bill Harper tartamudeaba y balbuceaba hasta que finalmente se decidió a ir al grano. Recordó nuevamente el odio que sintió cuando Bill Harper le contó que esa noche Diane saldría con Glen Hogan. Presentía que era verdad porque de lo contrario Bill Harper no se lo hubiese dicho. Sin embargo se había puesto en pie y le había llamado mentiroso y le había golpeado y derribado y después había salido solo del
drugstore
.

Camino de su casa tropezó con Diane y Glen Hogan que en ese momento se apeaban del auto deportivo de Glen y se dirigían al teatro
Elyseum
. Entonces supo que Bill Harper le había dicho la verdad y que Diane le engañaba.

Encontró a Howie en la esquina. Howie había discutido con Onie a causa de Glen Hogan y por lo tanto ambos decidieron abandonarlo todo y marcharse al desierto y trabajar como hombres libres y olvidarse de todo. Eso no quería decir que él y Howie se pareciesen. Howie jamás había podido retener a ninguna muchacha. Sintió algo así como un agravio por el hecho de que Howie lo incluyese en su categoría. Pero sus deseos de marcharse eran tan intensos que cuando Howie lo sugirió él dijo nos vamos mañana.

Recostado en el vagón recordó todas las excursiones y los momentos agradables que habían pasado juntos él y Bill Harper. Recordó la primera vez que cada uno de ellos salió con una muchacha. Decidieron salir los cuatro porque estaban muy asustados. Recordó el día que su cachorro
Mayor
había sido embestido por un auto y Bill había venido por la noche con el coche de su padre y le había llevado a dar un paseo por el campo hasta la medianoche sin decir una sola palabra durante todo el tiempo porque Bill sabía cómo se sentía él. Recordó muchas otras cosas y pensó Bill Harper es un buen amigo como para perderlo aunque se trate de Diane y mañana se lo diré. Mañana iré a su casa y le diré a Bill que olvidemos todo esto. Bill seamos amigos porque no volverá a ocurrir.

Después cuando el tren se iba aproximando a Shale City volvió a pensar en Diane. La frescura de la noche le permitió imaginar su rostro. No había podido hacerlo en el desierto. Se la imaginaba sonriendo. Pensó en Howie que creía haber perdido a Onie pero no era así porque Onie había admitido su error y le había rogado que volviese. Además pensó no quiero que Diane salga con Glen Hogan. Cualquiera menos Glen Hogan. Sólo porque tenía un bonito automóvil Glen pensaba que podía tomarse libertades con las muchachas que ningún otro se tomaría. Cada vez que imaginaba a Diane y a Glen Hogan juntos se asustaba. Veía que de algún modo su deber era ir a ver a Diane y hablar con ella como lo haría un hermano y contarle acerca de Glen Hogan. Sabía que tenía que evitar que Diane se desilusionase por sí sola cuando descubriera qué clase de tío era Glen Hogan. Debía hacer eso aun a expensas de su orgullo.

Se apearon del tren antes de llegar a la estación porque no querían que nadie los viese con ese aspecto. Anduvieron unos doscientos metros hasta que Howie se detuvo.

—Bien. Me voy.

—¿Adonde vas?

—Creo que iré a casa de Onie.

Howie lo dijo en un tono soñador y al mismo tiempo insinuante porque sabía que Joe no tenía más remedio que ir a su casa. Howie que nunca supo conservar una muchacha. ¡Ja!

Howie se perdió en la oscuridad. El se quedó completamente solo. Se encaminó hacia su casa. Esa noche Shale City parecía el pueblo más bonito del mundo. El cielo era azul pálido y había alrededor de un millón de estrellas fulgurantes. Los árboles tenían un color verde oscuro y la brisa fresca jugaba con. ellos. De pronto fue como si el desierto y la brigada no hubiesen existido nunca. Estaba terriblemente cansado pero nadie le miraba y supo que podía detenerse y descansar cuando lo deseara. Quería hacerlo y como de alguna manera había recobrado el aliento ni siquiera sentía el peso de la mochila. Parecía limitarse a andar sin rumbo disfrutando del fresco. Era un poco más de las once.

Y entonces de pronto supo por qué se sentía tan bien cuando debía sentirse mal. Era porque estaba en la calle de Diane. No había llegado hasta allí deliberadamente aunque se había desviado unos doscientos metros de su camino y en realidad estaba terriblemente cansado. Al parecer algo le había impulsado hacia esa calle y se sentía contento de que fuera así. Hasta en las noches comunes siempre se sentía extraño cuando se acercaba a casa de Diane. Cada vez que se aproximaba al sitio donde ella vivía se le apretaba la garganta y se sentía medio inquieto y medio asustado.

Entonces súbitamente pensó no puedes pasar por la casa de Diane con las manos ensangrentadas y sucio como estás. No puedes correr el nesgo de que ella te vea en estas condiciones. Así que cruzó la calle y empezó a deslizarse de puntillas como si ella durmiese y él pudiese despertarla con el ruido de sus pasos y asustarla. Todo el tiempo algo dentro de él le decía mañana la verás mañana la verás mañana la verás.

Luego precisamente en la acera frente a la casa de ella se detuvo y se quedó sin respirar. Diane estaba en las escaleras de la entrada y rodeaba a alguien con sus brazos y alguien la rodeaba a ella con los suyos. Se besaban. El no hizo nada. Sólo se quedó allí oculto por el árbol y observó. No quería mirar pero mirar era lo único que quería Se sintió avergonzado y sin embargo no se movió ni una pulgada. Se quedó allí. Se quedó donde estaba y miró.

Luego el tío que la besaba la soltó y Diane subió las escaleras en esa forma tan graciosa que tenía y al llegar al portal se volvió para sonreír. Por supuesto no pudo verle la cara pero sabía que sonreía. Eso duró un instante y después el que la había besado se alejó calle abajo. Silbaba. Silbaba suavemente y medio bailaba mientras se alejaba del sitio donde había besado a Diane. Cuando salió de la sombra de los árboles la luz de las estrellas le iluminó la cara. Era Bill Harper.

No se movió. Bill Harper siguió andando y dio la vuelta a la esquina. La luz de la sala de la casa de Diane se encendió y se apagó. Luego se encendió la luz del dormitorio. Dos veces vio su sombra por detrás de la cortina. Luego se apagó la luz. El se quedó allí pensando adiós Diane adiós. Después emprendió el camino de su casa. Tenía todos los músculos doloridos. Las manos el estómago y la cabeza le palpitaban y le ardían. La mochila parecía pesar cien libras. Pero no era eso lo que le dolía. Era algo dentro de él que le decía con insistencia no sirves. No sirves para nada.

La gente le preguntaría ¿cómo es que no se te ve más con Diane? y él no tendría respuesta. La gente preguntaría ¿qué pasa entre ti y Bill Harper que no se os ve más juntos? y él no tendría respuesta. Su padre le preguntaría ¿cómo es que has conseguido un trabajo en la brigada y sólo te has quedado un día? y él no tendría respuesta.

Todo había terminado. Era algo que nunca podría explicar. Algo que nadie podría comprender. Había perdido el único amigo a quien se lo podría haber contado. Porque sabía que él y Bill nunca más serían lo que habían sido. A lo mejor podrían estrecharse las manos y decir olvidémoslo y empecemos a andar juntos nuevamente pero no sería lo mismo. Y ambos lo sabrían. Ambos sabrían que Diane estaba entre ellos. Ambos también sabrían que probablemente a Diane no le importaría pero que eso no cambiaría nada. Nunca serían capaces de explicárselo a sí mismos.

Pero más que eso pensaba en Diane. Pensar que nunca la vería nuevamente y que nunca estarían juntos otra vez y que nunca volverían a reír y a bromear juntos era como morirse. No era Glen Hogan quien había provocado esto. El la hubiese perdonado si hubiese sido Glen Hogan. Podría perdonarla por aquello y tratar de reconciliarse. Lo grave era que ella había hecho algo que él nunca podría perdonarle por mucho que la quisiese. Y quería perdonarla. Lo deseaba con todas sus fuerzas. Pero no podría.

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