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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (54 page)

Kreen parecía atónito.

—¿Piensa expulsarme de la nave?

—No ha elegido usted del modo adecuado sus palabras —dijo Haviland Tuf—, y ésa debe ser la razón de que suenen tan mal al oído. Pero no puedo mantenerle a bordo del Arca y si se marchara en una de mis lanzaderas, no habría nadie capaz de entregármela de nuevo. No puedo permitirme sacrificar una valiosa parte de mi equipo para su conveniencia personal.

Kreen torció el gesto.

Intentó replicar sin denotar inquietud.

—La solución a su dilema es muy simple. Iremos los dos en el Grifo. Me llevará hasta Puerto Fe y luego volverá a su nave.

Haviland Tuf acarició a Dax.

—Interesante —dijo—, pero no creo que tal arreglo pudiera funcionar ya que, naturalmente, debe comprender que el viaje me supondría una grave molestia. Estoy totalmente seguro de que debería recibir cierta compensación a cambio de dicho desplazamiento.

Jaime Kreen contempló durante todo un minuto al pálido e impasible rostro de Haviland Tuf. Luego, con un suspiro, le devolvió las cien unidades.

7 – Maná del cielo

La flota s'uthlamesa patrullaba los límites del sistema solar, avanzando por la aterciopelada oscuridad del espacio con la callada y majestuosa gracia de un tigre al acecho, en un rumbo que la llevaría directamente hacia el Arca.

Haviland Tuf estaba sentado ante su consola principal, observando las hileras de pantallas y los monitores del ordenador, con leves y cuidadosos giros de cabeza. La flota que ahora se estaba desviando para recibirle, parecía más y más formidable a cada instante que pasaba. Sus instrumentos habían informado sobre unas catorce naves de gran tamaño y abundantes enjambres de cazas. Nueve globos, de un color blanco plateado, erizados con armamento que no le resultaba familiar, formaban las alas del despliegue. Cuatro largos acorazados de color negro iban en los flancos de la cuña, con sus oscuros cascos emitiendo destellos de energía y la nave insignia, situada en el centro, era un colosal fuerte en forma de disco con un diámetro que los sensores de Tuf evaluaban en unos seis kilómetros. Era la nave espacial más grande que Haviland Tuf había visto desde el día en que, diez años antes, había encontrado el Arca a la deriva. Los cazas iban y venían alrededor del disco, como insectos furiosos dispuestos a utilizar su aguijón.

El largo y pálido rostro de Haviland Tuf seguía tan inmóvil e indescifrable como siempre pero Dax, sentado en su regazo, emitió un leve sonido de inquietud y Tuf juntó sus manos formando un puente con los dedos.

Una luz se encendió indicando una comunicación.

Haviland Tuf pestañeó, extendió la mano con tranquila decisión y conectó el receptor.

Había esperado que en la pantalla se materializaría un rostro, pero quedó decepcionado. Los rasgos de su interlocutor estaban ocultos por un visor de plastiacero negro formando parte de un traje de combate que relucía como un espejo. Una estilizada representación del globo de S'uthlam adornaba la cresta metálica que brotaba encima del casco y, detrás del visor, grandes sensores rojizos ardían dando la impresión de dos ojos. A Haviland Tuf la imagen le hizo acordarse de un hombre muy desagradable que había conocido en el pasado.

—No resultaba necesario vestirse con tal formalidad por mi causa —dijo Haviland Tuf con voz átona. Aún más, en tanto que el tamaño de la guardia de honor que han enviado para recibirme, halaga un poco mi vanidad, con un escuadrón mucho más pequeño y no tan imponente habría sido más que suficiente. La formación actual es tan grande y formidable que invita a pensar, y un hombre de naturaleza menos confiada que la mía podría sentir la tentación de malinterpretar su propósito y ver en ella alguna intención intimidatoria.

—Aquí Wald Ober, comandante de la Flota Defensiva Planetaria de S'uthlam, Ala Siete —dijo la imagen de la pantalla con una voz grave, electrónicamente distorsionada.

—Ala Siete —repitió Tuf. Ciertamente. Ello sugiere la posibilidad de que existan como mínimo otros seis escuadrones igualmente dignos de temor. Al parecer las defensas planetarias de S'uthlam han aumentado un tanto desde mi última visita.

Wald Ober no pareció nada interesado en sus palabras.

—Ríndase de inmediato o será destruido —le dijo secamente.

Tuf pestañeó.

—Me temo que existe un lamentable malentendido.

—Se ha declarado un estado de guerra entre la República Cibernética de S'uthlam y la alianza de Vandeen, Jazbo, el Mundo de Henry, Skrymir, Roggandor y el Triuno Azur. Ha entrado en una zona restringida. Ríndase o será destruido.

—No me ha entendido usted, señor —dijo Tuf—. En tan desgraciada confrontación yo soy neutral, aunque no me hubiera dado cuenta de tal calidad hasta ahora mismo. No formo parte de facción, cábala ni alianza alguna y sólo me represento a mí mismo, un ingeniero ecológico con los motivos más benignos que imaginarse puedan. Por favor, no se alarme ante el tamaño de mi nave. Estoy seguro de que en el pequeño lapso de cinco años, los afamados trabajadores y cibertecs del Puerto de S'uthlam no pueden haber olvidado por completo mis previas visitas a su interesantísimo mundo. Soy Haviland.

—Sabemos quién es, Tuf —dijo Wald Ober—, Reconocimos el Arca apenas desconectó el hiperimpulso. La alianza no tiene acorazados que midan treinta kilómetros de largo, alabada sea la vida. Tengo órdenes específicas del Consejo, el cual me indicó que vigilara la zona esperándole.

—Ya veo —dijo Haviland Tuf.

—¿Por qué cree que nuestra ala le está rodeando? —dijo Ober.

—Tenía la esperanza de que fuera un gesto afectuoso de bienvenida —dijo Tuf—. Pensaba que podía tratarse de una escolta amistosa que me trajera sus saludos y cestillas de regalo consistentes en hongos frescos y suculentos, abundantemente sazonados. Pero veo que mis suposiciones carecían de todo fundamento.

—Tuf, nuestra última advertencia. Dentro de unos cuatro minutos nos encontraremos a la distancia de tiro. Ríndase ahora o será destruido.

—Caballero —dijo Tuf—, le ruego consulte con sus jefes antes de que cometa un lamentable error. Estoy seguro de que se ha dado alguna confusión en las comunicaciones y...

—Ha sido juzgado en ausencia y se le ha considerado culpable de ser un criminal, un hereje y un enemigo del pueblo de S'uthlam.

—He sido espantosamente malinterpretado —protestó Tuf.

—Hace diez años escapó a nuestra flota, Tuf. No crea que podrá hacerlo de nuevo. La tecnología s'uthlamesa no se ha quedado quieta y nuestras nuevas armas pueden hacer trizas sus anticuados escudos defensivos, se lo prometo. Nuestros mejores historiadores estudiaron esa pesada reliquia del CIE que tiene usted y yo mismo supervisé las simulaciones. Tenemos su bienvenida perfectamente preparada.

—No tengo el menor deseo de parecer poco agradecido, pero no era necesario tomarse tales molestias —dijo Tuf Volvió la cabeza hacia las pantallas que había a los dos lados de la angosta sala de comunicaciones y estudió la falange de naves s'uthlamesas que se iba cerrando rápidamente sobre el Arca—. Si esta hostilidad no provocada hunde sus raíces en mi cuantiosa deuda para con el Puerto de S'uthlam, puedo tranquilizarle y asegurarle que estoy dispuesto a efectuar su pago de forma inmediata.

—Dos minutos —dijo Wald Ober.

—Lo que es más, caso de que S'uthlam necesite más servicios de ingeniería ecológica me siento repentinamente inclinado a ofrecérselo por un precio sumamente reducido.

—Ya hemos tenido bastante con sus soluciones. Un minuto.

—Al parecer sólo se me permite una opción viable —dijo Haviland Tuf.

—Entonces, ¿se rinde? —le preguntó con suspicacia el comandante.

—Creo que no —dijo Haviland Tuf Extendió la mano y sus largos dedos bailaron sobre una serie de teclas holográficas, levantando las viejas pantallas defensivas del Arca.

El rostro de Wald Ober no resultaba visible, pero en su voz era fácilmente perceptible un matiz sarcástico.

—Pantallas imperiales de la cuarta generación, con triple redundancia y frecuencias superpuestas, con todas las fases de protección coordinadas por los ordenadores de su nave. Su casco está hecho con placas de aleación especial. Le dije que habíamos estado investigando.

—Su avidez de conocimientos me parece de lo más encomiable —dijo Tuf.

—Puede que su siguiente sarcasmo sea el último que profiera, mercader. Así que más le valdría intentar que, al menos, sea bueno. Lo que intento decirle es que conocemos a la perfección todos sus recursos y sabemos, hasta el decimocuarto decimal, la cantidad de castigo que pueden absorber las defensas de una sembradora del CIE y que estamos preparados para darle más de lo que puede manejar —giró la cabeza a un lado—. Listos para empezar el fuego —le ordenó secamente a un subordinado invisible. Cuando el oscuro casco giró nuevamente hacia Tuf, Ober añadió. Queremos el Arca y no podrá impedir que la consigamos. Treinta segundos.

—Me temo que no estoy de acuerdo con ello —dijo Tuf con voz tranquila.

—Harán fuego cuando yo dé la orden —dijo Ober. Si insiste en ello, me encargaré de ir contando los últimos segundos de su vida. Veinte. Diecinueve. Dieciocho...

—Jamás había oído contar con tal vigor —dijo Tuf—. Por favor, le ruego que no se deje distraer por mis malas noticias y no cometa ningún error.

—... Catorce. Trece. Doce.

Tuf cruzó las manos sobre el estómago.

—Once. Diez. Nueve —Ober miró con cierta inquietud a un lado y luego nuevamente hacia la pantalla.

—Nueve —anunció Tuf—, un número precioso. Normalmente le sigue el ocho y luego el siete.

—Seis —dijo Ober, con voz algo vacilante—. Cinco.

Tuf aguardó en silencio.

—Cuatro. Tres —dejó de contar— ¿Qué malas noticias? —rugió súbitamente encarándose con la pantalla.

—Caballero —dijo Tuf—, si piensa usted gritar, tenga la bondad de ajustar el volumen de su comunicación —alzó un dedo. Las malas noticias son que el mero acto de abrir un agujero en las pantallas defensivas del Arca, lo cual no tengo duda alguna de que le resultará fácil conseguir, pondrá en funcionamiento un pequeño dispositivo termonuclear que he situado con anterioridad en la biblioteca celular de la nave, destruyendo con ello todo el material de clonación que hacen del Arca una nave sin parangón, de valor incalculable y ampliamente codiciada por todos.

Hubo un largo silencio. Los relucientes sensores escarlata que ardían bajo el oscuro visor de Wald Ober parecieron arder aún más ferozmente al clavarse en la pantalla que mostraba los impasibles rasgos de Tuf.

—Está mintiendo —dijo por último el comandante.

—Ciertamente —dijo Tuf—, me ha descubierto. Qué idiotez por mi parte el suponer que me resultaría fácil engañar a un hombre de su perspicacia con un engaño tan claramente infantil. Y ahora me temo que abrirá fuego contra mí, haciendo pedazos mis pobres y anticuadas defensas, con lo cual demostrará que he mentido. Permítame un instante para despedirme de mis gatos —cruzó las manos lentamente sobre su gran estómago y esperó a que el comandante le contestara. La flota de S'uthlam, según indicaban sus instrumentos, se encontraba ahora a distancia de tiro.

—¡Eso es justamente lo que haré, condenado aborto! —gritó Wald Ober.

—Aguardaré con abatida resignación —dijo Tuf sin moverse.

—Tiene veinte segundos —dijo Ober.

—Me temo que mis noticias le han confundido, ya que la cuenta anterior se había detenido en el número tres. Sin embargo, aprovecharé sin vergüenza alguna su error para saborear todos los instantes de vida que aún me quedan.

Durante un tiempo que pareció interminable se contemplaron en silencio. Cómodamente instalado en el regazo de Tuf, Dax empezó a ronronear. Haviland Tuf movió la mano y empezó a pasarla suavemente sobre su largo pelaje negro. Dax aumentó el volumen de su ronroneo y empezó a clavar sus garras en las rodillas de Tuf.

—¡Oh! ¡Váyase al infierno, condenado aborto! —dijo Wald Ober señalando con un dedo la pantalla. Puede que haya logrado detenernos por el momento, Tuf, pero le advierto que ni sueñe con la posibilidad de irse. Su biblioteca celular se perdería igualmente para nosotros si escapara y caso de tener que elegir entre su huida y su muerte, me quedo con su muerte.

—Comprendo su posición —dijo Haviland Tuf—, aunque yo, por supuesto, optaría por la huida. Sin embargo, tengo una deuda que saldar con el Puerto de S'uthlam y no puedo huir tal y como usted teme sin perder mi honor, con lo cual le ruego acepte mis garantías de que tendrá todas las oportunidades del mundo para contemplar mi rostro, y yo su temible máscara, mientras permanecemos atrapados en esta incómoda situación.

Wald Ober nunca tuvo la ocasión de replicar. Su máscara de combate se esfumó de la pantalla y fue reemplazada por un rostro femenino, no demasiado agraciado. Tenía labios anchos; una nariz que había sido rota en más de una ocasión; una piel aparentemente dura como el cuero y con el tono entre azul y negro que es resultado de una prolongada exposición a las radiaciones duras y de muchas décadas consumiendo píldoras anticarcinoma, y unos ojos claros que brillaban entre una red de pequeñas arrugas. Todo ello iba rodeado por una asombrosa aureola de cabellos grises.

—Eso es lo que pasa por hacernos los duros —dijo ella. Ha ganado, Tuf. Ober, a partir de ahora es usted una escolta honorífica. Cambie la formación y acompáñele a la telaraña, ¡maldición!

—Qué amabilidad y consideración —dijo Haviland Tuf—. Me complace informarle de que estoy en condiciones de efectuar el último pago que se le debe al Puerto de S'uthlam por las reparaciones del Arca.

—Espero que haya traído también un poco de comida para gatos —dijo secamente Tolly Mune. Ese teórico suministro «para cinco años» que me dejó, se agotó hace ya dos —suspiró. Supongo que no sentirá deseos de retirarse y vendernos el Arca.

—No, ciertamente —replicó Tuf.

—Ya me lo pensaba. De acuerdo, Tufi vaya abriendo la cerveza. Hablaré con usted tan pronto llegue a la telaraña.

—Sin la menor intención de ser irrespetuoso, debo confesar que en este momento no me encuentro en el estado anímico más propicio para atender a una huésped tan distinguida. El comandante Ober me ha informado, hace muy poco, que fui juzgado y declarado criminal y hereje, concepto que me resultaba de lo más curioso dado que, ni soy ciudadano de S'uthlam, ni profeso su religión dominante, pero no por ello ha dejado de inquietarme. En estos momentos me encuentro dominado por el miedo y la preocupación.

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