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Authors: George R. R. Martin

Tags: #Aventuras, #Ciencia ficción

Los viajes de Tuf (56 page)

Tolly Mune frunció el ceño.

—Tuf, ahórreme sus chistes. Ahora soy Primera Consejera, ¡maldición!, y me encuentro contemplando el rostro feo y granujiento del desastre. La guerra y las restricciones alimenticias son sólo parte de él y no puede imaginarse los problemas que tengo.

—Quizá no pueda imaginarlos en detalle —dijo Tuf—, pero las líneas generales me resultan fáciles de discernir. No pretendo ser omnisciente, pero cualquier persona dotada de una inteligencia razonable puede observar ciertos hechos y hacer a partir de ellos ciertas deducciones. Quizá las deducciones a que he llegado sean erróneas, y sin Dax no puedo estar seguro de ello, pero me siento inclinado a pensar que no es así.

—¿Qué condenados hechos? ¿Qué deducciones?

—En primer lugar —dijo Tuf—, S'uthlam se encuentra en guerra con Vandeen y sus aliados. Ergo, puedo inferir que la facción tecnocrática, que en tiempos dominó la política s'uthlamesa, ha cedido al poder a sus rivales, los expansionistas.

—No del todo —dijo Tolly Mune—, pero la idea, en principio, es condenadamente acertada. Los expansionistas han ido ganando puestos en cada elección desde que se fue, pero hemos logrado mantenerles fuera del poder mediante una serie de gobiernos de coalición. Los aliados dejaron bien claro, hace años, que un gobierno expansionista supondría la guerra. ¡Infiernos!, de momento no tenemos aún a los expansionistas en el gobierno pero ya tenemos la condenada guerra —meneó la cabeza. En los últimos cinco años hemos tenido cinco Primeros Consejeros distintos. Yo soy la última, pero probablemente vendrá alguien detrás mío.

—Sus últimos cálculos parecen más bien sugerir que la guerra no ha tenido aún efectos sobre la población —dijo Tuf.

—No, gracias a la vida —dijo Tolly Mune—. Cuando la flota de guerra aliada llegó, estábamos preparados. Teníamos nuevas naves y nuevos sistemas de armamento, todo construido en secreto. Cuando los aliados vieron lo que les aguardaba se retiraron sin hacer ni un disparo. Pero volverán, ¡maldita sea!, sólo es cuestión de tiempo. Y ya tenemos informes de que se preparan para un ataque en serio.

—Partiendo de su actitud general y de cierta desesperación que se refleja en ella —dijo Tuf—, también podría deducir que las condiciones en la misma S'uthlam se están deteriorando con rapidez.

—¿Cómo diablos lo sabe?

—Es obvio —dijo Tuf—. Puede que sus cálculos indiquen hambre de masas y el derrumbe para dentro de unos doce años, pero ello no quiere decir que la vida en S'uthlam vaya a permanecer agradable y tranquila hasta ese momento y que entonces vaya a oírse un sonoro repique de campanas, durante el cual su mundo se haga pedazos. Tal idea es ridícula. Dado que se encuentran muy cerca del punto crucial es lógico y esperable que muchas de las calamidades, típicas de una cultura en desintegración sean ya presentes en su mundo.

—Las cosas están ¡Infiernos! ¿Por dónde empiezo?

—Normalmente el principio es un buen lugar para hacerlo —dijo Tuf.

—Son mi gente, Tuf. El mundo que da vueltas ahí abajo es el mío. Es un buen planeta, pero últimamente si no estuviera mejor informada diría que la locura es contagiosa. El crimen ha subido un doscientos por cien desde su última visita y los homicidios han subido un quinientos por cien, en tanto que el suicidio se ha multiplicado un dos mil por cien. Cada día fallan con mayor frecuencia los servicios básicos, hay apagones, fallos de sistemas, huelgas salvajes, vandalismo. Hemos tenido informes de canibalismo en lo más hondo de las ciudades subterráneas. Y no casos aislados, sino realizados por malditas pandillas enteras. De hecho tenemos sociedades secretas de todo tipo. Un grupo se apoderó de una factoría alimenticia, la mantuvo en su poder durante dos semanas y acabó librando una batalla campal con la policía. Hay otro grupo de chiflados que ha empezado a secuestrar mujeres embarazadas y... —Tolly Mune torció el gesto y Blackjack lanzó un bufido—. Es difícil hablar de ello. Una mujer con un niño dentro es algo muy especial para nosotros, Tuf, pero esos me cuesta llamarles personas, Tuf. Estos monstruos han llegado al extremo de aficionarse al sabor de...

Haviland Tuf alzó la mano hacia ella.

—No diga más, ya lo he comprendido, Continúe.

—También tenemos montones de maníacos en solitario —dijo. Alguien dejó caer una sustancia altamente tóxica en los tanques de una factoría alimenticia, hace dieciocho meses, y tuvimos más de doce mil muertos. La cultura de masas S'uthlam siempre ha sido tolerante, pero últimamente hay un infierno de cosas que tolerar, si es que me entiende. Tenemos una creciente obsesión hacia la muerte, la violencia y las mutilaciones. Hemos tenido varios episodios de resistencia masiva a nuestros intentos de remodelar el ecosistema siguiendo sus recomendaciones. Algunas bestias de carne fueron envenenadas, otras murieron en explosiones y se le ha prendido fuego a plantaciones enteras de vainas jersi. Bandas organizadas de buscadores de emociones se dedican a cazar a esos malditos jinetes del viento con arpones y planeadores especiales. No tiene sentido. En consenso religioso tenemos todo tipo de nuevos cultos raros. ¡Y la guerra! Sólo la vida puede saber cuánta gente morirá, pero es tan popular como diablos, no lo sé. Creo que es más popular que el sexo.

—Ciertamente —dijo Tuf. No me siento demasiado sorprendido. Doy por sentado que la cercanía del desastre sigue siendo un secreto estrechamente guardado por el Consejo de S'uthlam, al igual que lo fue en el pasado.

—Por desgracia no —dijo Tolly Mune. Una de las consejeras de la minoría decidió que era incapaz de tener la boca cerrada, así que llamó a los malditos fisgones y vomitó la noticia por todas las redes de vídeo. Quizá quería ganar unos cuantos millones más de votos, creo yo. Pero funcionó. Además, puso en marcha otro condenado escándalo y obligó a dimitir, una vez más, a otro Primer Consejero. Para aquel entonces ya no había donde encontrar otra víctima propiciatoria salvo en lo alto y, ¿adivina a quién cogieron? A nuestra heroína favorita del vídeo, a la burócrata controvertida, a Mamá Araña, a mí. A ésa escogieron.

—Me había resultado obvio que se refería a usted misma —dijo Tuf.

—Por aquel entonces ya nadie me odiaba demasiado. Tenía una cierta reputación de eficiencia, los restos de una imagen romántica popular y resultaba mínimamente aceptable para todas las grandes facciones del Consejo. De eso hace ya tres meses y de momento puedo decir que mi mandato ha sido un condenado infierno —su sonrisa parecía algo forzada—. También en Vandeen reciben nuestros noticiarios y, al mismo tiempo que tenía lugar mi maldito ascenso, decidieron que S'uthlam era, y cito textualmente, una amenaza a la paz y a la estabilidad del sector. Fin de la cita. Luego reunieron a sus condenados aliados para decidir lo que debían hacer con nosotros. Acabaron dándonos un ultimátum: o poníamos en vigor, por la fuerza, el racionamiento inmediato y el control de nacimientos obligatorio o la alianza ocuparía S’uthlam y lo haría por nosotros.

—Una solución viable, pero con muy poco tacto —comentó Tuf—. De ahí viene su guerra actual. Pero todo eso no explica la actitud con que se me ha recibido. Por dos veces he podido ayudar a su mundo y estoy seguro de que no pensarán que voy a negarles mi asistencia profesional en una tercera ocasión.

—Yo pensaba que haría cuanto pudiera —le señaló con un dedo—. Pero siguiendo sus propios términos, Tuf. Infiernos, nos ha ayudado, sí, pero siempre ha sido a su manera y todas sus soluciones han acabado resultando por desgracia poco duraderas.

—Le advertí repetidamente que todos mis esfuerzos eran sólo meras dilaciones al problema básico —replicó Tuf.

—No hay calorías en las advertencias, Tuf. Lo siento pero no tenemos elección. Esta vez no podemos permitirle que ponga un vendaje sobre nuestra hemorragia y que se marche. Cuando volviera para enterarse de qué tal nos iban las cosas no encontraría ningún condenado planeta al que volver. Necesitamos el Arca, Tuf, y la necesitamos de forma permanente. Estamos preparados para utilizarla. Hace diez años dijo que la biotecnología y la ecología no eran campos en los que fuéramos muy expertos y entonces, tenía razón. Pero los tiempos cambian. Somos uno de los mundos más avanzados de toda la civilización humana y durante una década hemos estado consagrando casi todos nuestros esfuerzos educativos a la preparación de ecólogos y bioespecialistas. Mis predecesores nos trajeron teóricos de Avalon, Newholme y de una docena de mundos más. Eran gente muy brillante, algunos auténticos genios. Incluso logramos atraer unos cuantos brujos genéticos de Prometeo —acarició a su gato y sonrió. Fueron de gran ayuda para crear a Blackjack.

—Ciertamente —dijo Tuf.

—Estamos listos para usar el Arca. No importa lo capaz que sea usted, Tuf, sólo es un maldito hombre. Queremos tener su sembradora permanentemente en órbita alrededor de S'uthlam, con una tripulación continua de doscientos científicos y expertos en genética de lo mejorcito que poseemos, de modo que podamos tratar la crisis alimenticia día a día. Esta nave y su biblioteca celular, así como todos los datos que hay perdidos en sus ordenadores, representan nuestra última y mejor esperanza, estoy segura de que se da cuenta de ello. Créame, Tuf, no le di órdenes a Ober para que se apoderara de su nave, sin tomar antes en consideración todas las malditas opciones que se me ocurrieron. Sabía que jamás querrá venderla, ¡maldición! ¿Qué otra elección tengo? No queremos engañarle y yo personalmente habría insistido en que se le pagara un buen precio.

—Todo ello suponiendo que siguiera con vida después del asalto —indicó Tuf. Lo que, en el mejor de los casos, me parece bastante dudoso.

—Ahora está vivo y sigo dispuesta a comprarle esta maldita nave. Podría quedarse a bordo y trabajar con nuestra gente. Estoy preparada para ofrecerle un empleo vitalicio. Fije usted mismo su salario, lo que desee. ¿Quiere quedarse con esos once millones? Son suyos. ¿Quiere que le cambiemos el nombre al condenado planeta en su honor? Dígalo y se hará.

—Se llamara Planeta S'uthlam o Planeta Tuf seguiría estando igual de repleto —contestó Haviland Tuf—. Si me mostrara de acuerdo con esta oferta que me hace, es indudable que tienen ustedes la intención de usar el Arca solamente para incrementar su productividad calórica y de ese modo poder alimentar a su gente.

—Por supuesto —dijo Tolly Mune.

El rostro de Tuf permanecía inmutable y carente de toda expresión.

—Me complace saber que jamás se le ha pasado por la cabeza, ni a usted, ni a ninguno de sus asociados del Consejo, que el Arca podría ser utilizada en su forma original, como instrumento de guerra biológica. Por desgracia yo he perdido tan refrescante inocencia, y me encuentro muy a menudo presa de visiones, tan cínicas como poco caritativas, en las cuales el Arca es usada para desencadenar el caos ecológico sobre Vandeen, Skrytnir, Jazbe, y el resto de planetas de la alianza. Llego incluso a imaginar el genocidio que prepararían en dichos mundos para la colonización en masa. Lo cual, creo recordar, es la política que propugna su siempre belicosa facción expansionista.

—Eso es ir demasiado lejos, ¡maldita sea! —le replicó secamente Tolly Mune–. Tuf, la vida es sagrada para los s'uthlameses.

—Ciertamente. Sin embargo, dado que me encuentro irremisiblemente envenenado por el cinismo, no puedo evitar la sospecha de que los s'uthlameses acaben decidiendo que algunas vidas son más sagradas que otras.

—Tuf, usted me conoce —dijo ella con voz gélida y tensa—. Nunca permitiría algo así.

—Y caso de que un plan semejante fuera puesto en marcha, pese a todas sus protestas, no me cabe ni la menor duda de que su carta de dimisión estaría formulada en un lenguaje más bien cortante —dijo Tuf con voz átona—. No me parece suficiente garantía y siento el pálpito sí, el pálpito, de que los aliados pueden llegar a compartir mis sentimientos en cuanto a ese punto concreto del problema.

Tolly Mune acarició a Blackjack bajo la barbilla. El gato empezó a gruñir guturalmente. Lo dos observaban a Tuf.

—Tuf —dijo ella—, hay millones de vidas en juego, puede que miles de millones. Podría enseñarle cosas que le harían erizar el cabello. Es decir, si es que tuviera algún condenado pelo, claro.

—Dado que no lo tengo, se trata de una obvia hipérbole —dijo Tuf.

—Si consiente en ir en una lanzadera hasta la Casa de la Araña, podríamos tomar los ascensores que llevan a la superficie de S'uthlam y...

—Creo que no lo haré. Me parecería un acto de lo más estúpido abandonar el Arca dejándola vacía y sin defensas, en pleno clima de beligerancia y con la desconfianza que se ha apoderado ahora de toda S'uthlam. Lo que es más, aunque pueda tenerme por arbitrario y excesivamente remilgado, con el paso de los años he acabado perdiendo el grado de tolerancia que antaño tuve hacia las multitudes, el vocerío, las miradas groseras, las manos que no deseo tocar, la cerveza aguada y las porciones minúsculas de alimentos sin el menor sabor. Tal y como recuerdo, ésas eran las principales delicias que se podían hallar en S'uthlam.

—Tuf, no deseo amenazarle.

—Pero está a punto de hacerlo.

—Me temo que no se le permitirá salir del sistema. No intente tomarme el pelo como se lo tomó a Ober. Todo eso de la bomba es un condenado invento y los dos lo sabemos.

—Me ha descubierto —dijo Tuf con rostro inexpresivo.

Blackjack le bufó.

Tolly Mune bajó la mirada hacia el gran gato, sobresaltada.

—¿Que no lo es? —dijo horrorizada ¡Oh! ¡Infiernos y maldición!

Tuf estaba manteniendo una silenciosa competición de miradas con el felino de pelo gris plateado. Ninguno de los dos pestañeaba.

—No importa —dijo Tolly Mune. No puede moverse de aquí. Resígnese a ello. Nuestras nuevas naves pueden destruirle y lo harán si intenta huir.

—Ciertamente —dijo Tuf. Y, por mi parte, yo destruiré la biblioteca celular caso de que intenten abordar el Arca. Al parecer hemos llegado a una situación de tablas, pero afortunadamente no es preciso que dure mucho tiempo. Mientras iba viajando de un lado a otro por la estrellada inmensidad del espacio, S'uthlam nunca ha estado demasiado lejos de mis pensamientos y, durante los periodos en los cuales carecía de compromisos profesionales, he mantenido una metódica serie de investigaciones para construir una solución auténtica, justa y permanente de sus dificultades.

Blackjack se dejó caer nuevamente en el regazo de su dueña y empezó a ronronear.

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