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Authors: Kim Stanley Robinson

Marte Azul (58 page)

Sax fue uno de los primeros en probarlo. Le atraía la idea porque hacía innecesaria las máscaras en el exterior y él pasaba mucho tiempo fuera. Los niveles de dióxido de carbono de la atmósfera representaban todavía unos cuarenta milibares de los 500 al nivel del mar; el resto lo constituían 260 milibares de nitrógeno, 170 de oxígeno y 30 de un combinado de gases nobles. Por tanto, seguía habiendo demasiado CO
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para los humanos. Pero después de la transcripción Sax caminó al aire libre, observando la amplia variedad de animales con transcripciones similares que pululaban por el exterior. Todos ellos monstruos que se acomodaban en sus nichos ecológicos, en un confuso flujo de oleadas, extinciones, invasiones y retrocesos, buscando un equilibrio que no podía existir dado el clima cambiante. En otras palabras, nada diferente de la vida que habían llevado en el planeta Tierra; pero en Marte todo sucedía a un ritmo más rápido, espoleado por cambios, modificaciones, introducciones, transcripciones, traslados provocados por los humanos, intervenciones que daban buenos resultados, otras que salían mal, efectos involuntarios, imprevistos, inadvertidos. Algunos científicos serios habían abandonado cualquier pretensión de gobernar nada. «Que suceda lo que tenga que suceder», decía Spencer cuando llevaba encima una buena curda. El comentario ofendía la percepción de Michel de lo que era significativo, pero no podía hacerse nada al respecto a excepción de cambiar la manera de percibirlo. Contingencia, el flujo de la vida; en una palabra, evolución. De la palabra latina usada para referirse al desarrollo de un libro. Pero tampoco evolución dirigida, ni mucho menos. Evolución influenciada quizás, evolución acelerada sin duda (en algunos aspectos al menos). Pero no gobernada. No sabían lo que estaban haciendo y les llevaría algún tiempo acostumbrarse a ello.

Sax recorría la península de Da Vinci, un rectángulo limitado por los fiordos Simud, Shalbatana y Ravi, que desembocaban en el extremo meridional del golfo de Chryse. Al oeste, en las bocas de los fiordos Ares y Tiu, había dos islas, Copérnico y Galileo. Un rico entramado de tierra y mar, idóneo para la aparición de la vida: los técnicos de Da Vinci no podían haber escogido un sitio mejor, aunque Sax estaba seguro de que no se habían fijado en las tierras adyacentes cuando instalaron allí los laboratorios espaciales de la resistencia. Todo lo que habían tenido en cuenta era que el cráter tenía un borde grueso y estaba lejos de Burroughs y Sabishii. Habían tropezado con el paraíso, que les proporcionaría toda una vida de estudio sin necesidad de salir de casa.

Hidrología, biología de invasión, areología, ecología, ciencia de los materiales, física de las panículas, cosmología: todos esos campos interesaban sobremanera a Sax, pero buena parte de su trabajo cotidiano durante aquellos años se relacionaba con el clima. La península de Da Vinci sufría unos cambios brutales: tormentas cargadas de agua que viajaban hacia el sur cruzando el golfo, vientos katabáticos secos procedentes de las tierras altas del sur que se encauzaban por los cañones de los fiordos y originaban enormes olas con dirección norte en el mar. Debido a que estaban muy cerca del ecuador, el ciclo perihelio/afelio los afectaba mucho más que la inclinación ordinaria de las estaciones. El afelio llevaba tiempo frío al menos hasta los 20 grados de latitud al norte del ecuador, mientras que el perihelio abrasaba el ecuador tanto como el sur. Durante los eneros y los febreros, el aire calentado por el sol subía hasta la estratosfera, viraba al este en la tropopausa y se unía a las corrientes del chorro en sus circunnavegaciones. Las corrientes del chorro difluían alrededor de la mole de Tharsis; la corriente meridional traía agua de la bahía de Amazonis y la descargaba sobre Daedalia e Icaria, y a veces incluso en la cara occidental de las montañas de la cuenca de Argyre, donde se estaban formando glaciares. El brazo septentrional corría sobre las tierras altas de Tempe/Mareotis y luego sobre el mar del Norte, donde se cargaba del agua que alimentaba las continuas tormentas. Más al norte, sobre el casquete polar, el aire se enfriaba y caía sobre el planeta en rotación, originando vientos de superficie que soplaban desde el nordeste. Esos vientos secos y fríos se deslizaban a veces bajo el aire más cálido y húmedo de las brisas templadas del oeste y favorecían la formación de enormes frentes de cumulonimbos que subían desde el mar del Norte, cumulonimbos de veinte kilómetros de altura.

El hemisferio sur, más uniforme que el septentrional, tenía vientos que obedecían con mayor claridad si cabe a las leyes de la física del aire sobre una esfera en rotación: alisios del sudeste desde el ecuador a la latitud 30; vientos generales del oeste desde la latitud 30 hasta la 60; vientos polares del este desde allí hasta el polo. Existían vastos desiertos en el sur, sobre todo entre las latitudes 15 y 30, donde el aire que subía en el ecuador volvía a bajar, provocando altas presiones y un aire tórrido que contenía gran cantidad de vapor de agua sin condensar; apenas llovía en aquella franja, que incluía las provincias hiperáridas de Solis, Noachis y Hesperia. En esas regiones los vientos incorporaban el polvo del suelo seco, y las tormentas de polvo, si bien más localizadas que antes, eran también más densas, como Sax había comprobado, desgraciadamente, en Tyrrhena en compañía de Nirgal.

Aquéllas eran las pautas generales del clima marciano: violento en torno al afelio, benigno durante los helioequinoccios; el sur, el hemisferio de los extremos, el norte, el de la moderación. O eso sugerían algunos modelos. A Sax le gustaba jugar con los simuladores, pero sabía que su correspondencia con la realidad era en el mejor de los casos aproximada; cada año era excepcional por un motivo u otro, y los distintos estadios de la terraformación determinaban cambios en las condiciones. El futuro del clima era impredecible, incluso si se congelaban las variables y se pretendía que la terraformación se había estabilizado, cosa que no había ocurrido. Una y otra vez estudió Sax mil años de clima, alterando variables en los modelos, y en cada ocasión pasaba velozmente un milenio distinto. Fascinante. La ligera gravedad y la escala de altura de la atmósfera resultante, el vasto relieve vertical de la superficie, la presencia del mar del Norte, cuya superficie podía helarse o no, el aire cada vez más denso, el ciclo perihelio/afelio, cuya excentricidad iba precediendo lentamente en el curso de las estaciones... Todo esto quizá tuviera efectos predecibles, pero combinados convertían el clima marciano en algo incomprensible, y cuanto más lo estudiaba Sax, menos creía saber. Pero era fascinante y podía pasarse el día observando la representación de las iteraciones.

O bien sentado en el exterior, en Punto Simshal, observando el paso veloz de las nubes en los cielos color jacinto. El fiordo de Kasei, al noroeste, canalizaba las ráfagas katabáticas más violentas del planeta, que desembocaban en el golfo de Chryse a velocidades que en ocasiones alcanzaban los quinientos kilómetros por hora. Unas nubes de color canela sobre el horizonte septentrional solían revelar la presencia de esos vientos aulladores, y diez o doce horas más tarde se levantaban grandes olas que avanzaban desde el norte y embestían furiosamente los acantilados, espumosas cuñas de agua de cincuenta metros de altura que chocaban contra la roca y convertían el aire sobre la península en una espesa niebla blanquinosa. Era peligroso ser sorprendido en el mar por una de esas galernas, como descubrió navegando por las aguas costeras del golfo meridional en un pequeño catamarán.

Era mucho más agradable observar las tormentas desde los acantilados. Ese día sólo reinaba un viento continuo y fuerte y la distante oscuridad de una borrasca sobre las aguas al norte de Copérnico, y el calor del sol en la piel. La tendencia de la temperatura media global era ascendente; si en las gráficas la abscisa correspondía al tiempo, se observaba una cadena montañosa que subía. El Año Sin Verano sólo era una antigua sima; en realidad había durado tres años, pero no iban a cambiar el nombre por un simple dato. Tres Años Inusualmente Fríos... No, no tenía lo que los humanos exigían, una suerte de condensación de la verdad que dejaba una intensa huella en la memoria. Pensamiento simbólico: los humanos necesitaban asociar cosas. Sax lo sabía porque había pasado mucho tiempo en Sabishii con Michel y Maya. La gente adoraba lo dramático, Maya quizá más que la mayoría, pero servía como ejemplo, el caso límite que confirmaba la norma. A Sax le preocupaba el efecto que esto podía tener en Michel. Su viejo amigo parecía no disfrutar de la vida. Nostalgia, del griego
nostos
, «regreso al hogar», y
algos
, «dolor». Dolor del regreso a casa. Una descripción muy adecuada; a pesar de su vaguedad las palabras podían a veces ser muy precisas. Era paradójico hasta que uno estudiaba el funcionamiento del cerebro: un modelo de la interacción entre la mente y la realidad física con los bordes desdibujados. Incluso la ciencia tenía que admitirlo. ¡Pero eso no significaba renunciar al intento de explicar las cosas!

Sax apremiaba a Michel.

—Acompáñame a hacer algunos estudios de campo.

—Pronto.

—Concéntrate en el momento —sugirió Sax—. Cada momento tiene una identidad particular. No puedes predecir, pero puedes explicar, o al menos intentarlo. Si eres observador y tienes suerte puedes decir «¡Ésta es la razón por la que sucede!» ¡Es apasionante!

—Sax, ¿cuándo te convertiste en poeta?

Sax no supo qué responder. Michel seguía invadido por una inmensa nostalgia. Finalmente Sax dijo:

—Reserva algo de tiempo para salir al campo.

En los inviernos benignos, cuando los vientos eran apacibles, Sax navegaba alrededor del extremo meridional del golfo de Chryse, el golfo dorado. El resto del año permanecía en la península y salía del cráter Da Vinci a pie o en un vehículo pequeño si tenía intención de pernoctar fuera. Estudiaba sobre todo la meteorología, aunque naturalmente le interesaba todo. Cuando navegaba le agradaba permanecer sentado y sentir el empuje del viento en la vela mientras recorría todos los recovecos de la costa. En tierra firme conducía hasta que encontraba un buen sitio. Entonces aparcaba y salía a pasear.

Pantalones, camisa, impermeable, botas de marcha, su viejo sombrero, todo lo que necesitaba ese día del año marciano 65, un hecho que nunca dejaba de sorprenderlo. Por lo general estaban a 280° kelvins, una temperatura estimulante con la que se sentía cómodo. La media global rondaba los 275° K; una buena media, por encima del punto de congelación, que enviaba un impulso térmico hacia el permafrost. Por sí solo, ese calor tardaría diez mil años en derretir el permafrost, pero naturalmente no estaba solo.

Vagaba sobre musgo de la tundra e hinojo marino, sobre anclote y pastos. La vida en Marte, la vida en cualquier lugar, era un hecho extraño, porque no era en absoluto obvio por qué aparecía. Sax había meditado mucho sobre ello en los últimos tiempos. ¿Por qué existía un orden cada vez mayor en cualquier punto del universo cuando uno esperaría encontrar entropía en todas partes? Esto lo desconcertaba enormemente. Le había intrigado la explicación improvisada que había propuesto Spencer una noche etílica en la cornisa de Odessa: en un universo en expansión, había dicho, el orden no era un verdadero orden, sino meramente la diferencia entre la entropía del momento y la máxima entropía posible. Esa diferencia era lo que los humanos percibían como orden. A Sax le había sorprendido escuchar una idea cosmológica tan interesante en boca de Spencer, pero su amigo era un hombre sorprendente, aunque bebiera demasiado.

Tendido en la hierba, mirando las flores de la tundra, uno no podía evitar reflexionar sobre la vida. A la luz del sol, las delicadas florecillas se erguían sobre sus tallos llenas de color, resplandeciendo debido a la presencia de las antracinas. Ideogramas del orden. No parecían en absoluto una simple diferencia de niveles entrópicos. Una textura primorosa en un simple pétalo: bañado por la luz parecía mostrar sus moléculas, aquí una blanca, allí una lavanda o azul clemátide. Esas motas no eran moléculas, claro está, muy por debajo del poder de resolución del ojo, pero incluso si hubiesen sido visibles, no se estaría ante las últimas unidades constructivas del pétalo, que eran aún más pequeñas, tanto que costaba imaginarlas; más finas que la resolución conceptual de uno, podía decirse. Sin embargo, el grupo teórico de Da Vinci había empezado a susurrar sobre los avances que estaban haciendo en la teoría de las supercuerdas y la gravedad cuántica; habían llegado a predicciones comprobables, históricamente el gran punto débil de la teoría de las cuerdas. Intrigado por esta reconexión con el experimento, Sax se había entregado a la labor de comprender lo que estaban haciendo. Esto significaba cambiar los acantilados por salas de seminario, pero lo había hecho durante las estaciones lluviosas: acudía a las sesiones de grupo de la tarde, escuchaba las ponencias y las discusiones que las seguían, estudiaba los garabatos matemáticos de las pantallas y pasaba las mañanas trabajando con superficies de Riemann, álgebras de Lie y números de Euler, topologías de los espacios compactos hexadimensionales, geometrías diferenciales, variables de Grassmann, operadores de emergencia de Vlad y el resto de las matemáticas necesarias para entender lo que decía la nueva generación.

Sax ya había estudiado antes parte de las matemáticas relacionadas con las supercuerdas. La teoría llevaba dos siglos en vigencia, pero había sido enunciada mucho antes de que dispusieran de la matemática o la capacidad experimental para investigarla con propiedad. La teoría describía las partículas más pequeñas del espaciotiempo no como puntos geométricos sino como bucles ultramicroscópicos que vibraban en diez dimensiones, seis de las cuales estaban compactadas alrededor de los bucles, lo que los convertía en exóticos objetos matemáticos. El espacio en el que vibraban había sido cuantizado por los teóricos del siglo XXI en formaciones de bucles llamadas redes de spin, en las cuales las líneas de fuerza en las fibras más finas del campo gravitatorio actuaban en cierto modo como las líneas de fuerza magnética alrededor de un magneto, permitiendo que las cuerdas vibraran sólo en ciertas armonías. Estas cuerdas supersimétricas que vibraban armónicamente en redes de spin decadimensionales explicaban de manera elegante y plausible las diferentes fuerzas y partículas detectadas en el nivel subatómico, los bosones y fermiones, así como sus efectos gravitatorios. La teoría completa pretendía mezclar con éxito la mecánica cuántica con la gravedad, que había sido el gran problema de la física teórica durante más de dos siglos.

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