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De repente Kirtan pasó de preguntarse cómo era posible que Coruscant alojase a tantas personas a preguntarse si incluso miles de millones de individuos bastarían para dirigir y regular el funcionamiento del Imperio. «O de lo que queda de él…».

La
Objurium
siguió aproximándose a la torre. La abertura parecía un agujero negro que esperaba la llegada de Kirtan para absorberle y atomizarle. Aunque había muchos argumentos aplastantemente lógicos en contra de la teoría de que el Imperio hubiese gastado la elevada suma de dinero necesaria a fin de traerle hasta Coruscant meramente para matarle, Kirtan sabía que la muerte se encontraba muy cerca y que le estaría buscando. Había fracasado, y el Imperio obligaba a pagar un precio terriblemente elevado por los fracasos.

Kirtan deslizó un dedo a lo largo del cuello de su chaqueta para aflojarlo. Argumentar contra su muerte, dejando aparte el desperdicio del dinero gastado en su viaje, le parecía absoluta e indeciblemente ridículo. La única forma de seguir con vida sería poseer algo que la persona que le había ordenado ir hasta allí pudiera encontrar de valor, pero Kirtan no era más que un hombre. Lo único que se imaginaba poseer y que no estaba duplicado por otras diez, cien o mil personas en Coruscant era su vida. «No poseo nada más que sea realmente único…».

La abertura ya se encontraba lo suficientemente cerca para que Kirtan pudiera ver figuras moviéndose de un lado a otro por entre sus sombras. El piloto pulsó un botón de la consola de control. Las alas de la lanzadera subieron y se unieron mientras el tren de aterrizaje empezaba a bajar. La lanzadera siguió avanzando, entró en el hangar y luego descendió lentamente hasta posarse sobre la cubierta. El aterrizaje sólo estuvo acompañado por una leve sacudida, pero los nervios de Kirtan la amplificaron hasta que le pareció tan terrible como el impacto letal de una hoja vibratoria descargada sobre su cuello.

Preparándose para lo peor, Kirtan dejó caer la palma de la mano sobre la hebilla que reposaba encima de su esternón y se liberó de las tiras del arnés de seguridad.

—Le agradezco todo lo que ha hecho por mí, teniente.

El piloto le contempló en silencio durante unos momentos, y después asintió.

—Buena suerte, señor.

Kirtan se puso unos guantes de cuero negro y flexionó la mano derecha.

—Que tengan un buen viaje de vuelta al
Agresor
.

El agente de inteligencia se incorporó lentamente, permitiendo que sus piernas se fueran acostumbrando a la gravedad del planeta, y luego dio la espalda a la cabina y fue hacia la rampa de salida. En la base de la rampa cuatro guardias imperiales, resplandecientes con sus uniformes de color escarlata, esperaban en posición de firmes. Cuando Kirtan pasó por entre ellos, los cuatro guardias giraron sobre sus talones como una sola persona y le acompañaron hasta la entrada situada al otro extremo del hangar.

Las pocas personas a las que Kirtan vio en el hangar no le miraron directamente. Incluso cuando Kirtan volvió la cabeza, intentando observar a alguna de ellas por el rabillo del ojo, no le prestaron ninguna atención. «¿Acaso han visto llegar por aquí a tantas personas sin que regresaran que esto ya no les resulta notable? ¿O piensan quizá que prestarme una atención indebida haría que ellos también acabaran siendo arrastrados por lo que va a acabar conmigo?».

La altura de Kirtan casi le permitía poder ver por encima de la cúpula roja de los cascos de los guardias. Por lo que podía ver, los cuatro eran idénticos en altura y demás dimensiones físicas, pero sus capas ocultaban sus cuerpos lo suficientemente bien para que los detalles que quizá los hubieran diferenciado no pudiesen ser distinguidos. Eso hacía que pareciesen ser idénticos a todos los hologramas de guardias imperiales que había visto Kirtan…, con una pequeña excepción.

Sus capas estaban ribeteadas por una cinta negra. La escasa luz hacía que resultara difícil de distinguir, y su presencia casi creaba la impresión de que los guardias caminaban a unos centímetros de distancia del suelo. El año de luto oficial obligatorio había terminado hacía más de un año…, salvo, naturalmente, en aquellos mundos a los que la notificación de la muerte del Emperador había llegado con retraso o donde, lo que era todavía peor, había inspirado una rebelión abierta. En Coruscant ese posible problema no existía, y en consecuencia Kirtan interpretó la cinta como un signo de la continuada devoción que los guardias seguían profesando a su dueño y señor asesinado.

Salieron del hangar y entraron en un pequeño pasillo que parecía prolongarse interminablemente. Kirtan creyó percibir un ligero arqueamiento del suelo y un temblor en la estructura que le sugirieron que habían entrado en uno de los puentes que se extendían entre la torre y el Palacio propiamente dicho. El angosto pasaje carecía de ventanas, y cualquier clase de adorno que pudiera haber en las paredes estaba tapado por metro tras metro de satén negro.

Después de recorrer aquel pasillo y avanzar por otro, los guardias le llevaron hacia una puerta junto a la que permanecían inmóviles dos miembros de su cuerpo. Sus escoltas se detuvieron cuando los otros dos guardias se volvieron y abrieron las dos hojas de la puerta. Kirtan cruzó el umbral para entrar en una gran sala, cuya pared del fondo estaba totalmente hecha de cristal. La silueta de una mujer alta y delgada se recortaba ante ella, aunque la luz procedente de la superficie del planeta la ribeteaba de rojo.

—Usted es Kirtan Loor.

No era una pregunta, sino una afirmación llena de importantes consecuencias.

—Presentándose tal como se le había ordenado. —Kirtan intentó que su voz sonara tan firme y llena de energía y vitalidad como la de la mujer, pero no lo consiguió y un graznido de puro nerviosismo puntuó su frase—. Puedo explicar mi informe y…

—Si hubiera querido una explicación de su informe, agente Loor, hubiese hecho que sus superiores extrajeran dicha explicación de usted fuera como fuese. —La mujer se volvió lentamente hacia él—. ¿Tiene alguna idea de quién soy?

A Kirtan se le había secado la boca de repente.

—No, señora.

—Me llamo Ysanne Isard, y soy la Inteligencia Imperial. —Extendió los brazos—. Ahora gobierno aquí, y estoy decidida a destruir esta rebelión. Creo que usted puede ayudarme en esa tarea.

Kirtan tragó saliva.

—¿Yo?

—Sí, usted. —Las manos de la mujer volvieron a sus costados—. Espero que mi creencia no sea infundada. Si resulta serlo, me habré tomado muchas molestias y habré gastado mucho dinero para traerle hasta aquí… para nada. Las partidas contables tendrán que ser ajustadas, y no creo que haya ninguna forma de que usted pueda pagar lo que debe.

11

Wedge Antilles sonrió cuando vio que el almirante Ackbar asentía.

—Creo que verá que el escuadrón está haciendo considerables progresos, señor.

El mon calamariano levantó la mirada del cuaderno de datos que había encima de su escritorio.

—Las cifras de ejecución y las puntuaciones obtenidas en los ejercicios son buenas. Su gente es mejor que algunas unidades operacionales.

—Gracias, señor.

—Pero su nivel de disciplina no es el de esas unidades de primera línea, almirante.

Wedge volvió la mirada hacia el general Salm. La irritación que había en su voz hacía juego con la expresión sombría del rostro del hombrecillo. Salm había ascendido a su rango actual desde las filas de los pilotos de ala-Y, y no se sintió nada complacido cuando el Escuadrón Rebelde escenificó un ataque de adiestramiento contra toda un ala de bombarderos ala-Y. Aunque aprobó el ejercicio y lideró uno de los escuadrones, estaba claro que Salm no había esperado que las cosas fueran tan mal para sus alumnos. El Escuadrón Rebelde había perdido cuatro de sus cazas, pero logró destruir a todos los ala-Y salvo seis. Salm fue uno de los supervivientes, lo que Wedge pensaba era una suerte porque, de hecho, si se le hubiese ocurrido antes les habría pedido a sus pilotos que no intentaran abatir a Salm. A pesar de eso, la relación de casi ocho a uno establecida en lo referente a las bajas era mejor de lo que incluso Wedge había imaginado posible y había puesto realmente furioso a Salm.

—Agradezco la opinión de mi escuadrón expresada por el general, pero se trata de pilotos de elite. Pienso que una cierta tolerancia hacia su impetuoso entusiasmo estimula la moral. —Wedge levantó el mentón—. Mi gente tiene que enfrentarse a muchas exigencias y…

—Y en estos momentos —resopló Salm—, no está sabiendo hacer frente a las exigencias marcadas por la reputación de su unidad.

—Le ruego que me disculpe, general, pero creo que está siendo demasiado duro con el Escuadrón Rebelde. —«¡Y la razón es que conseguimos que esos escuadrones suyos llamados Guardián, Vigilante y Campeón merecieran llamarse Lisiado, Enfermo y Moribundo!». El piloto de caza volvió la mirada hacia Ackbar—. No se ha producido ninguna clase de incidentes, dejando aparte el ejercicio en el que el general Salm participó de manera voluntaria, en los que el Escuadrón Rebelde haya hecho nada reprochable.

El líder militar de Mon Cal dejó el cuaderno de datos encima del escritorio.

—Me parece que el general Salm está preocupado, y con cierta razón, acerca de los códigos de ordenador modificados que fueron introducidos en los ordenadores de sus ala-Y. Tengo entendido que dichos códigos hicieron aparecer la insignia del Escuadrón Rebelde en el monitor primario de su unidad después de que sus ala-Y fueran derribados por sus pilotos.

Los ojos de Salm echaban chispas, y Wedge tuvo que hacer un considerable esfuerzo para no ceder a la tentación de sonreír. Gavin Darklighter había creado la insignia y con la ayuda de Zraii, había introducido una imagen digitalizada de ella en los paquetes de arranque y comunicaciones del escuadrón. La insignia, que consistía en una estrella roja de doce puntas con el símbolo de la Alianza en azul ocupando su centro, contaba con un ala-X en cada punta de la estrella. Aunque la imagen no había sido aprobada oficialmente por la Alianza, los astrotécnicos habían empezado a pintarla en los ala-X del escuadrón, y Emetrés ya había solicitado un envío de blasones con aquel diseño.

Wedge no había podido determinar si fue Corran, Nawara, Shiel, Rhysati o alguna combinación de ellos quien convenció al jefe técnico verpiniano de que añadiera la imagen al paquete de Programas de Resolución de Ataque Objetivo-Agresor, pero sí sabía que la unidad R2 de Horn se había encargado de una parte del trabajo de codificación. Cuando el paquete RAOA informaba a los pilotos de los ala-Y eliminados de su situación dentro del ejercicio, tal como había observado Ackbar, la insignia del Escuadrón Rebelde aparecía de repente para gran irritación de los pilotos de los bombarderos.

—He iniciado una investigación sobre esa situación, señor, y he impuesto ciertas restricciones a los períodos de descanso y entretenimiento de la unidad hasta que averigüe quién hizo exactamente qué en todo este asunto.

Salm no pareció quedar muy impresionado por la explicación.

—Lo que ha hecho es permitir que su escuadrón utilice las instalaciones de recreo de manera exclusiva. Ahora pueden pasar más tiempo en el gimnasio que en cualquier momento anterior, y la sala de reuniones del escuadrón cuenta con más equipo de recreo que la Sala de Oficiales de este complejo. Lujayne Forge pasa más tiempo ejerciendo de secretaria social para su jauría que entrenándose.

—Estoy creando un escuadrón al que se le asignarán misiones muy difíciles, general, y eso significa que necesito que todos confíen en los demás. Si eso supone que tienen que acabar conviniéndose en una especie de grupo cerrado…, bien, que así sea.

Ackbar se levantó de su asiento y fue hasta el globo de agua azulada suspendido en el interior de una jaula de haces repulsares. El aparato negaba el efecto gravitatorio, permitiendo que el agua formara un globo perfecto. En su interior un banco de pececitos con franjas azul neón y oro nadaba de un lado a otro. El mon calamariano los estudió durante un momento, y después dirigió una inclinación de cabeza a Salm.

—General, que yo recuerde, sus primeras quejas acerca de las irregularidades cometidas en lo referente al RAOA no tenían nada que ver con la forma en que el Escuadrón Rebelde distribuía su tiempo de descanso y recreo.

—No, señor, pero todo esto resulta altamente indicativo de las dificultades que están creando sus pilotos. Tengo tres escuadrones de bombarderos adiestrándose aquí, así como otros dos escuadrones de cazas. La moral de mis tropas se resiente de que los pilotos del Escuadrón Rebelde estén siendo recompensados por ignorar las reglas operacionales.

Ackbar clavó sus enormes ojos en Salm.

—¿Y cuáles son sus quejas específicas acerca del RAOA?

Los ojos castaños de Salm casi parecían chisporrotear.

—La capacidad para alterar los paquetes de programación de Alto Secreto de que ha dado muestra el Escuadrón Rebelde presenta serias ramificaciones de seguridad, especialmente con Tycho Celchu ocupando el puesto de oficial ejecutivo de esa unidad.

Wedge sintió que se le aflojaba la mandíbula.

—Almirante, en primer lugar Tycho no tuvo absolutamente nada que ver con el incidente, y en segundo lugar Tycho no ha hecho nada que demuestre que deba considerársele como un riesgo.

Ackbar entrelazó las manos detrás de su espalda.

—Estoy de acuerdo con usted en ambos puntos, pero me pregunto si está dispuesto a admitir que las preocupaciones del general Salm tienen un cierto grado de validez.

El líder del Escuadrón Rebelde titubeó, y al final no llegó a expresar en voz alta la apasionada negativa que había preparado mientras escuchaba las palabras del almirante. Wedge no dudaba de la lealtad de Tycho, pero también era consciente de que no sería nada prudente correr riesgos.

—Sí, señor.

—Excelente, porque voy a hacerle una petición de naturaleza un tanto extraordinaria.

—Sí, señor.

—El Escuadrón Rebelde pasará a la fase operacional antes de que termine la semana.

—¿Qué? —exclamó Wedge, sintiéndose como si acabaran de envolverle en una red aturdidora stokhliana—. Sólo ha transcurrido un mes desde que se formó la unidad, señor. Normalmente el entrenamiento avanzado dura seis meses…, cuatro, haciéndolo todo lo más deprisa posible. No estamos preparados.

Ackbar volvió a su escritorio y golpeó suavemente el cuaderno de datos con la punta de una mano-aleta.

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