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—Ooryl no puede darle, Nueve.

—Ya lo sé, Diez. No te preocupes.

Manteniendo un ojo clavado en el indicador de distancias, Corran hizo que su ala-X siguiera describiendo el largo rizo. «Vamos, vamos… Sabes que quieres acabar conmigo, ¿verdad? ¡Si dispusieras de torpedos protónicos ya me habría convertido en una nube de iones libres, pero no los tienes!».

—Sí, Silbador, sé muy bien qué es lo que estoy haciendo. —Recuperando un poco de confianza en sí mismo, Corran se encogió de hombros—. O por lo menos eso creo…

El piloto del interceptor reaccionó al instante y siguió volando en una trayectoria recta para llegar rápidamente al mismo punto del espacio al que Corran podría llegar lentamente mediante su gran rizo. Viendo que su presa se aproximaba a toda velocidad, Corran ejecutó un centrado y tiró de la palanca de control, estrechando considerablemente el ángulo de su maniobra y haciendo que su cuerpo se hundiera en el asiento de pilotaje.

El ala-X atravesó la línea de vuelo del TIE a veinte metros escasos por detrás de la estructura de bola-y-ala de la nave. Desplazando la palanca de control hacia estribor, Corran hizo que el caza girase 180 grados. Después tiró de la palanca hasta dejarla pegada a su esternón, elevando el morro del ala-X en otro giro que invirtió su curso anterior. Nivelando el caza, se lanzó sobre la cola del TIE después de que su prolongado giro en forma de S le hubiera permitido rebasarlo por una considerable distancia.

«Una distancia letal…». Corran alineó el interceptor en las miras y lo hizo pedazos con dos andanadas láser. Mientras las nubes de fragmentos de la nave desintegrada pasaban junto a él para perderse por el espacio en un vertiginoso girar, Corran activó su unidad de comunicaciones.

—Diez, informa.

—Diez en cobertura. Vector de noventa grados.

—Tengo tu ala, Diez.

Corran desplazó la palanca de control hacia la derecha y vio cómo el ala-X de Ooryl avanzaba velozmente por delante de él para entrar en la estela iónica de un interceptor. El primer disparo del gandiano hizo surgir chorros de chispas y fragmentos de blindaje de la bola central del caza. «¡Uno más y ya será tuyo, Ooryl!».

—¡Nueve y Diez, virad a babor! ¡Salid de ahí!

Ooryl obedeció la orden de Wedge al instante. Su repentino viraje le hizo atravesar la línea de vuelo de Corran, obligando al corelliano a tirar de la palanca de control para desviarse hacia estribor. Corran niveló el caza e inició un viraje hacia babor, pero el estridente gemido de Silbador llenó la cabina. La palanca de control chocó con el pecho de Corran, dejándole atrapado en su asiento de eyección mientras el androide elevaba el morro del ala-X. Una marea roja se fue infiltrando en los límites del campo visual de Corran, y la presión que la palanca estaba ejerciendo sobre su esternón hizo que empezara a resultarle difícil respirar.

La enorme extensión del casco del
Áspid Negro
llenó su pantalla visores «¡Por todas las almas de Alderaan!». El haz azulado de energía surgido de un cañón iónico cayó sobre el ala-X con un estridente siseo y abatió sus escudos. Silbador aulló y la palanca de control se aflojó durante un momento, permitiendo que Corran reaccionara.

Empujó frenéticamente la palanca hacia babor, haciendo que el ala-X describiera un veloz viraje que colocó al Interdictor debajo de sus pies. Después empezó a tirar de la palanca para mostrar su popa al crucero y alejarse de él a toda velocidad, pero un instante después sintió cómo un extraño cosquilleo recorría todo su cuerpo cuando otra andanada iónica rozó los estabilizadores de estribor. Los alaridos del androide astromecánico se interrumpieron de repente, y Corran se vio impulsado hacia el lado izquierdo de la cabina y chocó con él.

El joven corelliano supo lo que había ocurrido sin necesidad de volver la mirada hacia las estrellas que giraban a su alrededor igual que motas de polvo en un tornado de las arenas de Tatooine. El haz iónico había dejado fuera de combate a sus motores sublumínicos de estribor, con lo que el par de motores de babor seguiría funcionando a plena potencia sin encontrar ninguna oposición. Eso había colocado al ala-X en una rotación incontrolable, con la popa persiguiendo a la proa en un incesante girar.

«Pero al menos ahora les costará bastante acertarme…».

Además de desactivar a Silbador, el haz iónico había dejado fuera de combate al compensador de aceleración y a todos los sistemas electrónicos de la cabina. Corran sabía que lo único que podía hacer era apagar los motores y tratar de volver a conectarlos. A menos que dispusiera de alguna clase de energía. —«O hasta que ese crucero me envuelva en un rayo de tracción…»—, el ala-X seguiría dando vueltas igual que un giróscopo. Corran tenía que apagar los motores.

Pero decírselo era mucho más fácil que hacerlo. El panel de desconexión de emergencia estaba colocado en el lado derecho de la cabina. Dado que Corran estaba siendo incrustado contra el lado opuesto por la fuerza centrífuga, el panel quedaba fuera del alcance de sus dedos desesperadamente estirados. Apretando los dientes hasta hacerlos rechinar, Corran usó su codo izquierdo para apartarse de la pared de la cabina e intentó golpear el panel.

La palanca de control volvió a su posición original, dejándole nuevamente atrapado. Corran la rodeó con la mano derecha e intentó desplazada hacia adelante. El dolor empezó a irradiar del punto en el que la palanca de control había hecho que la moneda de Corran intentara abrirse paso hacia el esternón. «Ve despidiéndote de toda esa tremenda buena suerte…». La palanca hacía que le resultara bastante difícil respirar, añadiendo así otra complicación innecesaria a su apurada situación.

Una sensación de urgencia empezó a hervir dentro de él, imponiéndose al pánico en vez de reforzarlo.

—Suéltame. De. Una. ¡Vez!

Corran redobló sus esfuerzos para mover la palanca de control. Al principio ésta se resistió, pero Corran se negó a dejarse abatir. Concentrándose con todas las fibras de su ser, empujó hasta que la palanca empezó a ceder. Centímetro a centímetro, el corelliano la obligó a irse apartando de su cuerpo. «Si, ya puedo moverme…».

Corran desplazó la palanca todo lo posible hacia la izquierda, y luego la usó para alejarse del lado de babor de la cabina. Con su mano izquierda situada sobre el extremo de la palanca, fue elevando el codo centímetro a centímetro, dejando atrás con una serie de arañazos a una sucesión de interruptores y diales que habían muerto junto con el resto de la nave. En cuanto su brazo quedó situado por encima del extremo de la palanca, Corran se lanzó hacia la derecha, permitiendo que la palanca se deslizara por debajo de su axila, y golpeó el panel de desconexión con el codo derecho.

El palpitar de los motores de babor murió, dejándole a solas con el sonido de su propia respiración en la cabina. La nave seguía girando y la rotación no mostraba señales de frenarse, pero sin fricción o algún otro tipo de resistencia en el vacío del espacio, seguiría girando eternamente. Corran se relajó un poco, dejándose invadir por el alivio que sentía al haber podido desconectar los motores, y como recompensa obtuvo una nueva colisión con el lado de babor de la cabina. Su casco chocó con un mamparo, dejándole un poco aturdido. Junto con el mareo inducido por los giros, el golpe le hizo desear que alguien disparara contra él y pusiera fin a su desgracia.

Pero ese destello de desesperación sólo duró unos segundos, y se disipó cuando otro chispazo de dolor surgió de su esternón. «Quizá nos maten, pero se lo voy a poner lo más difícil posible…». Corran deslizó la mano derecha por encima de su pecho, más allá del medallón y de su hombro izquierdo, y accionó tres interruptores. Desplazando la mano un poco más lejos, levantó una placa de plastiacero que cubría un botón rojo y luego presionó ese botón y esperó que todo saliera lo mejor posible.

Lo que quería oír era el regreso del zumbido palpitante del motor, pero lo que consiguió fue nada. «Los circuitos de ignición deben de haberse quemado. Tiene que haber algo más que pueda hacer». Sin los motores, carecía de energía. Las células de energía primarias y las células de energía de reserva para los láseres probablemente contenían la energía suficiente para permitirle disponer de las comunicaciones, las toberas de control de dirección y un uso limitado de los sensores, pero acceder a ellas desde el interior de la cabina planteaba ciertos problemas. «Después de todo, no puedo limitarme a aterrizar y hacer unas cuantas conexiones manuales…».

Corran dejó escapar una carcajada.

—No, pero puedo efectuar un descenso manual.

Levantó la pierna izquierda y golppeó una pequeña placa del muro de la cabina con el talón. La presión hizo surgir una barrita instalada en una especie de surco. Corran centró el pie en la barra y la empujó. La barra se alzó debajo de su pie, y Corran volvió a bajarla una y otra vez.

Una serie de chasquidos metálicos procedentes del morro de la nave llegó hasta sus oídos. La barra estaba conectada a un pequeño generador que producía la corriente suficiente para desplegar el tren de aterrizaje del caza. Extenderlo no afectó en lo más mínimo a los giros, pero la recompensa que Corran esperaba obtener no llegaría hasta que el tren de aterrizaje hubiera quedado totalmente fijo y desplegado.

Con un último estremecimiento que Corran percibió a través de la nave, el tren de aterrizaje ocupó las posiciones correspondientes al despliegue completo. El monitor de la cabina volvió a encenderse, y la palanca de control empezó a parecer nuevamente viva debajo de su mano izquierda. Riendo a carcajadas, Corran la empuñó con la mano derecha y la desplazó hacia el lado de estribor de la cabina. La rapidez de los giros empezó a disminuir.

Corran acarició suavemente el medallón con la mano izquierda. Un descenso llevado a cabo sin disponer de energía resultaría seriamente dañino para la inmensa mayoría de formas de vida, por lo que extender el tren de aterrizaje del caza abría un circuito que permitía que las células de energía primarias y de reserva alimentaran las toberas del estabilizador para llevar a cabo maniobras sencillas y activar los sistemas de los haces repulsores. El truco de las células de energía tendía a ser usado principalmente por los técnicos para trasladar de un lado a otro las naves que estaban siendo reparadas o se hallaban estacionadas en las instalaciones de mantenimiento, va que conectar los motores de fusión para disponer de una capacidad de maniobra máxima en recintos cerrados generalmente estaba considerado como muy nocivo para casi todos los seres vivos.

Corran volvió a probar suerte con el sistema de arranque, y obtuvo los mismos resultados que antes. Los diagnósticos le dijeron que había perdido uno de los estabilizadores laterales Incom fi-invertidos de estribor, y que el motor nunca se pondría en marcha mientras los niveles de energía estuvieran fluctuando locamente en todos los circuitos. «Me he quedado sin motores, pero quizá tenga sensores y comunicaciones…».

Conectó esos sistemas, pero no obtuvo nada de los sensores y el comunicador emitió un montón de estática que ocultaba las voces.

—Aquí Rebelde Nueve. No me iría nada mal que alguien me echara una mano…

Mientras esperaba una réplica, Corran conectó los circuitos de lanzamiento de los torpedos protónicos. Sin sensores, su capacidad para acertarle a algo había quedado prácticamente reducida a cero, pero por lo menos podría efectuar uno o dos lanzamientos. «Y probablemente los voy a necesita…».

El
Áspid Negro
se encontraba por encima de él y un poco a estribor. El Escuadrón Rebelde se había reagrupado para formar una pantalla entre el Interdictor y el contrabandista. Corran no podía ver cuántos ala-X seguían estando en condiciones de luchar, y los ocasionales reflejos de la luz del sol en los paneles solares de quadanio de los cazas TIE le indicaron que algunos de los interceptores aún existían, pero parecía haber muchos más ala-X que cazas TIE, y eso era una buena señal.

El Interdictor se aproximó un poco más al combate, con sus cañones iónicos y sus baterías láser escupiendo haces verdes y azules. Los chorros de energía fueron llenando el espacio de nudos y bucles a medida que los artilleros intentaban centrar sus miras en los escurridizos ala-X. Aunque le habían dado con bastante facilidad, Corran sabía que su maniobra para evitar la colisión le había mantenido en un punto dado el tiempo suficiente para que los artilleros pudieran acertarle, y eso únicamente porque se había acercado mucho más al Interdictor de lo que hubiese debido.

Oyó el confuso chisporroteo de una orden por el comunicador, pero no logró entenderla. Un instante después vio una serie de lanzamientos de torpedos protónicos llevados a cabo por los ala-X justo delante de su proa. Los torpedos cayeron sobre la gran nave desde una multitud de ángulos. Por sí sola la potencia de cada uno de los torpedos difícilmente podía suponer una amenaza para el Interdictor, pero el daño combinado de semejante andanada sería lo suficientemente elevado para derribar su escudo delantero. El muro cóncavo de energía brilló con un enfermizo resplandor amarillo antes de implosionar, y Corran estuvo seguro de que había visto cómo varios torpedos estallaban sobre el casco del Interdictor.

—¡Sí, Rebeldes! —Corran dejó escapar una carcajada—. Oh, Silbador, vas a lamentar haberte perdido esto…

El Interdictor elevó el morro para alejar su vulnerable popa de los ala-X. Sus sistemas de derivación podían reparar el escudo dañado proporcionándole más energía, pero eso requeriría desconectar los pozos de los proyectores gravitatorios. Eso, a su vez, permitiría que los ala-X y el yate lograran escapar, con lo que el enfrentamiento se convertiría en una derrota prácticamente segura. «Siempre que no cuentes a los TIE, claro…».

La gran nave ejecutó un giro que se combinó con el rizo para invertir el curso del crucero.

—Está huyendo. ¡Han conseguido asustarlo! ¡Sí! —Un instante después el júbilo de Corran desapareció de repente cuando comprendió que eso significaba que el crucero venía hacia él, y que los TIE supervivientes estaban avanzando detrás del crucero como otros tantos mynocks que persiguieran a un carguero lento—. Tienes mucha suerte de no estar viendo esto, Silbador. Va a ser bastante desagradable.

—Rebelde Nueve, ¿me recibes?

—Te recibo —dijo Corran sin reconocer la voz—. Estoy funcionando con energía parcial. Silbador no responde, y me he quedado más ciego que un ala-Y.

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