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—Intentaremos hacerlo lo mejor posible. Grupo Tres. Silbador os enviará nuestras coordenadas de salto y los parámetros de velocidad. Haced que vuestros R2 las comprueben, e introducid la ruta después. —Corran echó un vistazo a su pantalla de datos para comprobar las posiciones de los dos primeros grupos y de Tycho Celchu, que ocupaba la retaguardia a bordo de una lanzadera de la clase Lambda capturada a los imperiales, la
Prohibida
—. Durante este tramo seguiremos al Grupo Uno, y luego seguiremos al Grupo Dos en el siguiente. Después de eso abriremos la marcha, así que más valdrá que estemos preparados.

Los miembros del grupo dirigido por el joven corelliano fueron indicando que estaban listos para saltar, por lo que Corran sintonizó la frecuencia de mando en su unidad de comunicaciones.

—Grupo Tres listo para saltar en cuanto reciba la indicación, Rebelde Uno.

—Perfecto. Atención todos los grupos: cinco segundos para la señal.

Una vez terminada la réplica de Wedge, Silbador inició la cuenta atrás de los cinco segundos. Corran contempló cómo éstos iban desapareciendo en el indicador digital. Cuando el indicador llegó al cero, conectó el hiperimpulsor del ala-X y se recostó en su asiento mientras las estrellas llenaban la pantalla visara. En el mismo instante en que el color amenazaba con abrumarle mediante su intensidad, su caza entró en el hiperespacio y dejó atrás la capacidad de la luz para maltratarle.

El primer tramo exigiría aproximadamente una hora e hizo que siguieran el plano del plato galáctico, moviéndose contra el sentido del giro de la galaxia. El curso los acercó de manera casi imperceptible al Núcleo, lo cual era bueno porque las bases de datos que contenían información sobre los peligros para la navegación irían mejorando progresivamente a medida que se dirigieran hacia el Núcleo.

«Y hacia Coruscan…».

Corran sabía que la capital imperial no era su objetivo —al menos no para aquel vuelo—, mas estaba seguro de que tarde o temprano acabarían poniendo rumbo hacia ella. Pero su preocupación más inmediata era trazar el curso para el tercer tramo del salto. Aunque Corran no había sido informado de su destino final, el comandante Antilles le había entregado una lista de veinte puntos de inicio y final de trayecto, y el corelliano había calculado las que le parecían las mejores rutas para ejecutar esos saltos. La dirección, velocidad y duración del primer tramo le permitieron eliminar todos los cursos entregados a Rhysati como solución para el segundo tramo salvo dos, y esa considerable reducción del número de puntos de final de trayecto significaba que Corran ya sólo tenía que dar los últimos retoques a dos planes.

Su primer curso, que llevaría a la unidad más lejos a lo largo del disco y la sacaría de la sección más poblada y avanzada de la galaxia, había sido trazado y calculado con mucho cuidado. Varios cúmulos de agujeros negros limitaban las opciones en lo que concernía a ese curso. Corran volvió a repasarlo, y acabó decidiendo que ya no podía ser mejorado.

—Muéstrame el curso hacia el sistema de Morobe, Silbador.

El androide astromecánico emitió un seco zumbido, y una larga serie de números y gráficos empezó a desfilar por la pantalla.

—Sí, ya sé que has hecho todo lo que podías. Congela la salida de datos ahí. —Corran golpeó suavemente el cristal del monitor con la punta de un dedo—. En el sistema de Chorax nos haces dar un rodeo de dos parsecs y medio. En ese sistema sólo hay una masa planetaria, y el sol tampoco es tan grande. Dado que el sistema de Chorax aparece casi al principio de nuestro tramo, si nos aproximas un décimo de parsec más entonces deberíamos salir del hiperespacio lo suficientemente cerca de los planetas habitables de Morobe como para no tener que ejecutar un salto intrasistémico a fin de encontrar la gravedad en el caso de que la necesitemos.

El androide dejó escapar un suave gemido.

Corran se rió.

—Tienes razón. Los datos que utilizaste para computar el curso indicaban que había que mantenerse más alejado del sistema, pero eso se debe a que estás utilizando datos procedentes de los comerciantes y ellos les tienen pánico a los piratas y contrabandistas que actúan en ese sistema. Somos un escuadrón de ala-X, ¿no? No tenemos por qué preocuparnos.

El que la astronavegación y los saltos hiperespaciales resultaran tan complicados hacía que en muchas ocasiones los cursos fueran trazados con el objetivo de pasar lo más cerca posible de los sistemas habitados, y eso incluso si éstos se hallaban habitados por inadaptados sociales e indeseables. Si un sistema de hiperimpulsión dejaba de funcionar a mitad del vuelo, o se negaba a volver a ponerse en marcha después de una corrección del curso entre dos saltos, encontrarse lo suficientemente cerca de unos mundos de los cuales se podía conseguir ayuda sin excesivas dificultades suponía una auténtica bendición. Tratar de localizar a una nave cuyo salto la había llevado a algún lugar aleatorio de la galaxia decidido por el error resultaba prácticamente imposible, como habían aprendido todos los que habían intentado encontrar a la legendaria flota Katana después de su desaparición.

El primer tramo del viaje terminó sin ningún incidente digno de mención. El Grupo Dos, con Rhysati dirigiéndolo, tomó el relevo del Grupo Uno y empezó a guiar al escuadrón en su nuevo curso. Antes de dar el salto a la velocidad lumínica, el comandante Antilles transmitió a Corran las coordenadas para el tercer salto.

—Así que va a ser Morobe después de todo…

Corran cargó el plan de vuelo por última vez, ignorando el gemido de disgusto de Silbador, y empezó a repasado. El curso parecía hallarse todo lo cerca de la perfección que podía llegar a estarlo dadas las naves que estaban utilizando. Una nave capaz de alcanzar mayores velocidades hubiese podido recortar todavía más la distancia que recorrer acercándose un poco más al sistema de Chorax. El incremento de velocidad le hubiese permitido resistir la influencia de la sombra hiperespacial producida por la masa de la estrella. Si no poseía esa mayor capacidad de resistencia, la nave se vería arrastrada de vuelta al espacio real y hacia el interior del sistema, y muy probablemente sería incapaz de escapar a la presa gravitacional del sol.

—Pero por suerte los ala-X disponen de propulsión más que suficiente para sacarnos de aquí.

Corran echó un vistazo a las lecturas del nivel de combustible de su reactor. Los hiperimpulsores apenas consumían combustible, mientras que los motores sublumínicos lo devoraban. Prepararse para ejecutar un salto a la velocidad lumínica consumía una gran cantidad de combustible, aunque no tanto como librar un combate con otro caza, pero nada de lo que habían hecho durante el viaje hasta aquel momento había planteado grandes exigencias a los motores o al suministro de combustible.

«Cuando ejecutemos mi salto, todavía estaremos en el ochenta y siete por ciento de una carga máxima. Eso es más que suficiente para llegar al sistema de Morobe y volver a casa…».

El escuadrón emergió del hiperespacio y Corran inclinó la palanca de control hacia babor.

—Escuadrón, vamos a seguir un vector de doscientos treinta grados y efectuaremos una depresión de doce grados. Voy a transmitiros el plan de vuelo. —Empujó la palanca de control hacia adelante hasta que el morro del ala-X descendió ligeramente—. Pasaremos a la velocidad lumínica dentro de cinco segundos.

El salto al hiperespacio para aquel tramo pareció efectuarse de manera más fluida y menos trabajosa que los dos anteriores. Corran sabía que esa sensación era meramente ilusoria, y dedicó unos momentos a pensar en ella. De repente se le ocurrió que la razón por la que se sentía más cómodo durante aquel salto que en los anteriores era que lo controlaba. Los errores en el cálculo de un salto hiperespacial podían resultar fatales, y a Corran siempre le había costado muchísimo dejar la responsabilidad de su vida en las manos de otra persona.

—Pero dado que yo hice los cálculos, ahora no he de preocuparme por un error en este tramo. —El estridente zumbido del androide astromecánico le hizo sonreír—. De acuerdo, de acuerdo… Tú hiciste los cálculos, y yo no te ayudé en nada.

Los zumbidos de Silbador se volvieron más apremiantes. El androide astromecánico empezó a mostrarle datos sensores, pero nada de lo que apareció en la pantalla de la cabina tenía absolutamente ningún sentido para Corran.

—Hay otra masa estelar en el sistema de Chorax. Eso es imposible, a menos que…

El sistema de seguridad del hiperimpulsor entró en acción automáticamente antes de que el joven corelliano pudiera transmitir una advertencia a los otros miembros del Escuadrón Rebelde. El caza atravesó una pared de blancura incandescente y entró en la periferia del sistema de Chorax.

Para encontrarse en pleno centro de una encarnizada batalla espacial…

Corran desplazó la palanca de control hacia babor y luego la empujó hacia adelante.

—Rebelde Once, estrella de dispersión. —Confiaba en que Ooryl le siguiera en su veloz movimiento hacia abajo y hacia la izquierda, lo cual despejaría el camino para que el resto del escuadrón entrara en el sistema—. Coloca los estabilizadores-S en posición de ataque. —Corran extendió el brazo derecho y accionó el interruptor correspondiente—. ¿Todavía no has identificado esas naves, Silbador?

El pequeño androide respondió con un pitido lleno de nerviosa urgencia.

—Me conformo con cualquier dato que puedas proporcionarme.

Corran ya sabía que aquella nave tan grande era un crucero Interdictor imperial. Su cuarteto de pozos proyectores de gravedad le permitía crear una sombra hiperespacial aproximadamente equivalente a la de una estrella de dimensiones medianas. Los lnterdictores habían demostrado ser muy efectivos a la hora de tender emboscadas a los contrabandistas y piratas…, y la presencia de uno de aquellos cruceros triangulares de seiscientos metros de longitud en el sistema de Chorax no resultaba totalmente inesperada.

Pero no se encontraba allí para tenderles una trampa. Intentando huir del crucero, que Silbador identificó como el
Áspid Negro
, había un yate estelar de la clase Batido modificado. El yate, de unas tres veces la longitud de su ala-X, tenía una tosca forma triangular que quedaba suavizada por la delicada curvatura descendente de sus alas. Parecía de un origen casi orgánico, como si hubiese debido estar nadando por el espacio en vez de estar desplazándose gracias a la impulsión de sus motores iónicos gemelos.

Corran había visto muchos yates modificados durante sus años de servicio en la Fuerza de Seguridad de Corellia, y aquél incluso le parecía vagamente familiar. Normalmente los yates eran modificados para transportar contrabando. Corran no sentía ningún aprecio especial por los contrabandistas, pero el Imperio le caía todavía peor. «El enemigo de mi enemigo es mi amigo…».

Silbador dejó escapar un seco pitido electrónico. Corran echó un vistazo a su pantalla, y después activó el comunicador.

—Cazas TIE. Bizcos… Quiero decir interceptores. Parece que hay una docena de ellos. —Alzó la mirada hacia el techo de su cabina y sintió una punzada de pánico cuando descubrió que sus ojos no podían ver lo que sus instrumentos le estaban mostrando con tanta claridad en el monitor—. ¿Cuáles son sus órdenes, Rebelde Uno?

—Entablen combate con ellos, pero tengan cuidado con los cañones del crucero —respondió la voz firme y tranquila de Wedge.

—Entendido. Rebelde Diez, acompáñame.

Ooryl indicó que había entendido la orden de Corran mediante un doble chasquido de su comunicador. Al igual que había ocurrido con la orden del comandante Antilles, aquella acción no delató el más leve nerviosismo. El repentino sabor entre acre y amargo que se extendió sobre la lengua de Corran le sorprendió, porque ya se había enfrentado a los imperiales tanto en la vida real como en un sinfín de batallas de simulador. Aun así, nunca se había sentido como se estaba sintiendo en aquellos momentos. El nerviosismo no era nuevo, pero encontrarse tan cerca de perder el control sí suponía una novedad para él.

«Intenta calmarte, Corran. —Su mano subió rápidamente y rozó la moneda que colgaba de su cuello—. Los compañeros de tu escuadrón y los tipos de ese yate confían en ti».

La maniobra que acababan de ejecutar los había hecho descender, por lo que el Interdictor y sus TIE se estaban aproximando por encima de su línea de visión. Corran tiró de la palanca de control y accionó el interruptor que derivaba toda la energía disponible hacia el escudo delantero.

—Toda la energía al escudo delantero, y cambio a los torpedos protónicos.

Una caja de puntería apareció en la pantalla y Corran maniobró el ala-X para dirigir la mira hacia el interceptor. El indicador de alcance mostró un rápido descenso de números a medida que el ala-X se aproximaba al caza imperial.

«Calma, calma… Deja actuar a tus instintos, igual que si esto fuera otro ejercicio de adiestramiento». Corran empujó con suavidad la palanca de control hacia la izquierda y consiguió dejar perfectamente enmarcado al interceptor que venía hacia él. La caja de puntería pasó al rojo y un estridente pitido llenó la cabina. Corran apretó el gatillo, y el primer torpedo salió disparado hacia su objetivo.

Otro torpedo pasó junto al ala-X de Corran y avanzó hacia un interceptor. Las dos naves imperiales se apresuraron a frenar, pero el torpedo de Ooryl redujo su objetivo a una masa de llamas y restos metálicos. El proyectil de Corran falló su blanco, por lo que el corelliano volvió a conectar los sistemas láser e igualó sus escudos.

—Buen disparo, Diez. ¡Un bizco menos! —Acariciando la moneda que llevaba debajo del traje de vuelo, Corran tragó saliva y conectó su unidad de comunicaciones—. Cúbreme. Voy a por el mío.

Fijando la palanca en la posición de máxima impulsión, Corran hizo que el ala-X se irguiera sobre sus estabilizadores de babor y luego describió un veloz picado que lo colocó encima de la cola del interceptor. El joven corelliano sintonizó sus cañones láser exteriores para que dispararan en tándem y lanzó una ráfaga de energía que abrasó el blindaje de las alas dobladas del interceptor, pero no consiguió destruirlo.

El interceptor se desvió hacia la izquierda, y después ascendió en un veloz giro que acabó colocándolo por encima de la línea de vuelo de Corran. «Si continúa con esa maniobra, pasaré por delante de él y terminaré teniéndolo en la cola…». Corran desplazó la palanca de control hacia la izquierda, describiendo un amplio viraje hacia babor que alejó levemente su caza del interceptor, pero aun así permitió que la nave imperial acabara colocándose detrás de él.

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