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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (31 page)

—Jefe, no puedes tratar a ese grupo de manera diferente solo porque tiene a una jovencita con un coñito tierno, eso es favoritismo. La has contratado por sus músculos, no por su coñito, y, si no es así, más vale que te la lleves a casa ahora mismo.

Jingqiu estaba que se subía por las paredes. La Loca Qin decía lo que se le antojaba y tú tenías que cerrar el pico. Le decías una cosa y ella te contestaba con cien. No estuvo claro el motivo, pero desde el principio a la Loca Qin le cayó mal Jingqiu. Siempre le gritaba obscenidades. Un día de trabajo con la Loca Qin se le hacía un año a Jingqiu. Lo único que se podía hacer era ignorarla.

El hecho de que los compañeros de trabajo de Jingqiu no se mantuvieran unidos, sino que se pelearan y se martirizaran los unos a los otros, la deprimía mucho, y el tiempo pasaba asombrosamente despacio. Con gran esfuerzo se iba a descansar arrastrando los pies durante la pausa, y cuando por fin se los lavaba bajo la manguera descubría que la primera capa de piel de las plantas había quedado quemada por la cal. No se había dado cuenta mientras trabajaba, pero ahora a cada paso sentía un intenso dolor. Después del trabajo se fue casa y se lavó los pies otra vez con agua limpia y a continuación se aplicó crema, cosa que la alivió un rato. Aquella noche no se atrevió a dormir demasiado profundo por si se quejaba demasiado y su madre la oía.

Cuando llevaba ya unos cuantos días repavimentando se dio cuenta de que se había adaptado a la intensidad del trabajo, pero había dos cosas que aún la preocupaban. Una era que la Loca Qin siempre se estaba metiendo con ella, y la otra que las plantas de sus pies estaban cubiertas de agujeritos. No eran grandes, pero sí profundos. Todos los días, cuando llegaba a casa, tenía que pasarse un buen rato sacándose carbonilla con una aguja, y pronto tenía los pies tan hinchados que no le cabían en ninguno de sus zapatos. Por suerte su madre se iba temprano y no volvía a casa hasta tarde, y cuando llegaba estaba tan cansada que dormía profundamente, con lo cual no llegó a descubrir las heridas de Jingqiu.

Una mañana, mientras Jingqiu se preparaba para ir a trabajar, oyó que llamaban a la puerta de una manera extraña. Era Mayor Tercero con las manos llenas de bolsas de papel. Debía de haber llamado con los pies.

No esperó a que lo invitaran a entrar, sino que pasó y dejó las bolsas en el suelo.

—No temas, nadie me ha visto.

Ella se lo quedó mirando, asombrada y pensando que aquello era un sueño.

—¿No te han detenido? —preguntó Jingqiu sin alterarse.

—¿Detenerme? ¿Por qué? —No la comprendía.

—Por lo que le hiciste —contestó Jingqiu. Le contó lo de la paliza al jorobado—. ¿No fuiste tú quien le pegó?

—No —replicó él—. ¿No me dijiste que no me metiera en líos?

Tenía razón, se lo había dicho, reflexionó Jingqiu.

—¿Quién puede haber sido, entonces? Zhang Yi negó haber sido él.

—Es posible que Wan haya ofendido a mucha gente. No creo que sean solo dos los que tuvieran ganas de darle una paliza. De todos modos, ¿a quién le importa? —Abrió una de las bolsas y preguntó—: ¿Ya has desayunado? He traído algo de comer.

—Ya he comido.

—Pues come un poco más, he traído suficiente para ti y para tu hermana.

Jingqiu le llevó un palito de pasta frito a su hermana, que estaba en la otra habitación, y le dijo:

—No le digas a mamá que ha venido.

—Entiendo.

Jingqiu regresó la habitación principal y comió un palito de pasta. Mayor Tercero sacó una caja de cartón y se la entregó.

—No te enfades —le dijo—. Te lo suplico.

Jingqiu abrió la caja y dentro encontró unas botas de goma de su color favorito, el amarillo arroz.

—Son para que vayas a trabajar —dijo Mayor Tercero—. Te vi ayer en la pista de baloncesto. ¿Cómo vas a trabajar allí sin botas de goma? —Le miró los pies, hinchados como panecillos al vapor, los dedos rojos e inflamados.

—¿Fuiste ayer a la fábrica?

—Tranquila, no me vio nadie —dijo él con la voz ronca—. ¿Por qué no te las pruebas?

Jingqiu acarició suavemente sus nuevas botas de goma. Eran tan relucientes que casi podías ver tu reflejo en ellas. Estaba ansiosa por probárselas, pero preguntó, aprensiva:

—Si llevo unas botas nuevas al trabajo, ¿no pensará la gente que me sobra el dinero?

Jingqiu levantó la vista y vio que él le miraba los pies y se le llenaban las mejillas de lágrimas. Desconcertada, dijo:

—¿Qué… qué te pasa? ¿Desde cuándo lloran los hombres?

Mayor Tercero se secó las lágrimas.

—Solo porque los hombres no lloren por sus problemas, no significa que no lloren por los de los demás. Te dije que no hicieras este trabajo, pero no me escuchaste. Te he dado dinero y tampoco lo has querido. Pero si te queda una pizca de compasión, si te importo… aunque sea un poco, por favor, ponte estas botas.

—Si quieres que las lleve, me las pondré, pero ¿por qué te pones así?

Se quitó sus chanclas rápidamente y metió los pies en las botas, temiendo que él le viera las plantas. Si lloraba al ver cómo tenía el empeine, ¿cómo reaccionaría al ver las plantas? ¿Las lágrimas le anegarían los ojos?

Consiguió meter los pies hinchados en las botas y desfiló delante de él.

—Mira, perfectas.

Pero él seguía llorando y Jingqiu no sabía cómo consolarlo. Quería abrazarlo, pero le daba miedo que su hermana apareciera. Señaló la otra habitación y dijo en voz baja:

—No te pongas así. Si mi hermana se da cuenta, se lo contará a mi madre.

Mayor Tercero se secó las lágrimas.

—No te olvides de ponértelas. Estaré escondido para comprobarlo. Si te las quitas…

—Si me las quito, ¿qué?

—Me acercaré descalzo y me pasearé por la cal hasta que me queme los pies.

A Jingqiu también le entraron ganas de llorar, y para impedirlo dijo:

—Tengo que ir a trabajar. Espérame esta noche en el pabellón.

—No. Quédate en casa y descansa. No deberías caminar con estos pies.

Pero ella no le escuchó y dijo:

—No te olvides de esperarme.

Aquel día los demás trabajadores la acusaron de hacerse la chula por llevar al trabajo unas botas nuevas de goma. Ya tenía los pies totalmente quemados, ¿para qué necesitaba el calzado, entonces? La piel de las plantas se le curaría, pero si echaba a perder un par de botas nuevas ya no servirían de nada.

La Loca Qiu comenzó con sus insinuaciones.

—Es joven. Puede vender su cuerpo y llevar lo que le dé la gana. ¿Estás celosa? Pues vende también tu cuerpo.

A Jingqiu le daba igual lo que dijera y siguió llevando las botas por si Mayor Tercero la vigilaba para comprobarlo. Si se daba cuenta de que no las llevaba, seguro que se quemaría los pies en la cal, y sería horroroso. ¿No era ya suficiente con unos pies quemados? ¿Por qué quemar otros sin motivo?

Capítulo 27

Cuando aquella tarde volvió del trabajo, su hermana estaba acabando de preparar la cena. Jingqiu comió, se lavó y luego se puso su falda y su blusa de manga corta, y le dijo:

—Voy a casa de una amiga.

—¿Vas a volver a preguntarle por lo de tu trabajo? —inquirió su hermana, al ver lo mucho que se había atildado.

Jingqiu soltó un «ajá» y se dijo que no quería que se lo dijera a su madre.

—Tengo algo entre manos, algo muy importante. No le digas nada a mamá.

—Ya lo sé. ¿Es la misma persona de esta mañana? Le gustas mucho.

Jingqiu se puso encarnada.

—¿Qué sabes tú de quién le gusta a quién? Eres demasiado joven.

—¿Cómo no voy a saberlo? —Utilizando los dedos índices imitó a Mayor Tercero llorando y, al igual que un narrador tradicional, dio palmas mientras recitaba—: «El viejo Llorica vendió su jaca a una tal señora Paca. Y esta la vendió luego a un tal señor Cuego. Y su perro venga a ladrar, tanto que al viejo Llorica llegó a asustar».

—¿Lo viste llorar? No se lo cuentes a mamá.

—Ya lo sé. Hermanita, si un hombre llora por ti, eso significa que le gustas mucho.

Jingqiu se quedó estupefacta. Su hermana no solo lo había visto todo, sino que también lo había entendido. La obligó a prometer que no se lo contaría a su madre antes de que esta llegara a conocer a Mayor Tercero.

No podía llevar zapatos, así que se puso un par de chanclas viejas de su hermano, de esas que normalmente detestaba llevar, pues era muy incómodo tener algo entre los dedos de los pies, pero aquel día no tenía opción. No iba a presentarse descalza delante de Mayor Tercero. Y no le parecía bien llevar botas de goma.

Tenía los pies tan hinchados que caminaba muy torpemente, y, aunque cada paso era una tortura, anduvo lo más deprisa que pudo, ansiosa por ver a Mayor Tercero. Acababa de subirse al bote para cruzar el río cuando lo vio esperándola, empujando una bicicleta. Al llegar le dijo que se subiera atrás, y, en cuanto comenzó a pedalear, ya avanzaban por la carretera que había junto al río.

—¿No me dijiste que tu madre trabajaba por aquí? Ahora que tenemos una bicicleta podemos ir un poco más lejos.

—¿Cómo las ha conseguido?

—La he alquilado. Hay un sitio de reparación de bicicletas junto al embarcadero, y también las alquilan.

Cuánto tiempo había pasado desde que Jingqiu había oído que alguien alquilaba una bicicleta; la última vez debía de ser cuando era pequeña y su padre había alquilado una en el mismo sitio que había junto al embarcadero. Su padre la había colocado sobre la barra y había recorrido las calles, el viento agitando su pelo, su padre pedaleando y ella haciendo sonar el timbre. Entonces el timbre se cayó al suelo, y cuando su padre lo descubrió ya habían recorrido un buen trecho. Su padre se detuvo a un lado de la carretera, sacó el caballete y dejó a Jingqiu en lo alto de la bici mientras se iba a buscar el timbre. Aterrada de que la bici pudiera volcar, Jingqiu comenzó a berrear. Lloró con tanta fuerza que el cielo y la tierra temblaron, y atrajo a un montón de transeúntes.

Al recordarlo se echó a reír.

—¿De qué te ríes? —preguntó Mayor Tercero—. ¿No vas a contarme el chiste?

Jingqiu le contó la historia y él le preguntó:

—¿Echas de menos a tu padre?

Jingqiu no contestó, pero le contó más historias de su padre, aunque casi todas eran de cuando ella era pequeña y se las había contado su madre. Mayor Tercero las escuchó atentamente.

—Tu padre te quiere mucho —dijo con un suspiro—. Hemos de ir a visitarlo alguna vez. Debe de sentirse muy solo en el campo, sin su familia, echándoos a todos de menos.

A Jingqiu eso le pareció muy descarado.

—Mi padre es un terrateniente, y lo están reeducando. Si vamos a verlo y en la escuela se enteran, dirán que no hemos sabido distanciarnos de él.

—Si nos comportamos como esa gente ya no nos atreveremos a hablar de moralidad ni de amor —dijo Mayor Tercero—. Dame su dirección y yo lo visitaré. Así no habrá ningún problema.

Jingqiu vaciló.

—Si de verdad visitas a mi padre, pídele que no lo mencione en las cartas que le manda a mi madre, pues de lo contrario ella se enterará de lo nuestro. Dime cuándo vas a ir y compraré cacahuetes azucarados para que se los des. Le encantaban las cosas dulces, sobre todo los cacahuetes.

Siguieron en la bicicleta hasta alcanzar casi el muelle número trece, que era lo más lejos que llegaban los autobuses. Encontraron un lugar junto al río donde no había nadie y se sentaron. Jingqiu tenía los pies especialmente hinchados por la noche, y le costaba llevar las chanclas. En cuanto se sentó, se le cayeron de los pies y rodaron por la ribera hacia el río. Mayor Tercero fue a por ellas y las alcanzó. Se las devolvió para que se las pudiera poner.

—No necesito las chanclas si estoy sentada.

Mientras hablaban escondió los pies debajo de la falda.

—¿Por qué no me dejas que te toque los pies? —Mayor Tercero se acuclilló a su lado y le levantó la falda, agarrándole uno de los tobillos. Ella intentó esquivarlo, pero no lo consiguió. Cuando él descubrió que tenía los pies cubiertos de llagas, lloró en silencio.

—Jingqiu, Jingqiu, no trabajes así. Deja que te ayude, si sigues haciendo esto me volveré loco…

—No te preocupes, ahora tengo mis botas de goma. Ya no habrá más problemas.

Mayor Tercero le calzó las chanclas y la ayudó a levantarse.

—Vamos al hospital.

—¿Y qué haremos ahora en el hospital? Ya deben de haber acabado la jornada.

—Urgencias siempre está abierto. Estas llagas se te podrían infectar. Se te podrían gangrenar los pies.

—No se me gangrenarán. Estas cosas no me pasan. Hay mucha gente que tiene los pies así.

Pero él era terco y seguía tirando de ella.

—No me importan los demás. Solo me importas tú, y vas a venir al hospital conmigo.

—Los médicos me preguntarán mi nombre y mi unidad de trabajo, y no he traído mi cartilla médica. No pienso ir.

De repente él la soltó, sacó su cuchillo y se hizo un corte en el dorso de la mano izquierda. Comenzó a manar sangre de la herida.

Asustada, Jingqiu se puso a buscar un pañuelo para vendarle la mano.

—¿Estás loco?

Jingqiu le vendó la mano, pero seguía saliendo sangre. Estaba tan asustada que se le aflojaban las piernas.

—¡Vamos al hospital ahora mismo! Sigues sangrando.

—Entonces, ¿irás? Muy bien, en marcha.

—Te llevaré en la bici.

—No puedes pedalear, tiene los pies llenos de llagas. Siéntate delante y yo pedalearé.

La sentó en la barra y le dijo que se sujetara al manillar, y con la mano buena sobre la de ella pedaleó deprisa hasta el hospital.

Mayor Tercero habló con un médico que miró los pies de Jingqiu, mientras que otro con una bata blanca lo llevaba a una habitación aparte. Cuando Jingqiu vio que una prenda roja asomaba por debajo de su bata blanca, se dijo que debía de ser un médico del ejército; nunca había estado en aquel hospital.

El doctor la llamaba Pequeña Liu. Mayor Tercero debía de haberle dado un nombre falso. El médico le examinó los pies y le dio la receta de una crema, además de un desinfectante y algodón esterilizado.

—En cuanto llegues a casa has de lavarte los pies, te sacas los trocitos de carbón de las plantas y te aplicas este ungüento. No te los laves con agua sin esterilizar, hiérvela primero y, desde luego, cuida que no se te clave más carbón en la planta del pie.

Llenó otro impreso y le dijo que entrara en la sala de enfrente, donde una enfermera le limpiaría los pies y le pondría un vendaje para que se pudiera ir a casa. La enfermera ayudó a Jingqiu a sujetar las chanclas a los pies vendados. Le dijo a Jingqiu que esperara a Sun en el banco que había en el pasillo.

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