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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (9 page)

Jingqiu estaba conmovida.

—Muchísimas gracias, escribe la carta cuando tengas tiempo… Yo ya encontraré un momento para ir, todo sea por mi madre. Me da miedo que un día se desangre del todo.

Unos días más tarde Lin entró en la habitación de Jingqiu acarreando una cesta de bambú.

—A ver si tienes suficientes.

Una vez dicho esto, se dio media vuelta y se fue. Jingqiu fue a ver qué había en el cesto y lo encontró lleno de nueces. Se quedó petrificada. Yumin debió de decirle que recorriera aquel largo camino para conseguirlas. Jingqiu estaba furiosa y se pasaba casi todo el día conteniendo las lágrimas. Tiempo atrás se había hecho una promesa: no volver a llorar. Su padre y su hermano estaban en el campo, su madre estaba enferma y tenía una hermana cinco años menor que ella, así que tenía que ser la roca de la familia. Ella tenía su propio eslogan: sangra, suda, pero no llores.

Se fue corriendo a buscar a Lin. Estaba sentado junto al muro lateral de la casa, comiendo. Jingqiu se acercó a él y se quedó mirándolo comer bocado tras bocado. Tenía un hambre voraz.

—¿Has ido a la casa de los padres de tu cuñada? —preguntó.

—Mmm.

—¿Estaba lejos?

—No.

Jingqiu le miró los pies. Tenía los zapatos destrozados de andar, y le asomaba la planta del pie. No sabía qué decir y solo se le ocurrió quedarse mirando los zapatos, muda. Lin siguió su mirada, y rápidamente escondió los zapatos, ocultándolos con los pies. Avergonzado, dijo:

—Piso muy fuerte al andar y gasto rápidamente los zapatos. Pensaba ir descalzo, pero en la montaña hace frío.

Jingqiu se ahogaba de tanto reprimir las lágrimas.

—¿Te mandó ella?

—No. Simplemente pensé que así tu madre podría tomarlas cuanto antes. —Se acabó los últimos granos de arroz del cuenco y dijo—: Me voy a trabajar. Todavía puedo hacer media jornada. —Se alejó, solo para volver al cabo de un rato con una azada al hombro—. Busca un trozo de papel para cubrir el cesto, de lo contrario Huan Huan se las comerá todas. No te creas que porque es pequeño no se las sabe todas.

Jingqiu contempló cómo metía sus zapatos gastados en la pila de leña que había delante de la puerta. Lin se dio media vuelta y le dijo a Jingqiu:

—No se lo cuentes a mi madre, me reñirá y me llamará malcriado.

Lin se marchó. Jingqiu cogió los zapatos que estaban entre la leña y los examinó. Quiso repararlos, pero la suela de uno de ellos estaba tan agujereada que era imposible. Los volvió a meter entre la leña.

Se sentía abrumada. Se puso a pensar que, si aceptaba la ayuda de Lin, ¿cómo iba a compensarle? Decidió quedarse con las nueces, pero solo porque contribuirían a mejorar la salud de su madre. Estaba agotada y tenía demasiadas preocupaciones. Siempre que menguaba su ansiedad, sus síntomas mejoraban. Cuando algo la inquietaba, sin embargo, cuando el trabajo era demasiado agotador, volvía a sangrar. Las nueces y el azúcar piedra la curarían.

Jingqiu regresó a su habitación y se colocó junto al cesto de nueces. Las tocó una por una. Debía de haber casi diez kilos. Si hubiera ido al médico a pedirle una receta, probablemente tendría que haber hecho más de diez para conseguir tantas, por no hablar del dinero que costarían. Estaba impaciente por llevarle el cesto de nueces a su madre, pero sin azúcar no servirían de nada, y sin una nota del médico tampoco podía conseguir el azúcar. El médico solo le hacía la receta cuando a su madre se le declaraba la enfermedad.

Sin embargo, había nueces para que a su madre le duraran bastante. Su hermana estaría encantada, pues lo que más le gustaba era cascar nueces. De hecho, era una experta. Colocaba la nuez vertical y, utilizando un pequeño martillo, daba golpecitos en la parte de arriba hasta que la cáscara se partía en cuatro direcciones, y en el medio aparecía la nuez perfectamente formada. Había veces, claro, en que se rompía. Entonces su hermana utilizaba una aguja para extraer los trozos, y los mezclaba con el azúcar piedra y se los daba a su madre. Pero esta lo rechazaba y les decía a sus hijas que se lo comieran ellas. «La salud de mamá no es tan mala, no pasa nada, las dos aún estáis creciendo, comed un poco». Las dos niñas le contestaban que las nueces eran demasiado amargas y que no les gustaban.

Jingqiu se arrodilló pensando que Lin era demasiado bueno con ella. Había oído historias de «hijas abnegadas» que antes de la revolución habían vendido sus cuerpos para mantener a sus madres. Se dijo que las comprendía. ¿Qué otra cosa podía hacer una hija para mantener a su madre en aquellos tiempos? Incluso ahora, en esa nueva sociedad, aparte de su cuerpo, ¿qué otra cosa tenía una chica como Jingqiu para mantener a su madre? Con aquel cesto de nueces delante de ella, tenía miedo; si este cesto de nueces cura a mi madre, ¿tendré que consentir en casarme con Lin? Ahora que formaban parte de una nueva sociedad en la que no podías comprar y vender a la gente, ella no podía «venderse» a él. Solo tendría que casarse.

Mientras meditaba acerca de cómo corresponder a la amabilidad de Lin, se puso a pensar en Mayor Tercero. En lo más hondo de sí deseaba que hubiera sido Mayor Tercero quien le hubiera traído las nueces, pues el problema hubiera quedado solucionado fácilmente; se habría sentido dichosa de «venderse» a él. Se reprochó aquel pensamiento. ¿De qué manera, exactamente, Lin era inferior a Mayor Tercero? ¿Se debía a que era un poco más bajo, a que no tenía el mismo aspecto de «mezquino capitalista» que Mayor Tercero? ¿Pero acaso no deberíamos fijarnos en lo que hay en el interior de una persona, y no solo en su aspecto externo?

Al momento se castigó de nuevo: «¿Cómo puedes decir que Mayor Tercero no posee la misma amabilidad que Lin? ¿Es que no cuida de ti? Además, siempre ayuda a los demás a reparar sus estilográficas y relojes, y compra él mismo las piezas estropeadas y nunca le pide dinero a nadie. ¿Acaso eso no prueba su naturaleza bondadosa?». La gente decía que era el soldado modelo de su unidad geológica.

Cuando llevaba ya un rato absorta en esos pensamientos, salió de su ensimismamiento y se rio de sí misma. En realidad, ninguno de los dos le había dicho que sintiera interés por ella, así pues, ¿por qué se emocionaba tanto? Decidió hacerle unos zapatos nuevos a Lin para que su madre no lo reprendiera y para que no tuviera que ir descalzo los días de frío. Sabía que el cesto de costura de la tía Zhang estaba lleno de suelas acolchadas que aún había que coser, y la parte superior estaba pegada pero todavía no ribeteada. Solo tardaría un par de noches en convertir esos fragmentos a medio acabar en un par de zapatos.

Se fue corriendo a buscar a la tía y le dijo que deseaba hacer un par de zapatos para Lin. En los ojos de la tía apareció un brillo de satisfacción, y al momento se fue a buscar las suelas y la parte de arriba, junto con hilo, aguja y tacones para dárselos a Jingqiu. Se quedó a un lado, contemplando con ternura cómo Jingqiu cosía las suelas.

—¡Jamás había imaginado que las chicas de ciudad supierais coser! —exclamó la tía al cabo de un rato—. Has unido la suela más rápido de lo que yo sería capaz, y con unas puntadas más apretadas. Tu madre es en verdad una buena profesora; ha criado a una hija muy competente.

Jingqiu se avergonzó un poco y le dijo a la tía Zhang que el único motivo por el que sabía hacer zapatos era que su familia era pobre. No podían permitirse comprarlos, de manera que se los hacían ellos mismos. Con un palmo de algodón negro podía crear la parte de delante de dos pares de zapatos. Y con dos trocitos más de tela podía hacer el forro y la parte de arriba. En cuanto a las suelas, también se las tenía que fabricar ella misma. La parte más difícil era coser la suela con la parte de arriba, pero Jingqiu había aprendido cada paso. Casi todos los zapatos que llevaba se los había hecho ella, y solo cuando llovía, o cuando tenía que viajar muy lejos, o cuando pasó por el entrenamiento militar en la escuela, llevaba sus «zapatos de la Liberación» de lona verde militar. Sus pies se mostraron solidarios; en cuanto alcanzaron la talla 35 dejaron de crecer, como si temieran que ya no les cupieran los «zapatos de la Liberación».

—Ni tu prima Fen ni tu prima Fang saben hacer zapatos. ¿Quién sabe lo que será de ellas cuando se casen y se vayan de casa?

Jingqiu la consoló.

—Hoy en día hay mucha gente que no lleva zapatos de fabricación casera. Cuando se casen se los comprarán.

—Pero los zapatos comprados no son tan cómodos como los hechos en casa. Yo no me acostumbro a estas zapatillas de gimnasia. Te hacen sudar los pies, y cuando te las quitas están calientes y apestosas. —La tía bajó la mirada a los pies de Jingqiu y soltó un grito ahogado—. ¡Oh! Qué pies tan pequeños, igual que los de esas chicas de familia rica de antes de la revolución. Ninguna chica que trabaja en el campo puede tener unos pies tan bonitos.

Jingqiu se sonrojó. Debía de haber heredado esos pies de su padre el terrateniente. Los pies de su padre se consideraban pequeños, pero no los de su madre, prueba de que esta procedía de una buena familia trabajadora, mientras que la de su padre había explotado a las masas para vivir. Como no tenían que trabajar en el campo, sus pies se habían vuelto pequeños.

—Probablemente los heredé de mi padre —dijo con franqueza—. Mi padre… su familia era terrateniente. En cuanto a mi manera de pensar, he trazado una línea divisoria clara entre mi padre y yo, pero por lo que se refiere a los pies…

—¿Y qué tiene de malo ser terrateniente? Necesitas buena suerte y saber manejar tu hacienda para amasar tierras. Los que no poseemos propiedades y alquilamos la tierra y pagamos el alquiler a otros también tenemos nuestro sitio en la sociedad. No me gusta esa gente que está celosa de los terratenientes y su dinero; solo buscan excusas para denunciar a los demás.

Jingqiu creyó que tenía problemas de oído. Los antepasados de la tía habían sido todos campesinos pobres, ¿cómo podía decir cosas tan reaccionarias? Estaba segura de que la tía Zhang la estaba poniendo a prueba y era imprescindible que la superara. No se atrevió a morder el anzuelo y lo que hizo fue dedicar toda su concentración a coser.

Tras dos noches trabajando con ahínco, Jingqiu acabó los zapatos de Lin. Le pidió que se los probara. Lin trajo una palangana de agua y se limpió cuidadosamente los pies, y a continuación se calzó humildemente sus nuevos zapatos. Llamó a Huan Huan para que trajera un trozo de papel, que colocó en el suelo antes de dar unos cuantos pasos cautelosos.

—¿Te aprietan? ¿Demasiado pequeños? —preguntó Jingqiu con preocupación.

Lin sonrió.

—Son más cómodos que los de mi madre.

La tía Zhang se rio y lo reprendió en broma.

—La gente dice: «Busca una esposa, olvida a tu madre». Pero tú…

Jingqiu la interrumpió para explicarle:

—Le he hecho estos zapatos a Lin como agradecimiento por las nueces que trajo para mi madre. Eso es todo.

Dos días después Mayor Tercero llegó con una gran bolsa de azúcar piedra y se la dio a Jingqiu para su madre. Jingqiu se quedó sorprendida.

—¿Cómo… cómo sabías que mi madre necesita este azúcar?

—Tú no me lo dijiste, pero no puedes impedir que los demás me lo cuenten. —La miró airado—. ¿Cómo es que se lo dijiste a ellos y a mí no?

—Se lo dije ¿a quién?

—¿Cómo que a quién? Me lo contó Lin, dijo que podía conseguir las nueces, pero no el azúcar, y sin el azúcar las nueces no servirían de nada.

—Una bolsa tan grande de azúcar… ¿cuánto… cuanto te ha costado?

—Un cesto tan grande de nueces, ¿cuánto te han costado?

—Las nueces las recogieron del árbol…

—El azúcar también crece en los árboles.

Le estaba tomando el pelo otra vez. Jingqiu soltó una risita.

—Esto es una tontería, el azúcar no crece en los árboles… ¿o sí?

Él se animó al verla sonreír.

—Cuando ganes dinero me lo devolverás, hasta el último céntimo… Lo anotaré. ¿Qué te parece?

Estupendo, se dijo Jingqiu, ahora sí que estoy metida en un lío. Si Lin y Mayor Tercero se unían para ayudar a su madre, ¿significaba eso que tenía que casarse con los dos? Solo podía responder riéndose de sí misma: «¿Alguien había dicho que quisieran casarse conmigo? Con unos orígenes sociales como los míos, sería un milagro que alguien aceptara incluso que le devolviera el favor».

Capítulo 9

Suele decirse que «una vez la cicatriz está curada olvidas el dolor», y naturalmente es completamente cierto. A medida que los días pasaban, la ansiedad de Jingqiu iba menguando, hasta que tuvo otra vez la osadía de hablar con Mayor Tercero. La tía y el señor Zhang se habían ido al pueblo natal de ella, y Yumin había llevado a Huan Huan a Río Yanjia para visitar a su marido, con lo que Jingqiu, Lin y Fen se quedaron solos en casa.

Cuando acababa de trabajar, Mayor Tercero acudía enseguida a ayudarles a preparar la comida, y prefería comer con Jingqiu en lugar de en el campamento. Uno se encargaba del fuego mientras el otro traía las verduras, y formaban un magnífico equipo. Mayor Tercero había perfeccionado el arte de hacer arroz crujiente. Primero lo hervía, y en cuanto estaba cocido lo sacaba de la olla y lo echaba en un cuenco de hierro forjado, aderezado con sal y con unas gotas de aceite, y le daba vueltas al arroz a fuego lento hasta que quedaba aromático y crujiente. A Jingqiu le encantaba. Aunque solo comiera eso para cenar, estaría contenta. De hecho, su amor por ese plato asombraba a la gente: si le dejaban elegir entre arroz blanco fresco y el arroz crujiente de Mayor Tercero, sin la menor vacilación elegía este último. La gente de ciudad era extraña.

Fen aprovechó la oportunidad para traer a cenar a su novio. Jingqiu había oído comentar a la tía que ese joven era «un caradura», poco de fiar y un pájaro de cuenta. No trabajaba en el campo, pero siempre estaba por ahí haciendo negocietes. A la tía y al señor Zhang no les gustaba y le habían prohibido a Fen que lo llevara a casa. Fen se escabullía para verlo, pero ahora que sus padres no estaban en casa había traído al «caradura» con ella sin disimulo.

Jingqiu no le encontró nada malo al «caradura». Era alto, culto y se portaba bien con Fen. También le trajo a Jingqiu unas cintas para el pelo adornadas con flores, que normalmente vendía de casa en casa, para que se pudiera hacer unas trenzas. Fen alargó el brazo para enseñarle a Jingqiu su nuevo reloj.

—Bonito, ¿verdad? Lo ha traído para mí. Le ha costado ciento veinte yuanes.

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