Read Amor bajo el espino blanco Online

Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (4 page)

Jingqiu se sintió incómoda. Sabía que no podía corresponder a la amabilidad de Lin de la manera que él desearía.

—Mayor Tercero es también bueno contigo —añadió Fang—. Madre dijo que había venido a cambiar tu bombilla, pues según él la que tenías era demasiado floja y te dañaría la vista. También le dio a mamá un poco de dinero y le dijo que era para la factura de electricidad.

Jingqiu no cabía en sí de gozo, pero simplemente replicó:

—Es solo porque también se preocupa por tu vista; después de todo, es tu habitación.

—Hace mucho tiempo que es mi habitación, pero nunca había venido a cambiarme la bombilla.

La siguiente vez que Jingqiu se topó con Mayor Tercero, intentó darle algo de dinero, pero él no lo aceptó. Discutieron hasta que Jingqiu cedió. Mientras se preparaba para marcharse, sin embargo, dejó un poco de dinero sobre la mesa y una nota, tal como solía hacer el 8º Ejército de Ruta. Nadie se había mostrado tan abiertamente atento con ella desde que había recibido el estigma de su «clase social mala». Le parecía que había iniciado una nueva vida como tía, y el resto de la familia no sabía nada de sus orígenes. Pero en cuanto lo averigüen, se decía, ya no me mirarán igual.

Una mañana Jingqiu se levantó y cuando se disponía a doblar la colcha descubrió una mancha de sangre en la sábana del tamaño de un huevo. Ahí estaba de nuevo su «vieja amiga». Siempre aparecía justo cuando iba a ocurrir algo importante, y ahora llevaba a cabo su habitual ataque preventivo. Siempre que su clase tenía que ir a aprender producción industrial, estudiar agricultura o hacer sus ejercicios militares, su «vieja amiga» llegaba sin previo aviso. Jingqiu se apresuró a quitar la sábana. Quería frotar la mancha discretamente, pero le daba vergüenza lavarla en la casa. Daba la casualidad de que había estado lloviendo, así que tuvo que esperar a mediodía, cuando por fin amainó, para poder llevar la sábana al río y limpiarla.

Sabía que no debía meterse en el agua fría cuando la visitaba su «amiga»: era algo que su madre siempre le recordaba, explicándole repetidamente los peligros. No debes beber agua fría, no debes tomar comida fría, no debes lavarte en agua fría, pues de lo contrario tendrás dolor de muelas, dolor de cabeza y dolores musculares. Pero aquel día no tenía elección. Se colocó sobre dos grandes piedras en medio del río y sumergió la sábana en el agua, pero había poca profundidad y enseguida se manchó con el barro del lecho. Cuanto más la lavaba, más sucia estaba. Venga, hazlo de una vez, quítate los zapatos y métete en aguas profundas, se dijo.

Mientras se quitaba los zapatos, oyó que alguien decía:

—¿Estás aquí? Suerte que te he visto. Estaba a punto de ir río arriba para lavarme mis botas de goma. El barro te habría ensuciado la sábana.

Era Mayor Tercero. Desde entonces ella lo llamaba «hermano», y se habían reído de ella porque no sabía cómo llamarlo, e incluso aunque hubiera sabido cómo llamarlo, no habría importado, pues habría sido incapaz de pronunciar las palabras. Todo lo relacionado con él se había convertido en un tabú, y su boca se negaba a transgredirlo. Pero para sus ojos, oídos y corazón, todo lo relacionado con él era tan digno de aprecio como el Libro Rojo de Mao. Ella quería leerlo, escucharlo y pensar en él todo el día.

Todavía llevaba el sobretodo de algodón de medio cuerpo, pero ahora calzaba un par de botas altas de goma, salpicadas de barro. Ella se mostraba insegura; hoy llueve con fuerza y aquí estoy yo lavando la sábana, seguro que adivina lo que ha ocurrido. Tenía miedo de que pudiera preguntarle, de manera que sus pensamientos se desbocaron intentando desesperadamente inventar una mentira.

Pero él no le preguntó nada, simplemente le dijo:

—Déjame a mí, que llevo botas de goma. Puedo meterme en el río a más profundidad.

Jingqiu se negó, pero él ya se había quitado la chaqueta de algodón, se la había entregado ella y agarrado la sábana. Jingqiu apretó la chaqueta contra su cuerpo y se quedó en la orilla, viendo cómo se arremangaba y se adentraba en el río. Primero utilizó una mano para limpiar el barro de las botas, y a continuación comenzó a golpear la sábana.

Luego la cogió y, como si lanzara una red, la extendió sobre el agua. La mancha roja asomó a la superficie. Esperó hasta que la sábana fue casi arrastrada por la corriente, y Jingqiu se asustó y le gritó. Él metió las manos en el agua y sacó la sábana. Jugueteó así con ella unas cuantas veces hasta que Jingqiu dejó de inquietarse por que la sábana se alejara flotando y lo contempló en silencio.

La siguiente vez Mayor Tercero no agarró la sábana, y se la arrebató la corriente. Jingqiu vio cómo se iba alejando cada vez más hasta que por fin, como Mayor Tercero no había alargado los brazos para cogerla, ya no pudo seguir conteniéndose. Le pegó un berrido y él se echó a reír, y a continuación se puso a correr en medio del agua para recuperarla.

En medio del agua, se dio la vuelta para mirarla y dijo:

—¿Tienes frío? Si quieres, ponte mi chaqueta.

—No tengo frío.

Mayor Tercero saltó a la orilla y con su chaqueta cubrió los hombros de Jingqiu, la miró de arriba abajo y a continuación soltó una estentórea carcajada.

—¿Qué ocurre? —preguntó ella—. ¿Tan mal me sienta?

—No, simplemente te va demasiado grande, eso es todo. Envuelta en ella, pareces un champiñón.

Al ver que él tenía las manos rojas de frío, Jingqiu preguntó:

—Y tú, ¿no tienes frío?

—Mentiría si dijera que no —dijo él riendo—, pero me recuperaré en un momento.

Volvió a meterse en el agua para seguir lavando la sábana; a continuación, después de escurrirla, retornó a la orilla. Ella le devolvió la chaqueta y él recogió la palangana donde estaba la sábana.

Jingqiu intentó quitarle la palangana mientras le decía:

—Tú tienes trabajo, ya volveré yo sola. Gracias, muchas gracias.

Pero él no se la daba.

—Es hora de comer. Ahora trabajo aquí cerca, así que aprovecho para ir a comer en casa de la tía.

Una vez en casa, él le enseñó la barra de bambú que utilizaban para tender la ropa, y que estaba situada bajo los aleros de la parte posterior de la casa; cogió un trapo para limpiar la barra y a continuación la ayudó a tender la sábana y a sujetarla con pinzas para que se secara al sol.

Todo aquello lo hizo con gran naturalidad.

—¿Cómo es que se te dan tan bien las labores domésticas?

—Llevo mucho tiempo viviendo lejos de mi casa. Tengo que hacérmelo yo todo.

La tía oyó su comentario y le reprendió.

—¡Menudo fanfarrón! Mi Fen le lavaba la colcha y las sábanas.

A Fen debía de gustarle, se dijo Jingqiu, de otro modo, ¿por qué le lavaba las sábanas?

Durante aquellas semanas, Mayor Tercero fue a comer casi todos los días a casa de la tía. A veces se echaba la siesta, a veces charlaba un rato con Jingqiu, y otras traía huevos y carne para compartirlos con los demás. Nadie sabía de dónde los sacaba, pues eran productos racionados. Alguna vez incluso traía fruta, un manjar realmente escaso, con lo que sus visitas hacían feliz a todo el mundo.

En una ocasión le pidió a Jingqiu que le dejara ver lo que había escrito, diciéndole:

—Camarada, sé que un buen artesano no enseña su jade sin tallar, pero lo que escribes no es ningún borrador, es la historia de la aldea. ¿No me dejas ver lo que has escrito?

Jingqiu fue incapaz de disuadirle, así que le enseñó lo que tenía. Él lo leyó meticulosamente y se lo devolvió.

—Desde luego tienes talento, pero hacerte escribir esto es una pérdida de tiempo.

—¿Por qué?

—No son más que episodios aislados, sin relación entre ellos. No resultan interesantes.

Sus palabras escandalizaron a Jingqiu, pues lo que decía era muy reaccionario. En lo más profundo de sí, a ella tampoco le gustaba escribir aquellos episodios, pero no tenía elección.

Él se dio cuenta de que Jingqiu se había esforzado mucho en escribir aquellos textos, de manera que la consoló.

—Simplemente escribe lo que sea, lo harás muy bien. No pongas tanta energía en escribir esto.

Ella comprobó que no hubiera nadie su alrededor y le preguntó:

—Dices que no ponga tanta energía en escribir esto. Bueno, ¿en qué debo ponerla, entonces?

—En escribir lo que tú quieras. ¿Alguna vez has escrito relatos o poemas?

—No. ¿Cómo va a escribir un relato alguien como yo?

Mayor Tercero sonrió ante aquellas palabras.

—¿Qué clase de personas crees que escriben relatos? Creo que tú tienes madera de escritor. Tu estilo es bueno y, más importante aún, tienes una mirada poética, ves la poesía de las cosas.

Jingqiu se dijo que Mayor Tercero se estaba poniendo «frititario» otra vez, así que le contestó:

—Siempre hablas de lo que es «poético», de que todo es «poético». ¿A qué te refieres exactamente con esa palabra?

—En el pasado me habría referido simplemente a eso, a lo «poético». Hoy en día, naturalmente, me refiero al «romanticismo revolucionario».

—Parece que sabes de lo que estás hablando, ¿por qué no escribes tú un relato?

—Yo quiero escribir, pero cosas que nadie se atrevería a publicar. Y las cosas que pueden publicarse no las quiero escribir —dijo riendo—. La Revolución Cultural debió de comenzar cuando tú empezabas a ir a la escuela, pero en aquella época yo ya estaba acabando el bachillerato, y el periodo capitalista me influyó mucho más profundamente que a ti. Siempre quise ir a la universidad, a la de Beijing o a la de Qinghua, pero nací demasiado tarde.

—Los obreros, los granjeros y los soldados pueden estudiar, ¿por qué no lo haces tú?

—¿Para qué? Hoy en día en la universidad no aprendes nada —dijo él negando con la cabeza—. ¿Qué vas a hacer cuando acabes el bachillerato?

—Trabajar en el campo.

—¿Y después?

Jingqiu se quedó de una pieza: no entendía a qué se refería con «y después». Al igual que otros jóvenes de la ciudad, a su hermano lo habían mandado al campo hacía unos años, y no tenía manera de regresar. Era muy bueno tocando el violín, y tanto la banda del condado como el Conjunto de Coros y Danzas Políticos del Ejército y la Armada lo habían invitado a unirse a ellos, pero, cada vez que se presentaba ante la comisión política, le retiraban la invitación. Dolida, Jingqiu dijo:

—No hay ningún después. Cuando me manden al campo no habrá manera de regresar, porque la clase social de mi familia es mala.

Él la tranquilizó.

—Eso no es cierto. Naturalmente que podrás regresar, solo es una cuestión de tiempo. No pienses demasiado en ello, ni tampoco en el futuro. El mundo cambia cada día. Quién sabe si cuando acabes el bachillerato la línea política habrá cambiado, y a lo mejor ni siquiera te mandan al campo.

Jingqiu se dijo que no tenía nada más que decir: él era hijo de un funcionario, y a pesar de que también había sufrido un poco, ahora todo le iba bien. No lo habían mandado a aprender de los campesinos, sino que enseguida lo habían asignado a la unidad geológica. La gente como él no puede entender a los que son como yo, se dijo, no pueden entender por qué me preocupo.

—Quiero seguir escribiendo —dijo Jingqiu, cogiendo la pluma y fingiendo ponerse a la labor. Él no dijo nada más y se fue a echarse una siesta y a jugar con Huan Huan hasta que llegó la hora de volver al trabajo.

Un día, él le entregó un grueso libro,
Jean-Christophe
, de Romain Rolland.

—¿Lo has leído?

—No. ¿Cómo lo has conseguido? —le preguntó Jingqiu.

—Lo compró mi madre. Mi padre es funcionario, pero mi madre no. Probablemente ya lo sabes, pero justo después de la Liberación, a principios de los cincuenta, se aprobó una nueva ley matrimonial. Muchos cuadros políticos abandonaron a sus esposas que procedían del campo y se casaron de nuevo con chicas guapas y cultas de la ciudad. Mi madre fue una de esas jóvenes, hija de una familia capitalista. A lo mejor se casó con mi padre para cambiar su estatus de clase, ¿quién sabe? Pero creía que mi padre no la comprendía, de manera que estaba amargada y deprimida, y prácticamente solo vivía a través de los libros. Adoraba la lectura y poseía muchos libros, pero cuando se inició la Revolución Cultural se acobardó y quemó la mayoría. Mi hermano pequeño y yo salvamos unos cuantos. ¿Te interesan?

—Es un libro capitalista, pero supongo que puedo asimilarlo de una manera crítica —dijo Jingqiu.

Él volvió a mirarla como si fuera una niña.

—Son libros famosos en todo el mundo. Es solo que ahora, en China… bueno, vivimos un momento desafortunado. Pero las obras famosas son famosas por alguna razón, y no se convierten en basura solo por culpa de cambios temporales. Si te interesan, tengo más, pero no puedes leer demasiados, pues si no se notará en tu manera de escribir. También podría ayudarte con tus textos.

En ese mismo momento se sentó junto a ella para ayudarla con algunos párrafos.

—Sé mucho de la historia de Aldea Occidental. Escribiré un trozo y se lo llevas a tus profesores y amigos a ver si se dan cuenta. Si no, seguiré ayudándote.

Cuando llevó lo que él había escrito al grupo, pareció que nadie se daba cuenta de que no era ella la autora. Y así fue como él se convirtió en su «escritor a sueldo». Él se presentaba cada día a la hora de comer para ayudarla a escribir su libro de texto, y ella pasaba el tiempo leyendo novelas.

Capítulo 4

Un día la Asociación para la Reforma Educativa se dirigió al extremo oriental de la aldea para visitar una gruta, el acantilado de Heiwu, de la que se contaba que la gente la había utilizado como escondite durante la guerra contra Japón. Un traidor reveló su emplazamiento a los japoneses, y estos rodearon la gruta y le prendieron fuego, dejando atrapados a unos veinte aldeanos que allí se cobijaban. Los que salieron fueron abatidos a tiros, y los que no, murieron quemados. Aún se veían las marcas de chamusquina en las paredes húmedas.

Esa era la página más espeluznante de la historia de Aldea Occidental, y, mientras el grupo la escuchaba, los ojos se les llenaban de lágrimas. Después de la visita tenían que ir a comer, pero a nadie le entraba bocado, y coincidieron en que estaban vivos gracias a esos mártires revolucionarios que derramaron su sangre y sacrificaron sus vidas; ya comerían más tarde. Comenzaron a discutir cómo escribir el capítulo dedicado a esos sucesos y hablaron sin interrupción hasta las dos de la tarde.

Other books

PoetsandPromises by Lucy Muir
Ordinary Sins by Jim Heynen
The Shepherd's Voice by Robin Lee Hatcher
Of Midnight Born by Lisa Cach
This Totally Bites! by Ruth Ames
Usher's Passing by Robert R. McCammon
The Morgue and Me by John C. Ford
The Guardian by Jordan Silver