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Authors: Ai Mi

Tags: #Drama, Romántico

Amor bajo el espino blanco (8 page)

Los maridos no se atrevían a demostrar su amor delante de sus padres, de manera que si querían ofrecerles a sus amadas esposas un pedazo de carne tenían que recurrir a algún truco. La madre de Jingqiu le había contado la manera en que esa esposa podía comerse la carne oculta: primero tenía que chafarla de manera furtiva, a continuación acercar el cuenco a la boca y extraer la carne del fondo del cuenco como si excavara un túnel, fingiendo que solo engullía arroz. Tenía que masticarla en silencio mientras sepultaba de nuevo los restos de la carne. Tenía que procurar no acabarse el arroz antes de repetir, pues descubriría el tesoro oculto. Pero no podía tomar otra ración de arroz sin haberse acabado la primera, pues, si los padres políticos se daban cuenta, le caía una reprimenda de campeonato.

Su madre le contó el caso de una chica que, por culpa del amor de su marido, murió asfixiada. Él escondió un huevo duro en su cuenco, el único huevo de la familia, y, temiendo que lo descubrieran, la mujer se lo metió entero en la boca. Justo cuando estaba a punto de masticarlo la suegra le preguntó algo, y, queriendo contestar, se lo tragó. El huevo se quedó atorado en la garganta y la mujer murió.

Jingqiu bajó la mirada hacia su cuenco. El corazón le palpitaba con fuerza. «Si la tía lo ve, ¿lo utilizará como prueba contra mí?». Cuando atrapaban a una joven esposa, la consideraban una tentadora que había seducido al marido. Si Jingqiu permitía que alguien lo averiguara ahora, estaría en peor posición que esas esposas, y la noticia llegaría sin la menor duda a sus colegas de la Asociación para la Reforma Educativa.

Jingqiu le lanzó una mirada a Mayor Tercero y vio que él también la miraba, y su expresión parecía preguntarle: «¿No está delicioso?». Era un tipo de lo más artero, y tenía ganas de aporrearlo con sus palillos. Aquel trozo de salchicha era un campo de minas. Jingqiu también tenía miedo de sacarlo del arroz, pero si no se lo comía el arroz se acabaría y la infractora salchicha quedaría al descubierto. Cuando se había comido la mitad del cuenco, se fue a toda prisa a la cocina y arrojó el trozo de carne al cubo de comida para el cerdo.

Cuando regresó a la mesa no volvió a mirar a Mayor Tercero, sino que inclinó la cabeza sobre el cuenco. No quería saber lo que se metía en la boca; su único pensamiento era que debía vaciar el cuenco. Pero Mayor Tercero ignoraba por completo su agitación, y cogiendo otro trozo de salchicha con los palillos, grácilmente lo dejó caer en el cuenco de Jingqiu. Furiosa, Jingqiu hizo chocar sus palillos contra los de él:

—¿Qué haces? Yo también tengo dos manos.

Él la miró sorprendido.

Desde el día que la había acompañado de vuelta a la aldea, ella se había mostrado bastante hostil y, sobre todo cuando tenía público, exhibía una especial ferocidad, como para proclamar que no había nada entre ellos. Por el contrario, él se comportaba de manera totalmente opuesta. Antes le hablaba como le hablaría un adulto a una niña, metiéndose con ella y amonestándola. Pero ahora se había vuelto un cobarde, y siempre intentaba adivinar los pensamientos de Jingqiu y congraciarse con ella, que acababa reprendiéndolo. Entonces él la miraba con más conmiseración que furia y no tenía valor para comenzar una de aquellas riñas juguetonas. Cuanto más desdichado parecía él, más furiosa se mostraba ella: le parecía que estaba delatando su secreto.

Los primeros días posteriores a su regreso, Mayor Tercero todavía intentaba comportarse como antes; siempre que la veía en su habitación escribiendo entraba para ayudarla. Ella le susurraba:

—¿Cómo se te ocurre entrar aquí? Vete antes de que alguien se dé cuenta.

Y él ya no era tan descarado. Cuando ella le decía que se marchara, obedecía en silencio. Jingqiu lo oía hablar con el resto de la familia, y a veces tenía que pasar por la sala para ir a la parte de atrás. Entonces él se interrumpía a media frase y la observaba pasar sin decirle nada, olvidando la frase que había dejado a la mitad.

Oyó que la nuera de la tía, Yumin, decía:

—¿No es así, Mayor Tercero?

Él farfulló un «mmm» en respuesta y, a continuación, confundido, preguntó:

—¿No es así, el qué?

Yumin se rio de él.

—¿Cómo es que últimamente estás tan distraído? Tengo que repetírtelo todo varias veces, y aun así no lo entiendes. Eres como mis peores alumnos, que nunca escuchan en clase.

Jingqiu encontró trozos de salchicha, e incluso huevo, enterrados en su cuenco varias veces más, y siempre se quedó lívida de cólera. Decidió decirle a Mayor Tercero que si lo hacía otra vez alguien se enteraría. Evidentemente, él no estaba asustado; era un trabajador, para él era natural tener novia, pero ella todavía iba a la escuela. Su comportamiento la ponía en peligro.

Un día el hermano mayor, Sen, volvió de Río Yanjia y trajo a un amigo llamado Qian, que trabajaba de conductor y que la noche anterior había atropellado a un ciervo salvaje. Él y otros conductores lo habían descuartizado y repartido la carne. Sen había recibido una parte y la llevaba a casa para que todo el mundo pudiera probarla. Sen le dijo a Jingqiu que fuera a buscar a Mayor Tercero; a Qian se le había roto el reloj y quería preguntarle a Mayor Tercero si podía arreglarlo.

Cuando estaba a cierta distancia del campamento de la unidad geológica, oyó sonar el acordeón de Mayor Tercero. Tocaba una polca, una melodía que Jingqiu conocía bien. Se paró y se acordó del primer día en Aldea Occidental y de la primera vez que oyó a Mayor Tercero tocar el acordeón. Fue en ese mismo lugar. Aquel día apenas había deseado conocerle e intercambiar unas palabras con él a modo de saludo. Fue posteriormente cuando comenzó a extrañarlo, a distraerse si pasaba unos días sin verlo. Pero, desde el día en que habían vuelto juntos por la montaña, sus sentimientos habían cambiado. Ahora la atormentaba la idea de que la pillaran. «Mis pensamientos capitalistas están muy arraigados, y soy una hipócrita, solo me preocupa que alguien me descubra. Si Lin no nos hubiera visto aquel día, probablemente me moriría de ganas de estar con él. Lin me ha salvado de adentrarme aún más en ese abismo».

Sus pensamientos eran un torbellino. Al final acabó reuniendo valor para entrar a buscar a Mayor Tercero, que al abrirle la puerta le preguntó:

—¿Cómo es que has venido?

—Sen me ha pedido que viniera a buscarte para ir a cenar.

Él le acercó una silla y le sirvió un vaso de agua.

—Ya he comido, pero cuéntame qué cosas buenas ha traído Sen para comer y a lo mejor me convences.

Jingqiu seguía de pie y dijo:

—El hermano mayor desea que vayas. Ha traído a un amigo al que se le ha roto el reloj y quiere que se lo arregles. También ha traído un poco de ciervo, y le gustaría que lo probaras.

Al oírlo, uno de los compañeros de habitación de Mayor Tercero, un hombre de mediana edad, exclamó:

—Pequeño Sun, no hay que tomarse a broma el venado. ¿No sabes que acalora, y que no hay manera de apagar un fuego como ese? Y ¿no sería eso terrible? Sigue mi consejo, no vayas.

Jingqiu tenía miedo de que Mayor Tercero no la acompañara por culpa de ese consejo.

—No te preocupes, es posible que el venado sea una carne que acalora, pero le pediremos a la tía que prepare un poco de sopa de soja verde, que según dicen es buena para enfriarse.

El otro hombre soltó una carcajada, y alguien dijo:

—Vaya, vaya, así es como os enfriáis, ¿eh? Comiendo sopa de soja verde.

Mayor Tercero estaba visiblemente incómodo, y en cuanto hubieron salido se disculpó.

—Estos hombres llevan mucho tiempo alejados de su familia y no miden sus palabras. Siempre hacen bromas como esas. No se lo tengas en cuenta.

Jingqiu no entendía. ¿Que alguien dijera que el venado era una comida que acaloraba necesitaba una disculpa? Siempre que tomaba algo que la acaloraba, como por ejemplo el chile, se le inflamaba la boca y a veces le dolían los dientes, así que procuraba no comer demasiado. ¿Y qué tenían que ver las bromas acerca de sus gustos culinarios con no haber visto a la familia en mucho tiempo? Sus palabras seguían siendo un misterio, por no decir algo incoherente, pero no le dio mucha importancia: más le preocupaba encontrar una manera de decirle que no siguiera escondiendo comida debajo de su arroz. Regresaron por la misma vereda que formaba un montículo entre los campos y que ya habían recorrido antes. Al cabo de un rato Mayor Tercero le preguntó:

—¿Estás enfadada conmigo?

—¿Por qué iba a estar enfadada?

—A lo mejor soy demasiado susceptible. Creía que estabas enfadada por lo de aquel día en la montaña. —Se volvió hacia ella y lentamente retrocedió hasta que quedaron muy cerca el uno del otro—. Aquel día me aproveché de mi fuerza. Pero no pienses mal de mí.

—No tengo intención de hablar de lo que pasó aquel día —dijo ella rápidamente—. Olvídalo tú también, y, mientras no cometamos el mismo error, no pasará nada. Lo único que me preocupa es que Lin lo malinterpretara, y si lo cuenta…

—No se lo dirá a nadie, no te preocupes. He hablado con él.

—¿Qué? ¿Y porque hayas hablado con él ya no dirá nada? ¿Tanto te escucha?

Él vaciló antes de contestar.

—Por aquí muchos hombres llevan a las mujeres a cuestas para pasar el río. Antes no había ferry, y los hombres tenían que llevar a la gente al otro lado: chicas, ancianos, niños. Si te hubiera acompañado Lin, habría hecho lo mismo. La verdad es que no significa nada. No te preocupes tanto.

—Pero Lin debió de intuir que habíamos venido juntos del pueblo. No podía ser una coincidencia que nos encontráramos en la montaña.

—Aun cuando lo intuya, no dirá nada. Es muy honesto y mantiene su palabra. Sé que esto te ha preocupado, y quería hablarlo contigo, pero siempre me evitas. No te preocupes. Aunque Lin diga algo, nadie lo creerá si tú y yo lo negamos.

—¿Quieres que mintamos?

—Es una mentira que no hará daño a nadie; no es un delito mayor. Aun cuando la gente crea a Lin, yo diré que no es cosa tuya, que soy yo quien va detrás de ti.

Aquella expresión, «ir detrás», estremeció a Jingqiu de arriba abajo. Nunca había oído a nadie pronunciarla sin tapujos. Casi todo el mundo decía: «Y fulanito ha sentido profundos sentimientos proletarios por menganita».

—No te preocupes tanto. —Ahora él le imploraba—. Mírate. Estos últimos días has adelgazado y tienes la cara demacrada.

Ella se volvió hacia él en el crepúsculo. Él también estaba más delgado. Lo observó con atención, y tanto se concentró que casi cae rodando fuera de la vereda.

—Aquí no nos ve nadie, deja que te coja la mano.

Jingqiu giró la cabeza y miró a su alrededor, y de hecho no se veía un alma. Y, sin embargo, no podía estar segura de que no apareciera alguien de repente, o de que no les observara alguien a escondidas. Con las manos pegadas a los lados, Jingqiu dijo:

—Olvídalo, no nos metamos en más líos. Y a partir de ahora no me escondas nada más en el arroz. Si la tía lo ve, lo utilizará como prueba.

—¿Esconderte cosas en el arroz? Yo no he sido —dijo él, confuso.

—Admítelo, porque, si no has sido tú, ¿quién ha sido? Siempre me encuentro salchicha, o huevo, o lo que sea, cuando vienes. He tenido que actuar como esas esposas de la época imperial, muertas de miedo. Lo he tirado todo al cubo con la comida del cerdo.

Mayor Tercero se detuvo y se la quedó mirando.

—De verdad que no he sido yo. A lo mejor ha sido Lin. Dices que es cada vez que voy, pero a lo mejor es porque siempre que me invitáis hay algo bueno para comer. Pero yo no te he puesto nada en el cuenco, sé que te enfurecería.

—¿No has sido tú? Entonces, ¿quién ha sido? Habrá sido Lin. —Se lo quedó pensando un momento y dijo—: En ese caso, no me preocupa.

En la cara de él apareció una mueca de congoja.

—¿Por qué no te preocupa que la gente crea que hay algo entre vosotros?

Capítulo 8

Pasaron los días sin que hubiera ningún chismorreo, y Jingqiu llegó a creer que quizá, al fin y al cabo, no había nada de qué preocuparse. Lin parecía una persona de fiar y, tras haberle prometido a Mayor Tercero no decir nada, se atenía a su promesa. Así pues, Jingqiu consiguió relajarse un poco. Ya más tranquila, comenzó a tejer el jersey para Lin. Había calculado a ojo su estatura y el perímetro pectoral, y había elegido un patrón sencillo. Todas las noches se sentaba a tejer hasta tarde a fin de acabarlo antes de marcharse para siempre.

Al ver que trabajaba con tanto ahínco, la tía Zhang dijo:

—No hace falta correr. Si no te da tiempo a terminarlo, te lo puedes llevar a casa. Cuando lo termines, Lin puede ir a buscarlo, o puedes traerlo cuando vengas de visita.

Nada más oír esas palabras Jingqiu comenzó a trabajar aún con más ahínco para terminarlo; no quería que Lin tuviera ninguna excusa para volver a verla. Lo extraño era que no le preocupaba que la gente confundiera sus esfuerzos con afecto, solo que lo hiciera Lin. Cuando llegara el momento de rechazarlo, aquello le haría aún más daño.

Un día, mientras la tía Zhang y Jingqiu charlaban, esta le mencionó los problemas de salud de su madre. A menudo orinaba sangre, pero el médico era incapaz de encontrar la causa. Le había hecho algunas recetas para que su madre pudiera comprar nueces y azúcar piedra, que se decía podían curar esa enfermedad, y hasta ahora le habían ayudado. Pero las nueces y el azúcar piedra eran escasos, y ni siquiera con receta eran fáciles de conseguir.

—Yumin dice que en la vieja casa de su familia tienen nogales —dijo la tía Zhang—. Le diré que traiga la próxima vez que venga, y se las llevarás a tu madre.

Jingqiu estaba contentísima. Su madre llevaba ya tiempo enferma, y lo habían probado todo para curarla; inyecciones de sangre de pollo, la imposición de manos, todo, siempre y cuando no fuera muy caro, pero sin resultado. En los peores momentos, las muestras de su madre eran del color de la sangre. Jingqiu se fue corriendo a preguntarle a Yumin, que le contestó:

—Ya lo creo que tenemos nueces donde yo crecí, pero está muy lejos, y no sé cuándo voy a volver a ir. Pero escribiré a mi casa y les pediré que te guarden algunas, y la próxima vez que vaya te las traeré.

—¿Y a cuánto vendéis el kilo de nueces?

—¡Tenemos nuestros propios árboles, no queremos dinero! Es un lugar muy remoto, y además no podemos bajar la montaña para venderlas, pues se supone que hemos de «cortarle la cola al capitalismo». Ellos recogen lo que cultivamos en esas zonas montañosas, que supuestamente son para nuestro uso particular. No sé cuándo nos dejarán vender algo. Además, todos te consideramos parte de la familia. Si podemos contribuir a que tu madre se encuentre mejor, te puedes quedar con todo el árbol.

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