Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (6 page)

Sano Sauro dijo haber oído por ahí que Obi-Wan y Bruck eran rivales. O quizá simplemente hizo la pregunta con la esperanza de obtener una respuesta afirmativa.

—Nosotros no tenemos rivales en el Templo —dijo Obi-Wan—. Hay actividades en las que unos pocos sobresalen más que otros. Y nosotros honramos eso. Todo el mundo tiene algún talento especial. La cooperación es la base de nuestra orden.

—¿No es cierto que en cierta ocasión luchaste con él en un duelo que no había sido aprobado previamente por los tutores? ¿Un duelo en el que Bruck te dio una soberana paliza y tú tuviste que ocultar tus heridas?

Obi-Wan le miró sorprendido. ¿Cómo podía saber eso Sano Sauro? La única explicación que se le ocurría era que Bruck se lo había dicho a Xánatos, y éste a Vox Chun.

—Bruck no me venció —dijo con mirada centelleante—. Quedamos empatados.

—Ésa es tu versión —dijo Sano Sauro con una sonrisa gélida—, pero lo cierto es que peleasteis.

—Bruck quería ser el padawan de Qui-Gon Jinn. Intentó impedirme acceder a ese honor —dijo Obi-Wan.

Sano Sauro contraatacó.

—Así que le guardabas rencor por aquello.

Obi-Wan tuvo que decir la verdad.

—Sí —dijo a regañadientes—. En aquel momento, sí.

—¿Y Bruck Chun confesó a sus superiores lo de la pelea, mientras que tú intentaste ocultarlo?

Obi-Wan se devanó los sesos intentando encontrar una respuesta a esa pregunta. Era cierto que Bruck acudió inmediatamente al centro médico, pero sólo para causar problemas a Obi-Wan, que a su vez intentó curarse él solo.

—¿Es cierto o no? —le insistió Sano Sauro.

—Es cierto —dijo Obi-Wan—, pero...

Sano Sauro se giró en redondo y regresó a su mesa.

—Menos mal que no erais rivales —miró de reojo a los senadores. El senador Bicon Ransa asintió de forma imperceptible.

—No he dicho eso —dijo Obi-Wan en voz baja.

—Sí, te has cuidado mucho de no hacerlo —respondió Sano Sauro con media sonrisa y otra mirada elocuente a los senadores—. Pero prosigamos antes de que nos perdamos aún más en la lógica Jedi. ¿No es verdad que en cierta ocasión abandonaste la Orden Jedi?

Bant miró atónita a Obi-Wan, que también se quedó de piedra. ¿Pero por qué se sorprendía? Era obvio que Xánatos había instigado a Bruck a conseguir toda la información posible sobre Qui-Gon y su padawan. Y Xánatos se lo había contado a Vox.

—Sí —dijo con voz firme.

—¿Y no es cierto que fuiste aceptado de nuevo al morir Bruck?

—Cierto —dijo Obi-Wan.

Obi-Wan esperaba más preguntas sobre su abandono de la Orden, pero entonces intervino Pi T'Egal.

—¿Qué tiene esto que ver con la muerte de Bruck Chun, Sano Sauro? —preguntó con tono inquisitorio—. Prosigamos, por favor.

—Como desee su señoría —dijo Sano Sauro, realizando una ligera inclinación.

Pi T'Egal se volvió hacia Obi-Wan.

—Cuéntanos lo que ocurrió ese día, por favor.

Obi-Wan comenzó. Una vez más, describió los planes de Qui-Gon para desenmascarar a Xánatos. La persecución a Bruck hasta la Estancia de las Mil Fuentes. La amenaza de asesinato de Bruck a Bant...

Sano Sauro le interrumpió.

—¿Cómo amenazó su vida exactamente?

—Dijo que Bant iba a morir, y que no tendría que mover un dedo para que muriera. Y que yo sería testigo de todo —al recordar esas palabras, Obi-Wan sintió un escalofrío casi tan intenso como el que tuvo en aquella ocasión. Bant se miró las manos entrelazadas.

—Entiendo —dijo Sano Sauro en un tono que indicaba que pensaba que Obi-Wan estaba mintiendo—. ¿Y cómo sabías que era cierto? ¿Tenías la certeza de que Bant se estaba muriendo? ¿Tenías la certeza de que Bruck iba a dejarla morir?

—El Lado Oscuro de la Fuerza era fuerte en él —empezó a explicar Obi-Wan.

—¡Ah, la Fuerza! ¡Llevaba un rato esperando a que apareciera en la declaración! —dijo Sano Sauro alzando los brazos— ¡La famosa Fuerza que dice a los Jedi lo que tienen que hacer!

—No nos dice lo que tenemos que hacer —respondió Obi-Wan—. Nos une y nos conecta...

—...y os dice cuándo un chico tiene intención de matar a alguien —respondió Sano Sauro con voz queda—. Y que por eso hay que matarlo. Por la poderosa Fuerza.

—Sí, la Fuerza me guió —dijo Obi-Wan—. Pero la Fuerza nunca guía para matar —miró a los senadores. Los Jedi creían en la intuición. Allí, en la vista, lo único que querían eran hechos y lógica. ¿Cómo explicar que tuvo el presentimiento de que Bruck había caído tan profundamente en la red de maldad de Xánatos como para permitir que una estudiante Jedi muriera ante sus ojos sin intervenir para salvarla?

Pi T'Egal y casi todos los senadores parecían escucharle de buena fe, sin prestar atención al sarcasmo de Sano Sauro. Pero una de las senadoras no parecía tan convencida, y Bicon Ransa se aproximó a ella para decirle algo al oído.

Bant le miró asustada. Se dio cuenta de que Obi-Wan estaba perdiendo. Y éste empezó a sentir un sudor frío que le empapaba la túnica. Había perdido el control de su declaración. Sano Sauro había retorcido sus palabras para hacerle parecer un tonto impulsivo, o peor, un mentiroso peligroso.

—Sano Sauro, debo prevenirlo —dijo Pi T'Egal—. La conexión de los Jedi con la Fuerza goza de gran respeto en el Senado.

Sano Sauro asintió.

—Soy consciente de ello, senador, pero esta Fuerza es algo que nadie más puede ver ni sentir. Es algo de lo que tenemos noticia por la palabra de los Jedi.

—La palabra de los Jedi es algo que también respetamos —dijo el senador Vi Callen en tono autoritario.

—¿Y esta Fuerza es algo de lo que podamos fiarnos a la hora de juzgar un asesinato? —preguntó Sano Sauro girándose hacia los senadores. Su voz se alzó en intensidad a medida que hablaba—. ¿Algo que sólo pueden sentir los Jedi y que puede emplearse en la defensa de este peligroso muchacho? Él dice que la sintió. ¿Tenemos que creerlo y disculparlo sin más? Si es así, ¿en qué se ha convertido nuestro sistema legal, si medimos la justicia en función de algo que no podemos oír, sentir ni comprender? ¿Qué es exactamente esa "Fuerza"? ¿Qué sabemos de su potencial?

Pi T'Egal miró hacia el fondo de la sala.

—Quizá Qui-Gon Jinn pueda ayudarnos.

Obi-Wan miró hacia atrás. Sintió un profundo alivio al ver a Qui-Gon de pie en el fondo de la sala, junto a la puerta.

Qui-Gon alzó una mano. El sable láser de Bruck salió disparado de la mesa y se lanzó directamente a su mano.

—He aquí una demostración del potencial de la Fuerza —dijo Qui-Gon, avanzando a grandes zancadas.

Sano Sauro se quedó pálido, pero no tardó en recuperarse.

—Truquitos —dijo burlón.

Qui-Gon le ignoró y, con un gesto de concentración, se puso el sable láser de Bruck sobre la palma de la mano. Todo el mundo se quedó inmóvil contemplándole.

—Este retraso no es más que otro truquito —dijo Sano Sauro con voz cada vez más chillona—. Prosigamos...

—Creo que puedo ser de mucha ayuda a la hora de responder algunas preguntas —dijo Qui-Gon tranquilamente.

—Ah, ¿ha llegado el momento de saber lo que te contó a ti la Fuerza, Qui-Gon? —preguntó Sano Sauro.

—No, vais a oír las propias palabras de Bruck Chun —respondió el Jedi con calma. Se giró hacia los senadores—. Como ya os dije, yo conocía bien a Xánatos. No se fiaba de nadie, ni siquiera de los que trabajaban para él. Y tampoco iba a fiarse de Bruck. Tenía que asegurarse de que cuando lo volviera a enviar al Templo para hacer su trabajo, seguía teniéndolo controlado. —Qui-Gon alzó la empuñadura del sable—. Debía tener acceso a todas las conversaciones de Bruck Chun, instalando un dispositivo de escucha en algo de lo que nunca se desprende un Jedi.

Obi-Wan se quedó boquiabierto. ¿Cómo había podido Qui-Gon averiguar aquello? Se quedó mirando la empuñadura del sable láser, esperando que su Maestro tuviera razón.

Vox y Kad Chun se miraron atónitos, Sano Sauro dio un salto hacia delante.

—¡Esto es extremadamente irregular! ¡Este sable láser es propiedad de Vox Chun!

—Este sable láser es una prueba —dijo Pi T'Egal con voz firme—. Usted no dudó a la hora de emplearlo en su beneficio y ganar simpatías para su cliente.

Qui-Gon pulsó la muesca del mango y extrajo un pequeño disco.

—Necesito un reproductor.

El técnico del tribunal cogió el disco y lo insertó en uno de los reproductores de su panel.

—Veamos la fecha y la hora de la muerte de Bruck —dijo Pi T'Egal.

El técnico introdujo la información. Un momento después, Obi-Wan escuchó la burlona voz de Bruck: "Siempre he sido mejor que tú. Ahora soy incluso más fuerte."

De repente, lo revivió todo. Cómo tuvo que luchar para reprimir su ira, el daño que le hicieron las palabras de Bruck, el hecho de que sabía que Bruck intentaba sacarle de sus casillas...

¿De veras había conseguido dejar a un lado su ira y había peleado de forma justa y calmada? Sano Sauro tenía razón en una cosa: Bruck era su rival. Existía una profunda enemistad entre ellos. Y Obi-Wan no fue capaz de estar por encima de ella, ni siquiera en aquella elevación rocosa.

Era una época en la que él estaba ansioso por volver a la Orden Jedi. Esa ansia era como una especie de fiebre para él. ¿Se dijo a sí mismo que había luchado sin ira aquel día sólo para convencerse a él y a Qui-Gon de que era un verdadero Jedi?

Ya sólo se oía el ruido del combate, la respiración entrecortada de ambos, los pasos deslizantes sobre el resbaladizo suelo, el zumbido del choque de los sables láser. Entonces, Bruck habló de nuevo, como una serpiente, con la voz llena de veneno: "La chica no tiene buen aspecto, ¿eh?"

Kad Chun dio un respingo en el asiento.

Obi-Wan escuchó su propia voz en la grabación, gritando el nombre de Bant. Parecía él, pero resultaba distinto a la vez porque era el sonido de alguien que está a punto de perder el control, lleno de desesperación.

Bant se tapó la cara con las manos.

Y entonces se oyó la voz de Bruck, triunfante y cruel: "Así es, Obi-Wan. Bant va a morir. Y yo no tendré que hacer nada. Simplemente te obligaré a verlo. La habríamos liberado si hubiéramos tenido el tesoro, pero por tu culpa va a morir otra persona. Justo delante de ti."

Pi T'Egal hizo un gesto al técnico, y éste detuvo la grabación.

—No creo que tengamos que hacer pasar por esto a la familia —dijo Pi T'Egal—. Los senadores escucharán el resto en privado, deliberarán y emitirán un veredicto.

Un biombo que ocultó a los senadores descendió del techo. Obi-Wan y Qui-Gon no oían nada. Vox y Kad Chun les dieron la espalda para hablar con Sano Sauro.

—Pronto habrá terminado —dijo Qui-Gon tranquilamente.

—¿Pero cómo acabará esto? —preguntó Obi-Wan.

—Paciencia —respondió Qui-Gon.

Los minutos transcurrieron interminables, pero, al fin, los senadores regresaron. Pi T'Egal miró a Obi-Wan y luego a Vox y Kad Chun.

—La muerte de un joven siempre es una tragedia —dijo—. La necesidad de culpar a alguien es comprensible. Algunas veces es algo justificado. Pero creemos que, en este caso, no es así. Juzgamos que Obi-Wan Kenobi no tuvo responsabilidad alguna en la muerte de Bruck Chun.

10

O
bi-Wan cerró los ojos por un momento. Sintió que la gratitud lo inundaba, caldeándole la piel. Se sentía como si hasta ese momento hubiera tenido la sangre congelada, y como si ahora, por fin, fluyera libremente por sus venas.

Vox Chun habló con Sano Sauro, pero en un volumen tan elevado que resonó en toda la estancia.

—Sólo a mí se me ocurre buscar justicia aquí. ¡Una vez más, el Senado se arrodilla ante los Jedi!

—No hay motivo para celebraciones ni felicitaciones —dijo Qui-Gon suavemente a Bant y Obi-Wan—. Nos alegramos de que se haya hecho justicia. Pero hemos perdido a un Jedi.

Obi-Wan apretó los labios y asintió. A medida que se le pasaba el alivio, se daba cuenta de que la culpa seguía ahí. Pensaba que el veredicto le quitaría esa sensación, pero se sentía exactamente igual que antes. La carga que llevaba en su interior permanecía inalterable.

—Volvamos al Templo —dijo Qui-Gon mientras los senadores salían—. Vamos, Obi-Wan.

—Un momento —Obi-Wan sintió de repente la necesidad de estar solo. Lo único que había deseado en los últimos días era estar a solas con su Maestro y sus amigos, pero en ese momento no podía soportar su presencia.

Bant fue a decir algo, pero Qui-Gon le indicó que guardase silencio.

—Te esperaremos a la entrada del Senado —dijo el Maestro.

Obi-Wan asintió, algo aturdido. Se daba cuenta de que Qui-Gon y el resto se marchaban ya. La mesa en la que habían estado Sano Sauro y los Chun estaba vacía. Se preguntó qué era lo que le pasaba. Apenas podía sentir nada claro.

—Debes estar aliviado.

Era Kad Chun. Obi-Wan se dio la vuelta. El chico estaba en el pasillo, con los puños apretados y la mirada hirviente.

—Sano Sauro casi consiguió hacerte confesar la verdad —prosiguió Kad Chun—. Odiabas a mi hermano. Toda tu noble educación Jedi te falló. Disfrutaste viéndole morir.

Obi-Wan negó con la cabeza.

—No...

Kad se lanzó hacia delante de repente y se giró con los puños cerrados. Obi-Wan recibió el golpe en un lado de la cabeza, cerca del pómulo. Retrocedió tambaleándose.

Kad giró de nuevo, pero esta vez Obi-Wan pudo esquivarlo. El golpe le rozó la oreja.

—Tú le mataste —gruñó Kad—. El único honor que tenía nuestra familia. Lo mataste.

—Yo no... —Obi-Wan volvió a agacharse y se alejó un poco más. Intentó agarrar a Kad Chun por los brazos.

Con un empujón que hizo que Obi-Wan acabara chocando contra la mesa, Kad Chun se alejó de un salto y se ocultó detrás de la larga mesa que habían ocupado los senadores, de manera que quedó entre ambos.

—Kad, yo no quería que tu hermano muriera —dijo Obi-Wan con voz entrecortada—. Ya le has oído, acabas de oír lo que quería hacer.

—¡Estaba enfadado! Te estaba tanteando. Eso no quiere decir nada —gritó Kad—. ¡Eso no significa que fuera a hacerlo!

Obi-Wan negó con la cabeza, impotente. Era evidente que Kad adoraba a su hermano. No podía soportar oír la verdad sobre Bruck. No había llegado a conocerle.

—Lo habría hecho, Kad —dijo Obi-Wan—. Estoy seguro de ello.

—¡Y a quién le importa tu opinión! —Kad saltó de repente a la mesa de los senadores. Llevaba en la mano el pesado bastón de madera y metal que había usado Vivendi Allum. Era un arma formidable. Con la fuerza de Kad, podía derribar a Obi-Wan de un solo golpe.

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