Aprendiz de Jedi ed. esp. 1 Traiciones (7 page)

Obi-Wan sabía que podía hacer pedacitos el bastón con su sable láser. Tardaría un momento. Kad era fuerte, pero no estaba entrenado. Obi-Wan podía desarmarlo en un abrir y cerrar de ojos.

Pero no pensaba utilizar el sable láser contra el hermano de Bruck.

Kad corrió hacia él con el rostro lleno de rabia.

Obi-Wan le vio correr con una extraña sensación de lejanía. Era como un sueño. No hizo amago de esquivarlo. Vio los músculos del brazo de Kad tensándose al alzar el bastón, preparándose para asestar el golpe. Obi-Wan siguió sin moverse. Vio el bastón silbando mientras caía hacia su cabeza...

En el último segundo, Kad giró la muñeca. El bastón dio en la mesa, partiéndola en dos.

Kad soltó el arma. Miró al suelo, jadeando, y alzó los ojos hacia Obi-Wan.

—Jamás te perdonaré, Obi-Wan Kenobi —dijo con voz áspera—. Para mí siempre serás un asesino —dio una patada al bastón y se marchó por el pasillo hacia la salida.

Obi-Wan se quedó inmóvil, con las palabras de Kad resonando en su mente.
Siempre
serás
un
asesino.

Pese a todas las meditaciones, y pese a todas las charlas que mantuviera con Qui-Gon, seguía sin sentir alivio. No podía quitarse la sensación de culpa que anidaba en lo más profundo de su interior. Sabía que Kad había visto eso en su corazón.

Porque él también se consideraba un asesino.

DOCE AÑOS DESPUES
11

O
bi-Wan avanzó rápidamente por el camino que rodeaba el lago. La brisa fresca le rozaba la piel y susurraba entre las ramas de los árboles. Incluso después de tantos años, tuvo que recordarse a sí mismo que la brisa era provocada por unos ventiladores ocultos, y la sombra moteada del suelo del bosque era creada por una serie de focos que imitaban la salida y la puesta del sol.

Sus pasos aminoraron cuando escuchó los gritos y las risas de los estudiantes Jedi a orillas del lago. Aunque había recibido un mensaje para que Anakin y él se reunieran de inmediato con Yoda, deseó detenerse unos segundos. Anakin tenía muy pocas oportunidades de jugar. Y odiaba tener que interrumpirlo.

Habían acabado un difícil entrenamiento cuando Obi-Wan vio a los alumnos del curso de Anakin dirigiéndose hacia el lago. Notó la envidia en los ojos de su padawan al ver a sus compañeros sumergirse en el agua fresca.

—Ve —le dijo Obi-Wan—. Tómate un descanso.

Anakin le miró titubeante por un momento, pero Obi-Wan le animó con un gesto. Le sorprendía y le preocupaba el tiempo que su padawan pasaba solo. Éste le había dicho que tenía buenos amigos en Tatooine, en especial un chico llamado Kitster, pero ya llevaba tres años en el Templo, y, aunque había sido aceptado por sus compañeros y se llevaba bien con ellos, seguía sin hacer amigos.

Obi-Wan había intentado hablar con él del tema, pero el chico se negaba en redondo. Su mirada se volvía opaca y las comisuras de los labios se le estiraban formando una línea recta. Parecía muy distante. Eran momentos en los que no sabía cómo dirigirse a él, pero eran poco frecuentes y pasaban rápidos como una tormenta de verano. Cuando se conocieron, Anakin era un niño abierto y cariñoso de nueve años. Ya tenía doce y medio y había cambiado con los años. Se había convertido en un chico que ocultaba su corazón.

Había intentado enseñarle que los amigos que hiciera en el Templo serían para toda la vida. Los amigos que hizo Obi-Wan en clase (Garen, Reeft, Bant) estaban ahora diseminados por la galaxia y no los veía a menudo, pero aún se sentía unido a ellos, y quería lo mismo para Anakin.

Qui-Gon había muerto hacía tres años y medio. Algunas veces le parecía una eternidad, pero casi todo el tiempo tenía la sensación de que había ocurrido el día anterior. Sobre todo cada vez que necesitaba su consejo. Qui-Gon siempre sería su Maestro. Se lo habían arrebatado demasiado pronto, y aún sentía cercana su presencia. Incluso sabía lo que le habría dicho Qui-Gon en ese momento.

"Tú no puedes hacer amigos por tu padawan, Obi-Wan. Sólo enseñarle mediante tus actos lo importante que son para ti las amistades."

Qui-Gon lo había hecho así. Obi-Wan seguía encontrándose a lo largo y ancho de toda la galaxia con seres que le hablaban con admiración, cariño o simpatía de su profunda amistad con su Maestro. No había sido consciente de la cantidad de relaciones que Qui-Gon había forjado con toda clase de seres.

Se detuvo tras unos árboles, con una sonrisa en el rostro. No pudo evitar detenerse un momento para ver si Anakin se divertía con los demás. Contempló al feliz grupo de bañistas con una sonrisa que fue desvaneciéndose al ver que Anakin no estaba entre ellos. Dio un suspiro y retomó su camino.

Se dirigió al turboascensor más cercano. Sabía dónde estaba. El chico solía retirarse a su dormitorio.

Salió en la planta de Anakin y se dirigió rápidamente a su cuarto. Al llegar, la mitad inferior de un androide de protocolo salió rodando por la puerta. Un momento después, apareció un maltrecho androide astromecánico que dio un silbidito y chocó contra la pared.

Obi-Wan se detuvo. Tal y como esperaba, medio segundo después, Anakin salió corriendo por la puerta y se dio de bruces contra él.

—Por todos los soles, creía haberlo conseguido esta vez —gritó, sorteando a Obi-Wan y agachándose junto al androide.

—Pensé que te apetecía nadar —dijo Obi-Wan.

La expresión hermética reapareció en el rostro de Anakin.

—Tenía trabajo pendiente —murmuró.

Obi-Wan se agachó junto a él.

—Esto no es trabajo, Anakin. Es una afición. Y no te será muy útil si la empleas para mantener la distancia con tus compañeros.

Anakin alzó la vista, con la mirada brillante de nuevo.

—¡Pero es que estoy fabricando cosas, Maestro! Mira, ya casi tengo este astromecánico listo para el servicio.

—La habilidad mecánica es un talento muy valioso. No me refería a eso, y lo sabes.

—No les caigo bien —dijo Anakin inexpresivo. Se acercó al androide de protocolo y lo levantó, poniéndose las piernas del androide bajo un brazo—. No soy como ellos.

Obi-Wan no pudo discutir aquello. Anakin era único. Eso era incuestionable. Era un estudiante modélico, mucho más conectado a la Fuerza que los chicos de su edad. Había llegado tarde al Templo. No es que los demás alumnos lo rechazaran, sólo que no sabían muy bien cómo tratarlo.

¿Cuándo
ocurrió?
, se preguntó de nuevo Obi-Wan.
¿Por
qué
ocurrió?
¿Fue acaso la separación de su madre, seguida de la muerte de Qui-Gon? Obi-Wan no podía sustituir a esas personas en su corazón, ni quería hacerlo. Había esperado que el entrenamiento Jedi y su propia relación ayudase a Anakin a alcanzar la paz. Pero no había sido así.

—Yoda ha solicitado nuestra presencia —dijo a Anakin, llevando al androide astromecánico de regreso al dormitorio del chico.

El padawan respondió animado.

—¿Una misión?

—No lo creo —dijo Obi-Wan con mucho tacto.

Apenas dos semanas antes, Yoda y Mace Windu habían expresado sus dudas sobre que Anakin estuviera preparado para una misión. A Anakin le faltaba disciplina, dijeron. Obi-Wan no estuvo de acuerdo. Su padawan rompía las normas y llenaba los pasillos del Templo de androides no por falta de disciplina, sino por aburrimiento. Cualquier tarea que se le encomendaba estaba por debajo de sus capacidades. Necesitaba más retos. Allí donde Yoda y Mace Windu veían una carencia disciplinar, Obi-Wan veía una inquietud emocional que no podía curarse ni con estudios ni con entrenamiento.

—Arréglate la túnica —le advirtió—. Y lávate la grasa de las manos.

Anakin puso manos a la obra de inmediato y corrió al lavabo de la esquina. Sus aposentos estaban llenos de herramientas y piezas de androides. Sobre el catre tenía una sonda robot desmantelada. En una esquina se veían las piernas de un androide bípedo. Obi-Wan sabía que había conseguido todas esas cosas saliendo del Templo a escondidas y regateando en el bullicioso mercado negro de Coruscant, pero prefería hacer la vista gorda, como habían hecho Yoda y Mace Windu. Pero eso tampoco ayudaba a mejorar su reputación ante el Consejo.

Anakin se arregló y se apresuró para mantener el paso de Obi-Wan, que sabía que el chico tenía muchas preguntas que hacer, pero, por alguna extraña razón, no se las formulaba. Y, de hacérselas, Obi-Wan tampoco hubiera podido respondérselas.

Yoda les esperaba en la sala de meditación, su lugar preferido para celebrar reuniones. Obi-Wan sabía que Yoda se había reunido a menudo con Qui-Gon en su banco preferido de la Estancia de las Mil Fuentes, pero ya no solía acudir allí. Era el único síntoma visible de que Yoda seguía triste por la muerte de su amigo.

—Una petición para vosotros el Consejo tiene —anunció Yoda sin más preliminares.

Anakin no pudo contener la emoción.

—¿Una misión?

Yoda parpadeó con sus ojos gris azulado y no respondió. Se quedó mirando a Anakin un momento. A Obi-Wan solía fascinarle el entusiasmo de su padawan, pero a Yoda más bien parecía preocuparle.

—Una misión no es —dijo Yoda—. Sino un viaje. Que a una nave llamada
Biocrucero
viajéis os pedimos; hogar permanente de un grupo de personas procedentes de muchos planetas de la galaxia. De planetas dañados, de planetas que se han vuelto tóxicos, han padecido epidemias o sufren el azote de bandas de delincuentes o guerras civiles los habitantes de la nave proceden. En otros planetas nunca aterrizan. La galaxia recorren.

—¿Estás diciendo que viven en una nave? —Anakin abrió los ojos como platos—. Qué suerte.

—¿Y cómo lo consiguen? —preguntó Obi-Wan—. ¿Cómo se abastecen de comida y enseres?

—Sus propios alimentos cultivan —respondió Yoda—. Se auto-abastecen. Pero, de vez en cuando, para repostar y obtener suministros adicionales detenerse deben. En el próximo punto que se detengan con ellos os reuniréis. Quejas el Senado ha recibido por parte de los habitantes de la nave. —Yoda se envolvió en su túnica—. Que sus seres queridos hayan sido coaccionados o absorbidos temen.

—¿Quién lidera el grupo? —preguntó Obi-Wan.

—Al nombre de Uni responde —respondió Yoda—. Sobre él información no encontramos. Para calmar la preocupación del Senado a una inspección Jedi ha accedido. Que vayáis a correr peligro no prevemos. Sólo unos días os ocupará.

Obi-Wan asintió y se guardó su escepticismo. Ya había oído esas palabras antes, y luego siempre se había visto sumido en el peligro y la confusión.

—Así que vamos a viajar a una nave donde la gente podría estar retenida como rehén —dijo Anakin en tono astuto—. A mí me resulta bastante parecido a una misión.

—Sólo una petición es —le corrigió Yoda.

Tras comunicarles que pronto tendrían detalles sobre el encuentro, Yoda les indicó que podían marcharse. Anakin guardó silencio mientras salían.

En cuanto doblaron la esquina, se giró hacia Obi-Wan con una sonrisa de felicidad.

—¡Mi primera misión!

—Petición —dijo Obi-Wan en tono severo. Pero vio que Anakin negaba con la cabeza y que sus labios dibujaban con una sonrisa la palabra "misión".

12

L
a siguiente parada prevista del
Biocrucero
era el planeta Hilo. Yoda dispuso un transporte que recogiera a Obi-Wan y Anakin en la plataforma de aterrizaje.

Obi-Wan estudiaba en su datapad la información que le acababan de proporcionar sobre Hilo. Anakin miraba fijamente el cielo de Coruscant. De vez en cuando exclamaba, al ver una nave que atravesaba las bulliciosas vías espaciales.

—¡Maestro, mira esa nave! —decía de repente—. ¿Has visto alguna vez algo más bello?

Obi-Wan alzaba la vista. Una nave aerodinámica recorría las vías del tráfico aéreo maniobrando para adelantar a las demás.

—Lo más probable es que sea el transporte de un diplomático o de un senador —dijo, al ver el distintivo de cromo en el casco negro de la nave.

Observó cómo el talentoso piloto conseguía hacerse hueco para meterse en la poblada avenida, y luego daba un giro repentino hacia ellos. Para sorpresa de Obi-Wan, la bella nave aterrizó en la plataforma Jedi.

—¡Quizá sea ése nuestro transporte! —gritó Anakin.

La rampa descendió, y una figura conocida bajó hacia ellos.

—¡Garen! —Obi-Wan sintió una enorme alegría al ver a su amigo. Garen llevaba años sin regresar al Templo.

Se dirigió rápidamente hacia él, y los dos se fundieron en un abrazo.

—Qué sorpresa —dijo Obi-Wan, retrocediendo un paso para observar el aspecto de su amigo. Se alegró de ver a Garen tan en forma y tan saludable como siempre. Seguía llevando el pelo largo y suelto que le llegaba casi a los hombros, y su mirada era tan cariñosa y cálida como recordaba. Sabía que venía de una difícil misión en el Borde Exterior, aunque ignoraba los detalles.

—Pareces mayor —dijo Garen—. Pero no sé si más sabio... Tendré que suponer que sí —dijo con expresión jocosa.

Obi-Wan sonrió.

—No has cambiado nada.

—Siento mucho la muerte de Qui-Gon —dijo Garen, cambiando de repente de tono—. Hubiera venido, pero...

—No pasa nada, amigo mío. Fue una gran pérdida para los Jedi.

—Y para ti.

—Sí. Era mi amigo, además de mi Maestro —dijo Obi-Wan. No solía hablar de Qui-Gon con nadie. Le seguía resultando demasiado doloroso, incluso después de tanto tiempo—. Pero permite que te presente a mi padawan.

—Qué raro resulta oírte decir eso —dijo Garen sonriendo—. Ahora ya somos tan mayores que tenemos nuestros propios padawan. ¿Quién lo habría dicho?

Anakin se había quedado atrás, estudiando la nave con ojos ansiosos. Cuando vio la mirada amable de Obi-Wan, supo que podía acercarse.

—¿Es tu nave?

—Anakin, no seas maleducado —dijo Obi-Wan en tono de desaprobación—. Éste es mi gran amigo, el Caballero Jedi Garen Muln. Garen, éste es Anakin Skywalker.

—Es un honor conocerte al fin —dijo Garen—. No, esta nave no es mía. Es una nave real del sistema Bimin Tres, prestada a los Jedi.

—Sabía que te las arreglarías para acabar teniendo una nave —dijo Obi-Wan.

Garen asintió con gesto triste. Obi-Wan sabía que su amigo sufrió una amarga decepción cuando los Jedi decidieron poner fin al programa de cazas. Pero Garen había conseguido llegar a ser el padawan de Clee Rhara, y llevó a cabo misiones por toda la galaxia.

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