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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (8 page)

Remontoire se adelantó a su pregunta.

[La nave es el Ave de Tormenta, un carguero registrado en el Carrusel Nueva Copenhague, en el Cinturón Oxidado. La comandante y dueña de la nave es Antoinette Bax, aunque apenas lleva un mes al cargo. El dueño anterior era James Bax, es de suponer que un familiar. No sabemos qué le sucedió. Sin embargo, los registros indican que la familia Bax lleva con el Ave de Tormenta desde mucho antes de la guerra, posiblemente incluso antes de la plaga. Sus actividades parecen reducirse a la típica mezcla de asuntos legales y otros que no lo son tanto, algunas infracciones aquí y allá y un par de roces con la Convención de Ferrisville, pero nada lo bastante serio como para provocar su arresto, ni siquiera bajo el código del estado de excepción].

Skade notó que su distante cuerpo asentía con un gesto. La guirnalda de hábitat que orbitaba alrededor de Yellowstone llevaba mucho tiempo alimentando un amplio espectro de arriesgados transportistas, que iban desde prestigiosos operadores de alta gama a cargueros mucho más lentos (y enormemente más baratos), que no hacían preguntas y se desplazaban mediante motores de fusión o de iones. Incluso tras la plaga, que había transformado la antaño gloriosa Banda Resplandeciente en el mucho menos glamoroso Cinturón Oxidado, seguían existiendo nichos comerciales para aquellos dispuestos a ocuparlos. Había bloqueos que romper y una horda de nuevos clientes que surgían entre las ruinas humeantes del Gobierno de la demarquía, aunque no todos eran la clase de clientes con la que uno desearía tener tratos más de una vez.

Skade no sabía nada de la familia Bax, pero pudo imaginarlos prosperar bajo esas condiciones, quizás hasta con más vigor durante la guerra. Ahora había cuarentenas que saltarse y oportunidades de ayudar y secundar a los agentes encubiertos de ambas facciones en sus misiones de espionaje. Tanto daba que la Convención de Ferrisville, la administración provisional que gobernaba los asuntos alrededor de Yellowstone, fuese prácticamente el régimen más intolerante de la historia. Y allí donde hubiera fuertes castigos, siempre aparecerían los que pagaban con generosidad para que otros asumieran los riesgos por ellos.

La imagen mental que se había hecho Skade de Antoinette Bax casi estaba completa. Pero había una cosa que no comprendía: ¿qué estaba haciendo Antoinette Bax tan adentrada en una zona de guerra? Y ahora que pensaba en ello, ¿cómo era que seguía viva?

¿Ha hablado la capitana con ella?, preguntó Skade.

Clavain respondió.

[Le ha lanzado una advertencia, Skade, para que retrocediera o se atuviera a las consecuencias]. ¿Y lo ha hecho?

Remontoire le pasó el vector del carguero. Iba recto hacia la atmósfera del planeta joviano, lo mismo que la nave demarquista que tenía delante.

Esto no tiene sentido. La capitana debería haberla destruido por quebrantar un volumen en disputa.

Fue Clavain quien respondió.

[La capitana la amenazó con hacer exactamente eso, pero Bax no le hizo caso. Le prometió a la capitana demarquista que no iba a robar hidrógeno, pero dejó muy claro que tampoco pensaba desviarse de su rumbo].

Es muy valiente, o muy estúpida.

[O muy afortunada], replicó Clavain. [Es evidente que la capitana no cuenta con la munición necesaria para respaldar sus amenazas. Debe de haber gastado sus últimos misiles durante algún enfrentamiento previo].

Skade reflexionó sobre ello, anticipándose al razonamiento de Clavain. Si la capitana realmente había disparado su último misil, estaría desesperada por ocultar esa información a la Sombra Nocturna. Una nave desarmada estaba madura para el abordaje. Incluso con la guerra tan avanzada, todavía se podía obtener información útil de la captura de una nave enemiga, y eso por no mencionar la perspectiva de reclutar a su tripulación.

[¡Crees que la capitana confiaba en que el carguero siguiera sus indicaciones!]

Detectó el asentimiento de Clavain antes de que su respuesta tomara forma en su cabeza.

[Sí. Cuando Bax iluminó la nave demarquista con su radar, la capitana no tuvo otra elección que dar alguna clase de respuesta. Disparar un misil sería el curso de acción habitual, hubiese estado en su derecho, pero como mínimo tenía que advertir al carguero de que diera media vuelta. Y el caso es que no ha funcionado; por algún motivo Bax no se ha sentido lo bastante intimidada. Eso colocó de inmediato a la capitana en una situación comprometida. Por mucho que ladre, está claro que no puede morder].

Remontoire completó su línea de pensamiento:

[Clavain tiene razón. No le quedan misiles, y ahora lo sabemos].

Skade comprendió lo que tenían en mente. Aunque la nave demarquista ya había comenzado a sumergirse en la atmósfera, seguía dentro del alcance básico de los misiles de la Sombra Nocturna. No estaba garantizado que la destruyeran, pero las posibilidades estaban a su favor. Pero Remontoire y Clavain no querían derribar al enemigo, sino esperar a que emergiera de la atmósfera, lento y lleno de combustible, pero igual de desarmado que antes. Querían abordarlo, extraer datos de sus bancos de memoria y convertir a su tripulación en reclutas para el Nido Madre.

No puedo consentir una operación de abordaje. Los riesgos para la Sombra Nocturna superan cualquier posible beneficio. Notó que Clavain trataba de sondear su mente.

[¿Por qué, Skade? ¿Hay algo que convierta esta nave en inusualmente valiosa? De ser así, ¿no es un poco raro que nadie me lo haya contado?].

Eso es un asunto del Consejo Cerrado, Clavain. Tuviste la oportunidad de unirte a nosotros.

[Pero aunque Clavain lo hubiera hecho, no lo sabría todo, ¿verdad?].

La atención de Skade se dirigió con brusquedad y rabia a Remontoire.

Ya sabes que estoy aquí en representación del Consejo Cerrado, Remontoire. Eso es todo lo que importa.

[Pero yo también estoy en el Consejo Cerrado y ni siquiera así sé exactamente qué estás haciendo aquí. ¿De qué se trata, Skade? ¿Una misión secreta para el Sanctasanctórum?].

Skade se puso furiosa, y pensó en lo fáciles que serían las cosas si nunca tuviera que tratar con los viejos combinados.

Esta nave es valiosa, sí. Es un prototipo, y los prototipos siempre son valiosos. Pero eso ya lo sabíais. Desde luego, no queremos perderla en un enfrentamiento secundario.

[Pero resulta evidente que eso no es todo].

Quizá, Clavain, pero ahora no es momento de discutirlo. Asigna una andanada de misiles para la nave demarquista y dispara otra contra el carguero.

[No. Esperaremos a que ambas naves salgan por el otro lado. Entonces, suponiendo que alguna sobreviva, actuaremos].

No puedo permitirlo. Que así fuera. Había confiado en no tener que llegar tan lejos, pero Clavain no le dejaba elección. Skade se concentró y preparó una compleja serie de órdenes neuronales. Notó la distante aquiescencia de los sistemas de armas, que reconocían su autoridad y se sometían a su voluntad. El control era impreciso y carecía de la pericia e inmediatez con la que manejaba sus propias máquinas, pero bastaría. Todo lo que tenía que hacer era lanzar unos pocos misiles.

[¿Skade...?].

Era Clavain. Debía de haberse dado cuenta de que estaba anulando su control sobre las armas, y Skade notó su sorpresa al ver que podía hacerlo. Asignó la andanada y los misiles cazadores/rastreadores temblaron en sus plataformas de lanzamiento.

Pero otra voz habló serena en su cabeza.

[No, Skade].

Era el Consejo Nocturno. ¿Cómo?

[Cede el control de las armas. Haz como dice Clavain. A la larga, nos será de mayor utilidad].

[No, yo...]

El tono del Consejo Nocturno se hizo más estridente. [Libera las armas, Skade].

Furiosa, consciente del escozor de la reprimenda, Skade hizo lo que se le indicaba.

Antoinette se acercó hasta el ataúd de su padre. Estaba amarrado al enrejado de la bodega de carga, exactamente igual que cuando se lo había enseñado al proxy.

Colocó una mano enguantada sobre la superficie superior de la arqueta. A través del cristal de la ventanilla pudo contemplar su perfil. La similitud familiar era bastante evidente, aunque la edad y la circunspección habían hecho de sus rasgos una exagerada caricatura masculina de los de Antoinette. Tenía los ojos cerrados y la expresión de su rostro (o de lo que Antoinette podía ver de él) resultaba casi de aburrida tranquilidad. Antoinette pensó que hubiese sido típico de él echar una cabezada durante todo aquel jaleo. Recordaba el sonido de sus ronquidos llenando la cubierta de vuelo. En una ocasión, hasta lo había pillado observándola con los párpados cerrados casi del todo, fingiendo dormir, para observar cómo se las manejaba con la crisis que tuvieran entre manos, sabiendo que un día tendría que valerse por sí sola.

Antoinette comprobó las jarcias que aseguraban el ataúd al enrejado. Estaba bien fijado, no se había soltado nada durante las recientes maniobras.

—Bestia... —dijo.

—¿Sí, señorita?

—Estoy abajo, en la bodega.

—Uno es incómodamente consciente de ello, señorita.

—Me gustaría que nos pasaras a subsónica. Avísame cuando estemos, ¿te importa?

Estaba dispuesta a enfrentarse a su previsible protesta, pero no hubo ninguna. Notó que la nave cabeceaba y su oído interno se esforzó por diferenciar entre deceleración y descenso. En realidad, el Ave de Tormenta no volaba; su forma generaba muy poca sustentación aerodinámica, así que se veía obligado a mantener la altura redirigiendo hacia abajo los impulsores. La bodega, que estaba al vacío, había proporcionado hasta entonces cierta flotabilidad, pero el plan no incluía sumergirse con la bodega despresurizada.

A Antoinette no se le iba de la cabeza la idea de que a esas alturas ya debería estar muerta. La capitana demarquista tendría que haberla hecho pedazos, y la nave araña que los perseguía debería haber atacado antes de que tuvieran tiempo de zambullirse en la atmósfera. Solo la inmersión ya debería haberla matado; no había sido la inserción suave y controlada que había planeado, sino más bien una carrera a campo traviesa por meterse bajo las nubes cuanto antes, aprovechando el vórtice que ya había abierto la nave demarquista. En cuanto recuperaron el nivel de vuelo había pedido una evaluación de daños, y las noticias no eran buenas. Si lograba regresar al Cinturón Oxidado (y la cosa no estaba nada clara; al fin y al cabo las arañas seguían ahí fuera), Xavier iba a estar muy, muy ocupado durante los siguientes meses.

Bueno, al menos eso evitara que se meta en líos.

—Estamos en subsónica, señorita —informó Bestia.

—Bien. —Por tercera vez, Antoinette se aseguró de estar atada al enrejado con tanta firmeza como el ataúd, y después volvió a comprobar la configuración de su traje—. Abre el portón número uno de la bodega, por favor.

—Un momento, señorita.

Al extremo del entramado cobró forma una brillante rendija de luz. Antoinette entrecerró los ojos para poder mirarla, y a continuación se bajó con la mano la visera de reflejos verde botella del traje.

La grieta luminosa se agrandó y entonces la fuerza del aire que entraba la golpeó y la aplastó contra el puntal de la retícula. El viento colmó la cámara en pocos segundos, rugiendo y arremolinándose a su alrededor. Los sensores del traje lo analizaron de inmediato y la previnieron seriamente para que no se quitara el casco. La presión de aire había superado una atmósfera, pero estaba tan frío que le haría añicos los pulmones, además de ser tóxico en grado letal.

Una atmósfera de venenos asfixiantes y enormes gradientes de temperatura es el precio que uno paga, reflexionó Antoinette, por ver unos colores tan exquisitos desde el espacio.

—Llévanos veinte kilómetros más abajo —dijo.

—¿Está segura, señorita?

—Que si, joder.

El suelo se inclinó y Antoinette aguardó mientras el barómetro del traje marcaba los incrementos en presión atmosférica. Dos atmósferas, tres. Cuatro atmósferas y aumentando. Confiaba en que el resto del Ave de Tormenta, que ahora estaba bajo una presión negativa, no se plegara sobre ella como una bolsa de papel húmeda.

Pase lo que pase, pensó Antoinette, probablemente ya haya prescrito la garantía de la nave...

Cuando hubo recuperado la confianza, o más bien cuando su pulso se relajó hasta algo parecido a un ritmo normal, comenzó a avanzar centímetro a centímetro hacia el portón abierto, arrastrando consigo el ataúd. Fue un proceso laborioso, ya que se veía obligada a asegurar y soltar las amarras de la arqueta cada par de metros. Pero lo último que sentía era impaciencia.

Al mirar al frente, aprovechando que sus ojos ya se habían adaptado, descubrió que la luz tenía un tono gris nublado. Poco a poco se fue apagando y adquirió un tinte de hierro o de bronce oscuro. Épsilon Eridani no era una estrella demasiado brillante, y gran parte de su luz quedaba ahora filtrada por las capas atmosféricas que se situaban por encima de ellos. Si seguían sumergiéndose, todo sería cada vez más oscuro, hasta estar como en el fondo del océano.

Pero eso era lo que había querido su padre.

—De acuerdo, Bestia, mantenlo estabilizado. Estoy a punto de encargarme de lo que hemos venido a hacer.

—Tenga cuidado ahora, señorita.

Había portones de acceso a la bodega de carga distribuidos por todo el Ave de Tormenta, pero el que habían abierto se encontraba en la panza de la nave y apuntaba en sentido contrario a la dirección de vuelo. Antoinette ya había alcanzado el borde y la puntera de sus botas asomaba un par de centímetros sobre el vacío. Se sentía precaria, aunque seguía bien anclada. No podía mirar hacia lo alto; la oscura cara inferior del casco, que se curvaba suavemente hacia la cola, se lo impedía. Pero a ambos lados y hacia abajo, nada obstaculizaba su visión.

—Tenías razón, papá —musitó, con tanta delicadeza que confió en que Bestia no captara sus palabras—. Es un lugar realmente asombroso. Debo reconocer que hiciste una buena elección.

—¿Señorita?

—Nada, Bestia.

Comenzó a soltar las amarras del ataúd. La nave dio bandazos y sacudidas un par de veces, provocando que se le retorciera el estómago y que la arqueta golpeara contra los palos del entramado, pero, en general, Bestia estaba haciendo un excelente trabajo manteniendo la altitud. La velocidad era ahora considerablemente subsónica respecto a la corriente de aire en la que se encontraban, así que Bestia hacía poco más que sostenerse en el aire, pero eso era bueno. La ferocidad del viento había amainado, salvo por el ocasional turbión, como ella había confiado.

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