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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (7 page)

La nave estaba en caída libre y sin propulsión, así que Skade dedujo que se acercaban furtivamente a la nave enemiga que habían estado persiguiendo. Se sentía a gusto en la ingravidez. Correteó por el corredor, saltando a cuatro patas de un punto de contacto al siguiente. Sus movimientos eran tan precisos y económicos que a veces parecía viajar con su propia burbuja de gravedad personal.

[Skade, informa].

Nunca sabía con exactitud cuándo iba a brotar el Consejo Nocturno en su cabeza, pero desde hacía mucho había dejado de desconcertarse por sus repentinas apariciones.

Nada grave. Todavía no hemos rascado siquiera la superficie de lo que la maquinaria es capaz de hacer, pero hasta el momento todo funciona exactamente como habíamos pensado que haría.

[Bien. Por supuesto, sería deseable desarrollar unas pruebas más completas...].

Skade notó que enrojecía de irritación.

Ya os lo expliqué. Por el momento, solo con cuidadosas mediciones es posible detectar la influencia de la maquinaria. Eso quiere decir que podemos realizar pruebas clandestinas bajo la tapadera de operaciones militares rutinarias.

Skade se abalanzó sobre una intersección y salió disparada hacia el puente. Se obligó a calmarse y ajustó la química de su sangre antes de proseguir la conversación.

Coincido en que necesitamos más datos antes de poder equipar la flota, pero en cuanto incrementemos las pruebas nos arriesgaremos a extender la información sobre nuestro gran adelanto. Y no me refiero solo dentro del Nido Madre.

[Tu argumento está muy claro, Skade. No hay necesidad de que nos lo recuerdes. Solo estábamos mencionando los hechos. Inconveniente o no, debemos realizar pruebas más profundas, y habrá que hacerlo pronto].

Skade se cruzó con otro combinado que se dirigía a otra zona de la nave. Skade se asomó a su mente y vislumbró un lodo superficial de emociones y experiencias recientes. Nada que le interesara o que tuviera relevancia táctica. Debajo del lodo había capas de recuerdos más profundos, estructuras mnemónicas que se sumergían en una densa oscuridad como enormes monumentos bajo el mar. Todo ello estaba a su disposición por si quería cribar y escrutar, pero, nuevamente, nada que mereciera la pena. Al fondo, en el nivel más profundo, Skade detectó algunos recuerdos privados y compartimentados que el hombre no creía que ella pudiera leer. Durante un instante breve pero intenso, se sintió tentada de meterse y editar los bloqueos personales del hombre, y hasta de revisar uno o dos de sus preciados recuerdos. Pero se contuvo; le bastaba con saber que podía hacerlo.

En sentido inverso, notó que la mente del hombre mandaba sondas inquisitivas a la suya y que después se apartaba con un estremecimiento al notar la brusca denegación de acceso. Notó la curiosidad del hombre, que sin duda se preguntaba por qué había un miembro del Consejo Cerrado a bordo de la nave.

Eso la divirtió. El hombre sabía del Consejo Cerrado, y tal vez hasta sospechara la existencia de su núcleo supersecreto, el Sanctasanctórum. Pero Skade estaba segura de que nunca había llegado a imaginarse siquiera la existencia del Consejo Nocturno.

El hombre pasó junto a ella, Skade siguió su camino.

[¿Tienes dudas, Skade?].

Por supuesto que tengo dudas. Estamos jugando con el fuego divino. No es algo con lo que debamos apresurarnos.

[Los lobos no esperarán por nosotros, Skade].

A Skade se le erizó el vello. No hacía ninguna falta que le recordaran a los lobos. El miedo era una espuela útil, eso lo admitía, pero todo tenía un límite. Como rezaba el antiguo dicho, el Proyecto Manhattan no se completó en un día. ¿O era Roma? En cualquier caso, algo relacionado con la Tierra.

No he olvidado a los lobos.

[Estupendo, Skade. Nosotros tampoco. Y dudamos muy mucho que los lobos se hayan olvidado de nosotros].

Notó que el Consejo Nocturno retrocedía y se retiraba a algún diminuto bolsillo ilocalizable de su cabeza, donde esperaría hasta la siguiente ocasión.

Skade llegó al puente de la Sombra Nocturna, consciente de que su cresta palpitaba con sombras lívidas de color rosa y escarlata. El puente era una sala esférica carente de ventanillas y situada en las profundidades de la nave, lo bastante amplia como para contener a cinco o seis combinados sin que se sintieran apretujados. Pero en aquel momento solo estaban presentes Clavain y Remontoire, lo mismo que cuando ella se había marchado. Los dos yacían en hamacas de aceleración colgadas en medio de la esfera, con los ojos cerrados mientras manipulaban el amplio entorno sensorial de la Sombra Nocturna. Parecían tranquilos hasta un extremo ridículo, con los brazos pulcramente cruzados sobre el pecho.

Skade esperó mientras la sala desplegaba otra hamaca para ella y la envolvía en un amasijo protector de enredaderas parecidas a lianas. Sondeó despreocupadamente las mentes de sus compañeros. Remontoire estaba completamente abierto a ella, y hasta sus particiones del Consejo Cerrado aparecían como simples demarcaciones y no como barreras infranqueables. Su mente era como una ciudad de cristal, quizás ahumado aquí y allá, pero nunca opaco del todo. Atravesar las pantallas del Consejo Cerrado era uno de los primeros trucos que le había enseñado el Consejo Nocturno, algo que había demostrado ser útil incluso después de unirse a este. No todos los miembros del Consejo Cerrado tenían acceso a los mismos secretos (para empezar, estaba el Sanctasanctórum), pero para Skade nada quedaba oculto.

Sin embargo, era frustrantemente difícil leer a Clavain, y por eso aquel hombre la fascinaba al tiempo que la inquietaba. Sus implantes neuronales eran de una configuración mucho más antigua que los de todos los demás, y Clavain nunca había permitido que se los actualizaran. Había amplios sectores de su cerebro que no estaban inmersos en absoluto en el telar, y las conexiones neuronales entre esas regiones y las zonas combinadas eran escasas y estaban distribuidas de forma poco eficiente. Los algoritmos de búsqueda y recuperación de Skade podían extraer patrones neuronales de cualquier parte del cerebro de Clavain que estuviera sumergida en el telar, pero incluso eso era más fácil de decir que de hacer. Repasar la mente de Clavain era como que te entregaran las llaves de una fabulosa biblioteca por la que acabara de pasar un torbellino. Lo habitual era que, para cuando uno localizaba lo que estaba buscando, ya hubiese dejado de tener importancia.

Pese a todo, Skade había aprendido mucho de Clavain. Habían transcurrido diez años desde el regreso de Galiana, pero si las lecturas de su mente eran correctas (y Skade no tenía motivos para pensar lo contrario), Clavain seguía sin tener una idea clara de lo que había sucedido. Al igual que el conjunto del Nido Madre, Clavain sabía que la nave de Galiana se había topado en el espacio profundo con seres alienígenas hostiles, máquinas que habían terminado por ser conocidas como los lobos. Los lobos se habían infiltrado en la nave y habían reventado las mentes de la tripulación. Clavain sabía que Galiana había sido perdonada y que su cuerpo seguía siendo preservado, y también que en su cráneo había alojada una estructura de evidente origen lupino. Pero lo que no había descubierto (y, por la información de la que disponía Skade, ni siquiera había llegado a sospechar) era que Galiana había recobrado la consciencia y que había disfrutado de un breve período de lucidez antes de que el lobo hablara a través de ella. De hecho, más de uno.

Skade recordó cómo había mentido a Galiana al asegurarle que Clavain y Felka estaban muertos. Al principio no fue fácil. Al igual que todos los combinados, Skade admiraba a Galiana. Era la madre de todos ellos, la reina de la facción combinada. Pero del mismo modo, el Consejo Nocturno le había recordado que tenía un deber para con el Nido Madre que superaba su veneración por Galiana. Tenía la responsabilidad de aprovechar al máximo las ventanas de lucidez para descubrir todo lo que se pudiera de los lobos, y eso significaba aliviar a Galiana de cualquier preocupación superflua. Aunque en su momento le pareció cruel, el Consejo Nocturno le había asegurado que era lo mejor a largo plazo.

Y, poco a poco, Skade había ido comprendiendo que tenía sentido. En realidad no le estaba mintiendo a Galiana, sino a una sombra de lo que Galiana fue. Y lógicamente una mentira llevaba a otra, por eso Clavain y Felka nunca se habían enterado de esas conversaciones.

Skade retiró sus sondas mentales y adoptó un nivel rutinario de intimidad. Permitió que Clavain accediera a sus recuerdos, modalidades sensoriales y emociones superficiales, o más bien a una versión sutilmente amañada de los mismos. Al mismo tiempo, Remontoire vio tanto como esperaba ver, pero de nuevo arreglado y modificado para servir a los propósitos de Skade.

La hamaca de aceleración la arrastró hasta el centro de la esfera, cerca de sus dos compañeros. Skade cruzó los brazos por debajo de los senos y los apoyó sobre la curvada placa del compad, que todavía cuchicheaba sus hallazgos a la memoria a largo plazo.

La presencia de Clavain se dejó notar.

[Skade, me alegro de que te unas a nosotros].

He detectado una modificación en nuestra disposición de ataque, Clavain. Imagino que guarda relación con la nave demarquista.

[En realidad es un poco más interesante que eso. Echa un vistazo].

Clavain le ofreció el terminal de una conexión de datos con la red de sensores de la nave. Skade lo aceptó y ordenó a sus implantes que lo cartografiaran en su propio sensorio con los filtros y preferencias habituales.

Experimentó una agradable pero momentánea sensación de desplazamiento. Su cuerpo, los cuerpos de sus compañeros, la sala en la que flotaban, la enorme y elegante aguja de color negro carbón que era la Sombra Nocturna, todo aquello pasó a ser insustancial.

El planeta joviano era una enorme presencia al frente, envuelta en una nube geométricamente compleja y siempre cambiante de zonas prohibidas y pasos seguros. Un feo enjambre de plataformas y centinelas sobrevolaba el planeta con ajustadas órbitas precesionales. Más cerca, aunque no demasiado, se encontraba la nave demarquista que la Sombra Nocturna había estado persiguiendo. Ya tocaba la parte exterior de la atmósfera de Sueño Mandarina y comenzaba a brillar al aumentar de temperatura. El capitán se arriesgaba mucho con aquella zambullida atmosférica, con la esperanza de poder ocultarse tras unos cuantos cientos de kilómetros de densas nubes.

Era, tal como consideró Skade, un movimiento nacido de la desesperación.

Las inserciones transatmosféricas eran arriesgadas, incluso para las naves diseñadas para hacer pasadas de refilón en las capas superiores de los planetas jovianos. El capitán debería haber frenado su marcha antes de intentar la zambullida, y también habría de ir lento cuando regresara al espacio. Aparte del efecto de camuflaje causado por el aire que quedara por encima (y cuyo beneficio real dependía de la batería de sensores de que dispusiera la nave perseguidora y de lo que se pudiera detectar mediante satélites de órbita baja o zánganos flotantes), la única ventaja de una zambullida consistía en reponer las reservas de combustible.

Durante los primeros años de la guerra, ambos bandos habían usado la antimateria como principal fuente de energía. Los combinados, con sus factorías camufladas en los límites del sistema, seguían siendo capaces de producir y almacenar antimateria en cantidades aceptables para propósitos militares. E incluso si no pudieran, era bien sabido que tenían acceso a fuentes de energía aún más prodigiosas. Pero manejar antimateria era algo que los demarquistas no habían sido capaces de hacer durante más de una década. Habían retrocedido a la energía de fusión, para la cual necesitaban hidrógeno, que en condiciones ideales se dragaba de los océanos del interior de los gigantes gaseosos, donde ya estaba comprimido hasta alcanzar el estado metálico. El capitán abría las portillas de combustible de la nave y succionaba y comprimía el hidrógeno atmosférico, o incluso podía atreverse a sumergirse en el mar de hidrógeno «simplemente» líquido, situado por encima del que se hallaba en estado metálico y que envolvía el pequeño núcleo rocoso del planeta. Pero eso sería algo demasiado arriesgado para una nave que ya había sufrido daños en combate. Probablemente el capitán confiara en que no fuese necesario sacar las palas, y en su lugar poder reunirse con una de las naves cisterna con mentalidad de ballena que trazaban círculos de manera interminable a través de la atmósfera, mientras cantaban tristes endechas sobre las turbulencias y la química de los hidrocarburos. De lograrlo, el buque cisterna inyectaría en la nave postas de hidrógeno metálico preprocesado, una parte para su uso como combustible y otra para servir de ojivas.

La inserción atmosférica era una apuesta, y además desesperada, pero había salido bien las veces suficientes como para resultar ligeramente preferible a una operación suicida de evasión.

Skade compuso un pensamiento y lo mandó hacia las cabezas de sus compañeros.

Admiro la decisión del capitán. Pero no le servirá de nada. La respuesta de Clavain fue inmediata.

[Es una mujer, Skade. Captamos su señal cuando envió un haz estrecho a la otra nave; estaban atravesando el borde de un anillo de escombros y había el polvo en suspensión necesario para dispersar una pequeña parte del láser en nuestra dirección].

¿Y el intruso?

Fue Remontoire el que respondió esta vez.

[Sospechábamos que era un carguero desde el momento en que pudimos ver de cerca la señal de su tubo de escape. Resulta que así es, y ahora sabemos un poco más].

Remontoire le ofreció otro terminal, que ella aceptó.

En su mente brotó una imagen borrosa del carguero a la que se iban añadiendo detalles, como un esbozo que se completara poco a poco. El carguero tenía la mitad de tamaño que la Sombra Nocturna y era un típico transporte intrasistema construido uno o dos siglos atrás, sin duda anterior a la plaga. El casco era vagamente redondeado; puede que antaño la nave hubiese estado diseñada para aterrizar en Yellowstone o en otros cuerpos del sistema con atmósfera, pero desde entonces había adquirido tantos bultos y espinas que a Skade le recordaba a un pez afectado por alguna extraña mutación recesiva. Unos símbolos crípticos pero legibles para las máquinas parpadeaban sobre su piel, aunque algunos de ellos aparecían interrumpidos por amplias zonas desnudas en el revestimiento, fruto de las reparaciones en el casco.

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