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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

El Arca de la Redención (5 page)

—Puede comprobarlo con el hospicio, si quiere —le dijo Antoinette.

—Ya he pedido información al hospicio. Pero en temas como este, es preferible asegurarse por completo de que todo es legítimo, ¿no está de acuerdo?

—Estaré de acuerdo con todo lo que diga, si con eso se larga de mi nave.

—Umm. ¿Y por qué tiene tanta prisa?

—Porque tengo un congelado..., lo siento, un pasajero en criogenia. Y no quiero que se me derrita encima.

—Me gustaría mucho ver a ese pasajero, ¿sería posible?

—No tengo mucho margen para negarme a ello, ¿no es cierto? —Ya se esperaba algo así, por lo que se había puesto el traje de vacío mientras esperaba la llegada del proxy.

—Bien, no nos llevará ni un minuto y después podrá proseguir su camino. —La máquina hizo una pausa antes de añadir—: Siempre, desde luego, que no exista ninguna irregularidad.

—Es por aquí.

Antoinette hizo descender un panel lateral y quedó a la vista un pasadizo que conducía de regreso a la bodega de carga principal del Ave de Tormenta. Dejó que el proxy fuera en cabeza, decidida a hablar poco y aún menos a proporcionar información motu proprio. Su actitud podía parecer terca, pero despertaría muchas más sospechas si empezaba a mostrarse colaboradora. La milicia de la Convención de Ferrisville no era muy popular, una realidad que, desde hacía tiempo, habían adaptado a sus tratos con los civiles.

—Menuda nave tienes, Antoinette.

—Señorita Bax para usted. No recuerdo que nos tuteáramos.

—Señorita Bax, entonces. Pero mi argumento es el mismo: su nave puede parecer común y corriente, pero delata todos los signos de ser mecánicamente sólida y fiable en el espacio. Una nave con tales capacidades podría obtener beneficios en gran cantidad de rutas comerciales perfectamente legales, incluso en estos tiempos oscuros.

—Entonces no sentiré ningún interés en pasarme al contrabando, ¿verdad?

—No, pero hace que me pregunte por qué echa a perder una oportunidad así realizando un peculiar encargo para el hospicio. Tienen influencia, pero, por lo que podemos deducir, no gran cosa en lo relativo a verdaderas riquezas. —La máquina volvió a hacer una pausa—. Tiene que reconocerlo, resulta un tanto misterioso. La ruta usual es que los congelados provengan del hospicio, no que lleguen a él. E incluso mover un cuerpo congelado de un lado a otro resulta inusual, la mayoría se derrite antes de poder salir de Idlewild.

—Mi trabajo no consiste en hacer preguntas.

—Bueno, pues resulta que el mío sí. ¿Falta mucho?

La bodega de carga no estaba presurizada en esos momentos, así que tuvieron que realizar el ciclo de una cámara estanca interna para poder llegar hasta allí. Antoinette encendió las luces. El enorme volumen carecía de cargamento pero estaba ocupado por un entramado de almacenamiento, un armazón tridimensional al que normalmente se amarraban los palés de carga y los tanques. Comenzaron a trepar por él. El proxy escogía su camino como una tarántula, con sumo cuidado.

—Entonces es verdad, viaja sin carga. Aquí dentro no hay ni un solo contenedor.

—No es un delito.

—No he dicho que lo sea. Sin embargo, resulta raro en extremo. Los mendicantes deben de estar pagándola realmente bien para justificar un viaje como este.

—Ellos ponen las condiciones, no yo.

—Cada vez resulta más curioso.

Desde luego, el proxy estaba en lo cierto. Todo el mundo sabía que el hospicio cuidaba de los congelados en cuanto los desembarcaban de las naves recién llegadas: los pobres, los heridos, los amnésicos incurables. Los derretían, los revivían y los rehabilitaban en los alrededores del lugar, donde eran atendidos por los mendicantes hasta que se recuperaban lo suficiente para partir, o al menos hasta que eran capaces de desempeñar una serie mínima de funciones humanas básicas. Algunos de los que nunca llegaban a recuperar la memoria decidían quedarse en el hospicio y se preparaban para convertirse ellos también en mendicantes. Pero algo que el hospicio por lo general no hacía era encargarse de los congelados que no llegaban en una nave interestelar.

—De acuerdo —dijo ella—. Me contaron lo siguiente: hubo un error. La documentación del tipo se traspapeló durante el proceso de desembarco y lo confundieron con otro cachorrillo al que el hospicio solo debía supervisar, sin encargarse de revivirlo. Se suponía que al otro hombre solo tenían que mantenerlo frío hasta que llegara a Ciudad Abismo y después recalentarlo.

—Inusual —dijo el proxy.

—Parece que al tipo no le gustaba el viaje espacial. Bueno, la jodieron pero bien. Para cuando descubrieron el error, el congelado erróneo ya estaba a mitad de camino de C. A. Una grave metedura de pata que el hospicio pretende arreglar antes de que la cosa vaya a peor. Así que me llamaron. Recogí el cuerpo en el Cinturón Oxidado y ahora lo devuelvo a toda prisa a Idlewild.

—¿Pero por qué tanta prisa? Si el cuerpo está congelado, seguramente...

—La arqueta es una pieza de museo y en los últimos días se ha visto muy maltratada. Además, hay dos familias que están empezando a hacer preguntas incómodas. Cuanto antes vuelvan a intercambiar a las crías, mejor.

—Comprendo que los mendicantes deseen manejar esto de modo discreto. La excelente reputación del hospicio se vería mancillada si algo así saliera a la luz.

—Desde luego. —Antoinette se permitió un minúsculo gesto de alivio pero, durante un peligroso instante, se sintió tentada de retroceder a su fingida obstinación. En lugar de eso, añadió—: Ahora que ya ve todo el panorama, ¿qué tal si me deja seguir mi camino? No querrá fastidiar al hospicio, ¿verdad?

—Desde luego que no. Pero ya que hemos llegado hasta aquí, sería una pena no echarle una ojeada al pasajero, ¿no cree?

—Claro —entonó ella—. Una auténtica pena.

Llegaron hasta la arqueta. Se trataba de una unidad de sueño frigorífico de aspecto anodino, alojada cerca de la parte posterior de la bodega de carga. Era de color plateado mate y tenía una ventanilla rectangular de cristal ahumado situada en la superficie superior. Por debajo, cubierto por su propio escudo de cristal ahumado, había un panel empotrado que contenía los controles y los visualizadores de estado. Unas trazas de colores poco definidos temblaban y se desplazaban bajo el vidrio.

—Un lugar extraño para situarlo, aquí tan atrás —dijo el proxy. —No desde mi punto de vista. Está cerca del portón de panza, así la carga fue rápida y la descarga lo será aún más.

—Está bien. No le importa si le echo una mirada más de cerca, ¿verdad? —Considérese como en su casa.

El proxy correteó hasta quedar a menos de un metro de la arqueta. Extendió sus extremidades, con sensores en los extremos, pero no llegó a tocar ninguna zona. Estaba siendo extremadamente cauto, no quería correr el riesgo de dañar una propiedad del hospicio o de hacer algo que pudiera poner en peligro al ocupante de la unidad.

—¿Ha dicho que este hombre pasó hace poco por Idlewild?

—Solo sé lo que me han contado desde el hospicio.

El proxy tamborileó sobre su propio cuerpo con uno de sus miembros, pensativo.

—Es raro, porque últimamente no ha venido ninguna nave de gran tamaño. Ahora que la información sobre la guerra ha tenido tiempo de llegar hasta los sistemas más lejanos, Yellowstone no es, ni de lejos, un destino tan popular como solía.

Ella se encogió de hombros.

—Entonces mantenga una charla con el hospicio, si tanto le molesta. Todo lo que yo sé es que tengo un cachorro y lo quieren de vuelta.

El proxy extendió algo que ella tomó por una cámara y sondeó por la ventanilla situada en la cara superior de la arqueta.

—Bueno, decididamente es un hombre —dijo, como si eso debiera suponer alguna novedad para ella—. Y está inmerso en un profundo sueño frigorífico. ¿Le importa si extraigo esa ventana de estado y echo una mirada a las lecturas, ya que estoy aquí? Si existe algún problema, es probable que pueda prepararle una escolta que la conduzca al hospicio en un abrir y cerrar de ojos.

Antes de que Antoinette pudiera responder o dar forma a alguna objeción plausible, el proxy ya había abierto el panel de cristal ahumado que cubría la matriz de controles y visualizadores de estado. Se inclinó cada vez más cerca, mientras se sostenía contra los palos de la retícula de almacenamiento, y barrió arriba y abajo la pantalla con su ojo, deteniéndose en varios puntos.

Antoinette miró impotente y sudorosa. Las pantallas parecían bastante convincentes, pero cualquiera que tuviera experiencia con una arqueta de sueño frigorífico hubiese sospechado al instante. No eran exactamente como deberían si el ocupante hubiese estado sumido en una hibernación criogénica normal. Y en cuanto se despertaran esas sospechas, solo harían falta unas cuantas averiguaciones más e investigar un poco algunos de los modos ocultos del visualizador para sacar a la luz la verdad.

El proxy escrutó las lecturas y luego se apartó, en apariencia satisfecho. Antoinette cerró los ojos por un instante y después lo lamentó. El proxy volvió a acercarse a la pantalla mientras extendía un delicado manipulador.

—Si fuese usted no tocaría...

El proxy tecleó unos comandos en el panel de lecturas. Aparecieron diferentes trazas, formas de onda que se retorcían de un color azul eléctrico, seguidas de temblorosos histogramas.

—Esto no tiene buen aspecto —dijo el proxy.

—¿Cómo?

—Casi parece como si el ocupante ya estuviera muer... De pronto, tronó una nueva voz. —Discúlpeme, señorita...

Antoinette maldijo para sus adentros. Le había dicho a Bestia que se callara mientras ella se las arreglaba con el proxy. Pero tal vez debiera aliviarla que Bestia hubiera decidido ignorar aquella orden en particular.

—¿De qué se trata, Bestia?

—Una transmisión entrante, señorita, enfocada directamente hacia nosotros. Punto de origen: hospicio Idlewild. El proxy se apartó de una sacudida.

—¿De quién es esa voz? Creía que había declarado que estaba sola. —Y lo estoy —replicó ella—. Solo es Bestia, la subpersona de mi nave. —Bueno, pues dígale que se calle. Y la transmisión del hospicio no va dirigida a usted. Es la respuesta a una petición que yo he transmitido antes... La voz incorpórea de la nave bramó: —¿Qué hago con la transmisión, señorita...? Ella sonrió.

—Reproduce ese condenado mensaje.

La atención del proxy se apartó de la arqueta. Bestia retransmitió el mensaje hasta el visor del casco de Antoinette, de modo que parecía como si la mendicante estuviera en medio de la bodega de carga. Antoinette supuso que el piloto estaba accediendo a su propio canal de telemetría desde uno de los cúteres.

La mendicante era una Nueva Anciana. Como siempre, Antoinette encontró un tanto chocante ver a un genuino anciano. Vestía el griñón almidonado y las vestiduras de su orden, blasonadas con el emblema en forma de copo de nieve del hospicio. Sus manos increíblemente venosas y viejas se cruzaban por debajo de su pecho.

—Mis disculpas por el retraso al responder —dijo—. Volvemos a tener problemas con el encaminamiento de nuestra red, bien lo sabéis. En fin, vayamos con los formalismos. Mi nombre es hermana Amelia y quiero confirmar que el cuerpo..., el individuo congelado... a cargo de la señorita Bax es propiedad temporal y muy querida del hospicio Idlewild y de la Sagrada Orden de los Mendicantes del Hielo. La señorita Bax está apresurando amablemente su regreso inmediato...

—Pero el cuerpo está muerto —dijo el proxy. La mendicante prosiguió:

—... y por lo tanto agradeceríamos la mínima interferencia posible por parte de las autoridades. Hemos contratado en varias ocasiones anteriores los servicios de la señorita Bax y no hemos obtenido otra cosa que una satisfacción completa con su modo de manejar nuestros asuntos. —La mendicante sonrió—. Estoy convencida de que la Convención de Ferrisville valora la necesidad de ser discretos en un tema como este. Al fin y al cabo, tenemos una reputación que mantener.

El mensaje terminó. La mendicante parpadeó y se esfumó, y Antoinette se encogió de hombros.

—¿Ve? En todo momento le he contado la verdad.

El proxy la estudió con uno de sus sensores revestidos.

—Aquí pasa algo. El cuerpo dentro de esa arqueta está clínicamente muerto.

—Mire, ya le he dicho que la unidad es antigua. Las lecturas fallan, eso es todo. Sería muy estúpido cargar por ahí con un cadáver metido en una arqueta de sueño frigorífico, ¿no cree?

—Aún no he terminado con usted.

—Puede que no, pero por ahora sí, ¿verdad? Ya ha oído lo que ha dicho la amable dama mendicante. «Apresurando su regreso inmediato», me parece que esa es la frase que ha usado. Suena bastante oficial e importante, ¿no cree? —Extendió el brazo y deslizó de nuevo la tapa sobre el panel de estado.

—No sé en qué anda metida —le dijo el proxy—, pero puede estar segura de que llegaré hasta el final de todo esto. Ella sonrió.

—Estupendo, gracias. Que tenga un buen día. Y ahora desaparezca de mi nave.

Después de que se marchara la policía, Antoinette conservó el mismo rumbo durante una hora para mantener la farsa de que su destino era el hospicio Idlewild. Entonces viró bruscamente, quemando combustible a un ritmo que la hizo estremecer. Una hora después ya había dejado atrás la jurisdicción oficial de la Convención de Ferrisville y abandonaba Yellowstone y su guirnalda de comunidades satélite. La policía no volvió a tratar de alcanzarla, pero eso no la sorprendió. Les hubiese costado demasiado combustible, quedaba ya fuera de su esfera de influencia teórica y, como acababa de entrar en la zona de guerra, había muchas posibilidades de que de todos modos terminase muerta. Simplemente, no les merecía la pena.

Con ese espíritu tan reconfortante, Antoinette transmitió al hospicio un mensaje codificado de agradecimiento. Les quedaba reconocida por el favor que le habían hecho y, como hacía siempre su padre en circunstancias similares, prometió corresponder si el hospicio necesitaba algún día su ayuda.

Le llegó un mensaje de respuesta de la hermana Amelia: «Suerte y rapidez con tu misión, Antoinette. Jim estaría muy orgulloso». Eso espero, pensó Antoinette.

Los diez días siguientes transcurrieron sin apenas sucesos dignos de mención. La nave se comportó a la perfección, sin ofrecer siquiera la clase de fallos técnicos de menor grado que hubiese sido agradable reparar. En una ocasión, en el alcance límite del radar, creyó que un par de banshees la seguían, tenues señales furtivas que se cernían en el extremo de su capacidad de detección. Solo por si acaso conectó los elementos disuasorios, pero después de ejecutar una maniobra evasiva que demostró a los banshees lo difícil que sería abordar por las malas el Ave de Tormenta, las dos naves volvieron a desvanecerse en las sombras, en busca de otra víctima que saquear. No volvió a verlas.

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