Read Espadas de Marte Online

Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Espadas de Marte (5 page)

«Parece sufrir de la manía de hablar de sus inventos. Tiene que explicárselo a alguien. Creo que es culpa de su egotismo desmedido. Adora presumir. Por eso te he dicho que quienes conocen demasiado su trabajo están condenados. Puedes estar seguro de que Rapas no sabe nada de importancia. De hecho, oí decir una vez a Fal Silvas que una de las razones por las que aprecia al asesino, es por su absoluta estupidez. Fal Silvas dice que aunque le explicara todos los detalles de un invento, Rapas no tendría la inteligencia suficiente para comprenderlo».

Por aquel entonces, la chica ya había recuperado el autocontrol, y, cuando terminó de hablar, se dirigió hacia la puerta.

—Muchas gracias por dejarme entrar —dijo—. Es muy probable que no te vuelva a ver, pero me gustaría saber quién me ha ayudado.

—Me llamo Vandor. Pero, ¿qué te hace pensar que no nos volveremos a ver? ¿Y a dónde vas ahora?

—Vuelvo a mi habitación a esperar la próxima convocatoria. Quizás sea mañana.

—Vas a quedarte aquí —contesté yo—, aún podemos encontrar la forma de sacarte de aquí.

Ella me miró sorprendida e iba a replicar cuando súbitamente ladeó la cabeza para escuchar.

—Alguien se acerca —dijo—, me están buscando.

Yo la cogí por la mano y tiré de ella hacia la puerta de mi dormitorio.

—Entra aquí. Veamos si es posible esconderte.

—No, no —objetó ella—. Entonces nos matará a los dos si me encuentran. Has sido amable conmigo, y no quiero que te maten.

—No te preocupes por mí. Sé cuidar de mí mismo. Haz lo que te digo.

La conduje a mi cuarto y la hice acostarse en la pequeña plataforma que sirve como lecho en Barsoom. Luego apilé encima de ella las sedas y pieles de dormir en un confuso montón. Sólo mediante un examen concienzudo podía descubrir que su pequeño cuerpo descansaba bajo ellas.

Volviéndome a la sala de estar, cogí al azar un libro del estante, me senté en una silla y lo abrí. Apenas lo había hecho, escuché un golpe en la puerta que conducía al pasillo..

—Adelante —invité.

La puerta se abrió, y Fal Silvas entró en la habitación.

CAPÍTULO III

Atrapado

Bajando el libro, contemplé la entrada de Fal Silvas. Echó una ojeada rápida y suspicaz al apartamento. Yo había dejado la puerta del dormitorio abierta a propósito, para no despertar sospechas. Las puertas del otro dormitorio y del baño estaban también abiertas. Fal Silvas se dio cuenta del libro que estaba leyendo.

—¿No es una lectura un poco difícil para un panthan? —observó.

Yo sonreí.

—He leído hace poco su Mecánica Teórica. Esta debe ser una obra anterior, y no es tan autorizada. Simplemente la estaba hojeando.

Fal Silvas me estudió atentamente durante un momento.

—¿No eres demasiado educado para tu oficio? —preguntó.

—Nunca se puede saber demasiado.

—Aquí sí se puede saber demasiado —dijo él, recordándome lo que me había contado la chica—. Vine a comprobar si todo anda bien, si estás cómodo —dijo, cambiando el tono de voz.

—Mucho.

—¿No te han molestado? ¿No ha venido nadie?

—La casa parece muy tranquila —contesté—. Oí a alguien reírse hace un rato, pero eso fue todo. No me molestó.

—¿Ha entrado alguien en tus habitaciones?

—¿Por qué lo dices? ¿Se supone que debía haber venido alguien?

—Nadie, por supuesto —respondió rápidamente, y acto seguido comenzó a hacerme preguntas, en un esfuerzo evidente por valorar la extensión de mis conocimientos de mecánica y química.

—En realidad, sé poco de esas ciencias —le aseguré—. Soy un soldado profesional, no un científico. Aunque, por supuesto, la familiaridad con las naves aéreas lleva aparejada ciertos conocimientos técnicos; pero, después de todo, sólo soy un aprendiz.

Él me estudiaba con curiosidad.

—Desearía conocerte mejor —dijo al fin—. Desearía saber si puedo confiar en ti. Eres un hombre inteligente. En cuestiones de intelecto, estoy totalmente solo aquí. Necesito un ayudante. Necesito un hombre como tú —negó con la cabeza, algo disgustado—. Pero, ¿para qué? No puedo confiar en nadie.

—Me empleaste como guardaespaldas. Para ese trabajo sí soy apropiado. Dejémoslo así.

—Tienes razón. El tiempo dirá para qué más cosas eres apropiado.

—Si voy a protegerte —continué—, debo saber más acerca de tus enemigos. Debo saber quiénes son, y conocer sus planes.

—Hay muchos a los que les gustaría verme muerto, pero a uno de ellos le beneficiaría mi muerte más que a los demás. Se trata de Gar Nal, el inventor —me miró interrogativamente.

—Nunca he oído hablar de él. Recuerda que he estado muchos años ausente de Zodanga.

Él asintió.

—Estoy perfeccionando una nave capaz de atravesar el espacio. Gar Nal también. A él le gustaría no sólo matarme, sino robarme los secretos de mi invención que le permitan perfeccionar su nave. Pero es a Ur Jan a quien debo temer, porque Gar Nal lo ha contratado para matarme.

—Soy desconocido en Zodanga. Encontraré a ese Ur Jan y veré qué puedo descubrir.

Había una cosa que quería averiguar cuanto antes, y era si Fal Silvas me permitiría abandonar su casa con cualquier pretexto.

—No descubrirás nada —dijo—, sus reuniones son secretas. Aunque consiguieras introducirte en una de ellas, lo cual es dudoso, te matarían antes de que pudieras salir.

—Quizás no, y, de todas formas, vale la pena intentarlo. ¿Sabes dónde celebran sus reuniones?

—Sí, pero si pretendes intentarlo, será mejor que Rapas te guíe hasta allí.

—Si voy, no quiero que Rapas sepa nada de ello.

—¿Por qué? —quiso saber Fal Silvas.

—Porque no confío en él. No confiaría en nadie que conociera mis planes.

—Tienes razón. Cuando estés preparado para partir, te daré las instrucciones necesarias para que encuentres el lugar tú solo.

—Iré mañana cuando haya oscurecido.

Él aprobó con un gesto. Se encontraba en un punto desde el que divisaba directamente el dormitorio donde estaba escondida la chica.

—¿Tienes bastantes sedas y pieles de dormir? —preguntó. —Sí, pero de todas formas mañana traeré las mías.

—No será necesario. Yo te proveeré de todo lo que necesites —aún permanecía contemplando la otra habitación.

Temía que hubiese adivinado la verdad, o que la chica se hubiera movido, o que su respiración se notara bajo el montón que la ocultaba.

No me atreví a volverme para mirar, porque temía aumentar sus sospechas. Me limité a permanecer sentado, esperando, con la diestra cerca de la empuñadura de mi espada corta. Quizás la chica estaba a punto de ser descubierta, mas si era así, también Fal Silvas estaba a punto de morir.

Pero finalmente éste se dirigió hacia la puerta de salida.

—Mañana te daré instrucciones para que puedas llegar al cuartel de los gorthanos; y también te enviaré un esclavo. ¿Prefieres a un hombre o a una mujer?

Yo prefería un hombre, pero intuí en ello una posibilidad de proteger a la chica.

—Una mujer —dije. Él sonrió.

—Y bonita, ¿no?

—Me gustaría elegirla yo mismo…, si es posible.

—Como quieras —contestó él—. Mañana te dejaré que les eches un vistazo. Que duermas bien.

Abandonó la habitación y cerró la puerta tras de sí; pero yo sabía que permanecería fuera un rato, escuchando.

Recogí el libro y comencé a leer una vez más. Pero ni una sola palabra quedó registrada en mi cerebro, puesto que todos mis sentidos estaban concentrados en escuchar.

Después de lo que me pareció un largo tiempo, le oí marcharse, y poco después oí cerrarse una puerta en el piso de arriba. Hasta aquel momento no me había movido, pero entonces me incorporé y me acerqué a la puerta. Estaba equipada con un pesado cerrojo en su interior, y lo cerré silenciosamente.

Crucé la habitación, entré en la cámara donde se hallaba la chica y retiré las ropas que la cubrían. No se había movido. Cuando me miró me puse un dedo en los labios.

—¿Has oído? —pregunté en un suave susurro.

Ella asintió.

—Mañana te voy a elegir como esclava. Quizás después pueda encontrar la forma de liberarte.

—Eres muy amable —dijo ella.

La cogí por un brazo.

—Ve a la otra habitación. Esta noche puedes dormir allí segura, y por la mañana ya idearemos cómo realizar el resto de nuestro plan.

—No creo que sea difícil —opinó ella—. Por la mañana temprano todo el mundo, menos Fal Silvas, acude a un gran comedor situado en este piso. Muchos de ellos pasan por este pasillo. Puedo deslizarme fuera sin que me vean y mezclarme entre ellos. Durante el desayuno tú tendrías la oportunidad de ver a todas las esclavas. Entonces podrías elegirme si todavía deseas hacerlo.

Había sedas y mantas de dormir en la habitación que le había asignado, así que, sabiendo que estaría cómoda, la dejé y volví a mi propia habitación a completar mis preparativos para pasar la noche, que habían sido tan extrañamente interrumpidos.

Zanda me despertó temprano por la mañana.

—Pronto será la hora del desayuno —me dijo—. Debes salir antes que yo y dejar la puerta abierta. Yo me deslizaré fuera cuando no haya nadie en el pasillo.

Cuando salí de mi alojamiento, vi dos o tres tipos por el pasillo en la dirección en la que Zanda me había dicho que se encontraba el comedor y, siguiéndolos, fui a parar finalmente a una gran sala donde había una mesa con capacidad para unos veinte comensales. Ya se hallaba medio llena. La mayor parte de los esclavos eran mujeres…, mujeres jóvenes y, en su mayoría, muy hermosas.

Con la excepción de dos hombres, sentados en ambos extremos de la mesa, todos los ocupantes de la habitación estaban desarmados.

El hombre sentado a la cabecera de la mesa era el mismo que nos había recibido a Rapas y a mí la noche anterior. Después supe que su nombre era Harnas, y que era el mayordomo del establecimiento.

El otro hombre armado se llamaba Phystal, y era el encargado de los esclavos. Asimismo, supe después que también colaboraba en la obtención de muchos de ellos, normalmente mediante soborno o secuestro.

Harnas me descubrió en cuanto entré en la habitación y me hizo señas para que me acercara.

—Siéntate aquí, junto a mí, Vandor —me dijo.

No pude dejar de notar la diferencia de sus maneras respecto a las de la noche anterior, en la que se había comportado como un esclavo más o menos obsequioso. Supuse que representaba dos papeles con un solo propósito conocido por él o por su amo. En su papel actual era obviamente una persona de importancia.

—¿Dormiste bien? —me preguntó.

—Bastante. La casa parece muy tranquila y pacífica de noche.

Él gruñó.

—Si escuchases algún sonido fuera de lo corriente durante la noche —me dijo—, no debes investigar, a menos que el amo o yo te llamemos —y después, pensando que debía explicarme algo, añadió—: Fal Silvas a veces trabaja en sus experimentos hasta bien entrada la noche. No debes molestar oigas lo que oigas.

Algunos esclavos más entraron en la sala en aquel momento, y tras ellos apareció Zanda. Yo observé a Harnas y vi estrecharse sus ojos al descubrirla.

—¡Aquí está, Phystal! —dijo.

El hombre del otro lado de la mesa se volvió en su asiento y miró a la muchacha, que se aproximaba detrás de mí. Tenía el ceño fruncido airadamente.

—¿Donde estuviste anoche, Zanda? —le preguntó imperiosamente cuando llegó a la mesa.

—Estaba asustada y me escondí —contestó ella.

—¿Dónde te escondiste?

—Pregúntale a Hamas.

Phystal miró a Hamas.

—¿Cómo podría yo saber dónde te escondiste? —preguntó el último. Zanda alzó sus arqueadas cejas.

—Oh, lo siento —exclamó—, no sabía que no querías que se supiese.

Hamas frunció el entrecejo, enfadado.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Adónde quieres ir a parar?

—Oh, no tengo nada que decir sobre ello, salvo que, por supuesto, creía que Fal Silvas estaba al corriente.

Phystal estudiaba suspicazmente a Hamas. Todos los esclavos lo miraban también, y se podía leer en sus rostros lo que pensaban. Hamas estaba furioso, Phystal sospechaba; y la chica permanecía ante ellos con la expresión más inocente y angelical que pudiera concebirse.

—¿Qué te propones al decir estas cosas? —preguntó Hamas.

—¿Qué he dicho? —preguntó ella inocentemente.

—Dijiste… dijiste…

—Solamente dije: «pregúntale a Hamas». ¿Hay algo malo en ello?

—¿Pero por qué he de saberlo yo?

Zanda encogió sus esbeltos hombros.

—No voy a decir nada más, no quiero meterte en problemas.

—Quizás cuanto menos hables sea mejor—dijo Phystal.

Hamas comenzó a hablar, pero, evidentemente, se lo pensó mejor. Le lanzó una mirada furiosa a Zanda y devolvió su atención al desayuno. Cuando estábamos terminando de comer, le dije a Hamas que Fal Silvas me había indicado que escogiera un esclavo.

—Sí, ya me lo dijo —contestó el mayordomo—. Díselo a Phystal; es el encargado de los esclavos.

—¿Pero sabe él que Fal Silvas me ha dado permiso para elegir el que yo quiera?

—Se lo diré.

Un momento después terminó su desayuno y, cuando abandonaba el comedor, se detuvo para hablar con Phystal. Viendo que Phystal también se disponía a irse, me senté junto a él y le dije que me gustaría elegir un esclavo.

—¿Cuál de ellos quieres? —preguntó.

Yo eché una ojeada en torno a la mesa, aparentando examinar cuidadosamente a cada una de las esclavas hasta que mis ojos se posaron sobre Zanda.

—Me quedaré con aquella —dije.

Las cejas de Phystal se contrajeron, y pareció dudar.

—Fal Silvas me dijo que podía elegir la que quisiera —le recordé.

—Pero, ¿por qué quieres esa?

—Parece inteligente, y es atractiva —contesté—. Me servirá tan bien como cualquier otra hasta que esté mejor relacionado aquí.

Y de esta forma me asignó a Zanda a mi servicio. Sus deberes consistían en mantener limpio mi apartamento, hacer mis recados, pulir mi cinto, sacarle brillo a mi metal, afilar mis espadas y dagas, y en suma, hacerse útil de todas las formas posibles.

Me hubiera gustado mucho más tener como esclavo a un hombre, pero los acontecimientos se habían encadenado de tal forma que me habían obligado a asumir el papel de protector de la chica, y aquello parecía ser la única forma de conseguir algo en este sentido; pero yo desconocía si Fal Silvas me permitiría quedarme con ella. Esta era una duda que resolvería el futuro.

Other books

Dorothea Dreams (Heirloom Books) by Suzy McKee Charnas
Kino by Jürgen Fauth
McNally's Bluff by Vincent Lardo, Lawrence Sanders
The Severed Thread by Dione C. Suto
Wings by Owens, J. C.
The Outlander by Gil Adamson
In Distant Waters by Richard Woodman
Silent Protector by Barbara Phinney
Anatomy of Murder by Robertson, Imogen