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Authors: Edgar Rice Burroughs

Tags: #ciencia-ficción

Espadas de Marte (8 page)

Para un hombre con sentido del humor, una situación como aquella puede ser muy divertida, tal como, en efecto, lo era para mí. Aquí estaba yo caminando a lo largo de una sombría avenida con un hombre que intentaba matarme a la primera oportunidad, y me era necesario frustrar sus planes sin que supiera que sospechaba de él, pues yo no quería matar a Rapas, el Ulsio. Al menos no todavía. Presentía que podía hacer uso de él de una forma u otra sin que sospechara jamás que me estaba ayudando.

—Vamos —dije al fin—, ¿por qué te retrasas? ¿Estás cansado? —y cogiéndolo por la diestra, seguimos hacia la casa de Fal Silvas.

Tras recorrer una corta distancia, Rapas se soltó.

—Te dejo aquí —me dijo—, esta noche no voy a ir a la casa de Fal Silvas.

—Muy bien, amigo mío. Pero espero volver a verte pronto.

—Sí, pronto nos veremos.

—Quizás mañana por la noche —sugerí yo—; o sino, pasado mañana.

En cuanto tenga una noche libre, te buscaré en la casa de comidas.

—Muy bien —dijo él—. Ceno allí todas las noches.

—Que duermas bien, Rapas.

—Que duermas bien, Vandor.

Tomé la avenida de la izquierda y proseguí mi camino. Pensé que quizás me siguiera, pero no lo hizo, y finalmente llegué a la casa de Fal Silvas.

Hamas me dejó entrar y, después de intercambiar algunas palabras con él, fui directamente a mis habitaciones, donde Zanda me abrió la puerta en respuesta a mi señal.

La joven me dijo que la casa había estado muy tranquila toda la noche y que nadie la había molestado ni intentado entrar en nuestro apartamento. Tenía preparadas mis sedas y pieles de dormir y, como yo estaba más bien cansado, no tardé en usarlas.

La mañana siguiente, inmediatamente después del desayuno me presenté en mi puesto ante la puerta del estudio de Fal Silvas. Llevaba poco tiempo allí cuando me mandó llamar.

—¿Qué ocurrió anoche? ¿Tuviste suerte? Veo que estás vivo, así que supongo que no lograste alcanzar el lugar de reunión de los asesinos.

—Al contrario —le contesté—, llegué a la habitación de al lado y los vi a todos.

—¿Qué averiguaste?

—No mucho. No pude oír nada mientras la puerta estuvo cerrada, y sólo permaneció abierta unos instantes.

—¿Y qué oíste mientras estuvo abierta? —preguntó.

—Saben que me has empleado como guardaespaldas.

—¡Qué! ¿Cómo pueden haberlo sabido?

Yo moví la cabeza.

—Debe de haber alguna filtración —opiné.

—¡Un traidor! —exclamó él.

No le dije nada acerca de Rapas. Temía que lo mandase matar, y no quería verlo muerto mientras me fuese de utilidad.

—¿Qué más oíste? —quiso saber.

—Ur Jan ordenó que me mataran.

—Debes de andar con cuidado Quizás sea mejor que no salgas esta noche.

—Puedo cuidar de mí mismo —repliqué—, y puedo ser más útil saliendo por la noche y hablando con la gente de fuera que quedándome aquí encerrado en mis horas libres.

El asintió.

—Supongo que tienes razón —dijo—, y durante un rato permaneció sumido en profundas reflexiones, luego alzó la cabeza—. ¡Lo tengo! — exclamó—. Sé quién es el traidor.

—¿Quién? —pregunté yo cortésmente.

—Rapas el Ulsio ¡Ulsio! Lo bautizaron bien.

—¿Estás seguro?

—No puede ser otro —contestó con énfasis Fal Silvas—. Ningún otro ha abandonado el edificio desde que viniste, excepto tú. Pero daremos término a la cuestión en cuanto regrese. Cuando vuelva, acabarás con él. ¿Has comprendido?

Yo asentí.

—Es una orden, asegúrate que se cumpla.

Durante algún tiempo se sentó en silencio, y pude ver que me estaba estudiando concienzudamente.

—He deducido por tu interés en los libros de tu apartamento que tienes nociones científicas —dijo al fin.

—Tan sólo ligeras nociones —le aseguré.

—Necesitaría a un hombre como tú…, si es que fuera de confianza. Pero, ¿en quién se puede confiar? —Daba la impresión de estar pensando en voz alta—. Rara vez me equivoco—continuó meditativamente—. Leía en Rapas como en un libro abierto. Sabía que era ruin e ignorante, y un traidor en potencia.

Se volvió hacia mí repentinamente.

—Pero tú eres diferente. Creo que puedo arriesgarme a confiar en ti, pero si me fallas… —Se incorporó, encarándoseme, con la expresión más malévola que yo había visto en mi vida—. Si me fallas, Vandor, morirás de la forma más horrible que la mente de Fal Silvas pueda concebir.

No pude evitar una sonrisa.

—Sólo puedo morir una vez.

—Pero tu muerte puede ser muy larga, si se hace de un modo científico.

Por entonces se había relajado y el tono de voz era un poco burlón. Pude imaginarme lo que Fal Silvas disfrutaría viendo morir a un enemigo suyo de forma horrible.

—Voy a confiar en ti… un poco, sólo un poco.

—Recuerda que no te lo he pedido —contesté yo—, que no he buscado conocer tu secreto.

—El riesgo será mutuo: tu vida contra mis secretos. Ven, tengo algo que enseñarte.

Me condujo fuera de la habitación, a lo largo del pasillo donde se encontraban mis habitaciones y por una rampa que llevaba al prohibido piso superior. Allí pasamos por una serie de habitaciones magníficamente amuebladas y, acto seguido, a través de una puertilla oculta tras unos cortinajes, entramos en un enorme estudio cuyo techo coincidía con el del edificio, varios pisos por encima de nosotros.

Soportada por un andamiaje y ocupando casi toda la longitud de la enorme cámara, se hallaba la nave de apariencia más extraña que yo había visto. Su morro era elipsoidal y, desde el punto de mayor diámetro, situado justo detrás del morro, disminuía gradualmente de ancho hasta acabar en punta en la popa.

—Aquí está —dijo orgullosamente Fal Silvas—. El trabajo de una vida, ya casi terminado.

—Es un tipo de nave totalmente nuevo —comenté yo—. ¿En qué aspecto es superior a las actuales?

—Se ha construido para desarrollar prestaciones que ninguna otra nave puede alcanzar —contestó Fal Silvas—. La he diseñado para obtener una velocidad inimaginable por el hombre. Viajará por rutas por las que ninguna nave ni hombre jamás ha viajado antes.

«En esta nave, Vandor, puedo visitar Thuria y Cluros. Puedo viajar por el espacio y visitar otros planetas.

—Maravilloso —dije yo.

—Pero esto no es todo. Ya ves que está construida para desarrollar grandes velocidades. Puedo asegurarme igualmente que también soportará las presiones más terribles y que está aislada contra el frío y el calor. Quizás, Vandor, otros inventores pueden construir otra similar. De hecho, creo que Gar Nal ya lo ha hecho; pero sólo hay un hombre en Barsoom, en todo el sistema solar, capaz de conseguir lo que yo he conseguido. Le he proporcionado a este mecanismo aparentemente insensato un cerebro con el que pensar. He perfeccionado mi cerebro mecánico, Vandor, de forma que en poquísimo tiempo, en cuanto haya realizado unos leves ajustes, podré enviar esta nave al espacio, y ella irá a donde yo quiera que vaya y volverá cuando yo quiera que vuelva. Sin duda, crees que es imposible. Crees que Fal Silvas está loco; pero mira, observa atentamente.

Miró fijamente al morro de la extraña nave y, acto seguido, la vi levantarse lentamente de su andamiaje hasta unos diez pies de altura y quedarse allí inmovilizada en el aire. Luego elevó el morro algunos pies más, luego la cola, para por fin descender lentamente y quedar apoyada en sus andamios.

Yo estaba totalmente asombrado. En mi vida había visto algo tan maravilloso, y no intenté disimular mi admiración.

—Fíjate —dijo Fal Silvas—, ni siquiera tengo que hablarle. La mente mecánica que le he instalado responde a ondas mentales. Simplemente tengo que impartirle el impulso del pensamiento que quiero que realice. El cerebro mecánico funciona entonces tal como lo hace mi cerebro, y dirige el mecanismo que opera la nave de la misma forma que el cerebro del piloto dirigiría sus miembros para mover palancas, apretar botones y abrir o cerrar reguladores.

«Vandor, ha sido una larga y terrible batalla la que he tenido que librar para perfeccionar este mecanismo. Me he visto obligado a hacer cosas que escandalizarían a la humanidad, pero creo que ha valido la pena. Creo que mi gran obra justifica todo lo que ha costado en vidas y sufrimientos.

«Yo también he pagado un precio. Algo que nunca se podrá reemplazar ha desaparecido en mí. Creo, Vandor, que me he despojado de todos mis instintos humanos. Excepto en que soy mortal, me he convertido en una máquina tan fría como ésta que está detrás de ti. A veces la odio por esta causa; pero, pese a todo, moriría por ella. Vería a otros morir por su causa sin inmutarme, como ya he hecho en el pasado. Debe vivir. Es el mayor logro de la humanidad».

CAPÍTULO VI

La nave

Todo el mundo, creo yo, posee dos personalidades. A menudo son tan semejantes que esta dualidad no se advierte, pero a veces la divergencia es tan grande que nos encontramos con el fenómeno del Dr. Jeckyll y Mr. Hyde en un solo individuo. La breve y significativa confidencia de Fal Silvas sugería que era un ejemplo de tal divergencia.

El pareció arrepentirse inmediatamente de su arrebato emocional y prosiguió con las explicaciones sobre su invento.

—,Te gustaría ver su interior? —me preguntó.

—Mucho —respondí yo.

Él concentró de nuevo su atención en el morro de la nave y una entrada se abrió en su costado, de la cual descendió una escalera de cuerda hasta el suelo de la habitación. Era algo casi sobrenatural, como si manos fantasmales hubieran realizado el trabajo.

Fal Silvas me indicó que lo precediera escalera arriba. Este hábito de no dejar nunca nadie a su espalda revelaba claramente la tensión nerviosa en la que vivía, en perpetuo temor de ser asesinado.

La entrada conducía a un pequeño y cómodo camarote, amueblado incluso con cierto lujo.

—La popa está dedicada a pañoles para almacenar comida durante viajes largos —explicó Fal Silvas—. En la zona trasera también se encuentran los motores, los generadores de oxígeno y agua y la planta de regulación de temperatura. Delante de ésta se encuentra la sala de mandos. Creo que te interesará —y me indicó que lo precediera a través de una puerta.

El interior de la sala de mandos, que ocupaba todo el morro de la nave, era una masa de intrincados aparatos mecánicos y eléctricos.

A cada lado del morro se abrían dos grandes lumbreras redondas, ocupadas por sendos gruesos paneles de cristales Desde el exterior de la nave, aquellas dos lumbreras parecían los enormes ojos de un monstruo gigantesco; y, en realidad, esa era su función.

Fal Silvas llamó mi atención hacia un pequeño objeto redondo del tamaño de un pomelo grande, fijado sólidamente en la pared, en el centro justo entre los dos ojos. De él partía un cable grueso compuesto de gran número de cables eléctricos más delgados. Advertí que algunos de estos cables estaban conectados con los múltiples aparatos de la sala de mandos, y que otros se dirigían hacia la popa de la nave.

Fal Silvas tocó casi afectivamente el citado objeto esférico.

—Este es el cerebro —dijo, y luego llamó mi atención hacia dos puntos situados en el centro exacto de los cristales delanteros—. Estas lentes se comunican con esta apertura en la parte inferior del cerebro, y pueden transmitir lo que ven los ojos de la nave. El cerebro funciona entonces mecánicamente igual que el cerebro humano, sólo que con mayor exactitud.

—¡Es increíble! —exclamé yo.

—Por supuesto —replicó él—. Sin embargo, en un aspecto el cerebro carece de humanidad. Es incapaz de originar pensamientos por sí mismo. Aunque quizás esto sea una ventaja, porque, de lo contrario, podría liberarse de mi control y caer sobre Barsoom como un monstruo terrible, capaz de causar incalculables estragos antes de ser destruido, porque esta nave está equipada con artillería de radio de gran potencia que el cerebro puede dirigir con una puntería muy superior a la alcanzada por el hombre.

—No he visto ningún arma.

—Están empotradas en las mamparas, y no son visibles salvo por unos pequeños orificios en el casco de la nave. Mas, como te decía, la única debilidad del cerebro mecánico es precisamente lo que lo hace tan efectivo para su uso por el hombre. Para que pueda funcionar, debe recibir previamente ondas mentales humanas. En otras palabras, debo proyectar en su interior pensamientos originales, que son algo así como su alimento.

«Por ejemplo, antes le implanté el pensamiento de que se levantara diez pies y se detuviera allí un par de segundos y que volviera a su andamiaje.

«Poniendo un ejemplo menos simple, puedo ordenarle que viaje a Thuria, que busque un lugar de aterrizaje apropiado y que aterrice. Puedo incluso llevar más allá esta idea, avisándole que si es atacado, responda a sus enemigos con fuego de fusil y que maniobre para no ser alcanzado, retornando inmediatamente a Barsoom para evitar su destrucción.

«Además, está equipado con cámaras con las que puedo tomar fotos mientras esté en la superficie de Thuria».

—¿Y crees tú que hará todas esas cosas, Fal Silvas? —le pregunté.

Me gruñó impacientemente.

—Claro que sí. En sólo unos cuantos días acabaré de perfeccionar los últimos detalles. Sólo me queda una pequeña cuestión en la planta motriz con la que no estoy muy satisfecho.

—Tal vez yo pueda ayudarte —le comuniqué—. Durante mi larga experiencia como piloto he aprendido bastante de motores.

Él se interesó de inmediato y me indicó que bajara al suelo del hangar. Me siguió, y en poco tiempo estuvimos discutiendo sobre los planos de su motor.

No tardé en descubrir qué era lo que andaba mal y cómo podría mejorarse. Fal Silvas quedó encantado. Reconoció al instante el valor de mis observaciones.

—Ven conmigo —me dijo—; empezaremos a trabajar en estos cambios inmediatamente.

Me condujo hacia una puerta a un extremo del hangar, abriéndola, me llevó a la estancia vecina.

Allí, en una serie de salas contiguas, vi los talleres eléctricos y mecánicos más maravillosamente equipados que había visto en mi vida, y vi algo más, algo que me hizo estremecer al considerar la anormal obsesión de aquel hombre por el secreto de sus investigaciones.

Los talleres estaban atendidos por gran número de mecánicos, y cada uno de ellos estaba en su taburete o en su máquina. Sus rostros estaban pálidos, debido al largo confinamiento, y en sus ojos se leía la más absoluta desesperanza. Fal Silvas debió de advertir mi expresión, porque se justificó con rapidez.

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